Conviene más que los políticos se dediquen a sus representaciones escénicas para ganarse el sueldo

Redacción (Ana Maria Torrijos; licenciada en Filología Clásica) – La investidura a Presidente de Gobierno, después de los fracasos, Derechas e Izquierdas, sería viable con un candidato de gran solvencia, ajeno a los partidos por la poca valía mostrada por sus dirigentes, y apoyado mayoritariamente por los diputados de la Cámara Baja. Día que transcurre, se constata más el grado de estulticia que domina a nuestra sociedad y se llega a esa conclusión cuando se escuchan las múltiples frases que utilizan los políticos en sus intentos de establecer relación con la ciudadanía. Si esos discursos son machacones, vacíos de ideas, sin argumentos claros en aras de las necesidades del país, no cabe otra conclusión que la señalada, al no provocar en cadena una queja generalizada o un golpe en la mesa con un “¡basta ya!” para ser más gráficos en la repulsa. Sant Cugat, Barcelona (España), miércoles 7 de septiembre de 2016. Fotografía: Los candidato de los principales partidos y coaliciones que intentan acceder al gobierno del Reino de España, Mariano Rajoy Brey (i, pp), Pablo Manuel Iglesia Turrión (C-arriba, Podemos), Albert Rivera Díaz (C, abajo, Ciudadanos) y Pedro  Sánchez Pérez-Castejón (d, PSOE). Archivo Efe.

Seguimos abstraídos en el trabajo o aún en unas jornadas de descanso, ajenos a los movimientos teatrales que emplean tanto unos como los otros del arco parlamentario. ¿Qué nos ocurre? a lo mejor es que conviene más que se dediquen a sus representaciones escénicas para ganarse el sueldo, que a complicar nuestra vida cotidiana; reflexión inusitada a la que llegan aquellos cuantos que aún les preocupa lo que ocurre en las esferas del poder político.

Los avances tecnológicos nos abren nuevos espacios de comunicación y de información, que colocan al hombre en una situación inmejorable para tener a su alcance lo que ocurre en el mundo o para conocer al instante la opinión de algún notable en el campo de la ciencia, de la cultura o de la política. Pero siempre hay un exceso si no se sabe administrar con equidad y ética. Todos, en estos últimos tiempos, tanto los medios informativos, personajes, personajillos, como los ciudadanos de a pie se han lanzado a una carrera vertiginosa para ver quién llega antes a conocer o a dar la noticia. La noticia que es una, incuestionable, acompañada de imagen o no, puede verse suavizada, acentuada y manipulada de tal forma que no se alcance a reconocerla de cómo fue en origen, en el momento de ofrecérsela al usuario. Es lógico en parte que el medio empleado para transmitirla le dé un matiz pero de eso a maquillarla con intención de alcanzar un fin ajeno a lo que plasmaba el hecho o la opinión dada, raya en la inmoralidad informativa. En un sistema parlamentario democrático las libertades, la acción política y la información deben alcanzar un equilibrio tal que permita captar la realidad lo más cercana a ella misma. Uno de los requisitos previos imprescindibles, salvando el acatamiento de la ley, piedra angular de la democracia, es alentar el principio de libertad que el individuo debe gozar para desarrollar su albedrío.

Cuando con la palabra no se atina a responder con total honestidad a través de los medios, sean oficiales, públicos, de entidades o de particulares y no se sabe distinguir el bien del mal ante hechos de vital importancia, el diagnóstico es que esa sociedad ha caído por malos usos en un estado enfermizo de inhibición. Sólo se oyen las voces de los políticos pontificando sobre cualquier tema y un ejemplo claro es la oposición que han mostrado algunos de ellos a la sentencia de los jueces sobre la inhabilitación de Otegi. Se les ha permitido un exceso de protagonismo que sumado a una falta de formación y a un sectarismo ideológico con acentos totalitarios, ha dañado la convivencia democrática. Toda acción humana en libertad necesita unas referencias exteriores legales, éticas o intelectuales, dispuestas a enmendar cualquier desvío posible sea por negligencia, por deliberada intención o por equívoco. Estamos faltos de esas regulaciones precisas para enderezar el diálogo parlamentario, el entendimiento político sobre las mínimas cuestiones básicas, que las hay por mucho que algunos se empeñen en negarlas, y sobre todo faltos de valores para rechazar las frases opuestas a los principios morales que deberían cuidar las relaciones en una sociedad libre. De ahí nacen muchos de nuestros problemas al arrinconar esas normas de humanización sin querer saber el porqué son necesarias, en cambio en su lugar nos hemos saciado de  frases huecas y en el peor de los casos dañinas, que dan al traste con la grandeza del individuo. Al dirigir mal el voto o por votar a los que las manifiestan, estamos permitiendo a individuos faltos de principios, estar presentes o aspirar a estar en los puestos de representación política.

Los recientes movimientos en el ámbito oficial nos han permitido conocer: un acuerdo firmado entre dos formaciones el PP y C’s. Los medios de comunicación y las tertulias han estado centrados únicamente en indicar quién de los dos partidos ha salido triunfador en la firma del acuerdo, el del señor Rivera “el regenerador” o el del señor Rajoy que ha conseguido dulcificar las exigencias propuestas, entre las que se encontraba el inicio de la despolitización de la Justicia, por cierto incluida ya en el programa popular y defendida por el ministro, señor Gallardón, pero nunca llevada a la práctica a pesar de la mayoría absoluta obtenida en las elecciones del 2011. La realidad del momento nos obliga a comprender que el interés estaba en si era bueno para la estabilidad del país el acercamiento de los dos partidos, y no en la apuesta periodística de conocer la fuerza política que podría vanagloriarse del apretón de manos. Falta un proyecto de Nación: entre los ciudadanos por no vivirlo en las instituciones o por no haber tenido la oportunidad de descubrirlo en los planes educativos, que han vaciado o reducido el aprendizaje de la Historia, y entre los políticos por no tenerlo claro o aún teniéndolo, es “más importante” para ellos mantener el poder aunque les obligue a pactar -contra natura- , que ser un leal representante de la unidad de España y de la convivencia. En ese acuerdo de mínimos, no basta saldar el problema con decir que se defiende la integridad del País. Estaba ausente la referencia a la sedición gestada desde las instituciones en Cataluña y a las medidas legales para abortarla, la retirada de las responsabilidades políticas a los que han realizado los actos de vulneración constitucional.

