De cómo el navarrismo flojea o el cuarto pilar del separatismo panvasquista

Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología; Autor de los libros: ‘La Ruta del Odio. 100 Respuestas claves sobre el terrorismo’ y ‘¿Populismo en España? Amenaza o Promesa de una Nueva Democracia. <Fotografía: Dirigentes de UPN en 1997>.

Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología

Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología

De cómo el navarrismo flojea o el cuarto pilar del separatismo panvasquista

Tras la debacle electoral de las fuerzas navarristas y constitucionalistas del pasado 24 de mayo, cuya consecuencia más evidente ha sido el apartamiento de UPN de la mayor parte de los centros políticos institucionales de la Comunidad Foral, poco a poco se han elaborado ciertos análisis explicativos de tamaño desastre.

Alguno de sus autores procuró quitar hierro al evento: únicamente se habrían desplazado unos escasos miles de votos; de modo que, en circunstancias futuras, las distorsiones provocadas por el leve engrosamiento de las fuerzas separatistas y la irrupción de Podemos se rectificarían previsiblemente, retornándose al statu quo presidido por UPN y PSN-PSOE y a una versión actualizada del “quesito foral”. Es el supuesto del análisis de urgencia firmado por Chon Latienda en ABC. Elaborado a los pocos días del terremoto político, tuvo el mérito de ser el primero en afrontar la nueva situación, a la par de tranquilizar a una masa social desasosegada.

Unos días después empezó a abrirse paso otra vía más ambiciosa. Así, Javier Lesaca Esquíroz en Navarra, mucho más que una batalla identitaria analizaba la dinámica activista de las fuerzas separatistas; fruto de un calculado diseño táctico-estratégico, desgranando para ello sus principales vectores. Así, unos potentes medios de comunicación afines, auténtica agit-prop de virtualidad revolucionaria, junto a la acción metapolítica desplegada por las ikastolas en su indisimulado papel en la “construcción nacional vasca” –el autor hablaba prudentemente de una “tupida red educativa”- serían punta de lanza del incansable y cargante activismo separatista. Complementariamente, la práctica terrorista de ETA y sus cómplices habría sido su tercer y decisivo vector de acción. Tratándose este autor de un antiguo alto cargo del Departamento de Educación del último Gobierno de UPN, su interpretación se presentaba mucho menos tranquilizadora que la de Chon Latienda; pues nos situaría ante un movimiento político-social -y en su día terrorista- aparentemente imparable.

Jesús Aizpún Tuero. Cofundador de UPN

Jesús Aizpún Tuero. Cofundador de UPN

Pese a semejante disparidad analítica, ambos intentos compartían un sesgo común: la ausencia de cualquier autocrítica. Entonces, los gobiernos de UPN, y el mismísimo partido, ¿todo lo hicieron bien? ¿Nada tuvo que ver la debacle electoral con la megalomanía del pabellón multiusos Reyno de Navarra-Arena? Análoga pregunta deberíamos hacernos ante la escandalosa liquidación de la CAN; las inadmisibles dietas de sus consejeros; el tratamiento fiscal discriminatorio de Osasuna; la tortuosa relación de los anteriores gobiernos con el PSN-PSOE; sus conflictos con el Partido Popular; los complejos de algunos Consejeros de aquellos gobiernos ante tanto técnico díscolo; la progresiva desconexión de UPN con sus bases, la sociedad y su incomparecencia en la calle y pueblos y el mundo del ocio y la cultura; el caso Cervera y los oscuros personajes e intereses allí convocados; el ataque a degüello contra Ciudadanos; el doble rasero de determinadas actuaciones políticas; la cobardía de no pocos responsables políticos ante la chulería y prepotencia de los separatistas; la dependencia informativa y de opinión pública de un “Diario de Navarra” tantas veces desconcertante. Una autocrítica inexistente, por otra parte, en los prolegómenos de la elección de la nueva presidencia de UPN. Y en jornadas posteriores.

No obstante, a pesar de estas carencias, el análisis de Javier Lesaca era muy pertinente; no en vano mostraba a la luz del día una realidad que, por lo general, políticos y formadores de opinión del área navarrista tienden a ignorar. Un comportamiento similar al de los niños: tapándose los ojos, todo aquello que no gusta o no se entiende, desaparecería de su campo de visión… y de la realidad. Pues va a ser que no.

Pero, a pesar de sus incuestionables méritos, este análisis no contemplaba un cuarto vector, tan decisivo, cuanto no más, que los ya mencionados, y que es su fruto más preciado. Nos referimos al tejido comunitario panvasquista: esa contra-sociedad edificada pacientemente por tan plurales fuerzas separatistas.

Ciertamente, esta experiencia comunitaria es una anomalía en Occidente; espacio político-geográfico en el que la globalización anglosajona, consumista e individualista, tiende a diluir todo tipo de lazos que vayan más allá del modelo humano propuesto como ideal: a decir de Eulogio López en Hispanidad.com, de mayores seremos “ricos y libertarios”.

Desde hace varias décadas, es posible “vivir en vasco” –proyección material, subjetiva y afectiva de la “construcción nacional”- las 24 horas del

Primer logotipo de UPN

Primer logotipo de UPN

día, los siete días de la semana, en cualquier espacio público y privado de Vascongadas y Navarra. Huelga decir que lo vasco es anterior al separatismo, inseparable de la Hispanidad y mucho más amplio de lo que sus secuestradores proponen. En todo caso, esa vivencia colectiva tiene un enorme atractivo, además de ser un peligroso instrumento totalitario de presión social. Para muchos, se alegará, no deja de ser una placentera comodidad, un dejarse llevar que evita interrogantes vitales. Pero esa supuesta y criticable debilidad de criterio de, acaso, no pocos de sus seguidores, le proporciona al separatismo una gran fortaleza. Frente a la globalización sin alma, diversas identidades nacionales y colectivas pugnan por sobrevivir y afirmarse en todo el mundo: antiguas unos y novedosas otras.

