El poder del verbo y de la honestidad radical

Redacción (Manuel I. Cabezas González: Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas; Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada; Departamento de Filología Francesa y Románica y Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)) – Según un refrán popular, “el mejor maestro es el tiempo; incluso sin que le hagas preguntas, te da las mejores respuestas”. En efecto, el tiempo da y quita razones, como reza otro aforismo popular. He citado estos adagios para traer a colación lo sucedido en Honestidad Radical (H. R.) y también en la academia de idiomas Meeting Point, así como en la revista Guía-te, después de la publicación aquí, el 7 de febrero, y en una quincena de periódicos digitales y en papel, del artículo titulado “Las maestras Ciruela”. Me explico. Barcelona, 9 de abril 2016. Fotografía: El Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas, Manuel I. Cabezas. Archivo Lasvocesdelpueblo.

Lo sucedido en H.R.

Colgado el texto precitado en H.R. y publicado también en otros medios, la Directora de la academia de idiomas Meeting Point, Cristina Cano, una de las tres maestras Ciruela citadas en mi texto, reaccionó al día siguiente (9 de febrero) con un comentario sin pies ni cabeza,  producto de la irracionalidad, de la visceralidad, de las prisas y de las pocas luces. Ahora bien, la Directora Cristina Cano, después de leer mi contestación-reacción a su comentario (cf. comentarios al artículo “Las maestras Ciruela”, en H. R.), se autocensuró y borró su despropósito.

Cuando me di cuenta de ello, gracias a un seguidor de Vigo, volví a colgar su comentario, para que quede, para la posteridad,  un ejemplo más de incongruencia, de mal hacer y de no querer asumir los errores y las limitaciones personales. Este comportamiento lingüístico de la empresaria Cristina Cano dice mucho de su catadura ética, profesional y deontológica. ¡Lamentable y censurable su reacción por falta de rigor lingüístico y argumentativo! ¡Qué sarta de mentiras en sólo 10 líneas!

En efecto, la empresaria Cristina Cano tilda al que suscribe de periodista o bloguero. Y lo acusa, por un lado, de “difamar” y de poner en entredicho la forma en que “se imparte clase en un centro de idiomas”; por otro, de “escribir” sin “informarse” y de “juzgar” sin “saber”; y, finalmente, de ser “indigno”, al “tirar por suelo (sic) en un minuto tantos años dw (sic) buen trabajo”. ¡Qué atrevida es la ignorancia o el/la ignorante! Sin embargo, bien mirado, en el país de los ciegos o ciegas, ya se sabe, el tuerto o la tuerta es el rey o  la reina. Y me expreso así para ahorrarme la acusación de “tufillo sexista”, con la que dispara tan alegremente una amiga-conocida parisina, Elisa Núñez Mateos.

Si la empresaria Cristina Cano hubiera sido objetiva, si se hubiera informado, haciendo una simple búsqueda con Google, no hubiera afirmado, a tontas y a locas, lo que he entrecomillado en el párrafo anterior. Ni soy periodista ni bloguero, ni quiero ser una cosa ni la otra. Ahora bien, cuando escribo, no lo hago al sabor de la boca, como decimos en El Bierzo, sino con conocimiento de causa y después de reposada reflexión, fruto de mi formación académica y de mi actividad profesional.

Lo sucedido en la academia de idiomas Meeting Point

Lo que acabo de exponer está en contradicción con lo que descubrí, el pasado 18 de febrero, en la academia de idiomas Meeting Point. Al regresar a casa, después de haberme metido entre pecho y espalda mis 8 Km. cotidianos de marcha a paso ligero, pasé por delante de la precitada academia, regentada por la empresaria Cristina Cano. Y me llevé una agradable sorpresa: el cristal-ventana —del que hablaba en mi artículo “Las maestras Ciruela” y sobre el que se habían grabado, en color azul, 12 palabras francesas— había sido reemplazado. En el nuevo, fueron corregidos casi todos los errores explicitados en el texto publicado en H. R., aunque aún quedan algunos. Espero que la empresaria Cristina Cano movilice sus meninges para descubrir los errores o, si quiere utilizar la solución más fácil, consulte a alguien que sepa de qué va la cosa o simplemente vuelva a leer el texto “Las maestras Ciruela”, donde enumero las incorrecciones (9 de las 12 palabras grabadas estaban mal escritas).

