Category: Opiniones

septiembre 12th, 2015 by lasvoces

Fernando José Vaquero Oroquieta.  Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología; Autor de los libros: ‘La Ruta del Odio. 100 Respuestas claves sobre el terrorismo’ y ‘¿Populismo en España? Amenaza o Promesa de una Nueva Democracia.

¿Qué ha pasado en Navarra? Una interpretación metapolítica

No pocos lo temían. Algunos ya lo sabían. Muchos se resignaban ante lo que se presentaba como inevitable. Y otros tantos ¡por fin! esperaban ansiosos, hasta el revanchismo y la fanfarronería, la ocasión durante décadas perseguida.

Aunque, periódicamente, sonaban las sirenas de alarma, se confiaba en que “ello” no se materializaría: un golpe de suerte, unFernando José Vaquero Oroquieta, ¿qué está pasando en navarra. Una interpretación metapolítica error demoscópico, una inverosímil recuperación del PSN-PSOE, una inesperada buena cosecha de voto del miedo…

Pero, el 24 de mayo pasado, las listas abertzales sumaron más votos que en ocasiones anteriores, el Parlamento Foral de Navarra se fragmentó todavía más, la irrupción de Podemos dio la puntilla definitiva a la “teoría del quesito” (única estrategia desarrollada por los partidarios de la aproximación UPN-PSOE en torno a intereses políticos comunes de gobierno frente a la progresiva marea independentista)… y el torpedeo mediático a Ciudadanos quemó la última posibilidad –a la desesperada- de un empate que aplazara lo inevitable.

Ya están aquí: una Presidente del Gobierno de Geroa Bai y un alcalde de HB Bildu en Pamplona. Por no hablar de análogos resultados en la mayoría de ayuntamientos navarros que confirman la debacle regionalista y del PSN-PSOE.

Se ha argumentado que, en realidad, los secesionistas sólo habrían ganado unos escasos miles de votos; de modo que el desastre no habría sido tal. Como primer análisis tranquilizador pudiera servir…, pero la realidad es que el nacionalismo vasco se ha instalado en la centralidad del poder político de Navarra; y lo ha hecho con ganas, sin complejos y sin fisuras. Es más, esa profecía que aseguraba, en diversos medios sociales, que los triunfadores difícilmente encontrarían colaboradores cualificados, dispuestos a secundar sus políticas, en los más altos niveles de las administraciones, por lo que se viene publicando, tampoco ha funcionado.

La pregunta que muchos se siguen planteando -tanto fuera como dentro de Navarra- es: ¿cómo ha sido posible este vuelco histórico, aparentemente desastroso, que llega a cuestionar, incluso, la viabilidad de la propia España a medio o largo plazo? De entrada, insistimos, no ha habido tal vuelco: se veía venir. La irrupción de Podemos, el avance electoral de las listas secesionistas, el desgaste de UPN -acaso menor del que mereciera por sus inmensos errores-, el aplanamiento de PSN-PSOE hasta devenir innecesario, el fracaso sin paliativos de PPN y Ciudadanos, el mantenimiento de I-E…, todo ello explica cuantitativamente la remodelación de fuerzas y el recambio en el Gobierno.

Pero, lo que viene produciéndose desde hace décadas, y que sustenta tales resultados políticos, no es otra cosa que una larga y no siempre sorda lucha por la hegemonía cultural y política.

Es una perspectiva ideológica -que apenas ha interesado al centro-derecha- que el comunista  italiano Antonio Gramsci reelaboró, en la década de los años 30 del siglo pasado, al servicio de transformaciones culturales y sociales en democracia, plasmadas en profundos cambios de la mentalidad común que precederían –desde esa elaboración doctrinal- todo avance hacia la utopía radical-progresista-comunista.

El gramscismo –muy vivo como estrategia de las izquierdas desde los años 60 y 70 del pasado siglo- pretende modificar la mentalidad común, lo entendido como razonable por la mayoría de la población, en aras de sucesivos contravalores radical-progresistas. Producido el cambio cultural, inevitablemente la hegemonía política cambiará de signo.

