mayo 1st, 2017 by gonzalez varas ibañez
Redacción (Santiago González-Varas Ibáñez, Catedrático de Derecho Administrativo)—. Se inventan mitos “autonómicos”, a veces a fuerza de pura subvención, pero finalmente terminan siendo asumidos como verdad. (…). El origen de los problemas está en colectivos que votan contra el sentido común. Un ejemplo (o curiosidad) entre muchos, científicamente, es observar cómo una persona de Sevilla o de Valencia puede llegar a votar un partido político como “Podemos” que pone en entredicho la unidad de España. Barcelona (España), lunes 1 de mayo de 2017. Fotografía: El dirigente extremista podemita, Pablo Manuel Iglesias Turrión (i) junto al presidente separatista catalanista, Carles Puigdemont Casamajó (d) durante un encuentro en el Palacio del gobierno regional de Cataluña. Archivo lasvocesdelpueblo.
La situación llega a ser expresiva cuando el propio Estado toma la iniciativa y termina condecorando o premiando al “contrario” del Estado
Se da el fenómeno de la “verdad de conveniencia”. Se trata de que, para facilitar la convivencia, uno termina asumiendo como verdad cosas que no lo son, con tal de ser respetuoso y que “el otro” esté contento.
Son verdades en clave política. En el Estado español vivimos este peculiar fenómeno. Se inventan mitos “autonómicos”, a veces a fuerza de pura subvención, pero finalmente terminan siendo asumidos como verdad. El propio Estado autonómico es una solución jurídica, pragmática o convencional, pero termina siendo creído y asumido como verdad natural.
El problema, por tanto, es que las soluciones de conveniencia pueden pasar a ser verdades, pese a que no lo sean realmente. Una cosa es que algo tenga que ser respetado o asumido por razones de conveniencia o por razones políticas (conforme) y otra cosa es que eso mismo termine siendo creído como verdad. La situación llega a ser expresiva cuando el propio Estado toma la iniciativa y termina condecorando o premiando (y, si no, miren y comprueben) al “contrario” del Estado, en aras del debido progresismo y convirtiendo en verdad algo que era convenio o conveniencia. Me remito a mi reciente libro “Discurso a Hispanoamérica y España”, Editorial Sial-Pigmalión, Madrid 2016.
A veces hay casos claros, como por ejemplo la versión posible sobre ETA y las víctimas de aquella
Ante este panorama político debería tener una enorme importancia la función intelectual. Lejos de ser su misión hoy la de transformar el mundo, su cometido más genuino sería, simplemente, dar mejores explicaciones de las cosas. Hay mucho campo en todo esto. Si la verdad política es necesaria, por razones de conveniencia, se precisa entonces la función intelectual de descubrimiento de la verdad al margen de las posibles ficciones. A veces hay casos claros, como por ejemplo la versión posible sobre ETA y las víctimas de aquella.
Parece ésta tan clara que ni siquiera harían falta intelectuales para contarlo. Pero ya veremos porque, de hecho, tal agrupación puede disolverse a gusto, tras haber contribuido al fenómeno aludido de los falsos mitos patrios que terminan siendo creídos.
Un ejemplo es observar cómo una persona de Sevilla o Valencia puede llegar a votar Podemos que pone en entredicho la unidad de España
El origen de los problemas está en colectivos que votan contra el sentido común. ¿Qué hacer entonces? ¿Qué hacer, como político, cuando se observa que, de propugnar la racionalidad, los votos se orientan hacia otro partido? ¿Qué hacer si se llega al extremo de detectar, sociológicamente hablando, que la estulticia pudiera llegar a ser un factor?
Un ejemplo (o curiosidad) entre muchos, científicamente, es observar cómo una persona de Sevilla o de Valencia puede llegar a votar un partido político como “Podemos” que pone en entredicho la unidad de España. ¿Realmente vota algo así el votante de Podemos? ¿Por qué vota, un ciudadano de tales lugares, a tal partido político, en tales condiciones?
No se encuentra explicación, sinceramente, en términos de pura racionalidad, como fenómeno sociológico singular, incluso a nivel internacional porque no conozco que en otros países uno vote en contra de su propio Estado, incluso sin perjuicio de otros méritos que pueda tener esa formación.
Reivindico la importancia que debería tener la función intelectual ocupando un espacio que, sin embargo, parece estar ocupando puramente la política
La solución óptima sería que, ya de una vez, se empezaran a votar partidos políticos partiendo de unos parámetros básicos de racionalidad.
