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septiembre 20th, 2018 by lasvoces

Redacción (Santiago González-Varas) – Como bien sabrá el lector, a través de la aprobación, el martes de esta misma semana, de una ley sobre género y poder judicial se quiere aprovechar para modificar la Ley de Estabilidad Presupuestaria y sacar adelante la proposición de ley de los Presupuestos Generales del año próximo, usando triquiñuelas. Se argumenta que el Tribunal Constitucional en ocasiones ha permitido que a través de la aprobación de una ley se reforme otra de contenido absolutamente distinto de aquella otra. Barcelona (España), jueves 20 de septiembre de 2018. Fotografía: MADRID (ESPAÑA), 09.07.2018. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (PSOE), y el independentista de la Generalidad de Cataluña, Quim Torra, reunidos en el Palacio de La Moncloa, en el primer encuentro que ambos mantienen en busca de la distensión y normalización de unas relaciones muy deterioradas entre ambas administraciones, aunque ambos asumen que no hay expectativa de acuerdos. Efe

Ahora bien, en mi opinión, hay límites, ya que ello no puede ser así cuando se incurre en fraude de ley o se aprovechan ciertos procedimientos para eludir otros, sobre todo tratándose de un tema tan esencial como es la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, ya que no se trata de reformar leyes aprovechando la ley de Presupuestos, sino de lo contrario, es decir, promulgar una ley para aprobar los presupuestos.

Y, al margen de esto, lo que a mí personalmente más me preocupa no es tanto esto, como un posible adelanto de una posible técnica o forma de actuar que podría arraigar o extenderse en un futuro cercano: considerando que el Derecho es por esencia interpretable, y el Derecho público especialmente, podríamos entrar en una espiral de reformas a través de forzar el ordenamiento jurídico a fin de pretender fines políticos. Si se avanza por esta senda, lo peligroso es el resultado al que podría llegarse.

De momento, lo que puede afirmarse es que ésta es una nueva polémica comparable a las que el Gobierno enfrenta en otros ámbitos como el referente a los títulos universitarios. El caso es que con el Gobierno del demonio (es decir, del General Francisco Franco) uno primero tenía títulos de verdad y era catedrático de prestigio (y por supuesto doctor, sin sospechas) y después tenía opciones de llegar a político de prestigio, digamos ministro, por ejemplo.

Y es un hecho, que con los gobiernos de hoy al parecer es lo contrario: primero se es político y después ya te llueven los títulos por añadidura. Comparativa que supone un motivo de reflexión, creo. Por cierto, los que tienen o tenemos títulos de verdad, cuentan o contamos muy poco en la vida política, porque solo cuentan los políticos de profesión. Nosotros, los de los títulos, somos como el personaje de Dostoievsky del mundo del subsuelo, del libro de semejante “título”. Es decir, que si el título de doctor de Pedro Sánchez es válido o no, me importa menos que la comparativa de fondo que acabo de hacer, que tiene mayor alcance. Los políticos de profesión tienen todo lo atractivo acaparado a su favor.

Por último, en el capítulo de polémicas, debe mencionarse también el modo en que se gestiona el problema separatista. El dinero que nos gastamos los españoles en promocionar agencias exteriores de Cataluña…, debería invertirse en promocionar ese partido político que en Portugal patrocina la reunificación con España, o ese otro partido que en Puerto Rico pretende también volver a la Patria Madre. Ahí está el interés, y no en eso otro.

Por otra parte, no son posibles pactos ya con los separatistas, no solo porque ya no se puede conceder más a los independentistas, sino sobre todo porque pactar a favor del procés es “pan para hoy y hambre para mañana”: ellos avanzan en la normalización del catalán y avanzan en la internacionalización del conflicto y avanzan en captar un 20% más de votos. Y, por ello, de pactar dando más, en un futuro muy lejano conseguirían eso que hoy no tienen: un mayor si cabe totalitarismo lingüístico, un triunfo en el exterior y un mayor porcentaje de votos, o un poder judicial que les permita aprobar leyes sin temor de ir a prisión. Es decir, que o bien se llega a un pacto cerrado en cuya virtud se cierre “para siempre” el asunto catalán.

O bien es mejor no pactar otorgando prebendas, en un contexto de “proceso” independentista que estaríamos favoreciendo. Dicho de otra forma, o pacto cerrado en un contexto autonómico entre las dos partes, en el marco del actual sistema constitucional, o si no supresión de las autonomías como vía de reforma de futuro inmediato. Alimentar más al oponente es, hoy día, un suicidio para mañana.

