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junio 24th, 2017 by José Basaburua

Redacción (Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología)—. Los nuevos españoles que nunca debieron serlo. Mientras que en el colectivo marroquí apenas hay mujeres, veíamos antes, en otros colectivos nacionales los porcentajes se elevan incluso muy por encima de la media; tal es el caso de colombianas y nigerianas. La prisión en España y en el resto de Europa. Población penitenciaria extranjera en España. El supuesto especial de la mal denominada “Violencia de género”. Pamplona (España), sábado a 24 de junio de 2017. Fotografía: (Lasvocesdelpueblo)-. Pamplona (Navarra), sábado a 24 de junio de 2017. Nueva entrega de Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología, bajo título “Ejecución penitenciaria y población extranjera en España: la cuestión identitaria”. Explica que “Si la ratio de varones marroquíes encarcelados es muy elevada, tres veces la media total general —un dato excepcional y digno de reflexión— por el contrario el de nacionales de mayoría también musulmana de otras latitudes es muy bajo; por ejemplo Egipto y Pakistán”, dice. Imagen del autor a Lasvocesdelpueblo.

Los españoles que jamás debieron serlo

El pasado 19 de marzo de 2017, el diario El País publicó en la página 24 de su edición impresa un artículo en cierto modo sorprendente titulado “Los nuevos españoles que nunca debieron serlo”. Y decimos bien, pues de haberse publicado en otro medio, seguramente, tal texto habría sido tachado -por lo menos- de sospechosa intencionalidad antiinmigracionista, cuando no abiertamente de xenófobo; no en vano cualquier aproximación a este tipo de asuntos siempre está sometido al tamiz de lo “políticamente correcto”.

La tesis desarrollada por su autora, Elena G. Sevillano, afirmaba que el Gobierno español viene otorgando erróneamente la nacionalidad a un número indeterminado –lo cifraba en  decenas»— de delincuentes extranjeros con detenciones o sentencias firmes. De hecho, según informaba, el número de revocaciones de tales nacionalizaciones se venía disparando por la acción gubernamental; así en 2016 serían una treintena las dictadas por la Audiencia Nacional.

Según esta autora, la razón de tales desmanes se debe –a pesar de que toda la información necesaria que los impedirían figura en los diversos departamentos de Justicia- «a una absoluta falta de control durante el proceso de tramitación de la nacionalidad». Ni más, ni menos. Y, que se sepa, tal desajuste no ha tenido consecuencia disciplinaria alguna. Entonces, ¿nadie es responsable de esta barbaridad?

El artículo, en suma, trasladaba al lector una situación tan inquietante como desconocida: los filtros para la adquisición de la nacionalidad en muchos casos no funcionan. Pero esta cuestión no deja de ser –desde nuestro punto de vista y experiencia profesional- sino la punta del iceberg de un problema más complejo; que no es otro que el de la vinculación entre delincuencia en España y nacionalidad de sus autores. Una cuestión siempre delicada y cargada de prejuicios.

El “mantra” oficial siempre es el mismo: «los extranjeros sufren discriminación, tienen menos oportunidades laborales, se insertan en barrios marginales, carecen de apoyos…». Y, desde la intuición y la observación de cualquiera, tal paradigma parece funcionar bien con marroquíes, colombianos, ecuatorianos, argelinos…, pero no con chinos, paquistaníes, noruegos, italianos, etc. Sin duda, una sola de tales variables “oficiales” no explicaría nada, pero junto a otras, sí se proporcionaría algunas pistas.

Sin necesidad de cuestionar, en este momento, las anteriores premisas “oficiales”, desgranaremos en este artículo algunos datos objetivos relacionados con esa fase, tan importante de la Justicia, que es el de la ejecución penitenciaria; tanto en fase de prisión preventiva como ya una vez emitida la sentencia firme y con el sujeto condenado cumpliendo pena de prisión.

La prisión en España y en el resto de Europa

Empecemos este breve estudio de la situación penitenciaria española desde una perspectiva europea.

De media, en España existe un 32% más de personas encarceladas que en el resto de Europa. Por el contrario, en nuestro país se perpetra un 27% menos de delitos que en los países del área; de hecho, junto a Portugal y Grecia, somos los países más seguros de Europa. ¿Por qué?

Una de las razones que explican esa inflación carcelaria es que en España la media de duración temporal de las penas privativas de libertad es de 18 meses, mientras que en el resto de Europa —más avanzados en medidas indemnizatorias, reparativas y de mediación, la denominada justicia reparativa— es de 7’1 meses. Ciertamente, ésta es una de las asignaturas pendientes en la ejecución penal. Así los ya desaparecidos “arrestos de fin de semana” fueron en su ejecución un fracaso histórico rápidamente silenciado, al extinguirse la mayoría de ellos sin haberse iniciado siquiera su mera tramitación penitenciaria. Lo mismo está acaeciendo con los trabajos al servicio de la comunidad hoy día; especialmente por la acusada falta de plazas ofertadas por organismos públicos y otras entidades semipública o privadas, y la extraordinaria variedad de regímenes y controles que generan -en su plural práctica- no pocos agravios comparativos y muchísimos “cumplimientos” meramente nominales.

En España, los tipos delictivos perpetrados por los encarcelados son en buena medida análogos a los del resto de Europa; correspondiendo un 16% a delitos contra las personas y un 76% a delitos contra el patrimonio y asimilados.

Destacaremos que en el total de la población interna en España, 1 de cada 4 internos tiene problemas severos de salud mental. Y 1 interno de cada 2 cuenta en su historial con antecedentes de abusos de drogas y diversas sustancias estupefacientes. Otro porcentaje muy alto acumula ambas problemáticas, tratándose de los denominados “internos duales”. Una circunstancia que dificulta mucho la convivencia en las cárceles españolas desde la perspectiva del orden, la seguridad y la disciplina; pero también desde el tratamiento dirigido a la reeducación y reinserción de todos ellos.

Más adelante lo concretaremos, pero anticipemos ya que una de las tendencia españolas, en relación a la población penitenciaria, es la disminución en número de los encarcelados a penas de prisión; circunstancia a la que acompañan otras, a saber: su media de edad aumenta, de modo que la población interna, aunque en grado menor que el de los funcionarios de servicio en las cárceles, envejece; disminuye el número de internos en tercer grado (residentes en secciones abiertas o Centros de Inserción Social); se ha reducido y mucho el número de internos preventivos.

