julio 12th, 2017 by Ana Maria
Redacción (Ana Maria Torrijos)-. Si el hombre no hubiera conseguido implantar una norma, una pauta de acción colectiva para la convivencia y la evolución de la persona humana, seríamos aún trogloditas, avanzaríamos a saltos, unos pasos acompasados, irguiéndonos y encorvándonos para tocar el suelo con nuestras manos y después levantar la cabeza con la intención de otear el horizonte y encontrar la presa. San Cugat Del Vallés (Barcelona) España, miércoles 12 de julio de 2017. Fotografía: Cataluña (España) 08.07.2017. Hotel Catalonia, Plaza de Cataluña de Barcelona, IV Congreso de Catalanidad Hispánica de Somatemps, segunda jornada. La articulista Ana Maria Torrijos, en el primer plano, participa en las jornadas académicas de Somatemps. Lasvocesdelpueblo.
En esa instantánea nos hubiéramos quedado siglo tras siglo, en perpetua animalidad. Pero no fue así, supimos regular la vida en común y la adecuamos según las circunstancias. Los valores heredados de la cultura nos lanzó a la conquista de la libertad y la ley, ejercer la una y cumplir la otra, los límites de la relación del individuo con los demás y no transgredir su ámbito.
Occidente, Europa y España han desarrollado en las últimas decenas de años, un modelo de vida social y política modelo de convivencia y de desarrollo. Un sistema con parámetros para la relación entre los ciudadanos, con responsabilidades y una implícita reforma si es necesario hacerla, en el caso que el marco legal se deteriore.
Esa esperanza de vida en común es obligado mantenerla por su eficacia y ha facilitado la convivencia al dirimir las discrepancias en un parlamento representativo, pero ahora es imperioso rescatarla de las intenciones enfermizas de los saboteadores de caminos pues consideran nuestro ideal de convivencia, un botín eterno. Los muchos que han hecho de ese objetivo una carcasa vacía de derechos y obligaciones, lo han saboteado sin descanso.
Aún existe la oportunidad de no dar a los nacionalistas concesiones ni privilegios y menos blindajes lingüísticos que son una barrera a la movilidad de todos los ciudadanos para vivir, para trabajar o para asistir a la escuela en cualquier lugar de nuestro país. No hay nacionalidades históricas con privilegios o si me apuráis todas lo son, todos nuestros territorios han colaborado para trazar página a página el devenir de este país, que por su grandeza hasta ha tenido y tiene detractores en su propio seno.
Ahora toca decir “¡hasta aquí!” a los que por intereses a corto plazo son capaces de ponerse en la tesitura de regalar a pedazos el patrimonio de todos, de claudicar ante los que por violentos no deberían participar del juego democrático, de limitar el uso de nuestra lengua, de ocultar el relato de la historia que nos ha ido uniendo durante siglos, de permitir la ofensa a los símbolos que nos representan.
Ahora es prioritario acotar los gastos superfluos de unos alocados hedonistas, el desvio a otros menesteres de los presupuestos destinados a sanidad, a educación, al mantenimiento de las pensiones. No se pueden costear tantas televisiones y radios públicas por ser simplemente el retén de los amiguetes y correligionarios, sin olvidar el adoctrinamiento a la carta.
Si todo lo mencionado es importante tenerlo presente, lo es más el plantearse con seriedad lo que nos permite estar o hacer, la ley. Incidir sobre el protagonismo que asume la legislación, no es baldío. El pueblo español fue el que dio el pistoletazo de salida para emprender una andadura hacia la concordia, porque eso fue la reforma política. En 1976 con el voto ciudadano se firmó lo que la Constitución dos años más tarde, en su redactado dejó escrito -el imperio de la ley-. Los partidos se constituyeron después, cuando el pueblo ya había refrendado el viaje a la democracia. Organizaciones que cumplirían la función de representar las distintas formas de matizar la libertad. De ahí que estén obligadas a asumir lo que el pueblo considere válido, nunca a la inversa.
Todas esas buenas intenciones se han ido desvaneciendo y en su lugar prima la carrera política o el ampliar la cuenta corriente. Los políticos han perdido el norte, creen que ellos pueden hacer y deshacer según su criterio, sin tener en cuenta lo que su programa explicita y sus votantes esperan.
Ahora toca no deteriorar lo que representó la transición, pues algunos están en ello, ni tampoco retocar artículos de la Carta Magna o introducir otros sin la obligación de ponerlos a votación popular. Todos los pequeños o graves problemas que nos han ido sucediendo de un tiempo a aquí, han sido debidos al incumplimiento de sus artículos o la falsa interpretación de ellos; los artífices han sido los diferentes Gobiernos y en otras ocasiones el Tribunal constitucional, por cierto, nombrados sus miembros por los partidos. Todo queda en casa, no hay división de poderes. La Ley de leyes puede tener vaguedades y algunos enfoques poco eficientes, pero si se hubiere respetado y aplicado en sus distintos artículos, toda anomalía podría haberse rectificado. Esto no es óbice para que las opciones políticas, cuyo único interés es destruir el sistema democrático, hayan extendido la idea de la reforma y las restantes para estar en primera fila, se hayan subido al tren del disparate.
Ahora también se ha de exterminar la corrupción que ya se extiende por muchas de las Instituciones y que ha deteriorado las condiciones básicas que apuntalan el Estado de derecho. Y como a todo relato en negro, no puede faltarle un colofón explosivo, tenemos para ocupar ese espacio el Golpe de Estado que está en proceso de ser perpetrado por los dirigentes de la Generalidad catalana, un pronunciamiento que empezó a colocar sus primeras piedras desde el momento en que se burló la legalidad vigente. El contrapunto es muy simple, nada ocurre. Los distintos relatos se van sucediendo sin pena ni gloria ante la fiscalía. Las autoridades académicas no levantan la voz frente a la gran dosis de injusticia y engaño que se perpetra en las aulas. Y en el día a día, los ciudadanos se hallan desposeídos de su dignidad y los representantes públicos inmovilizados descansan sin ejercer la autoridad.
Ante esta desoladora visión, sólo cabe decir “En un pueblo libre, es más poderoso el imperio de la ley que el de los hombres” Tito Livio
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