marzo 25th, 2017 by José Basaburua
Redacción (José Basaburua es funcionario de la Administración Central del Estado y escritor) – Gilles Finchelstein, director general de la Fundación Jean Jaurès, próxima al Partido Socialista Francés y autor de “Piège d’identité: réflexions (inquiètes) sur la gauche, la droite et la démocratie”, (Fayard, Paris, 2016), afirma en una cita recogida por Marc Bassets el 18 de marzo que “Vivimos una desestructuración de las líneas divisorias. Es decir, la división derecha-izquierda sobre la que se estructuraba toda la vida política hace treinta años, poco a poco ha perdido su legibilidad y, para muchos franceses, su pertinencia”. Pamplona (Navarra) España, sábado 25 de marzo de 2017. Fotografía: Pamplona (Navarra) España, sábado 25 de marzo de 2017. ‘La crisis de la Derecha Política: Modernidad y Posmodernidad ‘, un artículo del colaborador de Lasvocesdelpueblo, José Basaburua. Imagen facilitada por el autor. lasvocesdelpueblo.
No es el único que así opina. Si bien desde otras orillas ideológicas, el impulsor de la equívocamente denominada Nueva Derecha, el también galo Alain de Benoist, asegura en numerosos artículos (especialmente en su todavía inédito libro en español “Le moment populiste, Droite-gauche c’est fini”, PG de Roux, 2017) que los conceptos de derecha e izquierda habrían perdido su vigencia; no en vano, ambos se habrían desplazado, perdiendo buena parte de sus señas de identidad características, convergiendo ambas en gran medida y transformándose en coartada –con diversas sensibilidades cara al mercado electoral- de una oligarquía mundialista impulsora de un totalitario “pensamiento único”.
Más cerca de nosotros, el vasco-francés Arnaud Imatz ha trabajado esta perspectiva en su libro “Droite/Gauche: pour sortir de l’équivoque” (Editions Pierre-Guillaume de Roux, Paris, 2016). En palabras del belga Christopher Gérard, “por división izquierda/derecha, Imatz entiende un artificio creado para reforzar la ideología dominante, mezcla de materialismo y de multiculturalismo dogmáticos, ya que responde a las necesidades de una oligarquía tecno-mercantil que detesta instintivamente todo lo que se opone a la homogeneización fanática del mundo y al reino sin dividir que el Duque de Guise llamaba en su momento ‘la fortuna anónima y vagabunda'”.
A un juicio análogo llegan también en España, si bien desde presupuestos muy diversos, autores como el recientemente fallecido Gustavo Bueno, José Javier Esparza y Rodrigo Agulló.
Desde esta perspectiva, la crisis de las derechas políticas en España, y de otros países, no sería otra que la pérdida de su razón de ser. Ser de derechas significaría muy poco o nada para la mayoría de nuestros coetáneos. Mientras que el espacio social antaño “de derechas” afrontaría, desconcertado y a la defensiva, la revolución cultural radical-progresista que viene desplegándose desde hace décadas, en el contexto de la globalización, su élite política tomaría un rumbo dispar que lo alejaría del mismo. Pero en esta deriva, las élites estarían acompañadas de gran parte de sus electores naturales, integrándose ambos –con más o menos resistencias según los casos- en el nuevo orden de cosas que viene denominándose como posmodernidad.
A lo largo de las tres entregas anteriores hemos pretendido, únicamente, sacar a relucir algunas cuestiones que entendemos decisivas en el debate cultural y político de hoy; especialmente desde la realidad sociológica de lo que se viene llamando “derecha”. No pretendemos ser originales, pues casi todo está dicho ya; pero sí centrar nuestra mirada en los problemas reales.
Nadie mejor que el historiador y ensayista Pedro Carlos González Cuevas para ayudarnos a sintetizar el estado de la cuestión; no en vano es quien mejor y más ampliamente ha estudiado, desde la historiografía científica, la derecha política española y el pensamiento conservador. Y ello sin olvidar que también es uno de los mejores conocedores españoles de otras figuras fundamentales de las derechas europeas, como Charles Maurras, Carl Schmitt o Maurice Barrès. En una entrevista concedida a Todo Literatura aseguraba que “las diversas familias doctrinales de la derecha han sido incapaces de renovarse. El tradicionalismo católico desapareció con el Concilio Vaticano II. La tradición liberal-conservadora de Ortega y Gasset no ha tenido, desde Julián Marías, seguidores de altura. Incluso se ha pretendido dar una interpretación social-demócrata de ese legado. Lo mismo ocurre con la tradición empírico-positivista de Gonzalo Fernández de la Mora. El falangismo murió intelectualmente en los años sesenta del pasado siglo. Por otra parte, la Iglesia católica ha sido incapaz de renovar el apoyo de las elites intelectuales. Las figuras de Pedro Laín Entralgo o de Xavier Zubiri o del ya citado Marías han carecido de continuidad. Los intentos de adaptación de la Nouvelle Droite de Alain de Benoist a la realidad española han fracasado”.
