junio 17th, 2016 by lasvoces

Redacción (Manuel I. Cabezas González es Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas; Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada; Departamento de Filología Francesa y Románica; Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).) – En los últimos meses, he dedicado más de un texto a los maestros Ciruela“, esos personajes que, según el clásico aforismo castellano, no saben ni leer ni escribir y ponen escuela. En uno de estos textos, describí tres casos concretos y reales de “maestros Ciruela” (una abogada, una periodista y tres licenciadas en filología inglesa y francesa), casos que ponen en tela de juicio, en general,  la formación con la que los licenciados y, ahora, los graduados salen de la “universidad española a la boloñesa”. Dicho esto, creo que me quedé corto con la tipología de los “maestros Ciruela” que propuse. Estos indocumentados son más numerosos de lo que yo pensaba y, por eso, hay que ampliar el gremio de los mismos, ya que podemos encontrarlos desempeñando, mal, una actividad profesional en cualquier sector económico. Por eso, creo que se podría hablar de pandemia de “maestros Ciruela”. Para ilustrar esta aseveración, voy a relatar una nueva vivencia real de la que he sido testigo y víctima. Cataluña (España), viernes 17 de junio de 2016. Fotografía: Imagen facilitada por el profesor titular Lingüística, Manuel I. Cabezas González. Lasvocesdelpueblo.

Hace algunos días, en este final de curso académico, pensé en poner negro sobre blanco una reflexión personal sobre la institución universitaria española. En este nuevo texto, quería confrontar el “Museo de Alejandría” con la universidad española. Con este fin, empecé a hacer acopio de documentos e informaciones (“euresis”). Entonces, me vino a la mente un capítulo del libro de Jean-Noël Robert (De Roma a China. La ruta de la seda en la época de los Césares), que yo había traducido del francés, en el 2014, para la joven editorial Stella Maris (Barcelona). Fui directamente al grano, al capítulo “V. Las puertas orientales del Imperio Romano”, donde se habla del Museo de Alejandría. A pesar de su denominación, el “Museo” era un centro de investigación y de enseñanza (se suele considerar la primera universidad del mundo), en el que confluyeron muchos de los sabios de la época y donde fue reunida toda la producción bibliográfica de aquel tiempo, en la célebre Gran Biblioteca de Alejandría.

A medida que avanzaba en la lectura del precitado capítulo V (pp. 149-174), no me podía creer lo que veían mis ojos: el texto estaba sembrado de faltas, relativasprincipalmente, pero no sólo al uso de algunos signos de puntuación. En el capítulo precitado (con una extensión de 24 paginas) y a ojo de buen cubero, detecté más de 200 incorrecciones. Ante tal proliferación de errores, empecé a amilanarme y mi autoestima se fue diluyendo como un azucarillo en un vaso de agua. Terminada mi lacerante lectura, con la autoestima por los suelos y sin poder creerme lo que había constatado, cotejé el texto publicado con la traducción que yo había enviado a la editorial y que guardaba, con mucho celo, en el disco duro de mi ordenador. Entonces, mi autoestima volvió a renacer de sus cenizas y, de nuevo, levanté la cabeza. Yo no había sido el hacedor de la cascada de errores. Mi traducción, que yo había revisado, revisado, revisado,… no contenía las incorrecciones que acababa de constatar. El responsable de tanto desaguisado lingüístico fue el que había revisado mi traducción y/o el que había editado el texto definitivo publicado. Los hechos narrados merecen unas reflexiones conclusivas para tratar de comprender y de explicar lo sucedido, y dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Cuando los lingüistas analizamos el proceso de producción de un texto, describimos las seis etapas que todo buen “escribidor” debe recorrer. La penúltima es la revisión-corrección del texto que éste acaba de redactar, para eliminar las incorrecciones de cualquier tipo, que pueden poner en entredicho no sólo la credibilidad del contenido del texto sino también su legibilidad. En efecto, si un lector empieza a tropezar, cada dos por tres, con errores, “comenzará a preguntarse si merece la pena seguir leyendo y si puede confiar en lo que lee” (B. Kilgore, Director de The Wall Street Journal).

