Redacción – Tabarnia suena a alegria, suspiros, aplausos, una puerta abierta a la seguridad de un día después, que está próximo, que se intuye. (…) Ahí significó su huella Tabarnia y arrastró con ímpetu arrollador el entusiasmo de muchos, el estupor, las ansias, la búsqueda de lo desconocido por no encontrar nada real a la vista. (…) Eso ha de ser Tabarnia, un espacio acogedor, un lugar de encuentros, un sitio hermanado con todos, donde nadie sea estigmatizado por su especificidad, en el que reine el compartir un país, un colectivo político, una nación, una comunidad europea y una cultura, la occidental. Tarragona (España), viernes 2 de marzo de 2018. Fotografía: PLAZA DE CATALUÑA (BARCELONA), 25.02.2018. Un tabarniés ondea una bandera de Tabarnia en plaza de Cataluña de Barcelona durante el acto de presentación ‘Coordinadora Por Tabarnia’ este domingo 25 de febrero de 2018. Más de 5 mil personas asisten al acto tabarniés convocado en las redes sociales, dos días antes. Lasvocesdelpueblo (41).
Tabarnia
¿Qué es? o ¿ Qué necesitamos que sea? Todas las respuestas son posibles. En un momento muy delicado, falto de esperanzas para muchos, puede representar un hálito fresco, un volver a creer en algo que estábamos perdiendo, que se nos arrebataba bruscamente, un saber que cada uno forma parte de un colectivo, que no estamos solos, que hay muchas personas en espera de hallar dónde nos encontramos y sobre todo qué somos. Durante bastantes años hemos sufrido el golpear de los mercaderes de patrias, de los carroñeros que necesitan destruir para vivir de la desolación, y es ese vandálico proceder el que ha implicado a la democracia, que es lo mismo que decir a todos.
Por ello, Tabarnia suena a alegria, suspiros, aplausos, una puerta abierta a la seguridad de un día después, que está próximo, que se intuye. Una excusa para gritar libertad, libertad en la escuela, en la calle, en las urnas, para creer en nosotros con la convicción de que debemos y podemos ser activos en nuestra vida pública y social.
Olvidamos que ser ciudadano es participar en todos los ámbitos posibles con firmeza y con el deseo de aportar una idea, un empeño, una ilusión. El concepto democracia necesita estar inmerso en ese entorno pues sin él se deteriora, se queda en una sombra de lo que es la libertad. Ahí significó su huella Tabarnia y arrastró con ímpetu arrollador el entusiasmo de muchos, el estupor, las ansias, la búsqueda de lo desconocido por no encontrar nada real a la vista.
No puede quedar tan sólo en una luz que a medida que se aproxima se desvanece. Tiene que empezar a levantar las censuras que cada persona se ha impuesto por temor a ser señalado, tiene que romper los lazos que nos atan a lo establecido como correcto para no ser considerado un anclado en el pasado, pedir la casilla en la hoja de inscripción escolar y así iniciar una revolución en los centros educativos, que entre la verdad en las aulas y nos haga personas capaces de pensar. Estos son unos pocos de los hitos que pueden marcar la aparición de ese nombre; forjado con los topónimos de Barcelona y Tarragona ha roto la uniformidad que los secesionistas imponían desde hace ya muchas décadas. Esa Cataluña que sólo con cadencia monótona dirige la mirada extraviada a un pasado inexistente, ha ido minando el ritmo de una vida urbana para transformarla en una lugareña, en la que reinan únicamente “els correfocs, las calçotadas, el caga tió y la botifarra amb mongetas”. Hemos despedido a una Cataluña cosmopolita, volcada a toda manifestación cultural con acento universal para quedarnos en los límites de los Pirineos y el rio Ebro.
El abandono de la pluralidad que fue la referencia de la ciudadanía catalana, se ha ido extinguiendo cual bruma en el Egipto de los faraones, y ha segado el ritmo cultural, social y hasta religioso de sus habitantes. La respuesta no puede ser “el exilio”, el dejar a nuestras espaldas las torres modernistas de la Sagrada Familia, el empezar a redactar unas cartas de añoranza dirigidas a los que se han quedado. Responsabilidad es lo que se requiere para atajar la rotura de la legalidad y de la convivencia. Y esa Tabarnia, creada y diseñada por un inspirado artista puede dar las claves para recomponer lo perdido y mantener la ciudadanía española.
Tiene que ser la fuerza de todos los que han sido moneda de cambio en pactos mezquinos, tiene que ser la referencia de la estabilidad y la oposición a una ideología maligna, el Nacionalismo. Tiene que abrir un camino claro, sin palabras tergiversadas, sin desfigurar el paralelismo de los hechos y sus circunstancias. No puede ser patrimonio de un sector acomodaticio, contemporizador con el catalanismo clasista, cercano al poder político de los que han permitido llegar a esta anomalía parlamentaria, al trueque de la soberanía nacional por ser y no ser español.
Tabarnia ha de ir encontrando su esencia a medida que los ciudadanos y las entidades cívicas vayan implantando sus anhelos, los deseos de ser respetados en un “Estado social y democrático de Derecho” donde la libertad, la igualdad y la justicia esté al alcance de todos los ciudadanos.
Hay imperiosa necesidad de presentarse a la oferta de un puesto de trabajo sin que la regla de medir el curriculum sea el dominio de la lengua catalana, hay que hablar con naturalidad indistintamente en catalán y español, hay que valorar tanto un apellido de raíz catalana que otro que no lo sea. Poder leer toda la rotulación, los informes, las notificaciones institucionales en la lengua que desees, que no te catalanicen tu nombre. La sociedad necesita ver que ondea en los lugares públicos la bandera que nos representa a todos, la rojigualda con el protocolo que dicta la ley. Terminar con las pitadas al himno en el inicio de las pruebas deportivas, con el abucheo a la más alta jerarquia del Estado, los exabruptos, las infamias, los odios a todo lo que rezume español.
Eso ha de ser Tabarnia, un espacio acogedor, un lugar de encuentros, un sitio hermanado con todos, donde nadie sea estigmatizado por su especificidad, en el que reine el compartir un país, un colectivo político, una nación, una comunidad europea y una cultura, la occidental.
Ana María Torrijos