Visto su actual panorama intelectual, por lo que respecta a su expresión política, asegura consecuentemente: “… hay que señalar que existe una clara diferencia entre la derecha como base social y el Partido Popular. El Partido Popular es una parte de la derecha, pero no engloba al conjunto de ese espacio social, político y cultural. En realidad, y lo he dicho muchas veces, es el Partido Popular el enemigo por antonomasia no ya de la consolidación, sino de la aparición de otras alternativas de derecha”. Las principales causas, conforme su juicio, de esta situación serían: “… falta de proyecto político y cultural; desprecio hacia su base social; pereza mental; complejos históricos: la derecha hegemónica no sabe qué hacer, por ejemplo, con el franquismo; desmovilización política, cultural, social; ausencia de alternativas; conformismo, etc.”. En suma, la derecha, o mejor dicho las derechas, sufrirían una crisis de identidad y sentido; con la consiguiente desconexión élite/base social.
González Cuevas concuerda con los demás analistas, mencionados en nuestras anteriores entregas, en que a lo largo de estas últimas décadas la derecha política española se habría refugiado en una gestión de la economía con ciertos toques liberales, renunciando a la batalla de las ideas; de modo que su acción política se caracterizaría por su reactividad ante una izquierda siempre en perpetua ebullición. Pero, lo que es más grave, una vez en el poder se ha limitado a mantener el status quo, de modo que bajo sus gobiernos los avances legislativos y sociales de las izquierdas se han consolidado; especialmente en lo que se refiere al modelo familiar y a la extensión de los denominados “nuevos derechos sociales”. Tal inacción, ¿se debe a una inoperatividad de raíces acaso intelectuales, o a una renuncia expresa de su identidad en tránsito ineludible hacia un nuevo paradigma que no sería otro que el del pensamiento único?
Recordemos que Gonzalo Fernández de la Mora interpretaba los cambios mencionados como un proceso de “desideologización” -que no de desaparición de las ideologías- que generaría, con avances y retrocesos, una convergencia entre derecha e izquierda.
Para el profesor González Cuevas “… la enfermedad fundamental de la derecha realmente existente en España, es decir, el Partido Popular es el ‘centrismo’. Como señala el politólogo Julien Freund, el centrismo es una manera de anular, en nombre de una idea no conflictual de la sociedad, no sólo el enemigo interior, sino las opiniones divergentes”. El autor desvela, así, el preciso mecanismo de ingeniería social del pensamiento único al que la derecha política se habría sometido obedientemente.
La cuestión, entonces, es: ¿por qué la derecha se ha desideologizado en tan sorprendente operación de “centrismo” acelerado? Las élites que así vienen actuando, ¿no tuvieron otras opciones? Como primera respuesta diremos que se mueven “a lomos de la Historia”; si bien espoleados por crematísticos intereses de oligarquía.
Debemos señalar que, para diversos autores, el concepto mismo de “derecha” es cambiante, estando sometido a una rápida evolución histórica. De hecho, no existe un concepto universalmente aceptado de lo que significa derecha política en cualquier momento de la Historia, ni siquiera en diversos contextos geográficos contemporáneos. Derecha, también izquierda, son conceptos en sí problemáticos y según tales autores, progresivamente vaciados de contenido.
José Javier Esparza (“En busca de la derecha [perdida]”, Áltera, Madrid, 2005), constatando lo anterior, concluye que “lo que define a la derecha y a la izquierda es la posición relativa que cada cual ocupa a lo largo del proceso de la modernidad”. De modo que derecha e izquierda son inseparables del debate intelectual por excelencia: la crisis de la modernidad y la irrupción y aprehensión intelectual de la denominada posmodernidad.
Por su parte, Rodrigo Agulló (“Disidencia Perfecta. La Nueva Derecha y la batalla de las ideas”, Áltera, Madrid, 2011) sintetiza y concreta esta cuestión de la siguiente manera: “… la izquierda era la gran heredera del movimiento de la Filosofía de las luces, que a partir de la Revolución Francesa inaugura la modernidad. Y la derecha se convirtió en el custodio de aquellas actitudes de la pre-modernidad que iban siendo progresivamente relegadas por el mito del Progreso. Si tuviéramos que caracterizar muy brevemente esas actitudes, destacaríamos un solo rasgo: su carácter predominantemente antieconómico. Se trataba de ese entramado de valores, creencias y formas de vida propias de las ‘sociedades tradicionales’ que se encontraban en oposición casi absoluta a los intereses de las nuevas clases burguesas, y por lo tanto eran contrarias a la “ideología económica” construida por los padres del liberalismo. De esta manera, la izquierda se situaba siempre del lado del ‘progreso’, mientras que la derecha lo hacía del lado de la ‘conservación’ o la ‘reacción’. Sin embargo, a lo largo de dos siglos el eje de esa confrontación se fue desplazando sistemáticamente hacia la izquierda: mientras la derecha iba progresivamente aceptando la filosofía de las luces y el liberalismo (especialmente en sus aspectos económicos), la izquierda llevaba hasta el extremo la ‘ideología económica’ de los padres del liberalismo, al proclamar el marxismo que ‘todo es economía'”.