Como reza un clásico refrán, el mejor escribano puede también echar un borrón. Además, el texto o la traducción perfectos no existen. Siempre se pueden mejorar. Por eso, todo “escribidor” debe revisar y releer sus textos, aplicando el consejo de un poeta francés del s. XVII: “Vingt fois sur le métier remettez votre ouvrage, polissez-le sans cesse, et le repolissez” (Nicolas Boileau, Art poétique). Y, por otro lado, en todo medio de comunicación o en cualquier editorial, es lógico, razonable y necesario el control de calidad, que llevan a cabo los correctores o editores, que revisan, controlan, corrigen y dan el visto bueno a los textos que se van a publicar. Como dice una ley estadística, “cuantos más ojos vean un texto, mejor será el resultado o el producto final” (Carlos Salas).

Ahora bien, esta revisión-corrección no se puede poner en manos de cualquier indocumentado “maestro Ciruela”, como el de la editorial Stella Maris, que ha visto gigantes (errores) donde sólo había molinos (uso correcto de la lengua). Para llevar a cabo su tarea, el corrector-revisor resolutivo debe poseer sólidas competencias lingüísticas, textuales y enciclopédicas (Umberto Eco, Lector in fábula), que son producto de numerosas y “buenas lecturas” (Vargas Llosa, La literatura y la vida). El haber pasado por la universidad y el hecho de estar en posesión de una licenciatura o un grado y de uno o varios másteres no son garantía de nada y no son suficientes para poder pulir un texto.

El corrector “maestro Ciruela” de la editorial Stella Maris no sólo sembró el texto publicado de todo tipo de faltas. También se permitió modificar la traducción de ciertos pasajes del mismo. Para muestra, sólo un botón. El título del libro en francés estaba en plural y, en la traducción en español, mantuve el plural (De Roma a China: las rutas de la seda en la época de los Césares). Sin embargo, el maestro Ciruela de Stella Maris lo sustituyó por un título en singular (De Roma a China: la ruta de la seda en la época de los Césares). Cuando leí el título en francés, me intrigó el plural y esto (la intriga) es siempre un guiño al lector para que compre el libro y lo lea. Yo pensaba que sólo había habido una sola ruta: la seguida por Marco Polo. Ahora bien, después de leer el libro in extenso, aprendí que había habido varias: unas, terrestres; otras, marítimas. De ahí que el título en plural sea más catafórico, más objetivo, más pertinente y más adecuado que el título en singular. Por eso, me extrañó también que se hubiera cambiado mi traducción del título.

Haciendo uso de la doctrina del “Honestidad Radical”, confieso que estoy orgulloso de la traducción que envié, en su día, a Stella Maris, pero que me avergüenzo del texto que, después, fue publicado. Que mi nombre aparezca en la primera página del libro como traductor del mismo ya no es ninguna medalla, ni contribuye a dar lustre a mi curriculum. Más bien, es todo lo contrario. Por eso, el “maestro Ciruela”, que revisó el texto de mi traducción y que  sin duda habrá revisado otros, debería dedicarse a otra cosa. Como escribió, hace unos meses Javier Marías, “es demasiada la gente que ya no domina la lengua, sino que la zarandea y avanza por ella a tientas y es zarandeada por ella. Hubo un tiempo en el que podía uno fiarse de lo que avanzaba la imprenta. Ya no: es tan inseguro y deleznable como lo que se oye en la calle”.  Además, no es ocioso preguntarse qué profesionales forma la universidad española. De ella nos ocuparemos nuevamente en un próximo texto.

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abril 9th, 2016 by lasvoces

Redacción (Manuel I. Cabezas González: Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas; Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada; Departamento de Filología Francesa y Románica y Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)) – Según un refrán popular, “el mejor maestro es el tiempo; incluso sin que le hagas preguntas, te da las mejores respuestas”. En efecto, el tiempo da y quita razones, como reza otro aforismo popular. He citado estos adagios para traer a colación lo sucedido en Honestidad Radical (H. R.) y también en la academia de idiomas Meeting Point, así como en la revista Guía-te, después de la publicación aquí, el 7 de febrero, y en una quincena de periódicos digitales y en papel, del artículo titulado “Las maestras Ciruela”. Me explico. Barcelona, 9 de abril 2016. Fotografía: El Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas, Manuel I. Cabezas. Archivo Lasvocesdelpueblo.