Extranjeros en España

Unos datos macro para enmarcar, más, la relación extranjería-ejecución penal.

En 2016 vivían en España un total de 46.468.102 personas, de las que varones eran 22.813.635 (49’1%) y mujeres 23.654.467 (50’9%).

De este número global, el 87’4% poseían la nacionalidad española; siendo extranjeros 5.852.952 (12’6%), de los que varones serían 2.855.178 (48’78%) y mujeres 2.997.774
(51’21%).

No existen estadísticas oficiales relativas al número y porcentaje de inmigrantes nacionalizados españoles, o con doble nacionalidad, que figuran en el contingente mayoritario de “nacionalidad española”.

El primer contingente de extranjeros es el marroquí, con 699.800 individuos (el 11’96% del total de extranjeros; un 1’50% del total de la población residente en España). El segundo lugar lo ocupa el de rumanos (658.132 sujetos, 11’25% del total de extranjeros), Ecuador (421.758 sujetos, 7’21% del total de extranjeros). Por lo que corresponde al siguiente contingente humano de confesión musulmana, después del contingente marroquí, debemos situarnos en el 25 de este ranking de la nacionalidad de los extranjeros residentes en España, con los oriundos de Pakistán: 55.116 sujetos. El 26, argelinos: 55.306. Número 28, Senegal con 49.383.

En total, el número de musulmanes residentes en España se calcula –no existiendo estadísticas oficiales— en torno a 1.850.000, de los que 1.110.000 serían extranjeros (el 60%), siendo marroquíes unos 740.000 (el 40% del total de musulmanes extranjeros). Otros 740.000 serían ya españoles; en su inmensa mayoría inmigrantes nacionalizados, mujeres conversas vía matrimonio y conversos autóctonos.

Población penitenciaria extranjera en España

Según hemos anticipado, la población interna total en prisiones españolas viene disminuyendo; especialmente a causa de sucesivas reformas del Código Penal. Así, mientras que en 2009 había 76.079 internos, de los que 27.162 eran extranjeros (un 35’7% del total), en 2014 eran 66.765, 21.116 (el 3’63%) de ellos extranjeros. Esta tendencia se viene consolidando a día de hoy, así el 3 de marzo del presente año, el total de internos era de 60.264, siendo extranjeros 17.130 (un 26’5%).

Maticemos un poco la perspectiva de estas cifras macro. La reducción –también en porcentaje- del número de internos extranjeros reflejada en esta secuencia, se debe, entre otros motivos, a que un número indeterminado de oriundos no nacionales adquirieron la nacionalidad española en su día; no existiendo estadísticas al respecto pero constando como españoles en estas estadísticas, como no podía ser menos. Por otra parte, y ya desde una perspectiva propiamente extra-penitenciaria, pero que sin duda la condiciona, algunos contingentes extranjeros, especialmente procedentes de Ecuador, Perú, Bolivia, Ucrania, etc., iniciaron el retorno a sus países de origen, o marcharon a terceros, al calor de la crisis que azotó España y todavía no se ha superado en sus diversas expresiones (deslocalizaciones empresariales, fuga de “cerebros”, precarización del empleo, pauperización de clases medias y sectores populares).

Mencionadas ambas circunstancias, que distorsionan y matizan indeterminadamente las estadísticas oficiales, destaquemos que del total de internos extranjeros en prisiones –algo más de 17.000— se calcula que unos 7.000 lo serían de confesión musulmana, estando sometidos a medidas de especial atención, a causa de su inclusión en los Ficheros Internos Especial Seguimiento (FIES, grupo de radicalización yihadista) en sus modalidades A, B y C, en torno a 228. Objetivamente, muy poquitos.

Respecto al sexo de los internos -las estadísticas oficiales hablan de género- los porcentajes parciales de nacionales y extranjeros son análogos. Así, a 3 de marzo del presente 2017, el total de varones españoles suponía un 92’54% del total, y las mujeres un 7´45%. Por parte de los extranjeros, los porcentajes serían 92’48% y 7’52% respectivamente. No obstante, si descendemos a los grupos nacionales concretos, esos porcentajes varían notablemente.

(Lasvocesdelpueblo)-. Pamplona (Navarra), sábado a 24 de junio de 2017. Nueva entrega de Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología, bajo título “Ejecución penitenciaria y población extranjera en España: la cuestión identitaria”. Explica que “Si la ratio de varones marroquíes encarcelados es muy elevada, tres veces la media total general —un dato excepcional y digno de reflexión— por el contrario el de nacionales de mayoría también musulmana de otras latitudes es muy bajo; por ejemplo Egipto y Pakistán”, dice. Imagen del autor a Lasvocesdelpueblo.

A 31/12/16, los varones de nacionalidad marroquí eran 3.036 y 76 mujeres; 97´40% y 2´60% respectivamente. Un porcentaje femenino muy por debajo de la media. Ecuador; varones 556 (94´72%), mujeres 31 (5´28%).

En el caso de Rumanía, los varones eran 1.494 (93´55%) y las mujeres 103 (6´45%). El porcentaje se va acercando a la media.

Colombia: 1.279 varones (87´42%), mujeres 184 (12´58%). Es evidente que este porcentaje desborda significativamente la media.

Nigeria: 272 varones (76´90%) por 82 mujeres (23´10%). En este supuesto nacional, la ratio es particularmente significativa.

Como conclusión puede extraerse que el factor nacional es relevante en la génesis delictiva, ofreciendo unos datos directamente proporcionales a subculturas criminales concretas y especializadas en determinados tipos delictivos. Por ejemplo, los marroquíes destacan en el tráfico de hachís, los colombianos en el de drogas “duras”, y los ecuatorianos en tipos delictivos vinculados a la mal denominada violencia de género, contra las personas y contra la seguridad, asociados todos ellos a una ingesta abusiva de alcohol.

El supuesto especial de la mal denominada “Violencia de género” 

La nacionalidad de origen del preso y penado es un factor que incide en la génesis del delito, decíamos. Esa identificación tipo delictivo-nacionalidad, tan delicada como cuestionable, cuenta con aval “oficial” al menos en un caso: nos referimos al de la mal denominada “violencia de género”, que científicamente sería más correcto denominar “violencia doméstica”.