Nos encontraríamos, entonces, en tránsito hacia un nuevo escenario, o una nueva época histórica, que se viene denominando posmodernidad, a la vez que son desarbolados los viejos paradigmas filosóficos, los diversos “relatos” explicativos de la realidad y la misma existencia humana; aunque no se sepa apenas de qué se trata en puridad de conceptos. No obstante, debe constatarse que, desde la política y las ciencias sociales mayoritarias, al menos en Occidente, sí se le está dotando de un discurso ideológico articulado y coherente. De ahí el contundente éxito del “pensamiento único” en política, el impacto de las nuevas tecnologías y los cambios antropológicos que ya está generando, y las poliédricas y desconcertantes caras de la globalización. En este contexto, las clásicas “derechas” e “izquierdas”, especialmente las primeras, habrían perdido buena parte de su sentido al no saber adaptarse a una nueva realidad en acelerada transición.
Pero, ¿qué es la posmodernidad? Son muchas las definiciones y buena parte de ellas centradas en aspectos parciales de tan novedoso paradigma: estéticos, existenciales, filosóficos, políticos, antropológicos…
Mencionemos, a modo ilustrativo, una de estas perspectivas. Así, a decir de Daniel Innerarity, “la filosofía ha perdido ‘la esperanza de la totalidad’ (Adorno). Si las totalidades ofrecidas por la modernidad han resultado equivocadas, ahora ya no se ofrece una nueva síntesis sino que se decreta el sincretismo de la razón, la fragmentación del mundo de la vida, la desconexión entre los diversos saberes y dominios científicos, la imposibilidad de justificar la acción y establecer la legitimidad política”.
En tal perspectiva coinciden muchas de las diversas aproximaciones a la posmodernidad, afirmando que la modernidad y sus grandes relatos –o mega- relatos- ya no responderían a los desafíos de la razón; y por lo que más directamente nos atañe, cristianismo y marxismo “clásico” estarían agotados.
La filósofa y ensayista española Rosa María Rodríguez Magda va todavía más lejos, incorporando en su acervo algunas aportaciones de Baudrillard, Bauman y Zizek. Si la posmodernidad postulaba el fin de los mega-relatos, veíamos, transitaríamos hoy en una nueva etapa histórica que denomina “transmodernidad”, caracterizada por la aparición del nuevo “gran relato” de la globalización que estaría respondiendo los retos de la modernidad desde las críticas posmodernas.
Pero también hay autores que niegan la mayor: la posmodernidad no sería sino el conjunto, en ocasiones contradictorio, de las respuestas críticas que desde una “razón adulta” se proporcionarían a la insatisfactoria “razón joven” de la Ilustración y la modernidad (Asensio Martínez Ortega, “La posmodernidad y mi laberinto. Una teoría del conocimiento, 2013, La gran batalla de nuestro tiempo”, A-Anroc, 2014).
En la posmodernidad, liquidados los mega-relatos, las derechas, que transitaron agónicamente en una modernidad a la que se enfrentaron, ¿han perdido su razón de ser? No en vano, el hombre líquido (Zygmunt Baumann), liberado (Foucault), el hombre desarraigado (Josep Miró i Ardèvol), o emancipado (Chantal Delsol) –quienes encarnarían al prototípico individuo posmoderno- son contrapunto de la mentalidad y valores de cualquiera de esas “derechas” aparentemente sin respuestas.
Ya estemos en una crisis histórica, o en la agonía de una modernidad que se resiste a morir, ya en tránsito a un tiempo nuevo todavía en configuración, ello no quiere decir que no sobrevivan -o se generen- disidencias frente a los efectos de la globalización y su pensamiento único: algunas por completo inéditas y apenas expresadas y comprendidas; otras, rescoldos del Viejo Orden y acaso esperanza de un futuro aunque impreciso cambio.
Volviendo al inicio de este texto, veíamos que nuevas problemáticas estarían quebrando la clásica dicotomía derecha/izquierda. Es el momento de hablar de los nuevos actores sociales y de los populismos; lo que haremos en nuestra próxima entrega.
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marzo 16th, 2017 by José Basaburua
Redacción (José Basaburua es funcionario de la Administración Central del Estado y escritor) – Al atardecer del sábado 11 de marzo, la violencia abertzale, el terrorismo en definitiva, retornó a las calles de Pamplona. Y lo hizo bajo esa máscara eufemísticamente denominada por algunos “budas” del régimen como terrorismo de “baja intensidad”; o kale borroka. Pamplona (España), jueves 16 de marzo de 2017. Fotografía: Kale Borroka Pamplona. La violencia abertzale retorna a Pamplona: de ATA o de ETA, terrorismo es terrorismo. Imagen facilitado por el autor. lasvocesdelpueblo.
Se venían organizando para ello y se les esperaba. Las redes sociales echaban chispas desde hace días, pero, sorprendentemente, únicamente cuatro detenidos… de Rentería. Al menos de momento.
