noviembre 27th, 2017 by lasvoces

Redacción (Custodio Ballester Bielsa, pbro.) – No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios. (Pablo VI. Evangelii Nuntiandi, 22). La obra asistencial de la Iglesia es inconmensurable: maternidades, orfanatos, casas de caridad, hospitales, escuelas, comedores sociales, residencias de ancianos… Pero eso sólo son las hojas. Castellón de la Plana (Comunidad Valenciana), lunes 27 de noviembre de 2017. Fotografía: HOSPITALET DE LLOBREGAT (BARCELONA) ESPAÑA, domingo 03.09.2017. Misa de homenaje al sacerdote catalán Custodio Ballester Bielsa (en la derecha de la imagen), tras su expulsión de Cataluña por decir la ‘Verdad’ y defender la Unidad de España. Un baño de masa se ha dado Custodio, más de medio millar de personas con catalanes que han tenido que esperar fuera de la Parroquia por aforo superado. Lasvocesdelpueblo.

El rábano acaba estando oculto bajo tierra: y ése, el rábano, es el auténtico fruto. Desde el momento en que la gente de Iglesia considera que dedicándose a la acción asistencial ya está cumpliendo su misión en la Iglesia y de cristiano, podemos decir que esta gente, ¡tan abundante hoy!, está cogiendo el rábano por las hojas (prefiere las hojas al bulbo, al tubérculo y si es el caso a todo el rizoma). Se conforma con la hojarasca, tan vistosa, y desprecia la raíz: que al ocultarla, no luce.

Me produce profunda tristeza asistir hoy a la conversión de las misiones en meras obras asistenciales. Materia, mucha; y estadísticas de lujo. ¿Pero y el espíritu? ¿Dónde ha quedado el Espíritu? ¿Dónde está el Evangelio, precisamente el evangelio de los pobres? Porque ésa es la cuestión: no sólo de pan vive el hombre (Mateo, 4,4); y el hombre pobre, menos que ninguno. El pobre, necesita el Evangelio de Cristo Salvador más que nadie.

Los que quieren justificar su furia asistencial no solamente desprovista de Evangelio, sino incluso enfrentada al Evangelio y a los valores genuinamente cristianos, se refieren siempre a los primeros tiempos del cristianismo –lo tenían todo en común (Hechos 2, 44)- de gran actividad asistencial (pero no únicamente “asistencial”) y se olvidan del Maestro. Jesucristo siempre más atento a curar el alma que el cuerpo, dejando a éste siempre en segundo lugar: Tus pecados te son perdonados (Lucas 5,23). ¿Pero no le interesaba al paralítico volver a andar? Pues sí: de hecho, eso era lo único que le interesaba al paralítico. ¿Y a Jesús le daba lo mismo que estuviese así? No, claro que no; pero le interesaba mucho más la salud del alma, porque tras ella seguía la del cuerpo porque el pecado, el mal querido y realizado conscientemente, lleva la muerte eterna.

La obra asistencial de la Iglesia está en profunda crisis: no tenemos más que mirar a su buque insignia: Cáritas. Su marca cristiana estuvo primero silenciada y disimulada, y ahora desaparecida. Muchos de sus dirigentes se esfuerzan en que no se note que es una institución católica, en que no haya ni el menor atisbo de evangelización en su actividad caritativa. Las consignas en ese sentido están bien claras. Por miedo, por respeto… ¡Qué sé yo! ¿Qué clase de obra cristiana es ésa que hace todo lo posible porque hasta cueste adivinar que es cristiana?

El necesitado necesita que le cubras la necesidad del momento, por supuesto. Pero no es menor su necesidad de percibir que quien le asiste, se interesa también por todo él, por incrementar su cuota de felicidad. Y si tiene una fórmula especial y genial para ser feliz (¡la que nos transmitió Cristo!) y se la comunica al tiempo que le asiste materialmente, ¿de verdad que está atentando contra no sé qué derechos del asistido?

Porque ésa es hoy la actitud de muchos de los que hacen oficialmente caridad en la Iglesia: renunciar a evangelizar, dejando a cada uno con su verdad… o con su vacío. ¿Estará mal que le comunique a mi prójimo necesitado la fórmula para ganar en las quinielas o en la primitiva si estoy convencido de que es estupenda y funciona, porque a mí me está funcionando? ¿Estará mal que ponga en común este conocimiento, tan ingenuo como usted quiera, pero que estoy convencido de que si quiero ser una solidaria y buena persona he de compartirlo? O hecha la pregunta a la inversa: ¿tan poca es la fe que tienen en “lo que creen” los católicos de Caritas, que no se atreven a compartirlo con la gente a la que quieren ayudar, porque podría incomodarles? Si la forma de transmisión es cuasifuncionarial, claro que es lógico que teman molestar al que está recibiendo su asistencia: Hago lo que toca y sin líos. Pero si les sale del alma, si les evangelizan con todo su corazón, porque el nombre de Jesucristo es el único en que hay salvación (cf. Hechos 4, 12) ¡de qué! ¡Es tan gratificante ver que alguien pone todo su corazón en compartir contigo sus actitudes virtuosas ante la vida! La bondad que hay tras esta forma de actuar, es profundamente seductora.