De esta manera, el propio Ministerio del Interior español, por medio de su Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, elaboró el “Programa de Intervención para Agresores. Violencia de Género” y su anexo de julio de 2011 denominado “El delito de violencia de género y los penados extranjeros” que parte, entre otras, de la siguiente premisa: «En la aplicación práctica de dicho programa, los psicólogos y psicólogas del medio penitenciario se han encontrado con una realidad multicultural y con algunas dificultades asociadas a dicha situación». A continuación, dicho anexo reproduce una distribución estadística de nacionalidades, que procede de la población nacional, trasladándola a la población  nitenciaria condenada por delitos de violencia de género.

De este modo, se establece, en el anexo, que el 64’9% de los 1.479 penados por delito de violencia de género a una medida en la comunidad serían españoles (sin especificar, por supuesto, el porcentaje correspondiente a extranjeros nacionalizados). El 35’1% son extranjeros. El país de procedencia más frecuente es Marruecos con un 8% del total de agresores extranjeros; el segundo país en este orden es Rumanía con un 7% del total de penados; finalmente, el colectivo de extranjeros no comunitarios más numero es el de los inmigrantes latinoamericanos (12%), siendo Ecuador (4%), Colombia (2%) y Bolivia (2%) los países más representados. «Como ya apuntó el antiguo Ministerio de Igualdad en su “Plan de Atención y Prevención de la Violencia de género en población inmigrante” (2009), los agresores de género extranjeros suponen una sobrerrepresentación respecto al peso demográfico de varones extranjeros en España», se afirma. Y, para curarse en salud y evitar malentendido desde la ortodoxia políticamente correcta, continúa asegurando que «De los datos presentados puede deducirse que, de la misma forma que las víctimas de violencia de género extranjeras presentan unas características específicas que las configuran como un colectivo vulnerable, los agresores de género extranjeros comparten una serie de características sobre las que podría resultar útil trabajar terapéuticamente de forma específica».

Existe otro programa específico más en el que la Secretaria General de Instituciones Penitenciarias también aborda una intervención particular a partir del hecho nacional: nos referimos al “Programa Marco de intervención en radicalización violenta con internos islamistas”, Instrucción fechada el 25 de octubre de 2016, asociando nacionalidad y confesión musulmana mayoritaria de los presos y penados procedentes de la misma.

Definitivamente, debe afirmarse, existe una vinculación nacionalidad-subcultura criminal-ejecución penitenciaria.

Consideraciones finales

Hay ciertas evidencias estadísticas de carácter macro, según hemos visto, evidentes a simple vista: no todos los colectivos de residentes extranjeros generan índices similares de población penitenciaria; ni su “especialización” delictiva es homogénea. Tampoco en lo que se refiere a las mujeres.

Mientras que en el colectivo marroquí apenas hay mujeres, veíamos antes, en otros colectivos nacionales los porcentajes se elevan incluso muy por encima de la media; tal es el caso de colombianas y nigerianas.

Si la ratio de varones marroquíes encarcelados es muy elevada, tres veces la media total general —un dato excepcional y digno de reflexión— por el contrario el de nacionales de mayoría también musulmana de otras latitudes es muy bajo; por ejemplo Egipto y Pakistán.

A los factores de pobreza, marginación, situación irregular, etc., asociados genéricamente a la génesis y deriva delicuencial de los integrantes de determinados colectivos nacionales, pueden sumarse otros factores que la determinen. En primer lugar, unos de carácter previo a su instalación en España: nos referimos a las características culturales propias de origen, cohesión interna e impacto de la religión en las relaciones familiares y sociales.

En segundo lugar, las características de los grupos nacionales una vez instalados en España. Aquí, las relaciones internas y externas de poder en el seno de cada sub-grupo nacional son muy variadas: desde la opacidad y hermetismo del nacional-chino, a la precariedad material, movilidad geográfica y provisionalidad vital de otros (el caso del marroquí es llamativo, así como el moldavo, por ejemplo). No obstante, constatándose la existencia de unas altísimas 2cifras negras” en muchos de los aspectos parciales apuntados, se dificulta sobremanera alcanzar unas conclusiones científicas adecuadas.

Por imperativos de política general, y dada la prevalencia de todo lo relacionado con la “ideología de género” imperante en España desde hace unas décadas, también en política penal y penitenciaria, sí se estudiado, al contrario que respecto a otras modalidades delictivas, los delitos de la mal llamada violencia de género, según vimos. Marroquíes, rumanos y ecuatorianos alcanzan los porcentajes más altos. Aquí es incuestionable que la cultura nacional-religiosa, y el papel de la mujer en sus culturas de origen, juegan un papel reproductivo contundente.

Todo indica que existe una clave nacional-religiosa-identitaria muy fuerte que determina las modalidades de establecimiento de poblaciones foráneas en España, interacción con otras realidades humanas –no sólo institucionales/asistenciales- e integración. La casuística es enorme. Hay comunidades muy herméticas, caso de la china o la paquistaní; si bien respecto a la primera debe señalarse que la raíz de la misma es étnico-cultural-monetaria, mientras que en la segunda es nacional-religiosa. Otras comunidades interactúan sin dificultad con los nacionales españoles; siendo prueba de ello el gran  número de matrimonios mixtos, especialmente con eslavas e hispanoamericanos.

Hay comunidades nacionales mayoritariamente masculinas (la marroquí y argelina, por ejemplo), si bien se observa que el número de mujeres que les siguen en el periplo emigratorio se está elevando rápidamente; mientras que en otras, hombres y mujeres se trasladan por igual a España, incluso siendo el de las mujeres algo mayor (eslavos e hispanoamericanos).

Entonces, ¿es posible sacar conclusiones generales?

En cierto modo ya hemos desgranado algunas de ellas.

El origen nacional determina, culturalmente hablando y en un sentido muy amplio, la modalidad del establecimiento, integración y respeto a la ley penal de sus miembros.

En la identidad nacional-colectiva, el peso religioso es muy importante; dependiendo especialmente de los países concretos. La religiosidad musulmana de la inmensa mayoría de marroquíes de ambos sexos, así como el de otros colectivos nacionales, determina sus niveles de integración, expectativas vitales y familiares, y su estilo de vida. La mezquita sigue siendo su principal instancia socializadora, especialmente entre los varones; mientras que en las mujeres su recurso a los servicios sociales es masivo y sistemático, demostrando una mayor capacidad de integración y un menor recurso a formas de delincuencia. Sin duda, el papel de la mujer en la sociedad de origen determina tales comportamientos, así como el formato de las comunidades expatriadas.

