Las “Filandonas” Romanas

Manuel I. Cabezas González es Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas; Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada; Departamento de Filología Francesa y Románica; Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).

Almagarinos, pedanía del Ayuntamiento de Igüeña, es un pueblo muy pintoresco tanto por su emplazamiento como por sus gentes. Por eso, merece una visita o, mejor, una larga y reposada estancia, sobre todo en la estación estival. Almagarinos está colgado, como un nido de águila,

Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas, Manuel I. Cabezas. Foto archivo.

Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas, Manuel I. Cabezas. Foto archivo.

en lo alto del escarpado acantilado llamado Peñas de Aceite; y, por su ubicación, puede ser considerado como el vigía del valle del río Tremor, sito en el Bierzo Alto. Ahora bien, es también un lugar sin igual por sus gentes.

En este pintoresco pueblo, hay un espacio, que no es ni calle ni plaza o es las dos cosas a la vez, bautizado con el nombre de “El Parlamento”. Está situado enfrente del bar Gonçalves, único bar del pueblo, regentado por la hacendosa y, además, “cordon-bleu”, Deolinda: si pruebas sus sopas de trucha o sus patatas con corzo o jabalí, o su abanico de platos de bacalao (como buena portuguesa que es), seguro que querrás repetir o desearás volver cuanto antes.

Pero, no nos perdamos y sigamos con El Parlamento. Éste es un espacio muy concurrido y polivalente, donde los vecinos del pueblo se reúnen, bajo una pérgola, para parlamentar; para tomar el aperitivo o las copas de rigor (mediodía, tarde, noche y madrugada), los adultos varones y hembras; para disfrutar con los juegos de mesa, los niños y menos niños; y para hacer el filandón (reunión nocturna de mujeres para hilar y charlar, RAE dixit), las mujeres hechas y derechas; ahora bien, éstas ya no hilan, utilizando la rueca y el huso o, más bien, lo que hilan son palabras… y palabras… y palabras…, hasta bien entrada la madrugada.

Este verano de 2015, al ver a las “Filandonas”, siempre acurrucadas en un rincón de la pérgola (cf. foto ut supra), envueltas en sus mantas o cobertores o enfundadas en sus batas de boatiné, para protegerse del frío, e iluminadas por unas velas que les servían, al mismo tiempo, de brasero, uno de los convecinos las bautizó con el nombre de “las rumanas”. Al escuchar esta denominación, como Proust con su magdalena, me vino a la mente el recuerdo de un comportamiento lingüístico generalizado, que observé siendo niño y mozalbete, tanto en Almagarinos como en los pueblos del Bierzo Alto. En efecto, in illo tempore, los vecinos del pueblo abandonaban el uso de los nombres dados en el bautismo religioso y los reemplazaban por apodos o motes, fruto de un bautismo laico, en el que muchos parroquianos oficiaban de sumos sacerdotes.

Sin ánimo de ser exhaustivo y a vuela pluma, voy a recordar algunos, para ilustrar este fenómeno lingüístico y para que los maduros y menos maduros del lugar intenten recordar y descubrir el prístino nombre religioso e identificar al aludido. Los que me han venido a la mente, con la ayuda de algunos lugareños, son los siguientes: El Conde, El Pinto, Cabeza de Oro, El Fréjoli, Pascualín, Charly, Tisso, Pedorril, ***”El Puta”, *** “El Zorro”, El Plantilla, Porreto, El Llobín, El Perdigón, Pepe Gafas, Cutis, El Feo, El Llirón, El Cajonero o Lanfrán, Zoco,… “Que sais-je encore”?

Estos bautizos laicos no sólo eran individuales. También se bautizaba a colectivos, imponiendo gentilicios nuevos a los vecinos de cada pueblo del valle del río Tremor. Así, a los de Almagarinos, se les llamaba los saratos; a los de Pobladura de las Regueras, los franceses; a los de Rodrigatos, los gatos o venteros; a los de Tremor de Arriba, los túzaros o los túerganos;  a los de Tremor de Abajo y Cerezal de Tremor, los queicheiros; a los de la Granja de San Vicente, los ralengos; … Y suma y sigue.