A nivel planetario, la confrontación es evidente: la ideología radical-progresista, devenida en lo “políticamente correcto”, frente a las diversas manifestaciones locales y universales de “la reacción”. En Navarra y Vascongadas, la lucha por la hegemonía se estableció también en torno a otro eje: nacionalismos secesionistas “progresistas”, frente españolismos “trasnochados”; olvidémonos de ensoñaciones y sucedáneos “napartarras” y análogos. La confluencia de ambos ejes generó no pocas paradojas: recordemos el papel histórico y la rapidísima evolución ideológica del PNV en su carrera por el liderazgo del conjunto del secesionismo, su ambigüedad –cuando no evidente perversión- ante el terrorismo perpetrado por sus “hijos díscolos”, sus sucesivos pactos políticos con diversos gobiernos españoles. A este doble eje, se ha sumado últimamente, el de “los de abajo” frente a “los de arriba”, catalizado por el marxista-leninista-transformista de Podemos. Tales ejes en confrontación, junto a los evidentes avances electorales de secesionistas e izquierdas radicales, han permitido la conformación de este “nuevo” panorama político navarro; que ofrece ambigüedades inquietantes. Por ejemplo: Podemos, que apoya el “derecho a decidir”, ¿será otra fuerza secesionista más llegado el caso? ¿Y qué pasa con ciertos sectores de I-E?

A lo largo de las últimas décadas, UPN –el centro derecha- y el PSN-PSOE –la socialdemocracia local-, han coronado la hegemonía política; pero renunciando a la batalla por las ideas que -salvo cierta presencia socialista en la UPNA, grupitos de la Iglesia y algunas otras esferas “independientes” de la sociedad civil “clásica”- se desplegaba desde numerosas plataformas político-culturales radical-progresistas y, particularmente, desde las diversas familias secesionistas.

La voz de alarma ante semejante realidad se escuchó en no pocas ocasiones –hace ya bastantes años, incluso- y fue lanzada por personas y entidades que supieron mirar el futuro sin prejuicios; pero cayó en el vacío. Es más, las escasas iniciativas que pretendían contrarrestar esa “marea” en ciernes –recordemos la flamante Sociedad de Estudios Navarros- fracasaron estrepitosamente.

Cualquier navarro o foráneo, buen conocedor de la realidad de la calle, era bien consciente de la movilización social y cultural permanente -hasta el agobio- de esas izquierdas gramscianas, de su presencia abrumadora en los espacios públicos, y de su penetración en sectores cada vez más amplios de la población navarra; además de su permanente y tozuda labor político-institucional. Y no olvidemos la brutalidad terrorista que coadyuvó –y no poco- tales avances.

Una de las primeras medidas de los secesionistas en el poder ha sido la legalización de Euskalerria Irratia, tras muchos años de polémicas legales y administrativas, que, pese a ello, venía emitiendo desde 1988. Los medios de comunicación, especialmente el nuevo Boletín Oficial de Navarra (perdón, me refería al Noticias de Navarra), lo han celebrado con alegría desbordada y sorna. Pero no nos quedemos en tan previsible reacción: lo relevante es que esta empresa cultural, al servicio de un idioma entendido como herramienta de cambio cultural y “construcción nacional”, ha sido punta de lanza incansable de una de tantas “comunidades” de intereses políticos, afectos personales y trabajos culturales que ha agrupado a 11 profesionales, 200 colaboradores y 1.000 suscriptores que apoyan la emisora económicamente mediante Euskalerria Irratia Elkartea. La citada EIE es una de tantas comunidades de trabajo y vida de finalidad metapolítica al servicio de la construcción nacional vasca a caballo de las ideas radical-progresistas en boga: ecologismo, altermundialismo, ideología de género, identidad frente determinadas formas de globalización…

Por el contrario, ¿cuántas iniciativas se han impulsado desde ambientes conservadores e incluso socialdemócratas en Navarra? Por vocación, y acaso por rutina, en tales ambientes lo habitual es volcarse en la vida familiar, la APA, la profesión, el desarrollo espiritual y personal, el confort material, y algunos… en la política institucional. Y no necesariamente los mejores.