Y, de nuevo, la ceremonia rutinaria del rechazo a la violencia “venga de donde venga”; aunque siempre proceda de la autodenominada “izquierda abertzale”. ETA, ATA, Ernai, Jarrai, etc., etc.; siglas análogas para viejas historias. Violencia y más violencia. Pero todos estos entusiastas del olor a la gasolina y a la capucha negra, estos yonquis de la adrenalina callejera espoleada por el alcohol y el speed, siempre son abertzales por mucho que quieran disimularlo Sortu, Bildu, sus compañeros de viaje en coalición y sus socios de gobierno.
La violencia perpetrada desde la autodenominada “izquierda aberzale”, en sus diversas expresiones, viene siendo noticia de manera recurrente; y ello a pesar del supuesto “fin del terrorismo de ETA”: periódicas acciones de kale borroka; agresiones a adversarios políticos, militantes de otros partidos y guardias civiles; amenazas múltiples; también en el ámbito ultra futbolero (Indar Gorri, sin ir más lejos, en su peculiar maridaje de abertzalismo y delincuencia común sujetos a investigación judicial).
Hagamos un poquito de memoria. Un día se enfrentan a golpes en la parte vieja de San Sebastián con los “oficialistas” de Sortu (http://www.navarraresiste.com/2017/02/ensalada-de-tortazos-en-la-izquierda.html). Otro distinto, desde ATA, se agrede físicamente al portavoz de Elkarrekin Podemos en el parlamento vasco Lander Martínez (http://www.deia.com/2017/03/06/politica/euskadi/podemos-euskadi-denuncia-que-lander-martinez-fue-agredido-por-un-simpatizante-de-ata-). El sábado, “tomaron” la parte vieja de Pamplona… ¿hasta cuando se les va permitir sigan practicando el terror impunemente?
Desde hace unos meses, Sortu, “brazo político” de ETA (nacido en febrero de 2011), se encuentra en un proceso interno de debate y “refundación”. No es la primera vez, ni será la última. Recordemos que Sortu es la principal fuerza -marcando su línea en todo momento por su mayor implantación social, número de militantes y lo que significa ser heredero histórico de toda la trayectoria de ETA- de la coalición de partidos EH Bildu; integrada también por su escisión “moderada” Aralar, los restos de la del PNV Eusko Alkartasuna, Alternatiba (una escisión minúscula de Izquierda Unida de 2009) y Gorripidea (los troskos recalcitrantes que no admitieron la disolución de Zutik).
La existencia de “disidentes” y “disidencias” en la izquierda abertzale no es ninguna novedad. A lo largo de su historia algunos destacados dirigentes “desaparecieron” de la noche a la mañana del panorama público, siendo relegados al ostracismo. Fueron los casos de los históricos Francisco Letamendía, Jokin Gorostidi, Txomin Ziluaga o Iñaki Esnaola.
En otros supuestos eran expulsados sin mayores miramientos; otra buena lista de militantes de “base”. Y excepcionalmente tuvo lugar una escisión en toda regla, liderada por Patxi Zabaleta, que daría origen a Aralar, asunto fechado en 2001 por el que todavía sus protagonistas siguen pidiendo perdón…
En el caso de los nuevos disidentes a los que nos hemos referido al principio de este texto, concurren matices algo distintos; no en vano, las circunstancias históricas –objetivas, que dirían los marxistas- están cambiando.
En primer lugar, observemos, no se ha producido la escisión en toda regla de un sector “político” organizado de Sortu. De hecho, el espacio social en el que esta disidencia -que añora los “viejos tiempos”- ha conseguido ciertos logros, es el de los familiares y apoyos a los “presos políticos” de la banda, es decir, a los terroristas encarcelados. En Gestoras en su día, el EPPK, Etxerat, Sare después, al igual que en cualquier otro ámbito de la “izquierda abertzale”, el centralismo democrático -es decir, un rígido control de arriba hacia abajo- viene caracterizado cada uno de sus calculados movimientos. Últimamente, sin embargo, están “moviéndose” un poquito, permitiendo que los presos terroristas que todavía permanecen en prisiones españolas, puedan acogerse a “beneficios” penitenciarios de carácter personal. Ante estos movimientos, los “disidentes” han montado su propia estructura denominada “Amnistia Ta Askatasuna” (ATA), anclada en la vieja e inamovible reivindicación de amnistía para todos los terroristas; dándose su primer baño de masas el 29 de agosto de 2015 en Bilbao y reuniendo a 4.000 personas el 28 de noviembre del mismo año. Para Sortu/ETA toda disidencia, individual o colectiva, es una disidencia; y, siempre, una traición: ya sea “política” (Ibil, por ejemplo), social (ATA), “socialdemócrata” en busca de nuevos horizontes (Aralar en su día) o que mire a “gloriosos pasados” (EE).
Efectivamente, los “disidentes” siguen mirando al pasado. Por ello tratan de reproducir el esquema organizativo de la histórica alternativa KAS: un brazo político, otro social, cultural… ¿y militar?
