Fernando José Vaquero Oroquieta. Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología; Autor de los libros: ‘La Ruta del Odio. 100 Respuestas claves sobre el terrorismo’ y ‘¿Populismo en España? Amenaza o Promesa de una Nueva Democracia.
¿Qué ha pasado en Navarra? Una interpretación metapolítica
No pocos lo temían. Algunos ya lo sabían. Muchos se resignaban ante lo que se presentaba como inevitable. Y otros tantos ¡por fin! esperaban ansiosos, hasta el revanchismo y la fanfarronería, la ocasión durante décadas perseguida.
Aunque, periódicamente, sonaban las sirenas de alarma, se confiaba en que “ello” no se materializaría: un golpe de suerte, un error demoscópico, una inverosímil recuperación del PSN-PSOE, una inesperada buena cosecha de voto del miedo…
Pero, el 24 de mayo pasado, las listas abertzales sumaron más votos que en ocasiones anteriores, el Parlamento Foral de Navarra se fragmentó todavía más, la irrupción de Podemos dio la puntilla definitiva a la “teoría del quesito” (única estrategia desarrollada por los partidarios de la aproximación UPN-PSOE en torno a intereses políticos comunes de gobierno frente a la progresiva marea independentista)… y el torpedeo mediático a Ciudadanos quemó la última posibilidad –a la desesperada- de un empate que aplazara lo inevitable.
Ya están aquí: una Presidente del Gobierno de Geroa Bai y un alcalde de HB Bildu en Pamplona. Por no hablar de análogos resultados en la mayoría de ayuntamientos navarros que confirman la debacle regionalista y del PSN-PSOE.
Se ha argumentado que, en realidad, los secesionistas sólo habrían ganado unos escasos miles de votos; de modo que el desastre no habría sido tal. Como primer análisis tranquilizador pudiera servir…, pero la realidad es que el nacionalismo vasco se ha instalado en la centralidad del poder político de Navarra; y lo ha hecho con ganas, sin complejos y sin fisuras. Es más, esa profecía que aseguraba, en diversos medios sociales, que los triunfadores difícilmente encontrarían colaboradores cualificados, dispuestos a secundar sus políticas, en los más altos niveles de las administraciones, por lo que se viene publicando, tampoco ha funcionado.
La pregunta que muchos se siguen planteando -tanto fuera como dentro de Navarra- es: ¿cómo ha sido posible este vuelco histórico, aparentemente desastroso, que llega a cuestionar, incluso, la viabilidad de la propia España a medio o largo plazo? De entrada, insistimos, no ha habido tal vuelco: se veía venir. La irrupción de Podemos, el avance electoral de las listas secesionistas, el desgaste de UPN -acaso menor del que mereciera por sus inmensos errores-, el aplanamiento de PSN-PSOE hasta devenir innecesario, el fracaso sin paliativos de PPN y Ciudadanos, el mantenimiento de I-E…, todo ello explica cuantitativamente la remodelación de fuerzas y el recambio en el Gobierno.
Pero, lo que viene produciéndose desde hace décadas, y que sustenta tales resultados políticos, no es otra cosa que una larga y no siempre sorda lucha por la hegemonía cultural y política.
Es una perspectiva ideológica -que apenas ha interesado al centro-derecha- que el comunista italiano Antonio Gramsci reelaboró, en la década de los años 30 del siglo pasado, al servicio de transformaciones culturales y sociales en democracia, plasmadas en profundos cambios de la mentalidad común que precederían –desde esa elaboración doctrinal- todo avance hacia la utopía radical-progresista-comunista.
El gramscismo –muy vivo como estrategia de las izquierdas desde los años 60 y 70 del pasado siglo- pretende modificar la mentalidad común, lo entendido como razonable por la mayoría de la población, en aras de sucesivos contravalores radical-progresistas. Producido el cambio cultural, inevitablemente la hegemonía política cambiará de signo.
