Redacción (Ana Maria Torrijos) – Días aciagos, difíciles, fechas imborrables en el recuerdo, un antes y un después. Muchos entramados afectivos rotos y esperanzas de futuro hechas añicos. Faltan decisiones firmes, un decálogo de ” hasta aquí hemos llegado “. Un grito desgarrado al aire “¡España!”. San Cugat Del Valles (Barcelona), viernes 6 de octubre de 2017. Fotografía:
Siempre hay un principio, un momento en el que se sobrepasa el límite de lo correcto y al instante se inicia una carrera imparable hacía el abismo social, político y moral. Unos métodos económicos delictivos, que por miedo o por un acomodo en el resultado de las urnas, fueron alejados de los tribunales, tapados para beneplácito del delincuente. Un delincuente que se adueñó del poder político autonómico y vivió a costa de él durante años. La impunidad genera laxitud a su alrededor. ¿Por qué yo no? ¿Y nosotros? así fue repitiéndose la pregunta hasta el infinito.
Una sociedad con un futuro prometedor, abierta a propuestas loables, fue oscureciendo su horizonte a medida que se descartaban los tribunales para toda acción selectiva, contraria a la legalidad. La sombra del delito ha ido oscureciendo la vida política y de rebote la vida social.
Cualquier ley podía sobrepasarse, no cumplirse o ignorarse. La democracia ha sido lenta pero implacablemente vaciada de límites, de normas, de pautas legales, dicho con pocas palabras, está casi muerta. Ahora en plena apuesta secesionista, las calles, las autopistas han sido tomadas por los violentos, por la turba. Gritos, insultos, puños en alto, ¡Visca terra lliura! y hasta hemos visto jóvenes enfrentados, en el suelo pegándose, defendiendo posturas encontradas.
Ayer Cataluña era España, mañana no lo sabemos. Un sentimiento de abandono , de soledad empieza a hacer mella en los ciudadanos. Los intereses políticos están por encima de las personas. Huelga general no por cuestiones laborales sino por un plan premeditado, que responde a intereses de una casta. Una casta a la que la libertad le viene grande, que está acostumbrada a no tener con quien competir, que ha sido “mimada” por los Gobiernos nacionales a lo largo de dos siglos, gobiernos de muy variados sistemas, monarquia, república, dictadura, democracia liberal parlamentaria.
El desprecio, la humillación, la mueca anterior al improperio se lanza contra los cuerpos de seguridad; la Guardia Civil y la Policia Nacional fueron torpedeadas para destruir el libre ejercicio de los derechos y libertades, la garantia de la seguridad ciudadana.
Pero una sociedad amordazada desde las escuelas, desde los medios de comunicación, desde la cámara autonómica y desde el gobierno de la Generalidad reaccionó un día antes del golpe diseñado por los esbirros del expolio. Una manifestación rebosante de esperanza, de ilusión, recorrió su itinerario hacia la plaza de san Jaime, españoles y catalanes, clamaron por la libertad, la democracia y el futuro. Y en pleno auge de la revolución callejera, finalizada la votación secesionista, un día después, entre presiones y asedios en el ambiente asfixiante de la ciudad abatida, apareció un grupo de jóvenes enarbolando banderas españolas, una marea de sonrisas. La ciudadanía catalana estaba ahí, la que respeta la legalidad, la convivencia.
La jornada teñida de subversión, jaleada por cadenas televisivas, lacayos remunerados por quienes apuestan por la ” identitat “, fue clausurada por la presencia del rey Felipe VI. Una presencia integra, voz pausada pero firme, frases resolutas pro la legalidad constitucional, una declaración que deja al margen de la ley a los dirigentes secesionistas y a toda su corte , banderas comunistas , anarquistas, esteladas, cuperos y partidarios de la kale borroka.
En estos momentos todo está por reponer, el cumplimiento de la ley, la destitución de altos cargos políticos, la corrupción estrangulada por los tribunales, la paz social y la confianza en un país que ha sido referencia de los hitos más grandes de la historia.
El mensaje del jefe del Estado ha devuelto a los ciudadanos catalanes y en general a todos los españoles ese ímpetu que siempre nos acompañó.
¡Gracias Majestad!
Ana María Torrijos