Responsabilizar únicamente al terrorismo de la consolidación de este anómalo fenómeno en Vascongadas y Navarra es una interpretación que prescinde de una parte notable de la realidad; pues ignora el sacrificio en tiempo, afectos y dinero de decenas de miles de convencidos. Cada día, todos los fines de semana, en las ikastolas públicas y privadas, en la euskaldunización de adultos, en el sindicalismo de clase panvasquista, en ciertos movimientos feministas, visitando a “sus presos”, en grupos culturales de todo tipo, en asambleas ad hoc de incontables causas comunitarias y ambientales, en variadísimas actividades de ocio, en el deporte, el mantenimiento y el rescate del folklore, en bares y tabernas, en numerosos circuitos musicales, en la solidaridad con inmigrantes y parados, en tantas y sucesivas expresiones de tan distintiva creatividad social…, miles de familias se movilizan con irritante arrogancia, con entusiasmo paramilitar; pero también con alegría, sin fisuras, disfrutando de los placeres del apoyo mutuo y la identidad común.

El navarrismo es, sin duda, la modalidad de pertenencia española más común en Navarra. Por supuesto que uno puede sentirse español desde otras perspectivas: la unitaria-jacobina (al modo de UPyD y tal vez Ciudadanos), la pretendidamente federalista (¿PSN-PSOE?), otra denominémosle como confederal (¿Podemos e I-E?), incluso la napartarra… por un tiempo.

En cualquier caso, el partido del navarrismo ha sido, y sigue siendo, especialmente tras la quiebra sufrida por un menguante PSN-PSOE en permanente crisis de liderazgo y proyecto, UPN. Guste o no.

Pero UPN, que siempre ha alardeado de ser un partido más democrático que ningún otro, ha perdido en esta última década a sus principales dirigentes, cierta base de afiliados, a sus juventudes (¿existen de verdad?), su relación con la sociedad y sus legítimos intereses. Realmente, ¿ha sido alguna vez un partido de masas, tal y como viene repitiendo últimamente Javier Marcotegui, o se ha convertido en un sindicato de intereses de clan al uso en el resto de España? En Europa apenas existen tales partidos, más propios de la tercera década del siglo pasado. De entrada, ya no hay “militantes”, salvo en los extremos del arco político: lo que cuenta, ante todo, es el número de votos; y lo de menos, la amorfa masa de afiliados generalmente en manos de una oligarquía de “cuadros” serviles a los jerarcas del momento. ¡El modesto afiliado! Ninguneado por sus jefes, despreciados por sus conciudadanos, poco más que un simple cotizante, siempre paciente, generalmente ignorado… Pero sin afiliados que coticen puntualmente, no es posible partido alguno; salvo que vivan del erario público: otra perversión ibérica. ¡Y qué decir de los meros votantes!

Si UPN pretende aproximarse, en lo más plausible, a lo que se entiende por un partido de masas, tendría que cambiar muchas cosas. De entrada la figura del afiliado debe ser revalorizada: formado e informado, consultado y promocionado. De ser súbdito de una oligarquía debe alcanzar la categoría de una ciudadanía democrática y responsable. A partir de ahí se podrían promover sucesivos cambios: un riguroso funcionamiento democrático; órganos de control independientes de los líderes del momento; unas organizaciones sectoriales vivas y no puramente nominales; un razonable régimen de incompatibilidades; una autonomía municipal; planes de formación; soportes de apoyo de los grupos locales o sectoriales más débiles; un buen apartado de propaganda; la elaboración de una liturgia y un calendario movilizadores. Desde esta perspectiva, el problema de UPN no es únicamente el del rostro de sus máximos líderes. Ni siquiera el de realizar una imprescindible autocrítica. Son necesarios buenos líderes; y si son carismáticos, mejor. Pero son imprescindibles valores, ideas, proyectos y engarces con la sociedad. Y si ésta reclama, de una u otra forma, tal y como lo está haciendo, una regeneración democrática, o UPN encarna esa demanda, o corre el riesgo de extinguirse.

Por otra parte, UPN no puede aspirar únicamente (lo que es una tarea formidable) a recuperar el poder, pues de alcanzarse éste, ¿para hacer qué? ¿Más años en permanente zozobra y con miedo ante lo irremediable?

UPN debe cambiar para poder revitalizar un navarrismo replegado y atemorizado; pues ambos se necesitan. Y, en no pocas cosas, para ello tendrán que mirar a la acción de los separatistas y extraer sus propias conclusiones operativas.

Navarra vive, a pesar del anestésico napartarra y del pragmatismo relativista de tantos paisanos, una situación de emergencia. Esperar que la movilización separatista se desinfle por sí misma, es una creencia mítica e infundada. Es más, cuanto más cerca de su objetivo se sienta, más empeño sumará. Ciertamente, el mero transcurso del tiempo contribuye a “poner las cosas en su sitio”. Además son muchas las fuerzas operativas en la Historia. Pero hace falta mucho más. Y ese plus: o lo pone UPN o no lo hará nadie ni nada.

octubre 18th, 2015 by