La principal fuerza no secesionista, UPN, para regocijo diario de los comentaristas del nuevo B.O.N., no supera su desconcierto y desmoralización. Todos hablan de renovación, de caras nuevas (aunque de momento no se nos hayan mostrado ninguna), de ideas distintas, de retomar la relación con la sociedad civil, de trabajar en las instituciones. El PPN, como si nada, permanece en la insignificancia y la autocomplacencia. Al Ciudadanos, “refundado”, no le dejarán, entre todos, dejarse oír. Y VOX, pero, ¿acaso existe? No obstante, a todos ellos les une una actitud semejante: su absoluto desinterés por la batalla de las ideas, por esa lucha por la hegemonía cultural primero, y, después, política. Y no se hagan falsas expectativas: no por copar las instituciones políticas aflojarán los secesionistas en su lucha cultural y callejera.

Con todo, se ha elaborado, estos últimos días, algún atípico –por infrecuente- análisis de la realidad presente y futura de la Comunidad Foral. Es el caso de Javier Lesaca Esquíroz con su texto “Navarra, mucho más que una batalla identitaria”. Pero es inevitable preguntar: tratándose de un ex-alto cargo de Educación del último Gobierno de UPN, ¿no pudieron hacer más?  Su análisis es impecable. Incluso apunta algunas vías de acción y respuesta a la emergencia navarra que precisa no sólo trabajo institucional eficaz, por parte de los maltrechos partidos constitucionalistas, sino de labores sectoriales, núcleos de defensa de la Historia, la legalidad, el pluralismo y la libertad en sus diversas expresiones.

Ahora mismo bullen las redes sociales, denunciando dudosas prácticas de los recién llegados, e incluso se ha editado ya el número 2 de La Resistencia, una pequeña revista elaborada por un grupo de jóvenes sin filiación política que, en sus escritos, ya anticiparon, en su día, mucho de lo que ya está sucediendo: en definitiva, en esos sectores apoltronados, supuestamente a resguardo del poder y habitualmente pasivos, algo se mueve.

En el plano estrictamente político, en los próximos meses, la batalla de UPN será interna: candidatos a la presidencia y órganos directivos, delimitación de facciones, asamblea, campaña electoral nacional con o sin el PP, acaso congreso extraordinario, una o dos elecciones de la presidencia del partido… Un tiempo perdido –me temo- para afrontar esas cuestiones decisivas que ha puesto sobre el tapete el anterior analista. Entonces, y tras lo que resulte de este confuso proceso partidario, el lúcido análisis de Javier Lesaca, ¿será escuchado y entendido por los nuevos líderes, cuadros y militancia de UPN? ¿Diseñarán nuevas tácticas? ¿Aportarán medios y estructuras para tan imperiosas necesidades? ¿Apoyarán e impulsarán a la sociedad civil?

No se trata de una misión imposible: si miramos al vecino francés, sorprende la enorme floración de iniciativas socio-culturales, escuelas de pensamiento y múltiples entidades comunitarias nacidas desde las diversas derechas, que se reclaman como tales, y sin complejos. Todo ello, además, con sus buenos réditos electorales. Y no es caso único.

Y el PSN-PSOE, por su parte: ¿sacará fuerzas para superar su estado catatónico en permanente declive y ausencia de vigor?

No olvidemos un último equívoco. Cuando hablamos de sociedad civil, no todos lo hacemos en el mismo sentido. Para los secesionistas y radical-progresistas de obediencia gramsciana, sociedad civil es la mencionada EIE y similares; pues sirven al cambio cultural que persiguen. Otras entidades, por ejemplo una asociación católica de padres, únicamente sería –para estos budas gramscianos- el residuo de un tiempo pasado a abolir por completo.

Que no nos engañen, también, con palabras envenenadas.

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septiembre 7th, 2015 by lasvoces

Ana María Torrijos Hernández, licenciada en Filología Clásica.

El uso perverso del lenguaje por la clase política

Sondeos, debates, ranking de candidatos, discursos, réplicas, promesas a cual más delirante, es y será el menú que nos servirán cada día, con la colaboración de los medios audiovisuales que por la puja en la audiencia, nos ofrecerán espacios políticos al estilo de festivales mediáticos, todo edulcorado o salpimentado en estos momentos con constantes referencias, a España o a lo español -vocablos considerados por los sesudos estrategas de marketing, una técnica de máxima rentabilidad, para conseguir “una cátedra política”-; esta avalancha arrasará ahora con furia no antes, a pesar de los constantes avisos que adelantaban la inestabilidad institucional.