Santiago González-Varas

noviembre 21st, 2017 by lasvoces

Redacción (Santiago González-Varas, Catedrático de Derecho Administrativo) – Duele la imagen que, de España y de los españoles, los separatistas dan en el exterior. Se dicen cosas tan duras y ridículas como que no vivimos en un Estado de Derecho, como que hemos dado un golpe de Estado, que vulneramos los derechos humanos, que no hay separación de poderes, que hay presos políticos. Se difunden además imágenes tan falsas como hirientes. Sevilla (España), martes 21 de noviembre de 2017. Fotografía: Los delincuentes separatistas durante sus burlas a la democracia en Cataluña en los últimos meses de la caída del régimen totalitario de la Generalidad de Cataluña, de izquierda a la derecha, uno de los ‘Jordi’, el preso Jordi Sánchez (ANC), el inhabilitado expresidente catalán, Artur Mas; el preso rebelde sediciosos exconsejero Oriol Junqueras; el fugitivo sediciosos expresidente catalán Carles Puigdemont; la golpistas presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell; y la sediciosa de miembro de Mesa de Parlamento de Cataluña, Anna Simón (ERC), durante otro circo de Forcadell y separatismo ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Archivo Efe.

Lo peor, con todo, es que además de mentiras se puedan decir bobadas

Habría que interponer una acción de daños por atentado al prestigio institucional, dignidad y autoridad moral del Estado (vid. Sentencia del TS 408/2016, de 15 de junio, etc.), cuyo quid radicaría en que implícitamente se declararía que tales aseveraciones son mentiras; lo que puede ser importante para cortar esa batalla internacional que pretende librar el Sr. Puigdemont. Lo peor, con todo, es que además de mentiras se puedan decir bobadas. Y que se digan tantas y tantas bobadas. Pero que puedan tener éxito y se voten; bobadas como que la bandera de España es franquista y cosas que se contradicen por los hechos, pero que no solo ya las dice Puigdemont sino también otros partidos. En ciertos debates televisivos se expresan también a veces tales opiniones ridículas, todo vale, una opinión contra otra.

Los separatistas han empleado medios financieros para ir creando su soberanía

Es también hora de conocer y difundir qué se estuvo haciendo en Cataluña con el dinero público en relación con factores y procesos de ideologización, independentismo y supuesta normalización. El problema no es solo el adoctrinamiento en las escuelas… Es que las bases mismas del sistema institucional que tenemos desde hace décadas propicia, porque en ello consiste, la creación de identidades nacionales propias, que son objeto de fomento a base de dinero público. A esto se le llamó «normalización». Los separatistas han empleado medios financieros para ir creando su soberanía y por supuesto para tener los debidos asesoramientos y estudios necesarios para el proceso independentista. Si se financian las identidades propias, al final todo esto termina desembocado, por pura lógica, en la independencia o en la creencia o idea de una soberanía propia. ¿De qué nos sorprendemos ahora? El último escalón es, entonces, hacer lo mismo pero «violentando» (no olvidaremos nunca el terror que hemos tenido que sufrir durante los últimos meses, por la posible ruptura de la unidad nacional y pérdida de territorios). La violencia o violentación es tan clara que es precisamente aquello que diferencia los últimos sucesos de aquellos otros de años pasados, iguales materialmente, pero carentes de aquel elemento.

En estas circunstancias que se ponga en duda que España es una democracia, causa estupor

España es una democracia y un Estado de Derecho. Ya incluso durante los años sesenta se dictaron leyes que situaban nuestro ordenamiento en una primera línea a nivel jurídico-comparado, como la Ley de jurisdicción contencioso-administrativa, la ley de expropiación forzosa, la ley de procedimiento… A partir del año 1975 se dio un salto hacia una superdemocracia, porque en ningún país de Europa se otorgaron tantos derechos a las regiones. No se trata solo del amplio nivel de concesión de competencias a las Comunidades Autónomas sino que, además, se articuló una idea de fomento de identidades y de ideologización de lo propio y excluyente. En estas circunstancias que se ponga en duda que España es una democracia, causa estupor.

Se abre una nueva etapa donde hay que poner fin a todo esto. Esto es lo que importa