A nivel planetario, la confrontación es evidente: la ideología radical-progresista, devenida en lo “políticamente correcto”, frente a las diversas manifestaciones locales y universales de “la reacción”. En Navarra y Vascongadas, la lucha por la hegemonía se estableció también en torno a otro eje: nacionalismos secesionistas “progresistas”, frente españolismos “trasnochados”; olvidémonos de ensoñaciones y sucedáneos “napartarras” y análogos. La confluencia de ambos ejes generó no pocas paradojas: recordemos el papel histórico y la rapidísima evolución ideológica del PNV en su carrera por el liderazgo del conjunto del secesionismo, su ambigüedad –cuando no evidente perversión- ante el terrorismo perpetrado por sus “hijos díscolos”, sus sucesivos pactos políticos con diversos gobiernos españoles. A este doble eje, se ha sumado últimamente, el de “los de abajo” frente a “los de arriba”, catalizado por el marxista-leninista-transformista de Podemos. Tales ejes en confrontación, junto a los evidentes avances electorales de secesionistas e izquierdas radicales, han permitido la conformación de este “nuevo” panorama político navarro; que ofrece ambigüedades inquietantes. Por ejemplo: Podemos, que apoya el “derecho a decidir”, ¿será otra fuerza secesionista más llegado el caso? ¿Y qué pasa con ciertos sectores de I-E?
A lo largo de las últimas décadas, UPN –el centro derecha- y el PSN-PSOE –la socialdemocracia local-, han coronado la hegemonía política; pero renunciando a la batalla por las ideas que -salvo cierta presencia socialista en la UPNA, grupitos de la Iglesia y algunas otras esferas “independientes” de la sociedad civil “clásica”- se desplegaba desde numerosas plataformas político-culturales radical-progresistas y, particularmente, desde las diversas familias secesionistas.
La voz de alarma ante semejante realidad se escuchó en no pocas ocasiones –hace ya bastantes años, incluso- y fue lanzada por personas y entidades que supieron mirar el futuro sin prejuicios; pero cayó en el vacío. Es más, las escasas iniciativas que pretendían contrarrestar esa “marea” en ciernes –recordemos la flamante Sociedad de Estudios Navarros- fracasaron estrepitosamente.
Cualquier navarro o foráneo, buen conocedor de la realidad de la calle, era bien consciente de la movilización social y cultural permanente -hasta el agobio- de esas izquierdas gramscianas, de su presencia abrumadora en los espacios públicos, y de su penetración en sectores cada vez más amplios de la población navarra; además de su permanente y tozuda labor político-institucional. Y no olvidemos la brutalidad terrorista que coadyuvó –y no poco- tales avances.
Una de las primeras medidas de los secesionistas en el poder ha sido la legalización de Euskalerria Irratia, tras muchos años de polémicas legales y administrativas, que, pese a ello, venía emitiendo desde 1988. Los medios de comunicación, especialmente el nuevo Boletín Oficial de Navarra (perdón, me refería al Noticias de Navarra), lo han celebrado con alegría desbordada y sorna. Pero no nos quedemos en tan previsible reacción: lo relevante es que esta empresa cultural, al servicio de un idioma entendido como herramienta de cambio cultural y “construcción nacional”, ha sido punta de lanza incansable de una de tantas “comunidades” de intereses políticos, afectos personales y trabajos culturales que ha agrupado a 11 profesionales, 200 colaboradores y 1.000 suscriptores que apoyan la emisora económicamente mediante Euskalerria Irratia Elkartea. La citada EIE es una de tantas comunidades de trabajo y vida de finalidad metapolítica al servicio de la construcción nacional vasca a caballo de las ideas radical-progresistas en boga: ecologismo, altermundialismo, ideología de género, identidad frente determinadas formas de globalización…
Por el contrario, ¿cuántas iniciativas se han impulsado desde ambientes conservadores e incluso socialdemócratas en Navarra? Por vocación, y acaso por rutina, en tales ambientes lo habitual es volcarse en la vida familiar, la APA, la profesión, el desarrollo espiritual y personal, el confort material, y algunos… en la política institucional. Y no necesariamente los mejores.
