agosto 21st, 2017 by Ana Maria

Redacción (Ana Maria Torrijos)-. Un aire tóxico parece rodear nuestras ciudades, nuestras casas, hasta nuestras mentes. Nos ha incapacitado para ver con claridad lo que sucede más allá de nosotros. Manipulamos el móvil, el WhatsApp, el Twitter y rastreamos con mucha rapidez internet. San Cugat Del Valles (Barcelona), lunes 21 de agosto de 2017. Fotografía: El presidente del Gobierno regional de la Generalidad de Cataluña, Carles Puigdemont Casamajó, durante una sesión de control al Ejecutivo catalán en la cámara regional catalana. Archivo Efe.

Nada parece frenarnos, creemos tener el mundo en nuestras manos. Pero en lo que se refiere a observar la realidad que nos rodea, decidir con tino lo que más no conviene, o simplemente decantarnos por la alternativa más segura, parece que hayamos perdido ese sentido común innato que todos llevamos dentro. Cuando la tecnología nos ofrece como mínimo el movimiento virtual, nosotros amortiguamos el natural ejercicio de pensar. No para recordar el día y la hora de la final de la Champions, no para elegir el país a visitar en vacaciones, no para comprar aquel u otro capricho, sino para valorar qué decisiones deberían tomarse en beneficio de todos los ciudadanos.

¿Para qué se concibió el Estado? La respuesta la podemos encontrar en la necesidad que tiene el hombre de organizar su vida social. Por naturaleza no vive solo ni aislado. Esta importante peculiaridad le empujó a diseñar una estructura que facilitase la convivencia y en paralelo a redactar las pautas complementarias para su funcionamiento, unas normas jurídicas. Los ciudadanos como ingrediente imprescindible en este acuerdo social han puesto su esperanza en la ley y su cumplimiento. De ahí se deduce que es muy difícil creer que un estado democrático no pueda activar las medidas legales para atajar cualquier acto delictivo y más aún una sedición institucional.

Reina confusión, no se sabe qué tiene pensado hacer el Gobierno, tan pronto califica los hechos de golpe de Estado como habla de diálogo y de concesiones. Los conflictos se suceden a lo largo del país y casi todos tienen un común apunte -el sortear la ley-. Si lo hacen quienes por imperativo legal deben cumplirla, no escandaliza si siguen su ejemplo los que tienen como proyecto destruir el sistema democrático. Hace tan sólo unos días el Presidente del Ejecutivo animó al sector social silencioso a movilizarse contra los independentistas. Este gesto muestra su ineficacia. Los valores que enmarcan el modelo vigente, entre los que se encuentran los derechos individuales, se han descartado de la vida pública, y esto se podrá demostrar si alcanzamos el disparate que maquinan unos aspirantes a dirigentes mesiánicos.

Son muchos los años en los que nuestra vida liberal parlamentaria se ha visto alterada por la acción desleal de un sector pequeño de la sociedad pero con no poco poder político. En vez de aplicar los resortes prescritos por la legislación, los altos cargos públicos han contemporizado con la entrega de parcelas de soberanía o con sentencias ambivalentes que han permitido a los liberticidas seguir desarrollando su plan de ruptura de la unidad nacional. Da la sensación de haber entregado un aval a las opciones regionalistas-independentistas en compensación a los años de gobierno autoritario franquista, como si los restantes ciudadanos no hubiéramos estado sujetos también a aquel régimen. Nos hemos olvidado que la democracia coloca a todos los ciudadanos por igual ante la ley.

La sociedad tiene derecho a exigir el funcionamiento de la administración y la aplicación de la ley si se la pretende sortear. La sedición, es uno de esos casos y el no ponerle correctores legales en el momento debido, acaba por asolar. Afirmaciones impecables pero no hay quién las defienda y las ponga en práctica, y por otra parte no hay un clamor popular masivo en defensa del marco de convivencia, que es simplemente el respeto a la ley. En este proceso de paulatino debilitamiento social, el terrorismo yihadista ha vuelto a herir al mundo occidental a través de España. Barcelona y sus Ramblas en unos terroríficos minutos han dejado de ser la imagen de la vida, paseos, sonrisas, turistas, flores, instantáneas fotográficas, y todo lo que es habitual en un día de calma, para convertirse ese tramo de viandantes en el camino de la muerte. La muerte pide respeto, llanto, silencio.

Muchas frases, opiniones vertidas, algunas inspiran afecto pero otras las más representativas repulsa. ¿En qué hemos contribuido? ¿Hemos hecho aflorar nuestros deseos? ¿Hemos participado a fondo en el diseño de nuestro modelo de vida en común? ¿Hemos sido valientes para decir Si o No a propuestas artificiales que sólo interesan a los que las inventan?