Por el contrario, otros nacionales, caso de rumanos y nigerianos (musulmanes, cristianos y animistas), exploran vías delictivas más próximas a su mentalidad cultural. Así, el recurso a los delitos contra la propiedad entre los primeros, informáticos y paradójicamente explotación de seres humanos con el concurso de prácticas mágicas, entre los nigerianos. Son el tráfico de drogas y delitos contra las personas los que predominan entre los delincuentes procedentes de otros colectivos nacionales, caso de los de origen colombiano o dominicano; independientemente de sus creencias católicas, evangélicas o cultos afroamericanos.

Todo ello demuestra que la identidad nacional -cuajada en cada caso de una manera particular, y en la que el sentido de pertenencia grupal es decisivo en su base religiosa predetermina y no poco su adaptación, integración y acatamiento simbólico y real de las leyes españoles; también las penales y penitenciarias.

Si los seres humanos son distintos, cargados de biología y cultura, también los colectivos humanos están condicionados –no necesariamente de una manera fatal- por su tradición y experiencias personales y comunitarias. De este modo, el factor “identidad” es clave para entender muchos comportamientos personales y sociales.

En un mundo globalizado, atomizado, de seres individuales desarraigados, la pertenencia y la identidad sigue siendo decisivos para la adaptación, la supervivencia y el sentido de vida de sujetos y comunidades. Para lo bueno y lo malo. Negar estos hechos es negar la realidad.

Cuadernos de Encuentro, Nº 129 – Especial Justicia, verano 2017, Club de Opinión Encuentros,
Madrid, págs. 55 a 61 (a.i.).

noviembre 6th, 2016 by lasvoces

Redacción [Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología; Autor de los libros: ‘La Ruta del Odio. 100 Respuestas claves sobre el terrorismo’ y ‘¿Populismo en España? Amenaza o Promesa de una Nueva Democracia]. El veterano dirigente socialista vasco Ramón Jáuregui calificó de “fascismo rojo” el boicot perpetrado por ciertos colectivos liderados por la Federación Estudiantil Libertaria (FEL), el pasado 19 de octubre, contra la presencia del ex-presidente Felipe González en la Universidad Autónoma de Madrid. Una acción en la que se quiso ver –con casi absoluta unanimidad- la sombra de Podemos. Nadie –ya fuere político o comentarista- cuestionó el contundente juicio de Jáuregui. Así, pues, todos de acuerdo: cualquier expresión de violencia política, proceda de donde proceda, es siempre fascismo. Y en ocasiones muy especiales, y muy raritas, “fascismo rojo”. Otro dogma de la vulgata progre. Pamplona (España), domingo 6 de noviembre de 2016. Fotografía: El nacional bolchevique (Rusia), Eduard Limónov , durante un acto político. Limónov es  un escritor y político ruso, fundador y líder del ilegalizado (2005) y posteriormente auto-disuelto (2010) Partido Nacional Bolchevique. Actualmente, Limónov es el presidente de La Otra Rusia, que reemplazó al PNB. Y se autodefine como nacionalista moderado, socialista “de línea dura” y activista por los derechos constitucionales. Archivo Lasvocesdelpueblo.

Lo cierto es que Jáuregui no se mostró, en esta ocasión, especialmente original. De hecho, tal descalificativo viene siendo enunciado por otros autores desde hace años; en el caso del historiador y ensayista Antonio Elorza, al menos desde 2008.

Tampoco entonces semejante concepto pudo calificarse de riguroso, no en vano en el mismo se englobaban expresiones de génesis y desarrollo tan diversos como las represalias de los “camisas negras” italianos en los años 20 del siglo pasado, el terrorismo de ETA, los boicots sufridos por la Rosa Díez de UPyD en la universidad por entonces… y los camiones-bomba de Hezbolá. Un formidable, pero no menos indigesto, totum revolutum.

Pero, realmente, esas explosiones de violencia política alentadas por organizaciones del entorno más o menos próximo a Podemos, y en todo caso insertos en la extrema izquierda marxista-leninista o anarquista, ¿pueden ser calificadas, con rigor, como “fascismo rojo”?

De entrada, afirmaremos que tal constructo, tal y como es empleado en esta ocasión, es rotundamente inexacto y falso; tratándose más de un ardid propagandístico que de una herramienta científica clarificadora.

De hecho, el simple hecho de denominar cualquier cosa que moleste –al interlocutor que sea- como “fascista”, imposibilita cualquier análisis sereno y objetivo, pues lleva implícita una condena moral inapelable y la correspondiente excomunión. No digamos si le añadimos algún que otro adjetivo: rojo, reaccionario…

Recordemos que, en su día, del líder de Podemos Íñigo Errejón se publicó –y no siendo ya un jovencito- acerca de su gran interés por figuras tan heterodoxas –sobre todo para un marxista- como las del fundador del Partido Nacional Bolchevique ruso, Eduard Limónov (especialmente de su biografía a cargo de Emmanuel Carrère), o el politólogo Carl Schmitt. Errejón, acaso, ¿un “fascista rojo” emboscado en Podemos? Pues va a ser que no. P

ero tampoco se trata de un caso tan excepcional de vergonzantes “pecadillos de juventud”. ¿No recuerdan que Jorge Verstrynge, por poner otro ejemplo, inició su sorprendente carrera militante en filas neonazis? En fin: todo el mundo tiene un pasado, que se dice ahora.

Pero, volviendo a la cuestión inicial, ¿por qué se reitera ese comportamiento tan poco ajustado al rigor científico? ¡Qué funesta –y efectiva- costumbre la de calificar como fascista cualquier actitud diferente o discordante por parte de la clerecía progre!

Estamos acostumbrados a que el concepto de “fascismo” se emplee como un arma arrojadiza; una descalificación moral tan inhabilitante como excluyente. Y pocos insultos tan graves o malintencionados. Se puede ser, casi, cualquier cosa en la vida, pero como sea enarbolada la mínima sospecha de alguna aproximación al fascismo –real o ficticia, estética o sentimental, pasada o presente-, el interlocutor en cuestión está perdido, y sufrirá la cascada de efectos derivada de la reductio ad Hitlerum que analizara Leo Stauss.

Traeremos a colación, por unos momentos, los orígenes de este antifascismo tan reiterada e indiscriminadamente esgrimido; y, por todo ello, antes que nada, eficaz táctica propagandística al servicio de la Internacional Comunista. Así, todo enemigo –supuesto o real- de la “marcha ascendente de la Historia liderada por la clase obrera y su partido de vanguardia” sería fascista. Por acción y omisión. Y todo enemigo indirecto del comunismo, también. Y los colonialistas e imperialistas… Y, posteriormente, cualquier opositor al feminismo supremacista.