También los hospitales bajo la responsabilidad de la Iglesia, sobre todo en Cataluña, permitiendo toda clase de prácticas moralmente reprobables, bajo la excusa de la imposibilidad de oponerse al sistema abortista y eutanásico que imponen los que nos gobiernan. Y las escuelas “cristianas”, salvo honrosísimas excepciones, renunciando a proclamar el Evangelio a partir de tercero de primaria, no sea que el dar criterios morales -los Diez Mandamientos- los enfrente al mundo y el negocio se desestabilice.

Los masones, con sus Rotarys clubs y sus Logias y Obediencias orientales y occidentales puestos a hacer beneficencia, la hacen materialmente mejor que nosotros. La caridad material debería ser la lógica consecuencia de otra caridad más grande. Porque amamos a Dios, amamos también al prójimo, redimido por la sangre de Cristo. Por ello, cada ser humano tiene ese infinito precio. Si tanto vale para nuestro Redentor cada hombre que viene a este mundo, así debe valer también para nosotros nuestro prójimo.

Las obras de misericordia para con nuestros hermanos, sean de la religión que sean, no sólo son materiales -dar de comer al que tiene hambre y de beber al que tiene sed-, sino también espirituales: Consolar al triste, corregir al que se equivoca, perdonar las ofensas, aconsejar bien al que lo necesita. Y todo ello se resume en proponer a Jesucristo como Salvador e Hijo Unigénito de Dios Padre, glorificado en el Espíritu Santo. ¿O es que hemos olvidado las palabras de Pablo VI? Los hombres -decía- podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza —lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio—, o por ideas falsas omitimos anunciarlo? Porque eso significaría ser infieles a la llamada de Dios que, a través de los ministros del Evangelio, quiere hacer germinar la semilla; y de nosotros depende el que esa semilla se convierta en árbol y produzca fruto” (Evangelii Nuntiandi 80). Y el Amo de los campos volverá a un día a recogerlo: ¿Cuando vuelva el Hijo del hombre, encontrará fe en la tierra? (Lucas 18, 8).

Custodio Ballester Bielsa, pbro.

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octubre 20th, 2016 by lasvoces

Redacción – [Custodio Ballester Bielsa, Sacerdote de la Parroquia Inmaculada Concepción de Hospitalet de Llobregat (Barcelona)]. Pues eso: templar gaitas. Es decir, recurrir a contemplaciones y miramientos con ciertas personas para evitar contrariarlas y enojarlas: a ellas y a los círculos de poder que las sustentan (…). El silencio de los obispos ante escándalos públicos y notorios, dio pábulo a las más amargas acusaciones que ha recibido la Iglesia en su historia. Los pecados de unos y los silencios de otros, trajeron a la Iglesia humillación y vergüenza. ¿Cómo habían de escarmentar los demás, si la respuesta del obispo era el silencio, el disimulo y al final el ocultamiento? Y para coronar esa cobardía, en vez de dar la cara ajustándoles las cuentas a los delincuentes, se esconden detrás del decretazo que obliga a todos los curas a confesar públicamente que “ellos no son delincuentes”. Hospitalet de Llobregat (España). Fotografía: Hospitalet de Llobregat (Barcelona) España, el pasado sábado 13 de agosto de 2016. El párroco de la Inmaculada Concepción de Hospitalet de Llobregat (Barcelona), Custodio Ballester Bielsa, durante una entrevista a Lasvocesdelpueblo. Archivo Lasvocesdelpueblo.

Los pecados de unos y los silencios de otros, trajeron a la Iglesia humillación y vergüenza

No admitas una acusación contra un presbítero, a menos que esté apoyada por dos o tres testigos. A los que pequen repréndelos públicamente para que los demás escarmienten (1Timoteo 5,19).

Resulta que todos los obispos de España, sobreactuando evidentemente y yendo más allá de lo que pide la ley, están pidiendo el certificado antipederastia a sus sacerdotes, como si eso fuese una solución.

Y no va por ahí la solución, ni muchísimo menos. Si la Iglesia ha caído en el descrédito ante el mundo, no es tanto por los casos de pederastia de la tropa, que no son mayores que los de otros colectivos con trato habitual con niños; sino porque al haber adoptado los mandos la estrategia de inhibirse por sistema ante esas conductas, el efecto cierto de su estrategia irresponsable ha sido la extensión de la gangrena y la multiplicación exponencial del escándalo que quisieron evitar.