Una de las múltiples causas que nos ha impedido protagonizar y defender con intensidad nuestro debilitado y enfermizo presente, es el uso perverso del lenguaje por parte de la clase política con el único propósito de ocupar parcelas de poder y rapiñar vilmente; una tergiversación de las palabras y sus significados se sembró desde los aledaños de la política, con insistencia metódica para que cuajase en un espacio social falto de ideario, ilusión, orgullo de pertenencia y sin legado para las próximas generaciones.

Desde el principio del proceso constitucional, la izquierda ha sido incapaz de pronunciar el nombre de esta vieja nación, España, una de las primeras que vió la luz en Europa, la que con todos sus fallos ha dado a la humanidad loables ejemplos de valor, generosidad y de ética, desgraciadamente no enseñados, defendidos ni potenciados por sus propios adelantados políticos, intelectuales, artistas, profesionales… y a esa entidad territorial en el extremo occidental del viejo continente europeo los socialistas y sus adláteres la empezaron a llamar País o en algunas circunstancias de lo más pintorescas, por ejemplo para ubicar en el espacio el informativo meteorológico, Estado. A todo ello hay que sumar la puntilla dada por los independentistas con el reiterado eslogan “España nos roba” ya que no hay acto más mezquino que -el usar su verdadero nombre para ofenderla- Así se inició el desmantelamiento de nuestro ser como nación y colectivo en el mundo; el siguiente paso fue el rechazo a la bandera, al suplirla en manifestaciones de toda índole por una variedad de insignias desde las republicanas, las de partido hasta las comunistas. A tal comportamiento de la izquierda se suman el de los más notorios nacionalistas, vascos y catalanes, sacando nuestro símbolo común de los lugares institucionales o quemándolo en sus aquelarres secesionistas. En la carrera de demolición se incorporó, para no ser menos, la derecha en detrimento de la legalidad, de su programa y sobre todo de los ciudadanos, y encontró muchos momentos propicios para demostrar su cobardía, el más simple fue el dar órdenes de sustituir la bandera española en sus congresos, asambleas, mítines por enseñas con el color y logotipo de la fuerza política.

El siguiente paso fue renunciar al gran legado lingüístico que representa la lengua española: los primeros indicios en esa andadura fue el incluir en la Carta Magna el concepto “nacionalidades históricas”, después se agregó la posterior concesión a las autonomías de ciertas competencias en educación, luego se vació a la Alta Inspección de sus obligaciones y se permitió que reglamentos de inferior categoría en materia de lengua, priorizasen ante las leyes que regulan el uso del idioma común y oficial en todo el territorio español; el reciente desaguisado ha sido la ley Wert que minimiza el gran problema que representa la inmersión lingüística obligatoria en catalán, por el sólo hecho de privar a todos los niños catalanes de un gran legado cultural a nivel mundial – el Español-, la primera lengua materna usada en más países-estado y la segunda hablada por mayor número de personas. Creer en la libertad y defenderla sería el inicio de la recuperación en este ámbito y por supuesto hacer cumplir el marco legal que sustenta el Estado de derecho.

En un actual ambiente de caos o por lo menos de desorientación, aparece en la prensa escrita una reflexión y aviso del expresidente del gobierno el señor Felipe González; ¡sea bienvenido!, pero hubiera hecho falta haber actuado en su momento, durante su largo mandato, el más largo de la etapa democrática, cuando ya se estaban dando las primeras irregularidades que no por ser las primeras eran las menos dañinas… no debemos estar obligados los ciudadanos a agradecerle, el que se haya dignado a hacer un lapsus en su dorado retiro, rédito de su paso por la política, y sobre todo por haber redactado un comunicado sin reconocer sus fallos ni señalar a su partido como uno de los artífices pioneros del marasmo en que se ha colocado a España. ¡Calle, señor González!, ¡no nos ofenda!, somos un pueblo que merece respeto, le rogamos que no vuelva a dar con ligereza el calificativo de nación. No podía faltar en este certamen de artículos, el firmado por el otro miembro de la famosa pareja socialista en la primera etapa democrática, Alfonso Guerra, con un lenguaje más directo y punzante para las conciencias pero después de haber ocupado durante muchos años, en un continuo sesteo, un escaño ignorado en el Congreso de los Diputados.