Y del ecologismo holístico. Y del radical-progresismo “políticamente correcto”; tal y como es entendido por los teóricos post-marxistas hoy. ¿Y respecto a la democracia liberal? Pues depende. Inicialmente, para los marxistas –socialistas y comunistas- de las primeras décadas del siglo XX, la democracia liberal no dejaba de ser un estadio previo del fascismo que había que derribar por igual.

Imperativos de política exterior arrastraron a un cambio genial de orientación y de alianzas al genocida Stalin: las democracias liberales serían sus aliadas ocasionales frente al fascismo… si bien, cuando tuvo oportunidad para ello, segó implacablemente toda manifestación de democracia “burguesa” –por ser esencialmente “fascista” conforme su criterio- en Europa Oriental.

¿Recuerdan las tan celebradas, como tristes, y ya olvidadas, democracias populares? Entonces, ¿por qué Jáuregui calificó tales actitudes violentas de la extrema izquierda como fascismo rojo? ¿Pueden conciliarse ambos extremos? ¿No es una pretensión absurda análoga a la de la “cuadratura del círculo”?, ¿acaso la genial síntesis que supera dialécticamente tesis y antítesis? ¿No es, en suma, una contradictio in terminis? Pues, afirmémoslo claramente: o es fascismo, o es rojo.

Ciertamente existieron algunas figuras muy radicalizadas en el fascismo italiano que les acarreó ser calificados como fascistas rojos; un modo de marcar diferencias con el fascismo ortodoxo a partir de su extrema sensibilidad social, por no decir directamente socialista. Fue el caso del ex-comunista Nicola Bombacci y tantos otros que participaron en la agónica y mítica experiencia de la República Social Italiana a partir del Manifiesto de Verona.

En el nacional-socialismo alemán, en su día, no pocos de sus militantes procedían del comunismo pro-soviético, al que retornarían años después. Incluso algunas otras genuinas figuras trataron de imprimirle una línea “izquierdista”, caso de los denominados straseristas (seguidores de Otto Strasser). También en Alemania, otros personajes, caso de Ernst Niekisch, elaboraron una “vía alemana al socialismo” en un intento de fusión de bolchevismo y prusianismo.

Mucho más recientemente, se formularían algunas nebulosas doctrinas en la Rusia post-soviética, como la del nacional-bolchevismo, que pretendían fusionar características esenciales de ambos sistemas en una extraña mixtura revolucionaria y estética. Fue el caso de Alexander Dugin, en lo que se refiere a la elaboración doctrinal -ahora autor de una rompedora “Cuarta Teoría Política”- y del empresario Limónov, quien encarnó su pulsión activista.

En cualquier caso, todas esas exóticas elaboraciones fueron excepcionalmente minoritarias –casi meras anécdotas-, en absoluto operativas; siendo enterradas por la Historia con la derrota militar de los fascismos.

Y cualquier rememoración de las mismas sería puro anacronismo. Pero, volviendo al tema que nos ocupa, nada de todo ello –nada de “fascismo rojo” al estilo Bombacci, Strasser o Limónov- encontramos en la anarquista FEL o en otros grupos “antifascistas” amigos de la violencia; como tampoco en Podemos. De hecho, si algo puede decirse de la formación radical de Pablo Iglesias y los suyos, es que su liderazgo nuclear es marxista-leninista; también el de Íñigo Errejón.

Con matices, eso sí, según de quien se trate. Y de la FEL, el grupito de la discordia, anarquistas a la vieja usanza: incendiarios y sin complejos.

En Podemos encontramos a unos cientos de militante inequívocamente trotskistas, caso de Íñigo Urban, Teresa Rodríguez y demás “Anticapitalistas”. Otros son más “bolivarianos” (una expresión más del llamado “socialismo del siglo XXI”), caso de Juan Carlos Monedero. Y algunos permanecen en la ensoñación bolchevique del octubre rojo, caso del propio Pablo Iglesias.

En todos ellos, según el momento, se expresan ciertos tics populistas; de ahí esas referencias a la necesidad de incorporar temáticas transversales, apelar al precariado, etc., que alimentan sus pugnas internas por el liderazgo y sus movimientos tácticos. Pero, en definitiva, su corpus nuclear es por completo marxista-leninista. De fascismo, pues, nada de nada.

Pero, claro, para Jáuregui y tantos otros, es más fácil servirse de los insultos habituales; aunque en puridad de conceptos no sean del todo rigurosos. Si hubieran calificado el boicot sufrido por González de “bolchevique”, se habrían situado irremediablemente en el campo de la reacción… “fascista”.

Así de implacables son las reglas del juego establecidas por el discurso dominante, que es de naturaleza radical-progresista. Unas reglas admitidas o soportadas por la inmensa mayoría de actores –políticos, culturales y mediáticos- en juego. También por parte de los antaño liberal-conservadores.

Pero, en el caso de Jáuregui, concurre otro factor que distorsiona aún más el debate; de cualquier debate. Pablo Iglesias y los suyos no dejan de ser algunos de “sus chicos”; de los chicos de Jáuregui, González, Cebrián y todos los demás santones de la impoluta iglesia progre, se entiende.

Algo más radicales, más extremistas, menos instalados en la política real. Pero se nutren de sus mismas factorías intelectuales: comparten una cosmovisión análoga; incluso vienen de sus mismas filas, o de las situadas un poquito más a la izquierda. Son, entonces, de la misma pasta; algo más impacientes o radicales.

Incluso algo desviados. Pero, en definitiva, son de los “suyos”; por lo menos hasta que tengan la capacidad de eliminarlos en la carrera por la conquista del poder real. Ya se sabe, de los bolcheviques no cabe piedad alguna, ni siquiera para sus antiguos mentores o aliados.

Concluiremos reiterando que el comportamiento de Jáuregui será acorde al discurso dominante; pero enturbia el juicio político. Ni aclara lo que sucede, ni diagnostica correctamente el problema.