Además, seguramente después de informarse sobre el que suscribe y/o simplemente de entrar en razón, la empresaria Cristina Cano hizo un nuevo comentario en H. R., donde reconocía sus errores y donde afirmaba que es de sabios “aprender de las críticas”. Por eso, me anunciaba que el “lettering” (cristal-ventana-afiche o rótulo trufado de faltas) ya había sido reemplazado, al tiempo que me agradecía los servicios prestados y los futuros “feedback”, y me invitaba a visitar el centro de enseñanza. ¡Cuantos cambios y cuantas buenas palabras en sólo unos días! ¡Qué metamorfosis en tan corto espacio de tiempo!

Lo sucedido en la revista Guía-te

La directora de la revista Guía-te y autora de sucesivos editoriales plagados de faltas de todo tipo, Laura Serrano, respondió  a mis dos primeras misivas con un elocuente silencio. A la tercera misiva y en su nombre, me respondió la diseñadora-responsable de contenidos de la revista, Isa Barrio. Como no podía ser de otra forma ante mi corrección detallada y meticulosa del editorial del número de enero de 2016, la Sra. Barrio reconoció la existencia de numerosos errores ortográficos y gramaticales en los editoriales, y trató de justificarlos por la falta de “recursos” o de “tiempo”. Ahora bien, indirectamente, la Sra.

Barrio reconoció que la directora de la revista tiene, en su competencia lingüística y textual, más agujeros o lagunas que un queso gruyer. En efecto, en su misiva, me pedía ayuda para encontrar una solución a este problema, para encontrar a alguien que pudiera revisar cada número o alguna otra solución. Según me precisaba, estaban dispuestas a valorar mi propuesta y a incorporarla para, así, solucionar el problema.

Impelido por los principios evangélicos de “enseñar al que no sabe” y de “dar de comer o de beber al hambriento o al sediento” lingüístico, le propuse dos soluciones: una, a largo plazo (leer, leer, leer… mucho y rumiar lo leído); y otra,  a corto plazo (revisión de los textos por algún corrector competente, rara avis en los tiempos que corren). Ahora bien, la solución a largo plazo tardará todavía mucho para dar sus frutos, si es que se ha empezado a adoptar; y la solución a corto plazo no la han tomado en consideración. En efecto, los nuevos editoriales y textos de la revista Guía-te están aún plagados de faltas. Por eso, las buenas intenciones no son suficientes; hay que pasar a la acción.
Ergo

Lo sucedido con la academia de idiomas Meeting Point y con la revista Guía-te es la demostración fehaciente del poder del verbo y de la doctrina de la “honestidad radical”: las cosas pueden cambiar, si no se utiliza el verbo en vano y si el bisturí lingüístico diagnostica y localiza los problemas, siguiendo los dictados de la “honestidad radical”. Ahora bien, de la maestra Ciruela del bufete de abogados Bejarano i Cámara associats, Elisabeth García Bejarano, no he tenido ninguna reacción directa. Sin embargo, ante lo narrado en los textos “Iletrada, ella; tonto útil, él” y “Las maestras Ciruela”, sé que se puso como un basilisco. ¡Craso error por parte de la Sra. Bejarano! Cambiar y rectificar es de sabios y permanecer en el error es de necios. Dar coces contra el aguijón no es una sabia e inteligente decisión.

Todo lo expuesto parece indicar que el que suscribe, cuando toma la palabra, no predica en el desierto, como hacía Juan el Bautista. Y, por otro lado, ratifica lo que afirma, de forma lapidaria, Risto Mejide en su último libro: “Si hablas o escribes y nadie se molesta es que no has dicho nada”.

abril 9th, 2016 by