noviembre 9th, 2016 by lasvoces

Redacción (Ana Maria Torrijos; licenciada en Filología Clásica) – Mezquinos son quienes argumentando intereses sectarios, partidistas o de otra índole, se agarran a “España es un concepto discutido o discutible”, como si se tratara de dilucidar entre un término gramatical u otro, entre cuestionarnos ir en Ave o en avión, cuando lo que se está haciendo es intentar dinamitar los muchos siglos de historia y lo que es más importante, romper los lazos que nos han unido generación tras generación. San Cugat de Vallés (Barcelona), miércoles 9 de noviembre de 2016. Fotografía: La nueva ministra de Sanidad y Servicios Sociales, Dolors Montserrat Montserrat, durante jurando la Constitución Española ente el presidente del Gobierno, los presidente del Congreso de los Diputados y del Senado junto a su Majestad el Rey Felipe VI en la Casa Real del Reino español este viernes 4 de noviembre de 2016. Efe.

La Constitución de1978 establece en España un régimen democrático liberal y desmantela el autoritario que había regido durante bastantes años. La ilusión y la esperanza de una convivencia en libertad fue aprobada por todos los ciudadanos.

Este texto legal que nos dimos, seguía la senda que se había iniciado en Cádiz en 1812. En aquel momento se arrinconó el criterio basado en el origen familiar y en el de territorio para incorporar por primera vez el criterio del mérito individual y personal. Hizo acto de presencia la nación en sentido moderno y la soberanía nacional en lugar de la del rey.

Sólo Estados Unidos y Francia precedieron a España en esa singladura, en ese cambio histórico. Hecho que debería enorgullecernos, claro está, si lo conocieran todos los ciudadanos. La falta de aprendizaje de nuestra Historia es indescriptible.

Hace tan sólo unos días, se organizaron manifestaciones contra las reválidas de la Reforma Educativa, exhibiendo pancartas con faltas de ortografía aunque ninguna exigiendo más calidad en la enseñanza. La autoridad del profesor, dañada ya por las predisposiciones que se tomaron en los planes de estudio anteriores, se ha visto puesta en tela de juicio por la iniciativa de la asociación de padres de la escuela pública, al boicotear los deberes en el fin de semana. La mediocridad en las aulas es el más evidente síntoma de lo que ocurre en el ámbito político-social.

En los plenos del Congreso es corriente ver y oir a algún diputado con vítores a su Comunidad autónoma, y detrás de él una tirada de imitadores con parecida iniciativa. Se han olvidado o ignoran que representan a toda la ciudadanía y que en las Cámaras autonómicas es donde se deben debatir los problemas de cada territorio.

Pero produce más impacto mediático la estridencia, el exabrupto, la camiseta con un eslogan, el gesto revolucionario y el “som una nació” en la Cámara nacional.

Parlamentar carece de significado por haberse dejado a un lado todo lo que concierne al conjunto de los ciudadanos. El concepto de unidad se ha extirpado de la conciencia de los representantes públicos y si en algunos aún se mantiene, no la dejan aflorar por si acaso lo confunden con un tic de antaño.

Es de admirar cómo en el resto de Europa y en América, el nombre del país auna a toda la población, mientras nosotros no somos capaces de decir el nombre del nuestro. Vocablos alternativos no nos faltan y si no fuera así los sacaríamos de donde pudiéramos. El más al uso es “este país” y nos quedamos tan contentos.

Poco a poco se ha ido vaciando de contenido nuestra existencia en común, a la espera de que una bocanada de aire lanzada por los aprendices de diputados, nos empuje a la deriva y lo peor es que no podamos volver atrás.

No estaríamos tan apaciguados, aparentemente, si tuviéramos plena seguridad de que ese desmantelamiento al alcanzar su límite, nos privaría de los derechos básicos reconocidos.

Hoy por hoy, lo que avala la convivencia social y la igualdad de cada uno ante la ley, es un texto redactado: de unas cuantas páginas, ciento sesenta y nueve artículos más el preámbulo y unas pocas disposiciones. Breve escrito pero de gran calado, la Carta Magna.