Entretanto, reivindico la importancia que debería tener la función intelectual ocupando un espacio que, sin embargo, parece estar ocupando puramente la política. Es importante que los políticos de sentido común sigan apostando por el argumento del debido cumplimiento de la ley, pero también tiene que haber colectivos capaces de explicar las cosas mejor.
Las soluciones de conveniencia son precisas, por puro respeto, pero no son lo mismo que la verdad.
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abril 6th, 2017 by gonzalez varas ibañez
Redacción (Santiago González-Varas Ibáñez, Catedrático de Derecho Administrativo).- Miras cualquier oficio y la apariencia de insignificancia está en todos los lugares. No sé qué ocurre, pero se observan personas que estudian más que antes, o que incluso saben más que los de antes, pero que no lucen como los de antes. Éste es el destino común que espera a los ciudadanos normales, si es que llegan a tener valía profesional (y suerte). La sensación, en política, como español, tampoco cambia mucho: los temas que son noticia son temas aburridos (o bien separatismos, o bien un anticlericalismo desfasado, o bien derechos de minorías que -aunque respetables por supuesto- tampoco es como para ilusionarse con sus mensajes…). Quizás sea un mal de la época, o quizás es que hoy día ser un ciudadano más pierde interés y provoca bostezo. Andalucía (España), jueves 6 de abril de 2017. Fotografía: Agencia Efe-. 02.02.2015. El debate del estado de la nación será el 24 y 25 de febrero. El debate del estado de la nación se celebrará en el Congreso los próximos 24 y 25 de febrero, han informado fuentes del Ejecutivo. El Gobierno se ha puesto en contacto con los grupos parlamentarios para informarles de la fecha, según las fuentes. Archivo Efe.
Por su parte, la fama o popularidad ha caído tan baja que ya es hasta preferible ser anónimo. Aquella, siempre fue caprichosa, pero hoy, además, tiene mal gusto. Desde el punto de vista, nuevamente, del ciudadano común (es decir, el no político, o el no futbolista, o el no cantante-pop) la única salida para conseguir ser conocido es tener un buen conflicto, si es posible penal.
Solo hay noticia si es así, porque no llegará a ser noticia el resto, por no interesar a nadie (If it bleeds, it leads).
Todo esto es un simple reflejo de los principios rectores actuales del diseño social, la soberanía popular por ejemplo. Tras un par de siglos evolucionando poco a poco esta idea ¡Hoy se ven al fin los logros de la soberanía popular! El caso es que, cuando mandaban la iglesia y el rey y los aristócratas (o cuando tal soberanía estaba solo en evolución o transición pugnando con aquello otro del pasado que se extinguía) el mundo conseguía logros mejores, culturales, que al final es lo único que importa.
Ahora bien, lo fatal es observar que, pese a ello, la soberanía popular engendra, a peso, más bueno que malo. Lo bueno es el mayor progreso o bienestar colectivo. Lo malo, pues, sus logros culturales. Se supera el analfabetismo, cierto, y hay museos subvencionados por doquier, pero no existe un Beethoven. Yo, en efecto, lo que lamento de mi época, es haber vivido sin que haya, ni pueda haber, un Beethoven. Estas ideas las he desarrollado en mi ensayo (en el fondo, un nuevo desahogo, algo satírico en realidad, titulado “La imposibilidad de la cultura” con la Editorial Manuscritos 2016). Por supuesto, que será, como todo hoy, insignificante.
Lo más trágico o doloroso es, por tanto, descubrir que lo actual (la soberanía popular, etc.) es lo mejor que puede pasar. Porque no hay alternativa mejor.
No hay alternativa al cientifismo, la razón y el Estado de Derecho, y demás bases de nuestro diseño social. Nuestro diseño social se basa en todo esto. Y lo peor de todo es observar que tampoco esto es ni siquiera verdad al final, porque, a poco que profundicemos en todo ello, descubres limitaciones de bulto en estos nuevos dogmas (¿dogmas en el mundo del relativismo imperante?). “Descubres” la irracionalidad inevitable, porque al final (pese a lo que se nos dice) no todo es razón y aquella otra es imposible de evitar. Y se descubre entonces un profundo desasosiego ante este puro espejismo. Hay algo, en efecto, que ocupa una parte de las decisiones que, en el fondo, es puro azar, o providencia, o mito, o arte, o qué sé yo… Es decir, que al final ni siquiera son ciertas ni las bases mismas de tal diseño social que tenemos (sobre esto véase “Juicio a un abogado incrédulo”, Editorial Civitas Madrid 2016).
En conclusión, la inseguridad ocupa un margen, demasiado margen, en un mundo que se presenta como seguro. Y la falta de reconocimiento, y el profundo bostezo, es el destino de la valía, eso, cuando la hay.
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