mayo 18th, 2017 by lasvoces
Redacción: Redacción: José Basaburua es funcionario de la Administración Central del Estado y escritor —. Sin duda alguna, ETA ha sido —y en no pocos aspectos lo sigue siendo— la organización terrorista más dañina y peligrosa de nuestra Historia. Otra banda, el PCE(r)-GRAPO, le acompañó durante bastantes años en tan delirante recorrido, compartiendo ambas organizaciones buena parte de la ideología marxista-leninistas en su versión maoísta, y unas tácticas explícitamente terroristas. Pamplona (Navarra) España, jueves 18 de mayo de 2017. Fotografía: Captura pantalla del vídeo del comunicado de la banda terrorista de ETA, 18 de febrero de 2004, de apoyo al separatismo xenófobo de Juntos Por El Sí y CUP. Lasvocesdelpueblo.
Pese a tamaño empeño, ambos grupos no alcanzaron análogo arraigo social.
Los atentados perpetrados por los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO), brazo armado de su “organización política”, el Partido Comunista de España (reconstituido), resultaron especialmente perturbadores en los primeros años de la Transición española a la democracia.
Así, entre otros, alcanzaron un enorme impacto social, mediático y político los secuestros del presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo y del presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, Emilio Villaescusa Quilis, en noviembre de 1976 y enero de 1977, respectivamente. Además, los GRAPO ocasionaron numerosas víctimas mortales, particularmente entre las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado. Su último secuestro de envergadura, el del industrial zaragozano Publio Cordón, todavía no se ha aclarado en todos sus extremos, desconociéndose su suerte final; pese a haber sido juzgados y condenados sus autores.
Conforme a sus documentos, análisis y decisiones, el PCE(r) privilegió, por encima de otras tácticas, la que denominaba “lucha armada”, es decir, el terrorismo puro y duro. No obstante, también lanzaron “organizaciones de masas”, en un intento de sumar sectores sociales, supuestamente proclives a su dinámica revolucionaria, encuadrándolos en diversos “frentes”: ya hemos mencionado el terrorista de sus GRAPO, el estudiantil, el de apoyo a presos, etc.
Recordemos, en este contexto, a la ODEA (Organización Democrática de Estudiantes Antifascistas), que apenas logró nuevas captaciones y que, en realidad, agrupó, bajo esa sigla, a los militantes del PCE(r)-GRAPO de la Universidad. De hecho, la organización “de masas” que gozó de mayor continuidad fue la Asociación de Familiares y Amigos de los Presos Políticos (AFAPP), constituida a semejanza de las Gestoras Pro–Amnistía, estructurada en torno a los terroristas encarcelados del GRAPO y que, por propia definición, nunca podría extenderse más allá del entorno social más afín e inmediato.
Otra sección del partido, que gozó de notable relevancia mediática, fue la del “aparato de prensa y propaganda”, capaz de editar durante años, pese a sucesivas caídas de sus responsables, unos periódicos impresos de notable calidad tipográfica; circunstancia que contribuyó, y no poco, a alimentar el mito conspiracionista de una supuesta naturaleza oscura de los GRAPO.
Pese a ello, fue el terrorismo más descarnado el que absorbió la mayor parte de las fuerzas de la organización, subordinándose todos los demás “frentes” –apenas desarrollados– a las necesidades de su estrategia “acción–represión–acción”; prototípica en las numerosas bandas terroristas presentes –algunas de dimensiones propias de un ejército “regular”- en aquellas décadas por todo el mundo.
La ideología del PCE(r)-GRAPO se basaba en una peculiar interpretación del marxismo-leninismo–maoísmo, adaptada –supuestamente– a la realidad española, conforme “la visión del Camarada Arenas”; si bien llegó a experimentar, a lo largo de su larga agonía, un efímero giro pro–soviético. A su juicio, España era, realmente, un “Estado fascista” dominado por una estrecha oligarquía, pese a su apariencia democrática, que sólo podía derrocarse por medio de la “lucha armada”.
Las “masas obreras y campesinas”, completamente alienadas y dominadas, anhelarían impacientes un “partido-vanguardia” que liderara la “ineludible” revolución proletaria. La organización histórica y mayoritaria del tradicional entorno marxista revolucionario hispánico, el Partido Comunista de España (PCE), así como los demás grupos comunistas concurrentes (existían, por entonces, una treintena de ellos así denominados; trotskistas, maoístas, pro–soviéticos, pro–albaneses, marxistas-leninistas varios), errarían todos ellos en sus diagnósticos y estrategias; siendo rehenes de unas interpretaciones erróneas –a juicio de Arenas y los suyos- del “marxismo científico”.