Se diseñó el Estado autonómico sin contrapeso explicito de no rotura, se fracturó el partido socialista con el apéndice PSOE-PSC que tuvo consecuencias negativas para el socialismo español pero también por contagio para otras fuerzas políticas… de ahí surgió la primacía de la división frente a la unión, y se disgregarón las competencias fundamentales del Estado, los activos de nuestro patrimonio económico, cultural y de convivencia para mayor honra de politiquillos y mercaderes. Para ser atinados en esta dolorosa reflexión, hay que decir que Ustedes, señor González y señor Guerra, no fueron los únicos responsables ya que el expresidente señor Aznar, con el uso del catalán en familia, también ahondó en el daño institucional, primero alejando de la política nacional al único defensor de lo español y de las libertades ciudadanas en Cataluña, al diputado autonómico Alejo Vidal-Quadras y en segundo lugar mermando la presencia de las instituciones del Estado central en esta comunidad. El señor Zapatero, muy aficionado a los pactos, acabó de inmovilizarnos por medio de acuerdos con los amantes de la violencia y el apoyo a un nuevo Estatuto catalán, emulado pronto en alguno de sus puntos por otros dirigentes autonómicos. Por último en la escalada de dislates encontramos al señor Rajoy al haber estado ausente ante la opinión pública durante la mayor parte de su legislatura y no haber asumido las importantes obligaciones de Estado que le han dado los ciudadanos con el voto y además por no haber aplicado las leyes que le otorga el marco jurídico.

Todos a punto, unos para llegar a la tan ansiada Moncloa, otros para tener más representación, se esfuerzan en introducir retoques en los comportamientos, en las formas, en los candidatos y en la oratoria, cuando lo que cabría es un acuerdo nacional para emprender la reforma y la regeneración pertinente. La maquinaría de las encuestas echan humo semana tras semana, fijas las miradas en la subida o bajada de los índices, una verdadera farsa política pues llevamos ya muchos años de declive y nadie se inmutaba, no se quería ver el abismo al que nos acercábamos.

Estos ajustes forzados no pueden permitir que se olvide lo que de negativo se ha realizado o lo que no se ha hecho a su debido momento. La impunidad fomenta más impunidad, y el proceso de deterioro se debe abortar; es obligado repasar, todas las veces que sea, la trayectoria política realizada, valorarla, destacar lo desechable, cueste lo que cueste y tomar la solución que creamos más beneficiosa. No podemos volver a la tensión institucional vivida durante tantos años, a la falta de libertad y a la desigualdad de derechos de todos los españoles. No podemos poner en entredicho la existencia de nuestra nación. No podemos enfrentarnos al escuchar las consignas de ideologías disgregadoras o revanchistas. No podemos permanecer sin un modelo de convivencia común ilusionante. No podemos colaborar sin lealtad a las reglas democráticas.

El sistema rezuma leyes, normas, reglamentos… que ralentizan en ocasiones el ritmo diario, consecuencia del excesivo número de cámaras legislativas y de sus correspondientes legisladores. Con sorpresa nos insisten de palabra estar faltos de rapidez en el funcionamiento de la justicia, de capacidad para vetar acciones delictivas que dañen la vida pública y en especial nos hacen creer en un vacío legal para impedir un golpe directo a la soberanía nacional. Dos años de continuas presiones, retos constantes, manifestaciones disciplinadas en el odio, un sin fín de comunicados contra la unidad nacional, marchas nocturnas de antorchas por la independencia, todo dirigido o subvencionado por la Generalidad… y ahí está la sorpresa, sin intervención de la Fiscalía, sin que el Presidente del Gobierno haga ademán de cumplir sus funciones constitucionales a pesar de tener artículos disponibles en el marco legal. Y nos pretenden convencer en este instante que es necesario una reforma del funcionamiento del Tribunal Constitucional… un tribunal politizado, lento y poco dispuesto a tramitar según que recursos, una reforma, en vez de aplicar con firmeza todo lo que el Estado con su abundante normativa nos ofrece. Lo imprescindible es interpretar el motivo que ha inducido a los dirigentes de las fuerzas políticas más representativas a no querer ver, saber, señalar ni condenar los actos contrarios a las pautas ajustadas a la ley; si no lo hacemos estaríamos redactando el epitafio del proceso democrático.