Por eso, Europa apoya; pero más bien se asombra. Y, si esto es así, ¿por qué no aprovechar esta realidad europea actual favorable para convertir a España, por fin, en un país europeo donde no haya fomento de ideologizaciones nacionales propias? Se habla de una posible reforma constitucional, pero tiene que haber «un antes y un después» de toda esta penosa experiencia. Independientemente del propio Estado federal, o de cualquier reparto de competencias que quiera hacerse, lo que realmente importa es poner fin a la idea de fomento a la ideologización y la normalización, actualmente ya innecesaria. Libertad sí, fomento no. Se abre una nueva etapa donde hay que poner fin a todo esto. Esto es lo que importa. Sin ello, el futuro será cada vez más incierto: aplicaremos la ley, pero habrá cada vez más separatistas. A lo que se sumará el hecho de que la mayor parte de la población seguirá concentrándose en tales regiones, mientras que otras quedarán más despobladas y pobres si cabe; y por tanto sin voz ni voto

abril 6th, 2017 by gonzalez varas ibañez

Redacción (Santiago González-Varas Ibáñez, Catedrático de Derecho Administrativo).- Miras cualquier oficio y la apariencia de insignificancia está en todos los lugares. No sé qué ocurre, pero se observan personas que estudian más que antes, o que incluso saben más que los de antes, pero que no lucen como los de antes. Éste es el destino común que espera a los ciudadanos normales, si es que llegan a tener valía profesional (y suerte). La sensación, en política, como español, tampoco cambia mucho: los temas que son noticia son temas aburridos (o bien separatismos, o bien un anticlericalismo desfasado, o bien derechos de minorías que -aunque respetables por supuesto- tampoco es como para ilusionarse con sus mensajes…). Quizás sea un mal de la época, o quizás es que hoy día ser un ciudadano más pierde interés y provoca bostezo. Andalucía (España), jueves 6 de abril de 2017. Fotografía: Agencia Efe-. 02.02.2015. El debate del estado de la nación será el 24 y 25 de febrero. El debate del estado de la nación se celebrará en el Congreso los próximos 24 y 25 de febrero, han informado fuentes del Ejecutivo. El Gobierno se ha puesto en contacto con los grupos parlamentarios para informarles de la fecha, según las fuentes. Archivo Efe.

Por su parte, la fama o popularidad ha caído tan baja que ya es hasta preferible ser anónimo. Aquella, siempre fue caprichosa, pero hoy, además, tiene mal gusto. Desde el punto de vista, nuevamente, del ciudadano común (es decir, el no político, o el no futbolista, o el no cantante-pop) la única salida para conseguir ser conocido es tener un buen conflicto, si es posible penal.

Solo hay noticia si es así, porque no llegará a ser noticia el resto, por no interesar a nadie (If it bleeds, it leads).

Todo esto es un simple reflejo de los principios rectores actuales del diseño social, la soberanía popular por ejemplo. Tras un par de siglos evolucionando poco a poco esta idea ¡Hoy se ven al fin los logros de la soberanía popular! El caso es que, cuando mandaban la iglesia y el rey y los aristócratas (o cuando tal soberanía estaba solo en evolución o transición pugnando con aquello otro del pasado que se extinguía) el mundo conseguía logros mejores, culturales, que al final es lo único que importa.

Ahora bien, lo fatal es observar que, pese a ello, la soberanía popular engendra, a peso, más bueno que malo. Lo bueno es el mayor progreso o bienestar colectivo. Lo malo, pues, sus logros culturales. Se supera el analfabetismo, cierto, y hay museos subvencionados por doquier, pero no existe un Beethoven. Yo, en efecto, lo que lamento de mi época, es haber vivido sin que haya, ni pueda haber, un Beethoven. Estas ideas las he desarrollado en mi ensayo (en el fondo, un nuevo desahogo, algo satírico en realidad, titulado “La imposibilidad de la cultura” con la Editorial Manuscritos 2016). Por supuesto, que será, como todo hoy, insignificante.

Lo más trágico o doloroso es, por tanto, descubrir que lo actual (la soberanía popular, etc.) es lo mejor que puede pasar. Porque no hay alternativa mejor.

No hay alternativa al cientifismo, la razón y el Estado de Derecho, y demás bases de nuestro diseño social. Nuestro diseño social se basa en todo esto. Y lo peor de todo es observar que tampoco esto es ni siquiera verdad al final, porque, a poco que profundicemos en todo ello, descubres limitaciones de bulto en estos nuevos dogmas (¿dogmas en el mundo del relativismo imperante?). “Descubres” la irracionalidad inevitable, porque al final (pese a lo que se nos dice) no todo es razón y aquella otra es imposible de evitar. Y se descubre entonces un profundo desasosiego ante este puro espejismo. Hay algo, en efecto, que ocupa una parte de las decisiones que, en el fondo, es puro azar, o providencia, o mito, o arte, o qué sé yo… Es decir, que al final ni siquiera son ciertas ni las bases mismas de tal diseño social que tenemos (sobre esto véase “Juicio a un abogado incrédulo”, Editorial Civitas Madrid 2016).

En conclusión, la inseguridad ocupa un margen, demasiado margen, en un mundo que se presenta como seguro. Y la falta de reconocimiento, y el profundo bostezo, es el destino de la valía, eso, cuando la hay.