Redacción (Ana Maria Torrijos) – Un ser humano, olvidado, abandonado a su suerte en un inmenso desierto, arena a su alrededor, el sol implacable abrasándole, ni una gota de agua en sus labios, es una escena que motivaría en nosotros una profunda tristeza y querríamos cruzar la pantalla televisiva desde donde se proyectaban las instantáneas de la película del momento, con la única intención de rescatarle de aquella muerte segura. San Cugat Del Vallés (Barcelona), lunes 4 de diciembre de 2017. Fotografía: BARCELONA (ESPAÑA), 27.09.2017. Estudiantes separatistas de la Universitat Central, que estos días han formado unas mesas para ofrecer información a la población sobre los puntos de votación del referéndum ilegal del 1-O -prohibido por la Justicia española- del domingo, se colocan unas caretas de Piolín —símbolo ya del «SÍ» a la independencia de Cataluña’— para mostrar su rechazo a la actuación del Gobierno en la consulta. Efe.
Como somos una sociedad avanzada, culta, concienciada en la defensa de los derechos humanos, con un rodaje democrático suficiente para desarrollar el sentido del saber estar y participar en lo que atañe a los ciudadanos, todo ese bagaje debería generar en nosotros un apoyo incondicional dirigido al que le pretenden privar de su dignidad. Así es como, sin lugar a dudas, la mayoría de las personas se comportaría ante tal anomalía.
Dignidad es tener respeto de uno mismo, ser de igual condición que otra persona, por lo tanto todos aspiramos a ese reconocimiento y de ahí que el sistema democrático afirme por medio de la Constitución que “la dignidad de la persona” y “los derechos inviolables que le son inherentes son fundamento del orden político y de la paz social”. Con estos preámbulos asumidos, estamos obligados a observar si se cumple esta hermosa formulación en el transcurrir de nuestra vida diaria o si los quehaceres personales que nos retienen no nos distancian de tal empeño.
Es muy fácil buscar una aplicación adulterada de los principios que deberían regir nuestra vida en común, pues no son pocos los casos en los que se traiciona la letra escrita de la legislación. El más grave es el que se da en el ámbito de la educación, donde el respeto al marco diseñado por la Carta Magna tendría que ser el primer valor asumido. La escuela y luego la facultad son los cimientos de una sociedad justa y solidaria. En esa etapa de aprendizaje se deben adquirir valores que reconozcan el esfuerzo, la responsabilidad, la creatividad, el compañerismo para al unísono acercarse a las humanidades, a la ciencia, a la sabiduría heredada y forjada durante siglos. Nunca el adoctrinamiento debe entrar en las aulas, únicamente el aprendizaje de la libertad y el compromiso es lo que tiene que modelar a los futuros ciudadanos. La triste realidad es que esos principios no se cumplen ni se respetan desde hace muchos años en distintas comunidades autónomas y cada vez se suman más a la lista.
Ahí nos encontramos con ese ser humano, mencionado al principio, un niño, un escolar, en una aula a expensas de lo que el profesor le pueda decir, dispuesto a escuchar, a aceptar, sin capacidad aún para descartar el engaño. El nacionalismo aposentado en las instituciones, con las competencias educativas a su disposición, se lanza sin cortapisas, a arrasar sin el mínimo decoro intelectual con todo lo que cuestiona su concepto identitario. Ese sol implacable del desierto irracional, va secando todos y cada uno de los enlaces neurológicos que permiten al alumno pensar, reflexionar y emitir frases cargadas de contenido. Con el cerebro poco modelado, al muchacho se le imprime cualquier idea por muy descabellada que sea y él no se cuestiona nada de lo que venga del adoctrinador, que a lo largo de estos años se ha multiplicado por toda la geografía catalana.