El hábito de plantar un árbol para que futuras generaciones lo disfruten en todo su esplendor, no les “mola”, ahora les “excita” el ser nombrados alcaldes, presidentes, unos minutos en las pantallas televisivas, una ráfaga de aplausos, pasquines con sus fotogénicos rostros, escucharse en sus discursos. Es insólito oir y hasta ver la manipulación, la osadía, el engaño, la ineptitud de quienes quieren montar una satrapía y no importa si para ello deben romper la convivencia.

“No tinc por” es una de las frases dirigidas desde el poder institucional catalán, una cortina de humo para esconder la falta de honestidad en la defensa de los catalanes, de los que dicen representar y por los que manifiestan trabajar. Miedo sí, miedo al arma que emplean los enemigos de la libertad, la muerte. Pero miedo también a los que con una mente cerrada, dogmática, llena de mitos oníricos nos venden, desvalijan nuestro país, se burlan de nuestra manera de hacer cultura, de entender la vida, de sentirnos de aquí o de allá, de ser nosotros, ciudadanos, que pedimos libertad y justicia.

 

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agosto 4th, 2017 by Ana Maria

Redacción (Anna Maria Torrijos) -. Democracia es un concepto que implica proliferación de ideas, afán en el esfuerzo, derechos y deberes, una sociedad abierta a la convivencia, a la solidaridad y por encima de todo ello, el interés del protagonista, el ciudadano. San Cugat Del Vallés (Barcelona), viernes 4 de agosto de 2017. Fotografía: BARCELONA (ESPAÑA), lunes, 31.07.2017. Casa Cuartel de la Guardia Civil, calle Traversera de Gracia, número 291. Concentración de apoyo a familiares de los agentes de la Guardia Civil atacados e intimidados en Cataluña por el régimen separatista de la Generalidad de Cataluña del presidente Carles Puigdemont (PDECAT) y los socios del Gobierno catalán (CUP). En la Imagen, la CUP ordena la retirada a sus escuadras de asalto mientras aún sigue la resistencia catalana en pie luchando por las familias de Guardias Civiles y por la Guardia Civil en Cataluña. Los catalanes han podido impedir el asedio este mediodía. El centenar de asistentes de CUP ha abandonado el lugar visiblemente derrotado mientras el medio millar de catalanes por con la Legalidad y con la Guardia Civil se ha quedado más de 20 minutos allí. Lasvocesdelpueblo.

Un sistema autoritario no necesita hombres libres, sólo le basta dirigir un colectivo sometido y adocenado. Los jerarcas legislan, ejecutan e imparten justicia sin réplica posible. El país ofrece una impronta monolítica, no hay alternativa. Todos saben lo que se decidirá, lo que los medios de comunicación lanzarán desde sus terminales, lo que se debe aplaudir o simplemente escuchar. Se ignoran otras formas de hacer y de interpretar la realidad, únicamente se necesita un coro que marque las pautas para que los actores declamen el guión de antemano escrito.

El modelo opuesto a esta última descripción no puede tener otra denominación que no sea DEMOCRACIA. En él, el individuo con sus iniciativas diseña el espacio de la libertad que será generadora de riqueza intelectual, de capacidad productiva y de compromiso social. Derechos los básicos, deberes muchos. Deberes que obligan a todos a tener conciencia de lo que es ser persona, fuente creadora de pensamientos y acciones múltiples. Decidir qué pensar, qué hacer, a dónde ir, cómo educar a los hijos y un sin fin de proyectos, a los que se tiene derecho y se puede diseñar sin que una mano inquisitiva indique la dirección.

Dos modelos, dos trayectos a seguir, pero con una gran diferencia entre ambos -la libertad o el vasallaje-.

Una sociedad como la presente, en apariencia vacía de criterios, sin referencias éticas, sin tener conciencia del respeto debido a la ley, sin reacción ante el nepotismo y a la insólita idea del político de turno, está predispuesta a la deriva. Se encuentra a dos pasos del dislate y de un posible enfrentamiento social, el 1 de octubre, situadas sus partes en dos bandos, los que aplauden la deriva secesionista y los que confiando en las estructuras democráticas, observan sorprendidos la falta de reacción institucional. Una sociedad, incapaz de oponerse a irresponsables gestos de una clase política, en su mayoría constituida por iletrados y por muchos negociantes del calificativo “democrático”, está a punto de recibir tratamientos paliativos.