Lo sucedido en H.R.

Colgado el texto precitado en H.R. y publicado también en otros medios, la Directora de la academia de idiomas Meeting Point, Cristina Cano, una de las tres maestras Ciruela citadas en mi texto, reaccionó al día siguiente (9 de febrero) con un comentario sin pies ni cabeza,  producto de la irracionalidad, de la visceralidad, de las prisas y de las pocas luces. Ahora bien, la Directora Cristina Cano, después de leer mi contestación-reacción a su comentario (cf. comentarios al artículo “Las maestras Ciruela”, en H. R.), se autocensuró y borró su despropósito.

Cuando me di cuenta de ello, gracias a un seguidor de Vigo, volví a colgar su comentario, para que quede, para la posteridad,  un ejemplo más de incongruencia, de mal hacer y de no querer asumir los errores y las limitaciones personales. Este comportamiento lingüístico de la empresaria Cristina Cano dice mucho de su catadura ética, profesional y deontológica. ¡Lamentable y censurable su reacción por falta de rigor lingüístico y argumentativo! ¡Qué sarta de mentiras en sólo 10 líneas!

En efecto, la empresaria Cristina Cano tilda al que suscribe de periodista o bloguero. Y lo acusa, por un lado, de “difamar” y de poner en entredicho la forma en que “se imparte clase en un centro de idiomas”; por otro, de “escribir” sin “informarse” y de “juzgar” sin “saber”; y, finalmente, de ser “indigno”, al “tirar por suelo (sic) en un minuto tantos años dw (sic) buen trabajo”. ¡Qué atrevida es la ignorancia o el/la ignorante! Sin embargo, bien mirado, en el país de los ciegos o ciegas, ya se sabe, el tuerto o la tuerta es el rey o  la reina. Y me expreso así para ahorrarme la acusación de “tufillo sexista”, con la que dispara tan alegremente una amiga-conocida parisina, Elisa Núñez Mateos.

Si la empresaria Cristina Cano hubiera sido objetiva, si se hubiera informado, haciendo una simple búsqueda con Google, no hubiera afirmado, a tontas y a locas, lo que he entrecomillado en el párrafo anterior. Ni soy periodista ni bloguero, ni quiero ser una cosa ni la otra. Ahora bien, cuando escribo, no lo hago al sabor de la boca, como decimos en El Bierzo, sino con conocimiento de causa y después de reposada reflexión, fruto de mi formación académica y de mi actividad profesional.

Lo sucedido en la academia de idiomas Meeting Point

Lo que acabo de exponer está en contradicción con lo que descubrí, el pasado 18 de febrero, en la academia de idiomas Meeting Point. Al regresar a casa, después de haberme metido entre pecho y espalda mis 8 Km. cotidianos de marcha a paso ligero, pasé por delante de la precitada academia, regentada por la empresaria Cristina Cano. Y me llevé una agradable sorpresa: el cristal-ventana —del que hablaba en mi artículo “Las maestras Ciruela” y sobre el que se habían grabado, en color azul, 12 palabras francesas— había sido reemplazado. En el nuevo, fueron corregidos casi todos los errores explicitados en el texto publicado en H. R., aunque aún quedan algunos. Espero que la empresaria Cristina Cano movilice sus meninges para descubrir los errores o, si quiere utilizar la solución más fácil, consulte a alguien que sepa de qué va la cosa o simplemente vuelva a leer el texto “Las maestras Ciruela”, donde enumero las incorrecciones (9 de las 12 palabras grabadas estaban mal escritas).