Un fruto de la demagogia y la falta de honestidad política, intelectual y moral características de las exitosas imposturas radical-progresistas. Que quede claro: la FEL, los “antifascistas” violentos y todos quienes les apoyan, de fascistas nada. De bolcheviques o anarquistas, según los casos, todo.

febrero 8th, 2016 by lasvoces

Redacción [Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología; Autor de los libros: ‘La Ruta del Odio. 100 Respuestas claves sobre el terrorismo’ y ‘¿Populismo en España? Amenaza o Promesa de una Nueva Democracia]. La formación liderada por Pablo Iglesias se encuentra en una encrucijada formidable: no en vano, cualquier escenario le es favorable. Acaso participe en un gobierno “progresista y de reforma” presidido por el socialista Pedro Sánchez. Pero, de formarse cualquier otra fórmula de gobierno, Podemos estaría, ahí, en la oposición, dispuesta a recoger todos los réditos del desgaste de las demás formaciones. Y, de no forjarse tales, de celebrarse nuevas elecciones, a principios de verano tal vez, deglutiría Izquierda Unida y captaría nuevos votos socialistas, convirtiéndose en el segundo partido español; materializándose el temido sorpasso a un PSOE en declive como partido hegemónico de las izquierdas. No obstante, persiste sin ser elaborado todavía un diagnóstico compartido, y en todo caso decisivo, acerca de su naturaleza. Podemos, entonces: ¿es neocomunista?, ¿es populista?, ¿ambas cosas? ¿O estamos ante otra cosa? Fotografía: Una mujer muy furiosa con un billete del dolar americano en la cara. Foto attec tv. 

¿Neocomunistas o populistas?

Es innegable que muchos de los líderes y de los activistas de Podemos proceden del marxismo-leninismo. Así, el propio Pablo Iglesias militó durante años en las Juventudes Comunistas (rama juvenil del Partido Comunista de España) al igual que la que fuera su pareja Tania Sánchez, la eficaz “submarino” de Podemos en Izquierda Unida. También estuvieron vinculados con ambas formaciones de izquierda, en diversos niveles y circunstancias, Juan Carlos Monedero y numerosos “cuadros medios” de Podemos. Íñigo Errejón, por su parte, se movió inicialmente en el entorno de los trotskistas de Izquierda Anticapitalista, ahora Anticapitalistas a secas; colectivo de larga trayectoria que ha generado no pocas tensiones en el seno de Podemos y que contribuyó, particularmente en sus inicios, a su lanzamiento, extensión y configuración.

El tercer ingrediente humano de Podemos es el de los procedentes de diversos colectivos asociados -de un modo a otro- al Movimiento del 15 M; es el supuesto de la cofundadora de la formación Carolina Bescansa. Cuestión aparte y más compleja es su relación con los agregados en algunas comunidades, por ejemplo las Mareas municipalistas gallegas. Por último, otras fuerzas se les han asociado electoralmente, caso de Compromís en Valencia; otra coalición de múltiples ingredientes a su vez.

En cualquier modo, pervive un razonable interrogante en torno a su verdadera naturaleza; no en vano ésta determinaría su programa político en toda su extensión, del que en realidad, se sabe muy poco. Por ello, es lícito preguntarse, ¿existe, tal vez, una agenda oculta?

Es incuestionable, antes que nada, que la figura de Lenin genera, entre la mayoría de líderes podemitas, un enorme atractivo. Es más, Pablo Iglesias, alardea de ello sin ningún recato. Pero, ¿qué significa ser leninista en pleno siglo XXI? Pues, ante todo, la conquista y el ejercicio del poder a cualquier precio. Y para conseguirlo, servirse de un tacticismo despiadado; lo que explica las contradicciones, lagunas, pronunciamientos demagógicos y oportunistas -también las mentiras más o menos veladas- de los líderes podemitas. Recordemos la polémica y comentarios que generó su invocación, en la asamblea fundacional de Podemos en octubre de 2014, al “asalto de los cielos”; como horizonte activista ideal. Una invocación al impulso revolucionario de los comunistas, desde la experiencia frustrada de la Comuna, según palabras de Karl Marx, hasta llegar a la mismísima Revolución rusa de 1917. Pero todo aquello hoy día parece muy lejano, carente de interés e incomprensible, salvo para iniciados.

Y, ciertamente, no nos encontramos en un contexto de guerra mundial con millones de movilizados, desplazados y víctimas. Ni sufrimos un régimen autocrático con millones de desposeídos al borde de la insurrección y espoleados por diversas fuerzas revolucionarias de naturaleza violenta. Tampoco existe un partido bolchevique o similar que maneje unos miles de militantes fanáticos, decididos y despiadados, dispuestos a jugárselo todo.

El mundo se encuentra interrelacionado, globalizado, con una economía de alcance planetario. Ya no existen fuerzas insurreccionales, al menos en Europa, que aspiren a una transformación radical del capitalismo, hacia un renovado “socialismo real”, al precio del aniquilamiento de la burguesía y de todo opositor. Es más, lo que queda de proletariado aspira, más que a nada, a vivir como buenos burgueses. Y el modelo vital de gran parte de las izquierdas es el de la gauche-caviar.

Si el marxismo-leninismo “clásico” se sustentaba en el control de los medios de producción, en la eliminación de la propiedad privada, y el ejercicio terrorista de un poder político centralizado y omnipresente, los izquierdistas de hoy quieren vivir bien y sus modelos vitales están por completo alejados de aquellos militantes austeros, rudos y disciplinados, capaces de sacrificar todo confort y proyecto personal en aras de los intereses del partido. No existen, pues, “condiciones objetivas” para el despliegue fatal de un estallido revolucionario violento.

El socialismo del siglo XXI

Las diversas izquierdas, especialmente desde la caída del Muro de Berlín allá por 1989, se encuentran, sobre todo las del espectro “comunista” (ya pro-soviéticas, estalinistas, pro-maoístas, pro-albanesas, pro-yugoslavas, trotskistas o castristas), en un período de debate y remodelación.

Para ello vienen buscando nuevos instrumentos teóricos; de ahí la importancia del análisis gramsciano, de su interés por la conquista de la “hegemonía cultural” y su vocación de “intelectuales orgánicos” catalizadores de novedosos modelos de transformación social potencialmente revolucionarios. De ahí ese constructo denominado “socialismo del siglo XXI”, enunciado por primera vez por Heinz Dieterich Steffan, y al que se remitiera Hugo Chávez en el V Foro Social Mundial; de modo que la denominada “Revolución Bolivariana” era su criatura más desarrollada.