La principal fuerza no secesionista, UPN, para regocijo diario de los comentaristas del nuevo B.O.N., no supera su desconcierto y desmoralización. Todos hablan de renovación, de caras nuevas (aunque de momento no se nos hayan mostrado ninguna), de ideas distintas, de retomar la relación con la sociedad civil, de trabajar en las instituciones. El PPN, como si nada, permanece en la insignificancia y la autocomplacencia. Al Ciudadanos, “refundado”, no le dejarán, entre todos, dejarse oír. Y VOX, pero, ¿acaso existe? No obstante, a todos ellos les une una actitud semejante: su absoluto desinterés por la batalla de las ideas, por esa lucha por la hegemonía cultural primero, y, después, política. Y no se hagan falsas expectativas: no por copar las instituciones políticas aflojarán los secesionistas en su lucha cultural y callejera.
Con todo, se ha elaborado, estos últimos días, algún atípico –por infrecuente- análisis de la realidad presente y futura de la Comunidad Foral. Es el caso de Javier Lesaca Esquíroz con su texto “Navarra, mucho más que una batalla identitaria”. Pero es inevitable preguntar: tratándose de un ex-alto cargo de Educación del último Gobierno de UPN, ¿no pudieron hacer más? Su análisis es impecable. Incluso apunta algunas vías de acción y respuesta a la emergencia navarra que precisa no sólo trabajo institucional eficaz, por parte de los maltrechos partidos constitucionalistas, sino de labores sectoriales, núcleos de defensa de la Historia, la legalidad, el pluralismo y la libertad en sus diversas expresiones.
Ahora mismo bullen las redes sociales, denunciando dudosas prácticas de los recién llegados, e incluso se ha editado ya el número 2 de La Resistencia, una pequeña revista elaborada por un grupo de jóvenes sin filiación política que, en sus escritos, ya anticiparon, en su día, mucho de lo que ya está sucediendo: en definitiva, en esos sectores apoltronados, supuestamente a resguardo del poder y habitualmente pasivos, algo se mueve.
En el plano estrictamente político, en los próximos meses, la batalla de UPN será interna: candidatos a la presidencia y órganos directivos, delimitación de facciones, asamblea, campaña electoral nacional con o sin el PP, acaso congreso extraordinario, una o dos elecciones de la presidencia del partido… Un tiempo perdido –me temo- para afrontar esas cuestiones decisivas que ha puesto sobre el tapete el anterior analista. Entonces, y tras lo que resulte de este confuso proceso partidario, el lúcido análisis de Javier Lesaca, ¿será escuchado y entendido por los nuevos líderes, cuadros y militancia de UPN? ¿Diseñarán nuevas tácticas? ¿Aportarán medios y estructuras para tan imperiosas necesidades? ¿Apoyarán e impulsarán a la sociedad civil?
No se trata de una misión imposible: si miramos al vecino francés, sorprende la enorme floración de iniciativas socio-culturales, escuelas de pensamiento y múltiples entidades comunitarias nacidas desde las diversas derechas, que se reclaman como tales, y sin complejos. Todo ello, además, con sus buenos réditos electorales. Y no es caso único.
Y el PSN-PSOE, por su parte: ¿sacará fuerzas para superar su estado catatónico en permanente declive y ausencia de vigor?
No olvidemos un último equívoco. Cuando hablamos de sociedad civil, no todos lo hacemos en el mismo sentido. Para los secesionistas y radical-progresistas de obediencia gramsciana, sociedad civil es la mencionada EIE y similares; pues sirven al cambio cultural que persiguen. Otras entidades, por ejemplo una asociación católica de padres, únicamente sería –para estos budas gramscianos- el residuo de un tiempo pasado a abolir por completo.
Que no nos engañen, también, con palabras envenenadas.
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