El PCE(r)-GRAPO, al contrario que el PCE y demás, consideraba que el acatamiento de la legalidad “fascista” —la democrática, se entiende— no sólo no facilitaba el avance hacia el socialismo, sino que lo retardaba; integrando a los comunistas “posibilistas” en el sistema burgués, neutralizándose así el empuje revolucionario de las masas.
Pero, ¿cuál era la base teórica que impulsaba la ciega lucha terrorista de ese puñado de fanáticos? Nos referimos a la doctrina denominada “Guerra Prolongada y de Desgaste”, estrategia y táctica concebidas cuatro décadas atrás por Mao en algunos textos escritos en torno a 1938, de las que se sirvieron en múltiples interpretaciones y praxis sus seguidores por todo el planeta.
La capacidad terrorista del PCE(r)-GRAPO, que se arrastró penosamente hasta fechas muy recientes, desconcertó a los analistas de la época: no podían comprender su sorprendente capacidad de regeneración, tras las numerosas caídas que afectaron a la casi totalidad de sus órganos centrales y comandos operativos. Por ello se acuñó la teoría de la “infiltración”, ya desde la extrema derecha, ya por obra de “ciertos” servicios de información extranjeros nunca determinados. Pero, realmente, tales teorías, ¿eran verosímiles? En definitiva, ¿en qué factores radicaba esa sorprendente capacidad de regeneración?
La explicación es mucho más sencilla, proporcionándola el historiador Pío Moa en su libro De un tiempo y de un país (Ediciones Encuentro, Madrid, 2002) en el que narra sus peripecias en la extrema izquierda de la época y en esa organización concreta; describiendo la exacta procedencia de la militancia del PCE(r)-GRAPO. En ese libro, Moa narra magníficamente cómo el marxismo revolucionario -particularmente el marxismo-leninismo- cinceló toda una generación de militantes que con la fe del converso se empeñaron en transformar la Historia por medio de la violencia. Y, si fuere preciso, intentando “asaltar los cielos”. En este sentido, los del GRAPO fueron un colectivo más entre otros muchos.
La acción del PCE(r)-GRAPO coadyuvó, por otra parte, en una dirección inesperada: la moderación del PCE, y demás fuerzas marxistas, en su pretensión de no ser confundidos con el ciego terrorismo desatado por tan denostada organización; que no sólo no logró tan apocalíptica como vetusta insurrección obrera, sino que generó un profundo rechazo en todos los estratos sociales y la opinión pública española.
Algunos medios de comunicación, aleccionados en muchos casos desde las factorías ideológicas de esa misma extrema izquierda, bien en los aledaños del PCE o en los de un socialismo marxista que ahora nos suena muy trasnochado, no podían explicarse –no podían aceptar, tal vez– que esos sanguinarios terroristas procedieran de sus mismos entornos ideológicos; de un mismo humus humano moldeado por aquella ideología totalitaria.
Por ello, acaso para justificarse, inventaron esas exóticas teorías acerca del origen e impulso del PCE(r)-GRAPO. Pese a tales intentos, la explicación era bastante sencilla, existiendo otros muchos casos similares en la Historia: un grupo humano se movilizó impulsado por una lectura muy particular del marxismo, persiguiendo una sociedad utópica; sin reparar en medios, costes y sacrificios.
De hecho, los escasos supervivientes del PCE(r)-GRAPO siguen justificando su existencia con un análisis ideológico, tan supuestamente ortodoxo como alejado de la realidad, en el que repiten los tópicos manejados desde hace treinta años.
Así afirman, todavía hoy, que «Claro que no les interesa explicar por qué los GRAPO han permanecido en la brecha durante tanto tiempo y hayan logrado más de una vez poner al Estado contra las cuerdas, pues de lo contrario tendrían que reconocer también, entre otras cosas, primero, la permanencia del régimen fascista y, segundo, la existencia en nuestro país de un partido comunista verdaderamente revolucionario, firme y bien cohesionado, que aplica una línea política justa de resistencia y no escatima ningún apoyo a la organización guerrillera» (“Esos extraños y oscuros GRAPO”, artículo de Antorcha nº 3, junio de 1998; publicación digital de la organización). Una auténtica aberración, un delirio retórico, barroco y autojustificado, en el que unos pocos siguen inmersos.