Resultado de esa estrategia cobarde interpretada por muchos como consentimiento tácito, ha sido el enquistamiento del mal allí donde lo hubo, y el consiguiente descrédito de la Iglesia. Y acabó siendo ese silencio de los pastores (silencio necesario para que avanzara el mal) la mayor causa de daño y de escándalo.

¿Por qué no siguieron el consejo del apóstol a los presbíteros que pequen, repréndelos públicamente para que los demás escarmienten? La omisión de ese deber tan obvio por parte de los pastores, ha dado lugar a las peores acusaciones de complicidad con el mal.

El silencio de los obispos ante escándalos públicos y notorios, dio pábulo a las más amargas acusaciones que ha recibido la Iglesia en su historia. Los pecados de unos y los silencios de otros, trajeron a la Iglesia humillación y vergüenza. ¿Cómo habían de escarmentar los demás, si la respuesta del obispo era el silencio, el disimulo y al final el ocultamiento? Y para coronar esa cobardía, en vez de dar la cara ajustándoles las cuentas a los delincuentes, se esconden detrás del decretazo que obliga a todos los curas a confesar públicamente que “ellos no son delincuentes”.

La valentía y la acción coordinada que no tuvieron para “reprender públicamente a los presbíteros que pequen”, es decir a los culpables, la tienen ahora para inscribir a todos sus clérigos en el Registro de Delincuentes Sexuales, obligándoles de ese modo a “defender” su inocencia.

¿Cuestionada por quién? No por el Estado, que nada les ha pedido, sino por la repentina ansia de que no haya ninguna duda de la plena colaboración de la Iglesia con la sociedad civil. Es así como los obispos pretenden demostrar urbi et orbi que ellos no sólo no eluden su deber de vigilar, sino que hasta se adelantan previniendo el mal de ese modo. Es lo que les va: exhibir un ostentoso y ampuloso gesto burocrático.

Un gobierno que, como pontifica Hillary Clinton, podrá dictaminar hasta qué punto las religiones pueden conformar sus dogmas

¿Tranquiliza el certificado negativo la conciencia de alguien? ¿El someter a la Iglesia a la normativa del Estado la exonera a partir de ahora de cualquier responsabilidad? ¿Se está afrontando el problema ya desde los seminarios o se trata sólo -como decía el cardenal Vidal y Barraquer- de ganar tiempo, salvar todo lo que sea posible y concretar un arreglo interino o modus vivendi con el gobierno?

No perdamos de vista que se trata de ese gobierno globalista que representa la corrección política, esa casta que define el bien y el mal, esa casta que se cree llamada a dirigirnos, a mostrarnos la verdad y diría que hasta el sentido de la vida, también a la Iglesia. Un gobierno que, como pontifica Hillary Clinton, podrá dictaminar hasta qué punto las religiones pueden conformar sus dogmas. Y claro, para estos pastores es esencial templar gaitas para no perder los lazos que les unen con el poder político.

Porque el certificado de pureza sexo-racial no parece movido por razones morales sino económicas: para evitar que las indemnizaciones por casos judiciales acaben siendo de una cuantía inasumible; acompañada ésta por una razón de imagen: para que la presión social se vea satisfecha al ver que la jerarquía eclesiástica ha comprado la “mercancía” de que es razonable asociar los términos cura y pederasta.

Y que en virtud de tal asociación todo cura tendrá que llevar encima el certificado con el que “demuestre” que no lo es. ¿Y eso para qué? Pues para tapar que el aspecto más grave del problema no es que haya habido y que siga habiendo pederastas en la Iglesia, sino que los obispos ni hayan hecho ni parezca que tengan intención de hacer nada. Porque en vez de coger por los cuernos al toro que les está embistiendo, van y se sacan del capote esta faenilla de lucimiento: el certificado estatal emitido por el Registro Central de Delincuentes Sexuales para todos los curas. Y esperan que les aplaudamos la faena.

Los casos se abren, pero no se cierran. ¿Qué ocurrió con los curas de Granada? ¿En qué quedó la cosa?

¿Y luego qué? ¿Eso es todo? Hay en este momento algunos casos abiertos, flagrantes, conocidos por todos y aireados por los medios (especialmente internet) respecto a los cuales no sólo en nuestra diócesis, sino también en otras de Cataluña y en el resto de España, los obispos no quieren mojarse.