Ante este comportamiento lingüístico del pasado reciente y ante esta cascada inconclusa de motes, quiero hacer algunas precisiones y arriesgar una explicación de los mismos. Por un lado, hay que subrayar el hecho de que sólo eran objeto de bautismo laico los hombres, nunca las mujeres. Por otro lado, hoy, la mayor parte están en desuso y ha desaparecido la costumbre de poner apodos a los convecinos. Y finalmente, hay que reconocer que algunos motes tienen una cierta dosis de mala leche o carga crítica.

Esto me lleva a plantear si estos apodos son, como afirmó el padre de la lingüística moderna, el suizo Ferdinand de Saussure, arbitrarios (p0r ejemplo, no hay ninguna razón o motivo de llamar “mesa” a una mesa; o “perro” a un perro) o todo lo contrario, es decir motivados. En bastantes casos, se podría establecer una relación clara y directa, es decir motivada, entre una persona concreta y el apodo. Y esto pondría en entredicho la teoría de F. de Saussure sobre la “arbitrariedad” del signo lingüístico.

Para terminar, me gustaría formular y arriesgar una explicación de estos bautizos laicos. Durante el régimen franquista (1939-1975), la Iglesia Católica fue omnipresente y omnipotente. Marcaba y ritmaba la vida social, cultural, escolar, laboral, etc. de la sociedad española, imponiendo sus valores, sus criterios y sus preceptos en todos los órdenes de la vida. Entre ellos, la obligación de bautizar a los recién nacidos y de ponerles sólo uno o varios de los nombres que figuran en el santoral; y, además, en español. Ante esta imposición y como reacción a la misma, yo me pregunto si los vecinos, tanto de Almagarinos como de los otros pueblos del valle del río Tremor, no utilizaron precisamente el bautismo laico como vehículo o instrumento simbólico de protesta, de resistencia y de rebeldía para contrarrestar el peso y el poder casi omnímodo de la Iglesia.

Esta interpretación parece estar corroborada por el hecho de que, en la sociedad secularizada de nuestros días, ya no se practican los bautismos laicos, para dar apodos nuevos a las gentes de Almagarinos. Sin embargo, como he expuesto más arriba, este verano, se volvió a los usos del pasado, cuando un convecino calificó con el apodo de “las rumanas” al grupo de “filandonas” del Parlamento. Ahora bien, discrepo con la adecuación de este mote que, sin duda, ha sido motivado por las imágenes de inmigrantes rumanas de etnia cíngara de los suburbios de Madrid, que han aparecido en los medios de comunicación. En efecto, las “filandonas”, por el atrezo y la vestimenta ocasional y nocturna, se asemejan más a las televisivas rumanas madrileñas que a las rumanas comunes; por eso, la inadecuación de llamarlas simplemente rumanas.

Y digo esto con conocimiento de causa. Hace más de un lustro, tuve la oportunidad de visitar, dos veces, la tierra del conde Drácula, Transilvania. Estuve más de dos semanas en Cluj-Napoca, la capital de esta región de Rumanía, y pude comprobar que los rumanos son física, social y culturalmente como nosotros, los españoles corrientes y molientes. No podríamos diferenciarnos de ellos. Por eso, de continuar con el apodo, propongo al oficiante del bautizo laico estival que rebautice a las “filandonas” con el nombre de “rumanas de etnia cíngara” y no “rumanas” a secas. Como dice la ley mosaica, no se debe utilizar el verbo en vano. Y así tendríamos un ejemplo más para poner en entredicho la teoría de Saussure relativa a la “arbitrariedad” del signo lingüístico.

octubre 24th, 2015 by