Conocer, asumir e intentar aplicar el marxismo-leninismo, no fue suficiente para triunfar, ni siquiera para consolidarse; aunque fuera mediante el empleo de la violencia terrorista más brutal. Ya lo hemos visto en el caso del PCE(r)-GRAPO.
Pero, ¿cómo puede explicarse la continuidad de ETA?
A esta cuestión le dedicaremos el artículo “ETA, marxismo-leninismo y la cuestión nacional”.
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enero 23rd, 2016 by lasvoces
José Luis Restán Martínez es un periodista español. Dirige de lunes a jueves El Espejo, la edición religiosa diaria de la Cadena COPE y es el jefe de contenidos y de la programación religiosa de dicha radio. Fotografía: Imágenes facilitada por José Luis Restán. Lasvocesdelpueblo.
La sociedad vasca tiene que mirarse al espejo
Hace ahora cinco años, José Ignacio Munilla pronunciaba una memorable homilía en la fiesta de San Sebastián, cuando apenas llevaba un año al frente de la diócesis que lleva el mismo nombre de este mártir romano. Corría el mes de enero de 2011 y habían transcurrido pocos días desde el anuncio de una tregua indefinida por parte de la banda terrorista ETA. El obispo Munilla realizó entonces algunas observaciones que conviene traer a la memoria en este momento. Sin ocultar la esperanza latente ante un futuro sin terrorismo, advertía que «es muy difícil, por no decir prácticamente imposible, alcanzar la deseada paz, sin un verdadero arrepentimiento por la violencia y los daños causados… La paz no tendría unas bases firmes si estuviese fundada en meros cálculos estratégicos de efectividad».
¿A qué viene recordar esto ahora, cuando aparentemente la normalización se ha establecido, cuando afortunadamente ya nadie espera ser sorprendido por el sonido de las bombas mientras desayuna antes de ir al trabajo, cuando las gentes de ETA empuñan ahora tranquilamente el bastón municipal y manejan los presupuestos… y parece que definitivamente aquí no pasa nada? También el lehendakari Urkullu, dentro de su política de moderación y prudencia en los tiempos y las formas, ha pedido disculpas a las víctimas del terrorismo por la falta de cercanía del nacionalismo vasco durante años. Hace pocos días, treinta y cinco acusados en el macro-juicio contra el entramado de ETA-Batasuna reconocían también el daño causado a las víctimas. Así lograban eludir la cárcel tras un acuerdo con la Fiscalía al que se sumaron varias asociaciones de víctimas. Por último, a finales de marzo, Arnaldo Otegi habrá cumplido su condena por integración en ETA, y aunque de momento ha sido inhabilitado para ejercer cargos públicos, con su salida de la cárcel se habrá completado un ciclo. Entonces, ¿todo está bien?
Las palabras de Munilla de hace un lustro me han venido a la mente al leer unas declaraciones de otra figura de referencia en la sociedad vasca, Joseba Arregi, ex dirigente del PNV, que ha publicado en 2015 «El terror de ETA. La narrativa de las víctimas». Su análisis tiene especial valor, no sólo por su rigor sino por provenir de alguien que ha participado en las tareas del gobierno vasco en los años de plomo. Más de uno habrá pensado que se trata de un aguafiestas por afirmar que la sociedad vasca «necesita un mínimo de conciencia» y denunciar que «hasta ahora, mira para otro lado, porque ya ha pasado la tormenta y ahora vamos a darnos abrazos y a reconciliarnos», olvidando que «aquí se ha dado el verdadero terror».
Hay que inclinarse ante el coraje y la libertad de un intelectual que procede del mundo nacionalista y que hoy se atreve a decir desde Andoáin que «la sociedad vasca no ha vencido a ETA… han sido los poderes del Estado, las fuerzas de seguridad y media docena de resistentes vascos… la sociedad vasca ha pasado y no quiere verlo. Bien haría en mirarse al espejo y preguntarse: ¿dónde he estado yo?». Y a la pregunta de la entrevistadora sobre qué sucedería si la sociedad vasca no realiza esa catarsis, Arregi sentencia: «creo que no tendremos ningún futuro en libertad; parecerá que somos libres, pero no lo seremos, y seguiremos dejando agujeros que algún día reventarán».