No es casualidad, pues, que algunos de los dirigentes de Podemos (y los de las CUP, ETA, etc.) hayan mantenido –o mantengan- estrechas relaciones con el régimen chavista. Y, en el caso de sus vínculos con el régimen iraní actual, no se trata tanto de abiertas simpatías políticas, como de mero oportunismo: soportes técnicos accesibles, financiación de laque beneficiarse, alianzas tácticas para poder avanzar, coincidencias revolucionarias en suma.

Una vinculación que escandaliza a tantos, dado el trato dispensado a la mujer en aquél país tan alejado en sus usos del modelo feminista implantado en nuestra decaída Europa; lo que se antoja como una alianza contra-natura que, sorprendentemente, desde las izquierdas se ignora por completo. Pero, ya dijimos, el leninismo es, ante todo, oportunismo y ausencia de escrúpulos; o si lo prefieren, puro y duro tacticismo.

El continuo reclamo de Podemos, entre otras, a nuevas fórmulas de democracia directa y representativa, les ha generado la acusación de “populista”; término empleado a modo de insulto, o descalificativo apriorístico, indiscriminadamente.

Y, es bien cierto, no pocas de las actuaciones de Podemos pueden calificarse inequívocamente como tales: sus discursos altaneros, sus propuestas de “empoderamiento” de determinados colectivos (especialmente “las mujeres”, lo que les hace abrazar la ideología de género), sus ataques sentimentales a “la vieja casta” y a “los poderes mediático-financieros” (de los que también se han beneficiado y mucho, caso de diversas televisiones privadas), su persistencia en la denuncia de hipotecas abusivas, sus continuas invocaciones al hambre y la supuesta degradación de amplios sectores populares, su denuncia de la expatriación de muchos de los integrantes de la “generación mejor formada de la historia”, etc., etc. Acaso la naturaleza última de Podemos no sea populista, pero muchas de sus tácticas sí lo son.

En todo caso, decíamos, el proletariado ya no es un actor revolucionario. Entonces, ¿qué sectores sociales son susceptibles de una acción transformadora? Hablemos, ya, del precariado.

Un nuevo actor en escena: el precariado

Este neologismo, que por su paralelismo al de proletariado suena un tanto mordaz, se viene empleando, desde hace una década, en diversos estudios políticos, económicos y sociológicos de las escuelas de izquierdas más vanguardistas. Pero el término empieza a ganar fortuna, también en otros medios ideológicos.

Así, el analista de Libertad Digital José García Domínguez aseguraba, el pasado 26 de enero, que es en relación a esta cuestión del precariado donde radicaría la principal contradicción de Podemos. Dirigiéndose a un “público” instalado en la precariedad, esta formación no estaría en condiciones de satisfacer sus necesidades, por lo que está garantizado su fracaso.

No en vano, difícilmente puede resolver «La contradicción que se deriva de querer ser, por una parte, el gran partido del precariado, la fuerza que represente a los excluidos del colchón de seguridad del Estado del Bienestar, ese que configuran los contratos laborales indefinidos, los salarios decentes auspiciados por el poder de negociación sindical y la estabilidad vital garantizada, y, por otro lado, vindicarse como un grupo progresista al uso que rechaza por retrógrada y reaccionaria cualquier limitación nacional a los movimientos migratorios».

De modo que «Expresado de forma sintética: los sueldos de su base electoral tenderán de modo crónico a mantenerse estancados en el nivel de subsistencia a causa de que, a su vez, la oferta de mano de obra tiende a hacerse infinita merced a los flujos migratorios». Si fuera realmente populista, Podemos adoptaría la posición del Frente Nacional francés ante la emigración; lo que dado su radicalismo izquierdista, es genéticamente imposible.

Para otros analistas no existe precariado, sino precariedad, todo hay que decirlo; incluso desde posiciones de izquierda. En cualquier caso, se trata de un concepto novedoso, en alza y progresivamente aceptado en las ciencias sociales y algunos analistas de los medios de comunicación.

Pero, ¿cómo surge este concepto de precariado? Luis González afirma que “precariado” «se usa desde hace al menos una década. Según la mayoría de las fuentes, este neologismo se forma a partir de los sustantivos “precariedad” y “proletariado”, aunque para el sociólogo [francés, ya fallecido] Robert Castel se trata de una contraction des mots précarité et salariat.

Entre los principales valedores y difusores de este neologismo tenemos representantes del mundo académico, como el propio Robert Castel, y activistas, como el italiano Alex Foti, uno de los promotores de las “celebraciones” de San Precario en Europa. Para Foti, el “precariado” de nuestra sociedad posindustrial vendría a ser lo que fue el proletariado de la sociedad industrial. Para aproximarnos a una definición del término podríamos proponer, como punto de partida: “clase de desempleados y trabajadores que se encuentran en situación de precariedad prolongada por su bajo nivel de ingresos y por la incertidumbre sobre su futuro laboral”».

Uno de los autores que más ha difundido este concepto, y lo que de él se deriva, es el británico Guy Standing, catedrático de la Universidad de Londres y cofundador de la Red Mundial de Renta Básica. En su libro Precariado.

Una carta de derechos (Capitán Swing, Madrid, 2014) entiende que la estructura de clases nacida en la Revolución Industrial está sufriendo profundos cambios. Así, hoy día, especialmente en países como España, Italia y Grecia, existirían a su juicio seis clases sociales, tal y como lo sintetiza el periodista de la revista izquierdista Alternativas Económicas J. P. Velázquez-Gaztelu.

1. Una minúscula plutocracia acaparadora de buena parte de los recursos.
2. La élite, también muy minoritaria, quien obtiene sus ingresos de las rentas del capital.
3. Una clase media, media-alta, bien formada, quien disfruta de un trabajo por cuenta ajena, bien remunerado y con gran seguridad económica.
4. El proletariado tradicional, con empleo a tiempo completo, pero sin posibilidades de ascenso social.
5. El nuevo precariado, predestinado a una inestabilidad laboral, con sueldos de supervivencia indefinidamente, y que en los tres países citados podría sumar al 40 % de la población.
6. El lumpen-precariado, al margen de cualquier actividad laboral y sin apenas prestaciones por parte del Estado.

¿Una nueva clase social en ciernes?

El precariado, según Guy Standing, sería la clase que más crece en número, siendo muy demandada por las grandes corporaciones transnacionales; al tratarse de mano de obra barata y de fácil despido, condenada a una “incertidumbre crónica” y en un “estado de frustración personal permanente”.

