Redacción – (Javier Barraycoa) – Todos, hasta su carnet de identidad, le conocían como Arturo. Hasta que obtuvo su primer cargo oficial en la consejería de Economía de la Generalitat. Entonces solicitó su cambio de nombre en el DNI y empezó a pedir que le llamaran “Artur”. Barcelona (España), viernes 12 de enero de 2018. Fotografía: POLIEDEPORTIVO LA MARBELLA (BARCELONA) ESPAÑA, 18.11.2012. El candidato de Convergencia a la presidencia de la Generalidad de Cataluña, Artur Mas Gavarró, saluda durante su intervención en el acto central de campaña electoral celebrado en el polideportivo de la Mar Bella de Barcelona. El candidato de CiU a la reelección, Artur Mas, ha expresado este domingo su deseo de ser el último presidente de la Generalitat al que el Estado español intente “destruir” desde sus “cloacas”, algo que espera que ya no pueda hacer con su sucesor porque, ha dicho, “ya no dependerá de España”. Efe.
Primera fantasmada al servicio del nacionalismo. Con su buen porte, su MBA en estados Unidos y su forja como aprendiz en el “taller” de Prenafeta –uno de los íntimos de Pujol- apuntaba buenas maneras. Ello le llevó a decir a Marta Ferrusola: “Aquest sembla un bon xicot” (este parece un buen chico). Así, de manos de la Madre superiora, Artur Mas abandonaba su vida real para convertirse en la futura fantasmada del nacionalismo. Por cierto, cuando hablamos de fantasma no olvidemos su derivación etimológica en el término “fantasía”.
Todo en la vida política de Artur ha sido fantasía (o si quieren fantasmadas) que poco a poco se ha ido transformando de una ilusión en colores a penumbras grisáceas. Porque las fantasías también se pueden convertir en pesadillas. Artur Mas es de los pocos casos en la historia política que empezó teniéndolo todo para acabar en la nada y con nada (de momento sus propiedades están embargadas). Pero mejor empezar por el principio. Corría un mes de julio de 2001 y el exArturo era presentado como el nuevo “conseller en cap”. Faltaban dos años para las elecciones, pero ya tocaba poder sin haber sido elegido democráticamente. Su nombramiento provenía del entonces intocable patriarca Jordi Pujol que así designaba a su delfín (esperando secretamente que Oriol Pujol creciera un poco y pudiera continuarse la saga familiar; pero eso ya es otra historia).
Artur Mas recogía por entonces una coalición (CiU) con 56 diputados (en los tiempos gloriosos de Pujol había logrado 72) y que tenía que gobernar a golpe de pactos con el PP. Mas tenía dos años para darse a conocer, preparar la remontada electoral y demostrar que ni Pujol ni la Madre superiora se habían equivocado con él. Para ello se revistió de hombre de Estado y consiguió fotografiarse desde con el Juan Pablo II a Rigoberta Menchú, pasando por Woody Allen y Bill Clinton. Un negro (en el buen sentido) le escribió una infumable biografía y empezó a ejercer peculiar forma de política. Ella consistía en neutralizar a sus dos más inmediatos enemigos: uno en su propia trinchera, Duran i Lleida; y el otro en la de enfrente, Pascual Maragall. Las elecciones de 2003, las ganó pero con una sangría de votos que le llevaron a obtener 46 diputados. Ello laminaría su autoestima pues llegó a ganar dos elecciones autonómicas pero el poder se lo llevaba sendos tripartitos. La cara de Artur Más fue cambiando. Al “bon xicot” se le empezaron a marcar los rasgos del resentimiento en su rostro y mirada. Ya nunca volvió a ser el mismo y apuntaba formas de fantasma, pero de esos que empiezan a dar miedo. Se empezaron a denotar actitudes traicioneras y rateras fantasma traicionero, como su famoso pacto secreto por el nuevo Estatuto de Autonomía con Zapatero y a espaldas de Pascual Maragall. Al mismo tiempo seguía segando la yerba bajo los pies de Duran Lleida e intentaba erosionar a ERC robándole su discurso radical.
No por méritos propios, sino por la desastrosa gestión de del tripartito de Montilla, que dejó a Cataluña al borde de la quiebra técnica, por fin en 2010 llegaría al poder. Se había producido el milagro y la federación catalanista había subido hasta los 62 diputados. Y a Mas se le subió la fantasmada que había creado a la cabeza. Se rodeó de los hijos del pujolismo: David Madí, Oriol Pujol Ferrusola y Germà Gordó, entre otros, que formaron el ‘pinyol’. Se puede decir que fue el único momento de su carrera política en que Artur Mas se sintió fuerte de verdad. Pero la crisis económica del 2010 le obligó a sacar la tijera y empezar los recortes sociales, que por algo tenía un MBA de Estados Unidos. Los empresarios amigos de Mas, durante esta primera legislatura, se iban enriqueciendo y las clases populares recibían los tijeretazos. Entonces ocurrió lo impensable. En julio de 2011, emergió de la nada una masa de antisistemas que rodearon el sacrosanto Parlament autonómico y no les dolieron prendas en escupir, pintar y humillar a los “representantes del pueblo catalán”.