Un importante número de esos llamados servidores públicos, interesados únicamente en destruir el sistema político parlamentario, han trazado un plan corrosivo bien diseñado; consistente en introducir la violencia, romper el orden en lugares públicos, calles, plazas, municipios, con pancartas y gritos para presionar, cuando tienen a su disposición el lugar adecuado para plantear todas las propuestas ocurrentes, los votos les dieron esa capacidad, les ofrecieron un puesto en el foro, las Cortes generales, las Cámaras autonómicas, la Sala de plenos de los Ayuntamientos.

Una sociedad, que es incapaz de responder mayoritariamente ante provocaciones nefastas como fue la presión ejercida sobre la Guardia Civil en Barcelona, en el barrio de Gracia, una sociedad así, no merece otro calificativo que el de enferma. Unos centenares de ciudadanos, supieron valorar el servicio prestado por la Benemérita en todos los lugares que está desplegada y agradecerle el sacrificio de las vidas perdidas en atentados, víctimas de la barbarie, huérfanos, viudas, madres o simplemente amigos. Pero debe ser la mayoría de la ciudadanía, la que responda, la que esté al lado de los cuerpos de seguridad, la que sofoque con sus aplausos, los gritos de odio emitidos por los convocantes de la CUP: “¡ fuera de Cataluña las fuerzas de ocupación!” (“¡fora de Catalunya les forçes d’ocupació!”.

La sociedad democrática debe ser crítica, debe saber tomar decisiones sin el dirigismo de los políticos, debe saber dónde y cuándo. Si se alejan los valores, los principios sobre los que se construye la convivencia, se destruye al hombre. Por eso hoy más que nunca hay que recuperarlos. Tener criterio propio es imprescindible para saber dar una respuesta a cualquier problema que surja, coincida o no con la de los demás y sobre todo con la que decidan los poderes públicos.

A un Ejecutivo que sólo sabe callar, que no responde a las ilegalidades continuas, lanzadas por unos golpistas y que cuando lo hace es para parapetarse tras los tribunales en busca de sentencias, refugio de no sé que propósito, se le debe exigir su decidida presencia.

A los diputados enzarzados en alcanzar el poder, con el único afán de encontrar las frases menos comprometidas, ambivalentes, fáciles de encajar en cualquier situación como lo fueron las de la Pitonisa en el oráculo de Delfos hace ya muchos siglos, se les tiene que leer la cartilla de notas como aval o no, a la vista de las próximas elecciones.

La sociedad se encuentra en un laberinto de difícil salida. Avanza por los pasadizos y le asalta continuas sorpresas en cada uno de los recodos. Pero del laberinto se sale si se despierta y se empieza a perfeccionar la democracia, a profundizar en la libertad y sobre todo a sentirse ciudadano. Ciudadano para votar, para contribuir al erario público, para escuchar los debates de la Cámara baja, para cumplir la ley, pero en gran medida para hacerse oir, para manifestarse, para exigir responsabilidades económicas o carcelarias a los que han atropellado la legalidad, desde empresarios, jueces, inspectores hasta políticos. El protagonista de la libertad es el Ciudadano.

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julio 12th, 2017 by Ana Maria

Redacción (Ana Maria Torrijos)-. Si el hombre no hubiera conseguido implantar una norma, una pauta de acción colectiva para la convivencia y la evolución de la persona humana, seríamos aún trogloditas, avanzaríamos a saltos, unos pasos acompasados, irguiéndonos y encorvándonos para tocar el suelo con nuestras manos y después levantar la cabeza con la intención de otear el horizonte y encontrar la presa. San Cugat Del Vallés (Barcelona) España, miércoles 12 de julio de 2017. Fotografía: Cataluña (España) 08.07.2017. Hotel Catalonia, Plaza de Cataluña de Barcelona, IV Congreso de Catalanidad Hispánica de Somatemps, segunda jornada. La articulista Ana Maria Torrijos, en el primer plano, participa en las jornadas académicas de Somatemps. Lasvocesdelpueblo.

En esa instantánea nos hubiéramos quedado siglo tras siglo, en perpetua animalidad. Pero no fue así, supimos regular la vida en común y la adecuamos según las circunstancias. Los valores heredados de la cultura nos lanzó a la conquista de la libertad y la ley, ejercer la una y cumplir la otra, los límites de la relación del individuo con los demás y no transgredir su ámbito.

Occidente, Europa y España han desarrollado en las últimas decenas de años, un modelo de vida social y política modelo de convivencia y de desarrollo. Un sistema con parámetros para la relación entre los ciudadanos, con responsabilidades y una implícita reforma si es necesario hacerla, en el caso que el marco legal se deteriore.