En su homilía de hace cinco años, Munilla sostenía la necesidad de purificar todas las imágenes idealizadas o románticas elaboradas en torno a la violencia, una tarea que el sociólogo Arregi denuncia que no se ha llevado a cabo. Y es importante, ahora que se elabora una nueva narración que mezcla «todas las violencias», aclarar que el eje central del drama vivido en el País Vasco ha sido la violencia de ETA, porque se trataba de un terror con un proyecto político claro. Se ha tratado, como bien disecciona Arregi, de un terror propiamente moderno, que utilizaba la violencia de manera precisa y seleccionada contra determinadas personas y grupos para generar el aislamiento y el miedo de todos los suyos, con vistas a implantar un proyecto histórico-político basado en una supuesta superioridad moral. Tan horrendo como cierto.
«La libertad de conciencia es hoy difícil en Euskadi», sostiene Joseba Arregi. Y bien mirado, tiene su lógica, ya que falta la necesaria catarsis, el necesario dolor. Munilla diría el saludable arrepentimiento. Como el que experimentaron en su día Yoyes o Mario Onaindía, lo llamaran o no de esta manera. Como el expresado por el socialista y antiguo miembro de ETA Teo Uriarte, cuando reconoce que en los años 70 sacralizó la violencia y pide a los jóvenes que no cometan sus mismos errores.
La hermosa tierra vasca tiene pendiente una ardua tarea de incierto final, pero reconozcamos que en ella, a través de un parto especialmente doloroso, han surgido algunas de las voces más libres e interesantes del panorama español.
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septiembre 12th, 2015 by lasvoces
Fernando José Vaquero Oroquieta. Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología; Autor de los libros: ‘La Ruta del Odio. 100 Respuestas claves sobre el terrorismo’ y ‘¿Populismo en España? Amenaza o Promesa de una Nueva Democracia.
¿Qué ha pasado en Navarra? Una interpretación metapolítica
No pocos lo temían. Algunos ya lo sabían. Muchos se resignaban ante lo que se presentaba como inevitable. Y otros tantos ¡por fin! esperaban ansiosos, hasta el revanchismo y la fanfarronería, la ocasión durante décadas perseguida.
Aunque, periódicamente, sonaban las sirenas de alarma, se confiaba en que “ello” no se materializaría: un golpe de suerte, un error demoscópico, una inverosímil recuperación del PSN-PSOE, una inesperada buena cosecha de voto del miedo…
Pero, el 24 de mayo pasado, las listas abertzales sumaron más votos que en ocasiones anteriores, el Parlamento Foral de Navarra se fragmentó todavía más, la irrupción de Podemos dio la puntilla definitiva a la “teoría del quesito” (única estrategia desarrollada por los partidarios de la aproximación UPN-PSOE en torno a intereses políticos comunes de gobierno frente a la progresiva marea independentista)… y el torpedeo mediático a Ciudadanos quemó la última posibilidad –a la desesperada- de un empate que aplazara lo inevitable.
Ya están aquí: una Presidente del Gobierno de Geroa Bai y un alcalde de HB Bildu en Pamplona. Por no hablar de análogos resultados en la mayoría de ayuntamientos navarros que confirman la debacle regionalista y del PSN-PSOE.
Se ha argumentado que, en realidad, los secesionistas sólo habrían ganado unos escasos miles de votos; de modo que el desastre no habría sido tal. Como primer análisis tranquilizador pudiera servir…, pero la realidad es que el nacionalismo vasco se ha instalado en la centralidad del poder político de Navarra; y lo ha hecho con ganas, sin complejos y sin fisuras. Es más, esa profecía que aseguraba, en diversos medios sociales, que los triunfadores difícilmente encontrarían colaboradores cualificados, dispuestos a secundar sus políticas, en los más altos niveles de las administraciones, por lo que se viene publicando, tampoco ha funcionado.
La pregunta que muchos se siguen planteando -tanto fuera como dentro de Navarra- es: ¿cómo ha sido posible este vuelco histórico, aparentemente desastroso, que llega a cuestionar, incluso, la viabilidad de la propia España a medio o largo plazo? De entrada, insistimos, no ha habido tal vuelco: se veía venir. La irrupción de Podemos, el avance electoral de las listas secesionistas, el desgaste de UPN -acaso menor del que mereciera por sus inmensos errores-, el aplanamiento de PSN-PSOE hasta devenir innecesario, el fracaso sin paliativos de PPN y Ciudadanos, el mantenimiento de I-E…, todo ello explica cuantitativamente la remodelación de fuerzas y el recambio en el Gobierno.