Ibil, como proyecto político-militar, está en liquidación desde que la dirección de ETA exigiera a su promotor, el ex-concejal de Herri Batasuna en Ansoáin Fermín Sánchez Agurruza, cesar en sus correrías (http://www.diariovasco.com/politica/201502/22/hizo-llegar-mensaje-privado-20150222122529.html). Ahora es otro grupo, Eusko Ekintza (Acción vasca), el que pretende constituirse en “brazo político”; en la auténtica Herri Batasuna; habiéndose presentado en público el 22 diciembre del 2012 en Alsasua (http://www.euskoekintza.eu/eusko-ekintza-alderdiaren-legalizazioa/) y, después, Herritar Batasuna, que se dejó ver frente al Monumento a los Fueros de Navarra en Pamplona el 29 de enero pasado (https://borrokagaraia.wordpress.com/2017/01/29/herritar-batasuna-sortzeko-eztabaida-prozesua-abiatu-dute/) arrogándose ser el germen de una nueva Herri Batasuna y difundiendo el correspondiente manifiesto fundacional (http://www.euskoekintza.eu/texto-fundacional-de-la-herritar-batasuna-en-castellano/).
Van muy despacio. Son pocos y aislados; en general militantes muy veteranos junto a una hornada de otros muy jóvenes e inexpertos. Son calificados por los analistas “oficialistas de trotskistas”; pero estrictamente no lo son. Más bien destaca entre ellos una sensibilidad “anticapitalista” e, incluso, “libertaria”. Recordemos que en el pasado las escisiones trotskistas de ETA, por ejemplo, ETA VI Asamblea en 1970, originaron partidos “españolistas”. No es el caso. Estos disidentes de la autodenominada izquierda aberzale “oficial” no pretenden converger con espacios revolucionarios del resto del Estado, (como la mencionado de ETA VI que originó la LCR, o la anterior del MCE en 1966-69), sino retornar a los orígenes de una idealizada Herri Batasuna (en la que confluyeron los partidos ANV, ESB, HASI y LAIA) posterior en el tiempo a ambas escisiones; pues alejarse del espíritu primigenio de esa ya lejana HB estaría en la causa de la crisis que sufriría -a su juicio- una autodenominada “izquierda abertzale” de la que formarían a su manera parte, y que perciben como estancada, con pérdida de la iniciativa política, a la que acusan de desmovilización y alejarse de la calle, con más de 300 terroristas encarcelados “sin salida” y un de par de miles de “exiliados” todavía.
Pero no nos confundamos. La línea divisoria entre “oficialistas” y “disidentes” no es el empleo o no de la violencia política (terrorista o de cualquier otra expresión), no en vano ya se han zurrado entre ellos y, cuando han podido, unos y otros la han practicado; siempre con ganas y sin remordimientos: agresiones a adversarios políticos, huelgas generales y kale borroka por parte de Ernai, Ikasle Abertzaleak y otros grupos “oficialista”, etc. La línea divisoria, en definitiva, es la marcada por la dirección de Sortu/ETA: o con ellos, o contra ellos. Y no admiten disidencias.
Afortunadamente, al menos de momento y a pesar de las intenciones de algunos “históricos”, a las estructuras que empiezan a organizarse muy lentamente en línea “disidente” (EE y ATA) no le respalda, o incluso dirigiría, ninguna organización terrorista “clásica”; tal y como pasó en otras épocas de su historia (recordemos la existencia paralela de ETA M, ETA PM y CCAA y sus respectivos “brazos políticos”; o la del IRA Auténtico y del IRA Continuidad, en Irlanda del Norte, que también cuentan con minúsculas expresiones políticas). Pero tal circunstancia no es tanto un fruto de la prudencia o de cierta evolución por su parte, como de impotencia.
La “izquierda aberzale oficial” ha congelado ETA, pues ya no rinde los resultados que en su día produjo. Es decir, han renunciado de momento al terrorismo de coche bomba y tiro en la nunca por razones tácticas (a corto y medio plazo); pero no a la kale borroka y otras expresiones de terrorismo de “baja intensidad” (terrorismo, en definitiva). Con todo, algunos irreductibles, indisciplinados y alejados de la “realidad sociopolítica” marcada por la dirección de Sortu/ETA no lo han entendido o no lo quieren entender. Es lo que sucede cuando ya no está por completo operativa una organización terrorista que resuelve las disidencias e indisciplinas con “desapariciones” o tiros en la nuca.
Estamos, pues, en un escenario en parte novedoso. Venimos sufriendo mucho menos terrorismo; aunque sus efectos perversos perduren. Pero no ha desaparecido del todo: así, la kale borroka continúa siendo una forma nada desdeñable –desde la perspectiva de sus nefastas consecuencias personales y sociales- de terror y violencia. Y aunque la línea oficial de la banda ha “apostado” por el cese de la “lucha armada”, no es imposible que algunos irreductibles, conforme se consolide tal disidencia calificada absurdamente como radical, intenten retomar -si bien a menor escala de lo ya sufrido décadas atrás, no en vano sus apoyos siempre serán muy exiguos- unas u otras formas terroristas. No en vano el terror forma parte de su ADN ideológico y existencial.
Es lo que caracteriza desde siempre a la “izquierda abertzale”: sus semillas impregnadas de violencia totalitaria pueden germinar siempre que exista “campo abonado”. Y ello significa, a efectos prácticos, elaboración teórica justificativa, un liderazgo carismático e indiscutido y un movimiento social de apoyo. IBIL, ATA, EE… en ello están.