La Constitución en los artículos 20, 21, 22, 23 protege las libertades públicas de expresión, de reunión, de asociación, de participación y nos anima a asumir esos derechos si antes por nuestra desidia o despreocupación no lo hemos hecho. Concluidos los últimos comicios, la situación es difícil y más difícil lo será entre el 27S y el posible 20D. Si no sabemos conjugar la cordura y a la vez la valentía en los días decisivos y aislarnos del poder mediático del entorno, sólo nos queda esperar que la bondad de la diosa Fortuna , según los clásicos, reparta suerte.

Ana Maria Torrijos

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agosto 29th, 2015 by lasvoces

José Eulogio López Escribano, Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Actualmente es fundador y director del diario católico independiente de información general, Hispanidad.com.

El suicidio de Occidente se cita en Fuenlabrada

•Así muere una civilización, la cristiana: por rendición, sin lucha.
•El nuevo delito de incitación al odio ha creado un cuerpo de delatores profesionales e interesados.
•Y gratuito, porque es el Estado español quien les paga sus venganzas y sus censuras.
•Nadie va a ir a la cárcel, según el artículo 510 del Código Penal, por Cristofobia, pero sí por homofobia, por machismo o por islamofobia.
•Conclusión: somos gilipollas.

Cuatro años de prisión. Vamos, que si criticas la sodomía estás incurriendo en homofobia, según el sutil argumento de esos lobbies que nos llevan aEl suicidio de Occidente se cita en Fuenlabrada, Foto José Eugenio López decir cosas tales como aquella de que si criticas la homosexualidad estás incitando al odio contra el homosexual y si criticas la pobreza estás criticando al pobre… cuando es justamente lo contrario.

Ojo, no te perseguirá el lobby gay, el lobby feminista o el lobby islámico: ellos iniciarán el proceso pero te perseguirán la policía y los tribunales, con toda la fuerza represora del Estado puesta al servicio de minorías interesadas. En Barcelona ya funciona un fiscal para delitos de odio, que no se preocupa de los atentados contra la libertad religiosa: sólo de implantar por la fuerza, la fuerza coercitiva de la justicia, la ideología de género.

Con las mujeres pasa algo parecido: se te ocurre criticar al feminismo y estás incurriendo en violencia machista: serás condenado a penas de hasta cuatro años de prisión.

Este artículo del Código Penal no sólo constituye una ley mordaza en toda regla: significa el final de la civilización occidental, es decir, de la civilización cristiana. Insisto: es censura más grave que la de cualquier dictadura.

Concreción: los guindillas de Fuenlabrada. Todos con un lavado de cerebro impresionante (espero que esto no sea entendido como delito de odio) por bandera: los componentes de cuerpo tan progresista aseguran ante la cámara que hay que conocer a la gente para “defender la diversidad” (¿Diverso de quién?). Uno de ellos nos asegura que la eficacia de la unidad depende de que todos sus miembros hayan asumido esos principios.

Es más, en un momento dado entra en escena un musulmán quién nos asegura que, en cuanto ven “algo raro”, ya saben a quién acudir: es decir, que estamos ante un delator profesional que utiliza el poder del Estado, del Estado español, para arremeter y vengarse de todo aquel que se atreva a hablar, por ejemplo, de que el Islam es el credo e ideología de terroristas que han asesinado a muchos españoles. Sólo un 11 de marzo de 2004 asesinó a 193. Porque si dices esto, estás fomentando el odio al Islam. Es más, si dices cualquier cosa que no me guste, estás fomentando el odio: te denuncio y acabas en la trena. Y a mí me sale gratis la cosa porque los gastos corren a cargo del conjunto de los españoles.

Con todo respeto: somos gilipollas. No, no hablo de los lobbies gay, feminista o musulmán: hablo de nosotros, los cristianos occidentales, hablo del suicidio de Occidente. Todos calladitos: nosotros mismos nos colocamos la mordaza y nos autoflagelamos.