Ahí está el fruto de la evolución de la conciencia humana desde que existe y también está en ella el sistema político que se ha conseguido después de siglos de civilización. Mejorable sin ninguna duda, más ahora es éste el resultado presente y merece conservarlo si no queremos volver a la barbarie.

Lo difícil de comprender es que algunos argumenten ante sus ilegalidades y ambiciones, el desapego a España y otros la identifiquen con un régimen concreto por no haber sabido su mente adecuarse a lo que merecen los tiempos.

Si Alemania está por encima del pasado nazi y Francia del régimen del terror de Robespierre, es inconcebible que entre nosotros existan colectivos incapaces de saber distinguir lo que es ropaje circunstancial, perecedero, un régimen, de lo que es el continente, un país.

Si hubieran seguido por esos derroteros nuestros antepasados, España no existiría desde hace tiempo, pero no ha sido así. El periodo visigótico, los muchos siglos medievales, la monarquía absoluta, la etapa de la restauración, las varias guerras civiles, la etapa franquista, han sido jalones de una historia común que nos obliga a seguir y adecuar el Estado de Derecho a nuestro presente.

Mezquinos son quienes argumentando intereses sectarios, partidistas o de otra índole, se agarran a “España es un concepto discutido o discutible”, como si se tratara de dilucidar entre un término gramatical u otro, entre cuestionarnos ir en Ave o en avión, cuando lo que se está haciendo es intentar dinamitar los muchos siglos de historia y lo que es más importante, romper los lazos que nos han unido generación tras generación.

¡Ya tenemos Gobierno! Expectación, periodistas, cámaras, lista de ministros y a los ciudadanos que han acudido a las urnas en dos ocasiones, que han soportado los malabares de los políticos, sus frases ambivalentes, que han visto desde sus trabajos, desde sus casas pasar los meses en un estado de ánimo cansado, con malhumor y preocupados, no se les ha tenido en cuenta ni se les ha concedido unos minutos, ni una frase de aliento ni un corto discurso al terminar el Presidente su encuentro con el Rey, en el escenario del protocolo habitual.

El Rey es el jefe del Estado pero, en los ciudadanos reside la soberanía nacional. De ahí el respeto que se merecían en ese momento importante. Y el nuevo Presidente con un comunicado en persona hubiera estado a la altura de las circunstancias.

No se nos ha indicado las prioridades a afrontar por el nuevo ejecutivo, las posibles o las deseadas. El verso suelto, al jurar los trece altos cargos en presencia del monarca Felipe VI, por si no lo habíamos apreciado, fue recitado por la señora Dolors Montserrat al enfatizar que ella era el acento catalán en el gobierno, la cuota catalana como se decía en otras ocasiones.

Ridículo a todas luces a pesar de haber sido dicho con la sonrisa de un rostro joven. Los acentos, las regiones, las peculiaridades culturales, los paisajes costeros o del interior, no tienen preferencia en el escenario nacional, lo prioritario es gestionar bien y afianzar la precaria unidad del Estado.

En democracia las formas son tan importantes como lo son también los contenidos. Pero en estos momentos parece que sobra todo lo que ha costado conservar, todo lo que ha formado la cultura del hombre, todo el bagaje que se ha ido consiguiendo lustro tras lustro.

Los autodenominados nuevos arrasan, están en su proyecto de “asaltar el cielo” o de “educar en la tribu” pero lo inaudito es que los calificados la casta hagan dejación de algunos procedimientos que están incluidos en el seno de una sociedad desarrollada y democrática.

Una Nación requiere: Ley, Libertad, Igualdad y una sociedad dispuesta a mantener la convivencia. Pero es imprescindible que las fuerzas políticas mayoritarias, las que reúnen mayor número de votos, en la izquierda y la derecha, no cuestionen la existencia de esa nación por ser la representación de los derechos ciudadanos, educación, sanidad, justicia, solidaridad, pensiones.

Todo aquel colectivo, grupo o grupúsculo que cuestione estos valores clave no pueden ser apoyados en el proceso democrático.

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