En todo caso, la realidad se impone: de ETA o de ATA, terrorismo es terrorismo.
No obstante, determinadas manifestaciones de tamaña violencia están dibujando, poco a poco, un escenario que podemos de calificar, en cierto modo, como novedoso. Así, desde que algunos supuestos disidentes abertzales radicales (¿más todavía?) organizaran Ibil y Eusko Ekintza, allá por 2012, como grupúsculos dirigidos a los descontentos con la “línea oficial” de Sortu y la progresiva desactivación de ETA, tales vienen protagonizando también algunos sucesos de carácter violento. Parece ser que fue el caso del sábado último en Pamplona.
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febrero 23rd, 2017 by José Basaburua
Redacción (José Basaburua es funcionario de la Administración Central del Estado y escritor) – Este retazo demoscópico apuntaría, por una parte, a que España sería una de las naciones que se ha descristianizado más rápidamente y, por otra, a que el nacionalismo español (dígase también patriotismo, aunque evitaremos en esta ocasión polémicas sobre la no correspondencia de ambos conceptos que nos llevarían a un sinfín de matizaciones escasamente operativas) que en su día pudo caracterizar a las Derechas, se ha diluido socialmente. En cualquier caso, el denominado nacional-catolicismo se habría extinguido, sociológicamente entendido. Pamplona (España), jueves 23 de febrero de 2017. Fotografía: En la imagen, un hombre indicando la derecha y la izquierda, ¿Existe una Derecha política en España? ¿Pervive todavía una mentalidad ‘de Derechas’?, Lasvocesdelpueblo.
En nuestros últimos dos artículos, publicados en La Tribuna del País Vasco, nos hacíamos eco de algunas cualificadas tesis que aseguran que la Derecha política española habría desaparecido. De este modo, a decir del historiador Stanley Payne, habiéndose impuesto en España el pensamiento radical-progresista en prácticamente todos los ámbitos de la convivencia familiar, social y de la vida pública, únicamente perviviría una “no izquierda”.
En segundo lugar, recordando otras de las tesis de Gonzalo Fernández de la Mora y de Rodrigo Agulló, sosteníamos que el hecho de que la derecha política española hubiera desaparecido se debía tanto a factores externos como internos; es decir, habría sido desmantelada adrede.
En ambos artículos afirmábamos, no obstante, que en determinados ámbitos sociales, ya a nivel colectivo, ya a título individual, todavía era posible encontrar sujetos con una mentalidad “de Derechas“.
Stanley Payne concretaba los valores ideológicos de la derecha histórica española en los siguientes conceptos: la religión, el nacionalismo y el autoritarismo; un juicio ajustado al menos para la de los años 30, 40 y 50 del pasado siglo, pero no para la de las décadas subsiguientes.
De hecho, en la actualidad, salvo para algunos grupúsculos —término empleado no en sentido peyorativo sino como constatación sociológica— de ideas tradicionalistas o franquistas, tales valores han dejado de cumplir función alguna en la cosmovisión y la vida cotidiana de la mayor parte de la sociedad española; también entre aquellos sectores herederos —biológica o socialmente— de aquellas primigenias derechas. Veamos, a continuación, una perla ilustrativa de tamaña transmutación.
Según el trabajo de investigación de Pew Global intitulado What It Takes to Truly Be ‘One of Us` («Qué es necesario tener para ser verdaderamente ‘uno de los nuestros») apenas un 9% de los españoles considera que la tradición religiosa de un país sea indispensable para la definición de su identidad nacional. Por el contrario, en Grecia tal convicción supera el 50%, en EEUU, el 32%, en Italia el 30% y en Reino Unido el 18%.
Suecia y Holanda nos acompañarían en unos niveles igualmente bajos. Este trabajo concluye que, en general, la lengua y el hecho de haber nacido en el país en cuestión son los elementos que los ciudadanos consideran como más importantes a la hora de definir a alguien como “de aquí” o “de fuera”; unos factores que podríamos calificar como un tanto light y muy alejados del coherente corpus ideológico de las derechas históricas españolas.
Este retazo demoscópico apuntaría, por una parte, a que España sería una de las naciones que se ha descristianizado más rápidamente y, por otra, a que el nacionalismo español (dígase también patriotismo, aunque evitaremos en esta ocasión polémicas sobre la no correspondencia de ambos conceptos que nos llevarían a un sinfín de matizaciones escasamente operativas) que en su día pudo caracterizar a las Derechas, se ha diluido socialmente. En cualquier caso, el denominado nacional-catolicismo se habría extinguido, sociológicamente entendido.
Por otra parte, tal ratio no deja de ser indicador de una percepción social coloquial de que en España no es posible ser patriota y que de producirse alguna expresión pública en este sentido, rápidamente se es descalificado como franquista, reaccionario, casposo, etc.; cuando no atacado físicamente. A no pocos y muy recientes hechos me remito.