El politólogo, cofundador e ideólogo de Podemos Juan Carlos Monedero, en su artículo  ‘Precariado’, o la frustración en el capitalismo del deseo, de 13 de septiembre de 2013, se mostraba muy crítico con la consistencia y valores de esta “nueva clase”, que se estaría conformando, y que todavía carecería de una autoconciencia revolucionaria. Así, afirmaba que «Vivimos en un capitalismo del deseo, de la información, de las marcas, del diseño, del dinero las finanzas virtuales.

En este capitalismo de diseño el precariado es el pasmado que ha gastado sus ahorros en un publicitado perfume y el éxito social no llega. Es el invitado a una fiesta –no el excluido de siempre- donde todos los que son como él o ella están convocados pero a los que les dan con la puerta en las narices. La condición esencial del precariado es su frustración. ¿Puede convertirse en voluntad política de cambio?».

El precariado se caracterizaría, siempre según Monedero, por ser gente muy formada, urbanita, que se sostiene en buena medida al disfrutar de una red familiar, que vive en un entorno en el que la juventud se extiende a los 40 años y en que las mujeres disfrutan y luchan por la igualdad, que comparte la rebeldía e inconformismo heredado de mayo del 68. Pero, paradójicamente, se encuentran «profundamente conectados a las redes, al tiempo que desconectados del mundo real». Un juicio, en todo caso, muy sugerente.

Como buen marxista, Monedero no elude la pregunta inevitable: ¿acaso no son lo mismo precariado que proletariado? Respondiendo que «Standing insiste en que son realidades diferentes. En el fondo, lo que está diciendo es que el mundo del Estado social se está marchando. La diferencia entre el precariado y otras formas laborales subalternas no está tanto en su “descenso” laboral, sino en la lectura que construyen del lugar que merecen».

Existiría, a su juicio, un problema de “conciencia de clase”, pues el precariado todavía no se concibe ni como clase en sí, ni como proletariado. De ahí que José García Domínguez, coherentemente, entienda –según veíamos- que Podemos no puede llegar a satisfacer esas necesidades tan “pequeño-burguesas”, diríamos en un lenguaje un tanto arcaico, de esta nueva clase.

Ya en el plano estrictamente político, Standing asegura que el precariado no puede compartir, dado su estado, necesidades y desarrollo, las clásicas posiciones ofertadas desde el centro-izquierda y el centro-derecha; puesto que ni lo entienden ni contemplan en sus políticas reales. Así, el precariado se orientaría políticamente en tres direcciones, conforme su encuadramiento social:

1. Los procedentes de medios obreros “tradicionales”. En el caso francés, por ejemplo, achacarían sus males a los inmigrantes, por lo que se explicaría el desplazamiento de antiguos votantes de la izquierda, especialmente del PCF, al Frente Nacional.

2. Las minorías y los inmigrantes, quienes tratan de permanecer desapercibidos en un intento de evitar problemas y agresiones.

3. Los jóvenes con mejor formación, las mujeres, los ecologistas, los discapacitados. Todos aquéllos a quienes se ha prometido una carrera profesional al uso; lo que se ha incumplido al encontrar la precariedad, perdiendo derechos sociales y capacidad de consumo. Standing concibe este grupo, que califica como “ciudadanos de segunda”, como el electorado natural de Podemos, Syriza, etc.; no en vano los partidos tradicionales, así como los sindicatos “de clase”, no les representan. Pero, asegura Monedero, concurre la dificultad añadida de «Los golpeados históricos [el proletariado] que desprecian al precariado (siendo ellos mismos precarios) y el precariado despreciando a la capa inferior de la clase obrera. De lo que se trataría es de encontrar la ventana de oportunidad para unir fuerzas». Todo ello configura la crisis de la “izquierda tradicional” a la que, desde Podemos y sus cenáculos intelectuales, pretenden dar la respuesta que contemple una hipotética “alianza de progreso” entre ambas clases sociales por “conscientes” y “avanzadas”.

Proletariado y precariado: mismo combate

Vemos, pues, que los ideólogos de este “socialismo del siglo XXI” en permanente reelaboración entienden que, ante este nuevo escenario social de alcance internacional, las fórmulas tradicionales han fracasado; no en vano, la derecha habría impuesto su recetario neoliberal como un “nuevo sentido común”, y, según Juan Carlos Monedero en el artículo citado, «la  izquierda socialdemócrata abrazó el neoliberalismo bajo el paraguas de la tercera vía.

La izquierda no socialdemócrata se socialdemocratizó». De modo que una nueva izquierda sería más necesaria que nunca para avanzar, desde una perspectiva de progreso, y responder adecuadamente a las “agresiones” del neoliberalismo. Y así concluía Monedero ese artículo de 2013: antaño «La clase obrera podía asaltar los cielos porque el grueso de la humanidad era trabajadora y el sistema capitalista es un modo de producción sostenido sobre el trabajo ajeno.

Pensar revolucionariamente al precariado sin cambiar el capitalismo es un exceso. Un precariado que, de momento, lo que quiere es mejorar sus condiciones de vida. La conciencia será el resultado de las luchas».

Para cualquier observador atento de la realidad sociopolítica actual, parece evidente que la agit-prop de Podemos está enfocada fundamentalmente hacia estos sectores sociales precariados emergentes; así como al proletariado “clásico” al que invoca bajo las fórmulas de “poder y unidad popular”, en la pretensión táctica de una “alianza de progreso”.

Si «la conciencia será el resultados de las luchas», Monedero dixit, la canalización política de las fuerzas eclosionadas en el entorno de los movimientos del 15 M, merced al impulso de las minorías dirigentes de Podemos y sus laboratorios de intelectuales, viene perfilando y acentuando el potencial revolucionario del precariado y su alianza táctica con el proletariado residual.

En esta labor, los dirigentes de Podemos, y sus cenáculos académicos y mediáticos, conforman el “intelectual orgánico” que elevaría y trasladaría la conciencia colectiva de ambas clases, de virtualidad revolucionaria, en una nueva mentalidad común hegemónica de indudable orientación radical-progresista.

En cualquier caso, el marxismo es una ideología elitista que desprecia al pueblo, por entenderlo inculto y alienado. De este modo, los dirigentes de Podemos, como buenos marxistas-leninistas que son, y encantados de conocerse, con toda seguridad contemplan una “agenda oculta”. La cuestión es: ¿Cuáles son sus líneas rojas y los límites de sus ambiciones?