Además, seguramente después de informarse sobre el que suscribe y/o simplemente de entrar en razón, la empresaria Cristina Cano hizo un nuevo comentario en H. R., donde reconocía sus errores y donde afirmaba que es de sabios “aprender de las críticas”. Por eso, me anunciaba que el “lettering” (cristal-ventana-afiche o rótulo trufado de faltas) ya había sido reemplazado, al tiempo que me agradecía los servicios prestados y los futuros “feedback”, y me invitaba a visitar el centro de enseñanza. ¡Cuantos cambios y cuantas buenas palabras en sólo unos días! ¡Qué metamorfosis en tan corto espacio de tiempo!

Lo sucedido en la revista Guía-te

La directora de la revista Guía-te y autora de sucesivos editoriales plagados de faltas de todo tipo, Laura Serrano, respondió  a mis dos primeras misivas con un elocuente silencio. A la tercera misiva y en su nombre, me respondió la diseñadora-responsable de contenidos de la revista, Isa Barrio. Como no podía ser de otra forma ante mi corrección detallada y meticulosa del editorial del número de enero de 2016, la Sra. Barrio reconoció la existencia de numerosos errores ortográficos y gramaticales en los editoriales, y trató de justificarlos por la falta de “recursos” o de “tiempo”. Ahora bien, indirectamente, la Sra.

Barrio reconoció que la directora de la revista tiene, en su competencia lingüística y textual, más agujeros o lagunas que un queso gruyer. En efecto, en su misiva, me pedía ayuda para encontrar una solución a este problema, para encontrar a alguien que pudiera revisar cada número o alguna otra solución. Según me precisaba, estaban dispuestas a valorar mi propuesta y a incorporarla para, así, solucionar el problema.

Impelido por los principios evangélicos de “enseñar al que no sabe” y de “dar de comer o de beber al hambriento o al sediento” lingüístico, le propuse dos soluciones: una, a largo plazo (leer, leer, leer… mucho y rumiar lo leído); y otra,  a corto plazo (revisión de los textos por algún corrector competente, rara avis en los tiempos que corren). Ahora bien, la solución a largo plazo tardará todavía mucho para dar sus frutos, si es que se ha empezado a adoptar; y la solución a corto plazo no la han tomado en consideración. En efecto, los nuevos editoriales y textos de la revista Guía-te están aún plagados de faltas. Por eso, las buenas intenciones no son suficientes; hay que pasar a la acción.
Ergo

Lo sucedido con la academia de idiomas Meeting Point y con la revista Guía-te es la demostración fehaciente del poder del verbo y de la doctrina de la “honestidad radical”: las cosas pueden cambiar, si no se utiliza el verbo en vano y si el bisturí lingüístico diagnostica y localiza los problemas, siguiendo los dictados de la “honestidad radical”. Ahora bien, de la maestra Ciruela del bufete de abogados Bejarano i Cámara associats, Elisabeth García Bejarano, no he tenido ninguna reacción directa. Sin embargo, ante lo narrado en los textos “Iletrada, ella; tonto útil, él” y “Las maestras Ciruela”, sé que se puso como un basilisco. ¡Craso error por parte de la Sra. Bejarano! Cambiar y rectificar es de sabios y permanecer en el error es de necios. Dar coces contra el aguijón no es una sabia e inteligente decisión.

Todo lo expuesto parece indicar que el que suscribe, cuando toma la palabra, no predica en el desierto, como hacía Juan el Bautista. Y, por otro lado, ratifica lo que afirma, de forma lapidaria, Risto Mejide en su último libro: “Si hablas o escribes y nadie se molesta es que no has dicho nada”.

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febrero 8th, 2016 by lasvoces

Manuel I. Cabezas González es Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas; Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada; Departamento de Filología Francesa y Románica; Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Fotografía: Imágenes -dibujo- de un profesor de matemáticas en un colegio. Foto facilitada por el autor de este artículo.