Un discurso de investidura plagado de recovecos retóricos de bajo tono e inspirado en un país desconocido si exceptuamos la mención realizada en el último momento a la unidad de España, puesta en peligro. El hemiciclo presidido por la señora Pastor, los diputados de las distintas opciones, el pueblo a través de las cámaras televisivas y el candidato en la tribuna, requería una oratoria más emotiva y una propuesta más pegada a la realidad. A punto de terminar el discurso, se enfrentó el Presidente en funciones a uno de los problemas más serios, la situación involucionista en Cataluña. No mencionar la ausencia de libertad en las instituciones, en los medios informativos, en la escuela, en el trabajo, le permitió dibujar un retrato idílico de la Comunidad catalana. Enfatizó la ayuda que desde el Gobierno se ha prestado a todos los catalanes, cuando la realidad le desmiente pues ha tolerado que las autoridades educativas de la Generalidad impidan escolarizar a los estudiantes en español como lengua vehicular en los colegios públicos y concertados, a pesar de las sentencias de los tribunales a favor de ese derecho. Un derecho también vedado a todos los restantes españoles ya que obstaculiza la movilidad de las familias por todo el territorio nacional a no ser que se plantease el cheque escolar para que la libertad guiase la elección de centro educativo; el señor Rajoy valora únicamente la ayuda en el dinero, no en defender los derechos individuales y el respeto a la ley. En síntesis, un discurso plagado de argumentos autodefensivos y no de una clara provisión de medios para acometer todas las reformas imprescindibles.

Una intervención posterior de los distintos portavoces, de muy diverso color, plagada de frases mitineras, jocosas, broncas, con momentos de calidad parlamentaria en algunos de los políticos, pero lamentablemente no fue la escena de un debate de investidura con intención de continuidad democrática, más bien parecía en algún momento una subasta de territorios pujando cada político nacionalista por su terruño. La rúbrica por parte de los secesionistas fue la irónica referencia a la Nación española y  la falsa afirmación dada por el nacionalismo vasco “La Nación Vasca es más antigua que la Nación Española”. Los dislates siguen al alza.

La sesión parlamentaria se cerró con un NO mayoritario, y fuimos emplazados a una nueva intentona de apoyo al candidato a la investidura. Unos días de plazo destinados a jalear, jugar y hacer burla de la soberanía nacional. Luego otra negativa se sumó a la primera y continuó la farsa.

El sufragio ciudadano no decide quién o qué partido estará al frente del Ejecutivo, son los grupos ideológicos los que indican la dirección de los distintos gobiernos, dándose el caso que en ocasiones resulta contrario a la opción más votada. Una Democracia secuestrada por unas élites que controlan a los partidos, marcan los puntos programáticos y toman las decisiones que incidirán en nuestra vidas, sin tener en cuenta en muchas ocasiones las necesidades de la ciudadanía.

Buscar un puesto de trabajo, esforzarse en cumplir con él si se consigue el contrato, pagar impuestos, mirar con cierta preocupación el futuro, es propio de los ciudadanos. Los políticos son una “especie” distinta, con menú a la carta. Redactan leyes que les excluye de ciertas obligaciones, montan sociedades en un marco legal opaco, paraísos fiscales y por si acaso falla, herencias recibidas de padres o familiares. Las pantallas de los informativos audiovisuales reflejan con toda claridad a lo que se dedican. Están ya, después de finalizar la comparsa parlamentaria , en campañas autonómicas y posibles generales. No nos faltan los encuadres televisivos, antaño las fotos de familiares o de compañeros de profesión en una estantería o pared de nuestra casa, ahora el de tal o cual partido con el líder delante, rodeado por los figurantes de turno, cumpliendo la ley de paridad, todos “guaperas”, con la frase preparada para el minuto de entrada en antena; si el acto se realiza en un municipio mediano o pequeño, de fondo se seleccionan espacios naturales, árboles, césped al estilo bucólico, por el contrario si es en un espacio urbano, coches en movimiento y viandantes dirigiéndose a sus mil quehaceres, y ellos allí para el instante de gloria en las ondas y media hora más para unos cuantos militantes. El coste es desmedido entre la tarima, el atril, los paneles del logotipo o de la foto del jefe de filas, altavoces, sillas e infinidad de artilugios. A todo esto repetido muchísimas veces, hay que sumar el gasto del día electoral.

La investidura a Presidente de Gobierno, después de los fracasos, Derechas e Izquierdas, sería viable con un candidato de gran solvencia, ajeno a los partidos por la poca valía mostrada por sus dirigentes, y apoyado mayoritariamente por los diputados de la Cámara Baja. Emprender el funcionamiento democrático, realizar las reformas necesarias para apuntalar con firmeza el Estado de Derecho, salir del pozo en que nos hemos metido y retener firmemente en la memoria que en nosotros descansa la Soberanía, sería el camino para recuperar la ilusión perdida y poder llegar a ser una sociedad viva, responsable y eficaz.

septiembre 7th, 2016 by