Entonces, ¿cómo definir esa “no izquierda” que, según afirma Payne, pervive aún en España? A su juicio, recordémoslo, sería «una entidad amorfa, democrática, práctica y tolerante, que no acepta los mitos de izquierda». En principio no parece ser un enunciado excesivamente clarificador; siendo muy distante de los tres principios que él mismo especificara como propios de las derechas de los años 30. Más que una definición dogmática, se nos antoja una intuición de carácter “transversal”.
Ciertamente, “mitos de izquierda” hay muchos: prácticamente todos los que integran lo “políticamente correcto”, nutridos desde el posmarxismo, la ideología de género, el animalismo, el multiculturalismo, el mundialismo y la globalización; es decir, el omnipresente y totalitario “pensamiento único”.
De modo que si existen —todavía— sujetos y sectores no asimilados a esta ideología totalitaria de rasgos aparentemente suaves, a pesar de todas las técnicas de ingeniería social empleadas desde hace décadas, tal desafección debe ser tenida muy en cuenta; no en vano es el único entorno social del que pudiera surgir una protesta y, ulteriormente, una propuesta alternativa al actual estado de cosas. Una posibilidad que —ya anticipamos— en España vislumbramos como muy remota.
De hecho sí que existen desajustes sociológicos difíciles de explicar, a pesar del machacón discurso imperante, si bien no han sido capitalizados políticamente. Es el caso, por ejemplo, de la percepción social de la pena de muerte. Todos los partidos políticos con representación parlamentaria rechazan tal posibilidad.
Tampoco se escucha voz alguna, en ningún foro público relevante, que reclame tal solución punitiva, por valorarse inaceptable desde cualquier perspectiva y a extirpar; salvo ocasionalmente como muestras de dolor en el entorno de brutales crímenes de resonancia mediática. No estamos justificando, ni explicando, tal posicionamiento: nos limitamos a recordar un dato sociológico público.
Con todo, pervive entre los ciudadanos españoles una cierta adhesión a tan expeditiva medida. En 2008 un tercio de los jóvenes españoles la apoyaban. Cuatro años después, conforme un estudio de Simple Lógica Investigación de febrero, un 20,6% de encuestados era partidario de la pena de muerte para casos especialmente graves.
Desgranémoslo un poco. Tal porcentaje era superior entre los hombres (un 23,2%) que entre las mujeres (bajando al 18,0%). Era más alto entre los más jóvenes con respecto a los de mayor edad; de modo que en los consultados con edades situadas entre los 16 y 24 años representaba un 27,5%, mientras que en mayores de 65 años ese porcentaje se reducía al 13,2%. Por otra parte, sus partidarios se reducían conforme se elevaba su nivel de estudios o estatus social, situándose en un 13,2% y un 17,2%, respectivamente, entre los sujetos con estudios universitarios y de clase social alta o media alta, mientras que ascendía al 23,9% entre los titulares de estudios primarios o con nivel inferior, y al 22,1% entre los de clase media-baja o baja.
Por último, las diferencias eran manifiestas entre los votantes del PSOE y del PP, pues mientras que entre los socialistas representaban un 16,3%, los partidarios de la pena de muerte, entre los populares, sumaban un 23,0%; tampoco era un diferencia insalvable. Volviendo al segmento joven, en 2014 el porcentaje de partidarios de la pena de muertes se habría elevado al 56%.
Pese a tantas campañas sensibilizadoras, siempre en contra, de ONG´s en medios de comunicación, ámbitos locales y diversos entornos multiculturales; de los temarios de educación para la ciudadanía, en la misma línea, para colegios y universidades; de no pocas películas unánimes -en sentido contrario- y celebrado éxito internacional… ¿cómo explicarlo?
Un último apunte al respecto. A lo largo de estos días se ha difundido, en algunas cadenas radiofónicas españolas, que en Gran Bretaña se había detectado un mayor porcentaje de partidarios del Brexit entre los favorables a la pena de muerte que en el resto de la ciudadanía. Un dato, ciertamente, no poco malicioso…
Esas referencias anteriores indican —n su conjunto— que los estudios demoscópicos encierran, en ocasiones, paradojas de muy compleja explicación y que las etiquetas apriorísticas no explican ni determinan todos los comportamientos y sistemas de creencias personales; además de que en otros países —al menos en los de tradición cultural anglosajona— estos indicadores no se excluyen, en un intento de integrarlos en los movimientos de la opinión pública.
Volviendo al esquema derecha/izquierda, el mencionado Rodrigo Agulló, por su parte, no niega la existencia de ciudadanos situados a la derecha del espectro ideológico, si bien suaviza muchos de sus rasgos, conforme la conceptuación primera de Payne, caracterizándolos como: «una persona “de orden” a la que no gustan las “cosas raras”, trasunto secularizado de lo que antes venía en llamarse “pueblo de Dios“.
Con una actitud básicamente reactiva a los asaltos de la izquierda, la derecha pierde inevitablemente la batalla de la imagen. Extraviada en un mundo de ligereza y banalidad, la derecha comunica severidad y rigidez. Cuando trata de adaptarse a los modos de la izquierda, “suena falso” y diluye su identidad».