La maestra ciruela

En las tertulias radiofónicas y televisivas, así como en las columnas de opinión, es habitual y frecuente que los “todólogos” —esos osados personajes, que sientan cátedra sobre lo divino y lo humano, sin tener ni idea, la mayor parte de las veces, de lo que hablan o escriben— afirmen reiteradamente que los jóvenes españoles de hoy son los mejor y los más formados de la historia de España: poseen licenciatura(s), máster(s), idiomas y son unos virtuosos en tecnología de la información y de la comunicación (TIC). Esta aseveración creo que sólo es pertinente y ajustada en el caso de una minoría de ellos, formada en los distintos campos del saber, pero no me parece oportuno ni razonable que se pueda predicar del conjunto de la juventud española.

Para justificar la reserva precedente, basta con algunos datos, que ya expuse en otro lugar, sobre la mal llamada “Generación JASP (“jóvenes aunque sobradamente preparados”). Estos datos permiten poner los puntos sobre las íes de la tan cacareada formación de los jóvenes españoles de hoy. Por un lado, el 26%  de los jóvenes no terminan la enseñanza secundaria obligatoria (ESO). Además, el 28,4% de los que terminan la ESO abandonan definitivamente el sistema educativo a los 16 años, sin ninguna formación profesional. Por otro lado, el 36% de los alumnos de la ESO son repetidores. Y, finalmente, reciben muchas menos horas de matemáticas y de lengua, dos aprendizajes fundamentales, que los alumnos de los otros países de la UE. Por lo tanto, sólo el 35,7% de los jóvenes de 16 años continúa los estudios: una minoría se decanta por la FP de Grado Medio; y la gran mayoría por el Bachillerato, que conduce a la Universidad. Por eso, con estas alforjas, casi vacías, la mayor parte de la juventud española no puede ir muy lejos en el mundo universitario y laboral.

Ahora bien, la enseñanza universitaria tampoco es para tirar cohetes: ninguna universidad española está entre las 150 mejores del mundo; el 30% de los alumnos abandonan sus estudios universitarios; en primer año de universidad, son muy numerosos los alumnos que no se presentan a los exámenes o que suspenden muchas asignaturas o que cambian de estudios; y sólo el 33% obtiene el título universitario sin repetir curso. Lo dicho: no es para tirar cohetes.

Hoy, quiero aportar nuevos argumentos para poner en entredicho, de nuevo, esa afirmación gratuita de que la juventud española actual es la mejor y la más formada. Para ello, voy a relatar tres vivencias personales de las últimas semanas, vivencias que ponen en tela de juicio la formación con la que licenciados concretos, de distintos campos del saber, salen de las universidades españolas. Me voy a referir a una licenciada en derecho, a una licenciada en periodismo y a unas licenciadas en filología inglesa.

Primera vivencia. Hace unos dos meses, recibí un correo electrónico del bufete de abogados Bejarano i Cámara associats, rubricado por la letrada, licenciada en derecho, Elisabeth García Bejarano. En nombre de su cliente, me conminaba a que eliminara de mi blog, Honestidad Radical, un artículo en el que denunciaba el engaño y la estafa, de los que fue víctima mi amiga Pilar por parte de Catalunya Caixa. El precitado correo, desde el punto de vista del contenido y de la forma, no había por donde cogerlo. Ni un alumno de esos que abandonan la enseñanza sin terminar la ESO lo hubiera redactado peor. En efecto, la misiva electrónica, de unas 100 palabras, contenía 22 incorrecciones, que denotaban falta de profesionalidad y verdaderas lagunas o más bien océanos en la competencia lingüística de mi interlocutora. Por eso, en mi acerada respuesta, me vi obligado a despojarla de los galones de “letrada” y a tildarla, sin ningún género de dudas y sin ningún titubeo, de picapleitos y de leguleya “iletrada”.

Segunda vivencia. En el Vallès Occidental, comarca de la provincia de Barcelona, se distribuye mensualmente una revista gratuita, “Guía-te”, dirigida por la Licenciada en Ciencias de la Comunicación, Laura Serrano. Suelo echarle un vistazo rápido y siempre me ha llamado la atención el poco cuidado con que son redactados los pocos textos que contiene. El mes pasado, bolígrafo en ristre, leí el editorial del número de enero, redactado como siempre por la directora Laura Serrano. Y, como de costumbre, el editorial estaba plagado de incorrecciones. A ojo de buen cubero, localicé y corregí 39 (el texto tenía unas 300 palabras). Pero, ¡cuidado!, como en el caso de la precitada leguleya iletratada, no se trataba de “correcciones de estilo” sino de “faltas” y de “errores”, que violan todo tipo de reglas del código lingüístico del español, relativas al léxico, a la morfología, a la sintaxis y a la ortografía.