Pero si a ese compendio de barbaridades impresas en los libros de historia y de sociales, se suma el medio de transmisión, la lengua impuesta desde el poder represor que rige la Consejería de Enseñanza, nos hallamos ante una de las transgresiones más descarnadas que puedan producirse. La lengua española es denostada, se la cataloga como la lengua del invasor, de la España que nos roba, de lo más cutre y para no mencionarla hasta se le da el apelativo de ” lengua mejicana ” al relatar una noticia venida de ese país hispanoamericano. Esta situación es impensable en una nación europea, en el seno de la cultura occidental y en un sistema político regido por las pautas de un Estado de Derecho, ni tampoco es educativa para formar a los españoles de las próximas generaciones.
BARCELONA (ESPAÑA), 27.09.2017. Campaña «Escuelas Abiertas» del separatismo más desafiante de toda la historia de España y de Europa a vísperas del golpe de estado separatista en Cataluña. El separatismo hace un llamamiento a las Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos (AMPA’s) de los institutos y centros educativos en los que se llame a votar en el referéndum para decir sobre la independencia de Cataluña que se celebrará el próximo 1 de octubre. Lo ha hecho a través del colectivo ‘Escoles Obertes’, cuyo responsable Josep Maria Cervelló dio este miércoles una rueda de prensa en la sede de Òmnium Cultural. Efe.
Nuestra democracia requiere una reforma profunda aunque los políticos sólo hacen que mencionar la reforma constitucional. No se entiende ese empecinamiento cuando casi desde el principio de la etapa parlamentaria no se han cumplido algunos de sus artículos y más delirante es cuando no se respeta la igualdad de todos los ciudadanos en derechos y libertades. La soberanía reside en el pueblo y es inviolable, nadie ni el presidente del Gobierno puede anularla; la Nación es el resultado de siglos de devenir histórico, ejercido por muchos españoles de distintas épocas. Si hay Democracia y por lo tanto Constitución, es porque hay Nación, la nación española. Destruirla es el propósito del nacionalismo catalán, un delirio contrario a lo que ha sido esta construcción continuada en el tiempo y a la que han dedicado sus esfuerzos tantos catalanes, pues sin ellos no sería lo que es España.
Se ha consentido su desmantelamiento, se le ha ido quitando su vivir, su esencia, su alma y en paralelo se ha rasgado a cada pequeño, a cada niño el espacio vital en el que debía formarse, en el que debía crecer y hacerse ciudadano. No ha bastado controlar las instituciones, los medios de comunicación, las entidades sociales, había que llegar más allá, a la escuela. Muchos años de adoctrinamiento, de infravalorar a los que usaban la lengua diferente a la elegida, de lanzar consignas contrarias a los progenitores de esos muchachos por usar la que no es, ni debe ser; nada importaba, ni el idioma universal que prohibían, tan suyo como el catalán, y en ese empeño han ido quitando la dignidad de muchos, niños y adolescentes, seres humanos olvidados, abandonados. En los inicios de ese atropello, hubo oposición a la ingeniería social dirigida por la Generalidad pero se encontraron los padres y profesores que lo intentaron solos, no hubo apoyo de medios informativos y lo que es peor, no hubo apoyo de las instituciones, ni de letrados, ni del defensor del pueblo, todos se ajustaron a lo que interesaba a una élite clasista, integrista e insolidaria.
Ahora que la sociedad ha empezado a despertar y a recuperar la integridad, hagamos del desierto un vergel en el que reine la justicia y ante todo la libertad. Si en Inglaterra se aconseja el estudio del español como lengua extranjera prioritaria por el número importante de paises en que se habla y por ser una lengua de cultura, de relación ya que España es el destino turístico preferido por sus naturales, sería un suicidio colectivo el no exigir su presencia con toda naturalidad y legalidad en todos los ámbitos y en especial en la educación. Éste es el primer paso para sofocar las directrices interesadas de una ideología insensata, antinatural y totalitaria que se está esparciendo por todo nuestro territorio sin que se inmuten los dirigentes políticos, por eso nosotros, los ciudadanos somos los que debemos defender los derechos básicos, la lengua que nos permite comunicarnos e identificarnos como miembros de una gran Nación.
Ana María Torrijos