Pero, lo que viene produciéndose desde hace décadas, y que sustenta tales resultados políticos, no es otra cosa que una larga y no siempre sorda lucha por la hegemonía cultural y política.
Es una perspectiva ideológica -que apenas ha interesado al centro-derecha- que el comunista italiano Antonio Gramsci reelaboró, en la década de los años 30 del siglo pasado, al servicio de transformaciones culturales y sociales en democracia, plasmadas en profundos cambios de la mentalidad común que precederían –desde esa elaboración doctrinal- todo avance hacia la utopía radical-progresista-comunista.
El gramscismo –muy vivo como estrategia de las izquierdas desde los años 60 y 70 del pasado siglo- pretende modificar la mentalidad común, lo entendido como razonable por la mayoría de la población, en aras de sucesivos contravalores radical-progresistas. Producido el cambio cultural, inevitablemente la hegemonía política cambiará de signo.
A nivel planetario, la confrontación es evidente: la ideología radical-progresista, devenida en lo “políticamente correcto”, frente a las diversas manifestaciones locales y universales de “la reacción”. En Navarra y Vascongadas, la lucha por la hegemonía se estableció también en torno a otro eje: nacionalismos secesionistas “progresistas”, frente españolismos “trasnochados”; olvidémonos de ensoñaciones y sucedáneos “napartarras” y análogos. La confluencia de ambos ejes generó no pocas paradojas: recordemos el papel histórico y la rapidísima evolución ideológica del PNV en su carrera por el liderazgo del conjunto del secesionismo, su ambigüedad –cuando no evidente perversión- ante el terrorismo perpetrado por sus “hijos díscolos”, sus sucesivos pactos políticos con diversos gobiernos españoles. A este doble eje, se ha sumado últimamente, el de “los de abajo” frente a “los de arriba”, catalizado por el marxista-leninista-transformista de Podemos. Tales ejes en confrontación, junto a los evidentes avances electorales de secesionistas e izquierdas radicales, han permitido la conformación de este “nuevo” panorama político navarro; que ofrece ambigüedades inquietantes. Por ejemplo: Podemos, que apoya el “derecho a decidir”, ¿será otra fuerza secesionista más llegado el caso? ¿Y qué pasa con ciertos sectores de I-E?
A lo largo de las últimas décadas, UPN –el centro derecha- y el PSN-PSOE –la socialdemocracia local-, han coronado la hegemonía política; pero renunciando a la batalla por las ideas que -salvo cierta presencia socialista en la UPNA, grupitos de la Iglesia y algunas otras esferas “independientes” de la sociedad civil “clásica”- se desplegaba desde numerosas plataformas político-culturales radical-progresistas y, particularmente, desde las diversas familias secesionistas.
La voz de alarma ante semejante realidad se escuchó en no pocas ocasiones –hace ya bastantes años, incluso- y fue lanzada por personas y entidades que supieron mirar el futuro sin prejuicios; pero cayó en el vacío. Es más, las escasas iniciativas que pretendían contrarrestar esa “marea” en ciernes –recordemos la flamante Sociedad de Estudios Navarros- fracasaron estrepitosamente.
Cualquier navarro o foráneo, buen conocedor de la realidad de la calle, era bien consciente de la movilización social y cultural permanente -hasta el agobio- de esas izquierdas gramscianas, de su presencia abrumadora en los espacios públicos, y de su penetración en sectores cada vez más amplios de la población navarra; además de su permanente y tozuda labor político-institucional. Y no olvidemos la brutalidad terrorista que coadyuvó –y no poco- tales avances.
Una de las primeras medidas de los secesionistas en el poder ha sido la legalización de Euskalerria Irratia, tras muchos años de polémicas legales y administrativas, que, pese a ello, venía emitiendo desde 1988. Los medios de comunicación, especialmente el nuevo Boletín Oficial de Navarra (perdón, me refería al Noticias de Navarra), lo han celebrado con alegría desbordada y sorna. Pero no nos quedemos en tan previsible reacción: lo relevante es que esta empresa cultural, al servicio de un idioma entendido como herramienta de cambio cultural y “construcción nacional”, ha sido punta de lanza incansable de una de tantas “comunidades” de intereses políticos, afectos personales y trabajos culturales que ha agrupado a 11 profesionales, 200 colaboradores y 1.000 suscriptores que apoyan la emisora económicamente mediante Euskalerria Irratia Elkartea. La citada EIE es una de tantas comunidades de trabajo y vida de finalidad metapolítica al servicio de la construcción nacional vasca a caballo de las ideas radical-progresistas en boga: ecologismo, altermundialismo, ideología de género, identidad frente determinadas formas de globalización…
Por el contrario, ¿cuántas iniciativas se han impulsado desde ambientes conservadores e incluso socialdemócratas en Navarra? Por vocación, y acaso por rutina, en tales ambientes lo habitual es volcarse en la vida familiar, la APA, la profesión, el desarrollo espiritual y personal, el confort material, y algunos… en la política institucional. Y no necesariamente los mejores.