José Eulogio López Escribano

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agosto 2nd, 2015 by Manuel I. Cabezas González

Evaluación y Revaluación

Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas
Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada
Departamento de Filología Francesa y Románica
Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)

En enero de 2012, el que suscribe denunció el engaño y la estafa perpetrados con los nuevos planes de estudio del denostado plan de Bolonia.Evaluación y Revaluación Por otro lado, en junio de 2013, puso en tela de juicio la leyenda urbana según la cual los jóvenes españoles de hoy eran la “Generación JASP”, la generación más y mejor formada de la historia de España. Además, en noviembre de 2013, analizó el sinsentido y la “a-funcionalidad” de las pruebas de acceso a la universidad (PAU), comparándolas con el exigente y selectivo GAOKAO chino. Finalmente, en junio de 2014, se preguntó qué futuro espera (“… y ahora, ¿qué?”), en general, a los graduados españoles con la formación que han recibido en la universidad. Hoy, para continuar llevando el agua al mismo molino, quiero poner bajo mi microscopio un aspecto concreto de la enseñanza universitaria a la boloñesa: el de la evaluación-revaluación de los aprendizajes de los estudiantes.

Tradicionalmente, tanto en la universidad como en los estudios no-universitarios, el mes de junio era la época de la cosecha escolar. Los alumnos “hormigas-hacendosas” recolectaban el fruto de las buenas notas y podían disfrutar merecidamente del “dolce far niente” veraniego. Sin embargo, los alumnos “cigarras-jaraneras” recogían sobre todo, según la jerga estudiantil, “calabazas”; por eso, éstos tenían que pasar el verano preparando los exámenes de septiembre, para recuperar el tiempo perdido y asimilar los saberes no adquiridos.

Hoy, las cosas han evolucionado en todos los niveles educativos y los veranos no son lo que eran para los estudiantes “cigarras-jaraneras”. Para ilustrar este cambio, voy a tomar como ejemplo paradigmático e ilustrativo la evaluación y la revaluación en la materia “Uso de la lengua francesa escrita”, una de las asignaturas obligatorias para los alumnos de Grado de Estudios Franceses de la UAB. Desde hace 4 años, con los nuevos planes de estudios “a la boloñesa”, muchas cosas han cambiado en la enseñanza universitaria; incluso, en lo relativo a la evaluación y la revaluación de los aprendizajes de los alumnos; pero, para peor. En efecto, los exámenes de septiembre han sido eliminados y, en su lugar, se ha establecido la revaluación en junio.
 
Según la RAE, evaluar consiste en “estimar los conocimientos, aptitudes y rendimiento de los alumnos”. Para ello, según la Guía Docente del Grado de Estudios Franceses, en la asignatura precitada y en la mayor parte de las asignaturas, se debe utilizar la evaluación continua. Por eso, el profesor debe tomar en consideración todas las actividades realizadas por los alumnos a lo largo del curso: tanto los exámenes parciales como los trabajos entregados al profesor y las actividades realizadas en clase. Ahora bien, será considerado 2no presentado” el alumno que haya entregado menos del 30% de los trabajos pedidos por el profesor y que haya realizado menos del 30% de los exámenes parciales.

Sin embargo, aquellos alumnos que, habiendo utilizado la evaluación continua, hayan suspendido una asignatura, tienen derecho a la revaluación y los profesores tienen la obligación de hacerla. Pero, entre la revaluación y la última prueba de la evaluación continua debe haber transcurrido, como mínimo, una semana. Esto es lo que dice, en general, la “letra” de la Guía Docente sobre la evaluación y la revaluación de cualquier asignatura; y, en particular, de la asignatura precitada. Además, según otra normativa, los alumnos revaluados negativamente tienen derecho a exigir una “revisión extraordinaria” de la revaluación, revisión llevada a cabo por un tribunal compuesto por tres profesores.

 A pesar de lo  que dice la “letra de la normativa” vigente, yo siempre he intentado aplicar, sobre todo, el “espíritu de la letra” de la misma, en cada una de las asignaturas que he impartido. Por eso, en cada una de ellas, siempre he argumentado y dejado claro ante los estudiantes que la evaluación más adecuada —teniendo en cuenta la naturaleza, los objetivos, el programa y la metodología de las asignaturas— es la evaluación continua, sin posibilidad de revaluación, una semana después. Desde hace cuatro años y en todas mis asignaturas, todos los alumnos, y digo todos, han estado de acuerdo con esta propuesta lógica, razonable y razonada, y ellos y yo la hemos aplicado a rajatabla.