Coincide con Payne, no obstante, en que las derechas españolas se han desdibujado culturalmente, a la par de haber perdido suelo político. Traigamos a colación, aquí, cómo los diversos estudios demoscópicos en los que los consultados deben situarse ideológicamente en una escala de 10 a 0 (por ejemplo los de Metroscopia) de derecha a izquierda, el centro izquierda y las diversas izquierdas constituyen mayoría absoluta; quedando relegados los situados a la derecha en un pequeño porcentaje tendencialmente decreciente.
Pero, dado el momento histórico, la ausencia generalizada de un sentido crítico y la presión social, ¿no existirá, también, una “cifra negra” aplicable a la propia autopercepción de los consultados? Además, ¿conciben tal dilema como una cuestión relevante y significativa?
Volviendo a los derechistas “residuales” y dando un paso más, éstos, nos preguntamos, ¿se sienten representados políticamente? Veamos una opinión interesante. Es el caso del editorial de 3 de marzo de 2016 del digital Gaceta.es, que finalizaba con la siguiente afirmación:
«Los discursos de investidura en las Cortes han sido muy elocuentes. La deriva de la política española ha arrojado a los márgenes de la vida pública a millones de españoles. Son los nuevos huérfanos del sistema. Antes se los llamaba “Derecha”. Ahora ya son otra cosa. Y tarde o temprano buscarán un nombre».
Se refiere, evidentemente, al discurso del Partido Popular. Coincidimos con este juicio que cuestiona la virtualidad de tan histórica dualidad: existió una derecha de la que perviven sus huérfanos; más “otros” sujetos arrojados por el propio sistema a sus márgenes.
Nacionalismo y/o patriotismo, una concepción trascendente de la vida, familia “a secas”, defensa de la vida en su inicio y término, esfuerzo, sacrificio, masculinidad, espíritu de milicia, anti-estatismo…, unos valores que aparentemente ya no dicen nada, o muy poco, a la inmensa mayoría de españoles; tampoco a muchos de los definidos genéricamente como “derechistas“.
Pero, pese a su existencia residual, decíamos, concurre otro fenómeno: la “producción” de nuevos “huérfanos” del sistema. Nos referimos a un tipo antaño atípico: el del agnóstico o ateo que tras deambular una parte de su existencia por el mundo de hoy “viviendo la vida”, se ha desengañado de los mitos impuestos y ya no cree en los contravalores promulgados desde la izquierda biempensante.
Unos sujetos que están redescubriendo el valor de la autoridad en determinados ámbitos profesionales, que han chocado frontalmente con los dictados ultrafemisnistas al ser privados de cualquier rol relevante en el seno de la pareja y por su extensión de la familia misma, que se han contrastado desde el esfuerzo frente a las políticas igualitarias que favorecen el parasitismo y la subvención clientelista (de ahí el atractivo del liberalismo economicista entre antiguos izquierdistas y del florecimiento de grupos de esta ideología)… que se sorprenden cuando, viajando por el extranjero, descubren que el patriotismo sea un valor vivo que cohesiona comunidades allende nuestras fronteras.
La mentalidad derechista “clásica”, al menos la del siglo pasado, cuando no ha desaparecido por completo, se ha diluido y, como poco, se ha transmutado en otra cosa parcialmente coincidente; un tanto indefinida y tendencialmente reactiva. Se trata, pues, de una categoría cambiante y progresivamente carente de significado real.
Constatamos, en cierta medida, que hoy confluyen diversos contingentes humanos —desde experiencias y tradiciones educativas muy distintas— en lo que Payne antes definía como «una entidad amorfa, democrática, práctica y tolerante, que no acepta los mitos de izquierda».
Y que Agulló calificaba como «una persona “de orden” a la que no gustan las “cosas raras”». A esta mixtura humana no le une su adscripción derechista, pero sí su rechazo a lo políticamente correcto, por lo que se impone la búsqueda de unos nuevos paradigmas explicativos. Por ello, la división histórica entre derechas e izquierdas también ha perdido vigencia y capacidad operativa.
Lo anterior es evidente en ciertos espacios europeos en los que masas de antiguos votantes a los partidos comunistas, y a otras izquierdas, han abandonado su antigua adscripción, adhiriéndose a movimientos nacional-populistas; revelándose con ello como más omnicomprensivos otros paradigmas interpretativos. Es el caso de “identidad versus multiculturalismo”; pero también el de “justicia social versus neoliberalismo”.
No obstante, debemos precisar que en ello concurren ciertas circunstancias sociales que fraccionan la convivencia colectiva a causa de una inmigración no integrada que, poco a poco, está derivando en la “libanización” de un número creciente de barrios de las periferias de cientos de las más populosas ciudades del continente. Un fenómeno que en España —si bien existen barrios y pueblos en los que este cambio empieza a ser visualmente innegable— es menos acusado al ser muy alta la inmigración de habla hispana y la procedente del este europeo; acaso más afines que otra de identidad religiosa más acusada.
Hemos tocado, hoy, dos cuestiones asociados entre sí que no podemos dejar de tratar: vigencia de la polaridad derecha/izquierda e irrupción de los populismos; temas a los que dedicaremos nuestras próximas entregas.
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