Esa esperanza de vida en común es obligado mantenerla por su eficacia y ha facilitado la convivencia al dirimir las discrepancias en un parlamento representativo, pero ahora es imperioso rescatarla de las intenciones enfermizas de los saboteadores de caminos pues consideran nuestro ideal de convivencia, un botín eterno. Los muchos que han hecho de ese objetivo una carcasa vacía de derechos y obligaciones, lo han saboteado sin descanso.

Aún existe la oportunidad de no dar a los nacionalistas concesiones ni privilegios y menos blindajes lingüísticos que son una barrera a la movilidad de todos los ciudadanos para vivir, para trabajar o para asistir a la escuela en cualquier lugar de nuestro país. No hay nacionalidades históricas con privilegios o si me apuráis todas lo son, todos nuestros territorios han colaborado para trazar página a página el devenir de este país, que por su grandeza hasta ha tenido y tiene detractores en su propio seno.
Ahora toca decir “¡hasta aquí!” a los que por intereses a corto plazo son capaces de ponerse en la tesitura de regalar a pedazos el patrimonio de todos, de claudicar ante los que por violentos no deberían participar del juego democrático, de limitar el uso de nuestra lengua, de ocultar el relato de la historia que nos ha ido uniendo durante siglos, de permitir la ofensa a los símbolos que nos representan.

Ahora es prioritario acotar los gastos superfluos de unos alocados hedonistas, el desvio a otros menesteres de los presupuestos destinados a sanidad, a educación, al mantenimiento de las pensiones. No se pueden costear tantas televisiones y radios públicas por ser simplemente el retén de los amiguetes y correligionarios, sin olvidar el adoctrinamiento a la carta.

Si todo lo mencionado es importante tenerlo presente, lo es más el plantearse con seriedad lo que nos permite estar o hacer, la ley. Incidir sobre el protagonismo que asume la legislación, no es baldío. El pueblo español fue el que dio el pistoletazo de salida para emprender una andadura hacia la concordia, porque eso fue la reforma política. En 1976 con el voto ciudadano se firmó lo que la Constitución dos años más tarde, en su redactado dejó escrito -el imperio de la ley-. Los partidos se constituyeron después, cuando el pueblo ya había refrendado el viaje a la democracia. Organizaciones que cumplirían la función de representar las distintas formas de matizar la libertad. De ahí que estén obligadas a asumir lo que el pueblo considere válido, nunca a la inversa.

Todas esas buenas intenciones se han ido desvaneciendo y en su lugar prima la carrera política o el ampliar la cuenta corriente. Los políticos han perdido el norte, creen que ellos pueden hacer y deshacer según su criterio, sin tener en cuenta lo que su programa explicita y sus votantes esperan.

Ahora toca no deteriorar lo que representó la transición, pues algunos están en ello, ni tampoco retocar artículos de la Carta Magna o introducir otros sin la obligación de ponerlos a votación popular. Todos los pequeños o graves problemas que nos han ido sucediendo de un tiempo a aquí, han sido debidos al incumplimiento de sus artículos o la falsa interpretación de ellos; los artífices han sido los diferentes Gobiernos y en otras ocasiones el Tribunal constitucional, por cierto, nombrados sus miembros por los partidos. Todo queda en casa, no hay división de poderes. La Ley de leyes puede tener vaguedades y algunos enfoques poco eficientes, pero si se hubiere respetado y aplicado en sus distintos artículos, toda anomalía podría haberse rectificado. Esto no es óbice para que las opciones políticas, cuyo único interés es destruir el sistema democrático, hayan extendido la idea de la reforma y las restantes para estar en primera fila, se hayan subido al tren del disparate.

Ahora también se ha de exterminar la corrupción que ya se extiende por muchas de las Instituciones y que ha deteriorado las condiciones básicas que apuntalan el Estado de derecho. Y como a todo relato en negro, no puede faltarle un colofón explosivo, tenemos para ocupar ese espacio el Golpe de Estado que está en proceso de ser perpetrado por los dirigentes de la Generalidad catalana, un pronunciamiento que empezó a colocar sus primeras piedras desde el momento en que se burló la legalidad vigente. El contrapunto es muy simple, nada ocurre. Los distintos relatos se van sucediendo sin pena ni gloria ante la fiscalía. Las autoridades académicas no levantan la voz frente a la gran dosis de injusticia y engaño que se perpetra en las aulas. Y en el día a día, los ciudadanos se hallan desposeídos de su dignidad y los representantes públicos inmovilizados descansan sin ejercer la autoridad.

Ante esta desoladora visión, sólo cabe decir “En un pueblo libre, es más poderoso el imperio de la ley que el de los hombres” Tito Livio

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