Los casos se abren, pero no se cierran. ¿Qué ocurrió con los curas de Granada? ¿En qué quedó la cosa? Y los casos escandalosos de la Casa de Santiago, que no sólo no se cerraron, sino que “se exportaron” a otros países por la cobardía de los eminentísimos cardenales que no se atrevieron a afrontarlos de cara y que en cierta manera siguen abiertos, ¿qué se hizo de ellos?

Nuestra Casa de Santiago, en efecto, aún sigue vivita y coleando de facto, no de iure (su gran preboste sigue concentrando las máximas prebendas de la diócesis, y viajando en visita pastoral a las filiales de la institución en el extranjero). ¿Y qué hace el obispado al respecto? Pues eso: templar gaitas. Es decir, recurrir a contemplaciones y miramientos con ciertas personas para evitar contrariarlas y enojarlas: a ellas y a los círculos de poder que las sustentan. Un trato mesurado que hay que dispensar a algunas personas difíciles de contentar o complacer. Para los demás curas y diáconos, la inmensa mayoría de los cuales nunca han dado que hablar… ¡leña al mono que es de goma!

El entramado judicial está controlado de tal manera por los que detentan el poder político corrupto y corruptor

Es lo mismo que ocurre en política con la corrupción. El mal no está en que haya políticos corruptos, que siempre los habrá. El mal está en que el sistema está diseñado para que sea prácticamente imposible pillarlos y condenarlos. El entramado judicial está controlado de tal manera por los que detentan el poder político corrupto y corruptor, que así no hay forma de que se acabe la putrefacción.

La eternización de los procesos es el piélago en que se hunde toda corrupción. Se persigue, claro que sí, con enorme saña legal. Pero luego viene esa justicia de pies de plomo, con la que no hay manera de avanzar. Pero la “voluntad” de acabar con la corrupción, nadie la puede negar.

Si durante años ciertos seminarios han estado llenos de seminaristas homosexuales, ¿se extrañan ahora los señores obispos de que haya casos de abuso de menores? Y aunque no estuvieran llenos… ¡Cuántos formadores haciendo la vista gorda ante las plumas de sus pupilos! ¡Son tan requetefinos, sonrientes y pelotillas…! De aquellos polvos vienen esos lodos, que no se limpian con un miserable e indiscriminado certificado. Benedicto XVI puso el dedo en la llaga; y los enemigos de la moral católica, el grito en el cielo.

Ésa es la manera de tapar la pasada negligencia de los obispos con actuaciones exprés

El resultado nefasto de esta situación es que tan necesitados están de hacer gestos ante la opinión pública, que si a cualquier obispo le llega una denuncia sobre un presunto abuso de algún sacerdote, inmediatamente lo deja al pie de los caballos con certificado o sin él, lo remueve de su parroquia, lo confina y luego le pregunta y si al final resulta todo una calumnia… Nunca volverá a la parroquia de la que salió y su nombre quedará manchado para siempre.

Es la tremenda urgencia por sobreactuar. ¿Es esa la nueva justicia de la ley de tolerancia cero? No, ésa es la manera de tapar la pasada negligencia de los obispos con actuaciones exprés. Para que no se diga. Se ganan las portadas de los medios, que es de lo que se trata.

Exigir una demostración de inocencia antes que la de culpabilidad, nos aproxima vertiginosamente a un estado policial

Y es que la cadena siempre acaba rompiendo por el eslabón más débil: los curas y los diáconos. De nada sirve el tranquilizante consuelo de pensar que todos los obispos lo han hecho y que se ha decidido consensuadamente. La decisión de exigir inmediatamente el certificado estatal a una clase de tropa mayoritariamente inocente, no deja de acercarse peligrosamente a la prevaricación: ese concepto jurídico por el cual una autoridad, juez u otro servidor público dicta una resolución arbitraria en un asunto administrativo o judicial a sabiendas de que dicha resolución es injusta. Exigir una demostración de inocencia antes que la de culpabilidad, nos aproxima vertiginosamente a un estado policial que coacciona y condena aún antes de juzgar.

Que nuestros pastores se suban al carro de lo políticamente correcto ahora -antes no, claro- supone una ruptura de confianza casi insalvable con aquellos que son sus primeros colaboradores y deberían ser sus hijos más queridos. Y todo para tapar sus culpas.

¡Que pidan cuentas a los culpables y dejen en paz a los inocentes!

Pero a pesar de lo penoso de la circunstancia, todavía está vigente aquella ley natural en virtud de la cual nadie está obligado a obedecer una ley injusta y mucho menos la autoridad tiene derecho a urgir su cumplimiento. ¿Exigir que todo el clero baje la cabeza humillado por las perversiones de una minoría?

¡Que pidan cuentas a los culpables y dejen en paz a los inocentes! ¿O es que la autoridad ha dejado de serlo para convertirse en pura tiranía al servicio del poder dominante?

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