Ahora bien, el pasado mes junio-2015, un estudiante de la precitada asignatura rompió la baraja e hizo valer, ante la Coordinadora de Titulación del Departamento de Francés, la “letra” de la Guía Docente en detrimento del “espíritu” de la misma y del acuerdo adoptado el primer día de clase del semestre. Y el estudiante se llevó el gato al agua, en base a la letra de la norma. Ante la actitud del alumno y ante la posición de la Coordinadora de Titulación, sólo se me ocurre exclamar: ¡Qué poco valor tiene, hoy, la palabra “ilustrada” dada o empeñada! ¡Qué poco espacio hay, hoy, en la universidad española, para el sentido común, para los argumentos “con fundamento” y las aportaciones de la psicopedagogía y de la didáctica! Esto parece confirmar que “el sentido común es el menos  común de los sentidos” y, por otro lado, que el aforismo “hablando se entiende la gente” no es moneda de curso legal y ha pasado a mejor vida también en el mundo universitario.

Los hechos relatados merecen, al menos, tres comentarios conclusivos, aunque sean lacónicos o “twiteros”. En primer lugar, la figura de la “revaluación”, una semana después de la última evaluación, creo que no es de recibo en la mayor parte de las asignaturas y, en particular, en una asignatura como “Uso de la lengua francesa escrita”, donde lo que está en juego es el uso de la lengua francesa para leer y para expresarse por escrito. Si un alumno suspende, porque no ha adquirido las competencias necesarias para hacerlo y no sabe leer ni redactar en francés (y esto suele suceder también en la lengua materna), ¿qué se puede esperar de una revaluación una semana después? A no ser que confiemos en un nuevo Pentecostés, cualquiera con dos dedos de frente puede colegir, como no puede ser de otra manera,  que se obtendría el mismo resultado. Por eso, nunca he tomado en consideración la revaluación y siempre he preferido atenerme a la evaluación continua, que exige a los alumnos un esfuerzo y una  dedicación constantes a lo largo de todo el curso escolar.

En segundo lugar, debemos constatar una contradicción en la normativa en vigor, relativa a la evaluación-revaluación de los estudiantes. Por un lado, se propone la evaluación continua, que implica la toma en consideración de todos los trabajos y actividades realizados por los alumnos durante el año escolar. Pero, acto seguido, para ser evaluado, sólo se exige que los alumnos hayan realizado al menos el 30% de los trabajos y el 30% de los controles parciales. Exigir sólo esto no es aplicar la evaluación continua; es simplemente un sinsentido; e implica una falta total de coherencia.

Y, en tercer lugar, llama la atención el espíritu garantista de la normativa evaluadora y el cuidado en garantizar los intereses-derechos de los estudiantes, para facilitarles el éxito académico. ¿Esta discriminación positiva denota y/o connota, a las claras, que los profesores practicamos o podemos practicar la discrecionalidad y la arbitrariedad en nuestra función evaluadora?

Ante estas conclusiones y ante el triunfo de la “letra” y no del “espíritu” de las normas, cuando me vi obligado a revaluar al alumno “cigarra-jaranera”, me vino a la mente una cita lapidaria de uno de los “sketch” del humorista J.M. Mota, que he adaptado  para la ocasión, y me dije: “si hay que revaluar, se revalúa. Pero, revaluar pa ná es tontería”. Por imperativo legal, tuve que hacerlo y, como no podía ser de otra manera, no se produjo un nuevo Pentecostés. Ante estos estudiantes que lo único que quieren es aprobar sí o sí, un profesor de mi Departamento me confesó que este tipo de estudiantes merecían recibir, como hubiera dicho Dolores de  Cospedal, una “lección en diferido”: habría que aprobarlos a la espera de que con los rigores del invierno (próximo curso y, sobre  todo, vida laboral) reciban la lección que se merecen. Para evitar estas seguras frustraciones, espero que los responsables académicos y también los alumnos “cigarras-jaraneras” se bajen del burro de la “letra de la ley” y empiecen a cabalgar a lomos del corcel del “espíritu de la misma”. Rectificar es de sabios; y perseverar en el error es de necios.

© Manuel I. Cabezas González

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