La principal fuerza no secesionista, UPN, para regocijo diario de los comentaristas del nuevo B.O.N., no supera su desconcierto y desmoralización. Todos hablan de renovación, de caras nuevas (aunque de momento no se nos hayan mostrado ninguna), de ideas distintas, de retomar la relación con la sociedad civil, de trabajar en las instituciones. El PPN, como si nada, permanece en la insignificancia y la autocomplacencia. Al Ciudadanos, “refundado”, no le dejarán, entre todos, dejarse oír. Y VOX, pero, ¿acaso existe? No obstante, a todos ellos les une una actitud semejante: su absoluto desinterés por la batalla de las ideas, por esa lucha por la hegemonía cultural primero, y, después, política. Y no se hagan falsas expectativas: no por copar las instituciones políticas aflojarán los secesionistas en su lucha cultural y callejera.
Con todo, se ha elaborado, estos últimos días, algún atípico –por infrecuente- análisis de la realidad presente y futura de la Comunidad Foral. Es el caso de Javier Lesaca Esquíroz con su texto “Navarra, mucho más que una batalla identitaria”. Pero es inevitable preguntar: tratándose de un ex-alto cargo de Educación del último Gobierno de UPN, ¿no pudieron hacer más? Su análisis es impecable. Incluso apunta algunas vías de acción y respuesta a la emergencia navarra que precisa no sólo trabajo institucional eficaz, por parte de los maltrechos partidos constitucionalistas, sino de labores sectoriales, núcleos de defensa de la Historia, la legalidad, el pluralismo y la libertad en sus diversas expresiones.
Ahora mismo bullen las redes sociales, denunciando dudosas prácticas de los recién llegados, e incluso se ha editado ya el número 2 de La Resistencia, una pequeña revista elaborada por un grupo de jóvenes sin filiación política que, en sus escritos, ya anticiparon, en su día, mucho de lo que ya está sucediendo: en definitiva, en esos sectores apoltronados, supuestamente a resguardo del poder y habitualmente pasivos, algo se mueve.
En el plano estrictamente político, en los próximos meses, la batalla de UPN será interna: candidatos a la presidencia y órganos directivos, delimitación de facciones, asamblea, campaña electoral nacional con o sin el PP, acaso congreso extraordinario, una o dos elecciones de la presidencia del partido… Un tiempo perdido –me temo- para afrontar esas cuestiones decisivas que ha puesto sobre el tapete el anterior analista. Entonces, y tras lo que resulte de este confuso proceso partidario, el lúcido análisis de Javier Lesaca, ¿será escuchado y entendido por los nuevos líderes, cuadros y militancia de UPN? ¿Diseñarán nuevas tácticas? ¿Aportarán medios y estructuras para tan imperiosas necesidades? ¿Apoyarán e impulsarán a la sociedad civil?
No se trata de una misión imposible: si miramos al vecino francés, sorprende la enorme floración de iniciativas socio-culturales, escuelas de pensamiento y múltiples entidades comunitarias nacidas desde las diversas derechas, que se reclaman como tales, y sin complejos. Todo ello, además, con sus buenos réditos electorales. Y no es caso único.
Y el PSN-PSOE, por su parte: ¿sacará fuerzas para superar su estado catatónico en permanente declive y ausencia de vigor?
No olvidemos un último equívoco. Cuando hablamos de sociedad civil, no todos lo hacemos en el mismo sentido. Para los secesionistas y radical-progresistas de obediencia gramsciana, sociedad civil es la mencionada EIE y similares; pues sirven al cambio cultural que persiguen. Otras entidades, por ejemplo una asociación católica de padres, únicamente sería –para estos budas gramscianos- el residuo de un tiempo pasado a abolir por completo.
Que no nos engañen, también, con palabras envenenadas.
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