BARCELONA (ESPAÑA), 1.10.2017. El ex líder de Convergencia-PDECAT-Juntos Por Cataluña (JxCAT) y expresidente d ela Generalidad de Cataluña, Artur Mas Gavarró, tras votar en el referéndum ilegal separatista del pasado uno de octubre de 2017 en Cataluña (1-O). Efe
Aterrorizado, el “pinyol” elaboró una estrategia disuasoria. Convencieron al personal que la culpa de los recortes la tenía España. El discurso soberanista, aún no independentista se fue agudizando. Se trataba de desviar el odio de las calles, enfocado en ese momento en la casta política catalana, hacia España. Y la estrategia tuvo su efecto. El sentimiento independentista empezó a dispararse en los sondeos, pero Artur Mas no supo leer los signos de los tiempos. En la medida que se iba alejando de la realidad, empezaba a dar palos de ciego. En un error garrafal, víctima de su ensimismamiento, decidió convocar en 2012 elecciones autonómicas anticipadas. Creía que la mayoría independentista que estaba emergiendo y que era fruto de los “electroshocks” producidos por TV3 al mando del “Pinyol”, le votarían y así obtendría la mayoría absoluta parlamentaria. Por fin dejaría de ser la sombra de Pujol para convertirse en él Mesías fantasmal que el mismo se había forjado. Craso error, una parte del nacionalismo decidió que ya puestos a votar independencia, mejor votar a ERC. Los resultados fueron desastrosos para CiU: 50 diputados. A ello contribuyeron los hedores que, desde 2009, el caso Millet empezaba a expandir por la “Casa Gran” del catalanismo. Paralelamente, la Diada de Cataluña, el 11 de septiembre, se empezó a convertir en un aquelarre independentista que fracturaba año a año a la sociedad catalana. Artur Mas empezó a sentirse atrapado por el nuevo fantasma que había creado: el independentismo de masas. Creyó siempre que lo podría controlar y usar cómo arma para negociar con un gobierno en mayoría absoluta del PP en Madrid. Pero se volvió a equivocar. En 2012, el “bon xicot” ya está aviejado por las presiones canoso y empieza a perder su antaño hermosa melena. Su propia confederación también inicia un desquebraje que con el tiempo acabará con la muerte de Unió Democrática.
De nuevo un mes de julio de 2014, se torna trágico para los convergentes. En plena segunda legislatura mesiánica (de Mas), al padre de la criatura –Jordi Pujol- le da por confesar sus pecadillos económicos. Se derrumba un mito y con él la estructura que sustentaba el soberanismo de cuño convergente. Las encuestas prevén una debacle de Convergencia en la misma medida que el independentismo aumenta. Todo es absurdo para Mas que no entiende nada e intenta otra fantasmada política: anticipar elecciones y presentarse en coalición con ERC con la clara intención de evitar que Junqueras monopolice el independentismo. En las elecciones de 2015 la coalición “Junts pel Sí” (CiU más ERC) salvan los muebles con 62 diputados. Pero para obtener la mayoría necesitan de una bomba de relojería llamada CUP. Los antisistemas, que le tenían guardado los tijeretazos a Artur Mas, piden su cabeza a cambio de investir presidente a alguien de la coalición ganadora.
Artur Mas ya empieza a recordar la famosa escena de Hitler en su bunker en la película “El hundimiento”: busca ejércitos donde sólo hay papel y mapas. Por fin, en un acto de victimismo -ya sabemos que el Mesías tiene que morir por su Pueblo- decide poner un hombre de paja Puigdemont (el hombre que fue alcalde de Gerona si haber sido el cabeza de lista y que llegó a la presidencia de la Generalitat sin que nadie le votara). Este debería ser su hombre de paja y el gobernar en la sombra desde un nuevo partido con las desafortunadas siglas de PDeCAT. Pero este partido no es más que los restos del naufragio de CiU que se lleva por delante al catalanismo moderado. Lo peor de todo es que el hombre de paja de Artur Mas cobra vida propia y se transforma en un Frankenstein deseoso de destruirlo todo incluyendo a su creador. La intervención de la autonomía catalana y la convocatoria de elecciones el 21 de diciembre de 2017, deja al partido fantasma de Puigdemont en 34 diputados. Artur Mas se mira al espejo y ve una sombra, un fantasma. Preside un partido que ya no es nada y en la política catalana no decide nada. Todo está en manos de un loco al que él le entregó todo el poder.
Ayer, Artur Mas presentaba su dimisión. Como los fantasmas suelen reaparecer no haremos pronósticos. Pero todo indica que es el final de Mas que coincide con el hundimiento del pujolismo y con la inminente sentencia del caso Millet como puntilla. Cogió un partido aún hegemónico con 56 diputados y en seis años ha dejado el partido arruinado, embargado, con altos cargos imputados, horizontes penales gravísimos e interminables, unas nuevas siglas que nadie es capaz de votar y al servicio de un neo partido de un expresidente fugado con alucinaciones obsesivas. Mas, hijo político de Pujol, es el padre espiritual de un independentismo fantasmal que debe afrontar varias realidades llamadas justicia, gobernabilidad y sociedad. El “bon xicot”, el mesías, el neopatriarca, el redentor fallido es un reflejo de la Cataluña actual: una sombra fantasmal de sí misma.