Tercera vivencia. El año pasado, en la Avenida Guiera, 14 (Cerdanyola del Vallès), empezó su andadura la academia Meeting Point School of Languages. Se trata de una pequeña academia con tres aulas: una, para el inglés; otra, para el francés; y la última, para el alemán. Cada aula tiene una decoración y una ambientación particular, que recuerda al país donde se habla cada una de las lenguas. Por lo que respecta a la lengua francesa, la decoración-ambientación se reduce a la bandera francesa y a la palabra “francés”, pegadas en la puerta del aula; y, por otro lado, a un afiche sobre un cristal-ventana, que se ve desde la calle y sobre el que aparecen escritas 12 palabras francesas, que denotan distintos aspectos de la cultura francesa. Hace unos días, al pasar por la acera atrajo mi atención el hecho de que la mayor parte de las palabras (9 de las 12) estuvieran mal transcritas: *Si vous plais por “s’il vous plaît”; *fountaine por “fontaine”; *fondie por “fondue”; *Torre Eiffel “Tour Eiffel”; *Louvre por “Le Louvre”; *bonne heure por “bonheur”; *Versalles por “Versailles”; *Le Champs Ellissess por “Les Champs Élysées”; et *Notre Dame por “Notre-Dame”. Esto son hechos que pueden ser verificados; basta con visitar el lugar del crimen lingüístico.

Por sus actos lingüísticos, los actores de las vivencias narradas son ejemplos paradigmáticos del Maestro Ciruela aquel personaje que, según el clásico aforismo castellano, no sabía ni leer ni escribir y puso escuela; dicho con otras palabras, que presumía de lo que carecía y que pretendía ser sabio y dar lecciones, cuando en realidad carecía de los conocimientos necesarios. Así, la iletrada “letrada”, Elisabeth Gª Bejarano, puso bufete (Bejarano i Cámara associats); la analfabeta periodista, Laura Serrano, puso revista gratuita (Guía-te); y las ágrafas licenciadas anglo-francófonas —Cristina Cano, Andrea Gutiérrez y Noelia Bastidas— pusieron una “School of Languages (Meeting Point). ¡Qué lejos están todas estas Licenciadas Ciruela del sabio (que conoce pocas cosas pero las domina) y que cerca están del sabihondo (el que aparenta saber mucho, pero que no sabe y lo poco que sabe lo sabe sin fundamento).

Ante los ejemplos empíricos citados, hay que reconocer que, como le dijo el centinela Marcelo al príncipe Hamlet, “algo huele mal en Dinamarca” (i.e. en la universidad española). Es incontestable que, cuantitativamente, se ha incrementado el número de estudiantes universitarios, facilitado por las PAU (pruebas de selectividad y de acceso a la universidad), que no seleccionan, al permitir el paso a la universidad a casi la totalidad de los candidatos (98%), provocando la masificación de la misma. Ahora bien, los casos descritos y verificables son contundentes: la formación de muchos o de la mayoría de los licenciados del pasado y, sobre todo, de los graduados actuales deja mucho que desear. Y, por lo tanto, habría que ser más precavidos y abstenerse de afirmar, sin ningún fundamento, que los jóvenes españoles de hoy son los más y mejor formados de la historia de España. ¡Así nos luce el pelo! Espero que, con esta reflexión, no se verifique lo que afirma la segunda parte del siguiente aforismo chino: “Corrige al sabio y lo harás más sabio. Corrige al necio y lo harás tu enemigo”.

Coda: « Je ne demande pas à être approuvé, mais à être examiné et, si l’on me condamne, qu’on m’éclaire » (Ch. Nodier).

 

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