mayo 11th, 2016 by lasvoces

Redacción [Manuel I. Cabezas González: Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas; Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada; Departamento de Filología Francesa y Románica y Universidad Autónoma de Barcelona UAB]. – En enero de 2012, el que suscribe terminaba un texto sobre las universidades españolas a la boloñesa, donde analizaba algunos aspectos del “Real Decreto del 4+1” (octubre de 2007), con esta pregunta: Quo vadis, Hispana Universitas Bononiensis? Desde entonces, el ministro Wert hizo adoptar el “Real Decreto del 3+2” (febrero de 2015), que va a reemplazarlo en breve, para reorganizar (¿o, más bien, habría que hablar de desorganizar?), una vez más, los estudios universitarios españoles. Barcelona, 11 de mayo 2016. Fotografía: Imagen facilitada por el autor del contenido. lasvocesdelpueblo.

Con la LGE de 1970, la enseñanza superior en España quedó estructurada en tres  ciclos: el de las diplomaturas (3 años), el de las licenciaturas (5 años) y el del doctorado (un número variable de años).  Ahora bien, con la Declaración de Bolonia (1999), el diseño y la duración de los estudios superiores españoles empezaron a cambiar. Así, en 2010, se implantaron, sin ninguna oposición o protesta por parte de los profesores y de los estudiantes, los denominados planes del 4+1: cuatro años de “grado” y uno más de “máster”.

Cuando estaban a punto de abandonar la universidad española la primera hornada de los “graduados-masterizados” del 4+1, el ministro Wert volvió a las andadas y reformó lo reformado, proponiendo, en 2015, los planes del 3+2: tres años de “grad” y dos más de “máster”. Estos nuevos planes soliviantaron a las organizaciones estudiantiles. Sin embrago, dejaron indiferentes a los profesores universitarios, a los rectores, a los decanos y a la mayoría de los estudiantes, que no han dicho, hasta ahora, ni mu. Analicemos algunos aspectos del R. D. del 3+2, que alteran y degradan, aún más, la enseñanza universitaria.

Si estamos en el club de la U.E., el objetivo perseguido por la Declaración de Bolonia parece loable y pertinente: crear un único y homogéneo “espacio europeo de educación superior” (EEES). Con él se intenta facilitar la movilidad de estudiantes, de diplomados y de profesionales, así como el reconocimiento de los estudios totales o parciales realizados en cualquier universidad europea. Sin embargo, el proceso seguido y los modelos propuestos en España, así como la defensa de los mismos  por parte del Ministerio, merecen algunas acotaciones.

En primer lugar, si la declaración de Bolonia persigue la convergencia de las enseñanzas universitarias en un EEES, podemos y debemos preguntarnos por qué, en España, no se hicieron bien las cosas desde un principio. Si el modelo más generalizado en Europa era el 3+2 y, además, era el modelo preferido por los rectores españoles, ¿por qué se adoptó, en 2007, el modelo del 4+1? Este modelo tuvo que ser rectificado, en 2015, con el 3+2. No parecen razonables ni razonados ni lógicos estos bandazos de las autoridades educativas españolas, que disponen de todos los medios técnicos y humanos para hacer las cosas bien y desde el principio. O ¿acaso el cambio del 4+1 por el 3+2 obedece a otros imperativos, a los que nos referiremos infra? Llama también la atención la actitud de la Conferencia de Rectores (CRUE), que estaban por el 3+2 cuando se adoptó el 4+1. Y después, en 2015, cuando se quiere implantar el 3+2, piden al Ministerio una moratoria, mucho sentido común y mucha prudencia y cautela. Da la impresión que los Rectores tienen el “criterio de la veleta”. Y ¿qué puede pensarse de esas comisiones u organismos públicos (el Consejo de Universidades, la Conferencia General de Política Universitaria, etc.), que han dado el “placet” o “nihil obstat” a los sucesivos planes del Ministerio?

En segundo lugar, los planes del 4+1 y del 3+2 pueden hacernos creer que los estudios universitarios siguen durando 5 años como en las antiguas licenciaturas y que podría formularse la ecuación 5=4+1=3+2. Más bien, lo que sucede es todo lo contrario: con el modelo del 3+2, las antiguas “licenciaturas” (5 años) son transformadas en las antiguas “diplomaturas” (3 años). Así, los nuevos sumandos 3+2 no sólo alteran la formación universitaria sino que también la degradan aún más. Y esto es aún más grave al no existir unas funcionales pruebas de “selectividad” o de acceso a la universidad. Por eso, algunos califican a los “grados” de “bachilleratos avanzados”. Además, con los “grados” (3 años), los universitarios sólo adquirirán una “formación generalista y básica”, pero que les habilitará, según el R.D., para ejercer una profesión. Los másteres (de 1 o de 2 años), que proporcionan una “formación especializada”, no son necesarios ni obligatorios para ejercer una profesión. Escapan a esto algunos másteres: por ejemplo, el “Máster de Secundaria” —que no complementa los “grados” y que tiene sólo una función pedagógica— y los másteres de las llamadas “profesiones reguladas” (C. de la Salud, Arquitectura e Ingenierías), a las que, por cierto, no se les va a aplicar el modelo del 3+2.

En tercer lugar, si en las “profesiones reguladas” (30% de los estudios) no se aplicará el 3+2, ¿por qué sí se impondrá en todas las otras? Por ejemplo, las relacionadas con las Ciencias Humanas. Si no es razonable ni lógico poner la salud o la seguridad de los ciudadanos en manos de “graduados” en medicina o  arquitectura, creo que tampoco lo es poner la formación de los niños y de los jóvenes en manos de “graduados generalistas” que, según algunos, no están preparados para ejercer de profesores y que califican de “indocumentados”. Si es importante la salud y la seguridad de los ciudadanos, tan importante es asegurar que los niños y jóvenes adquieran los conocimientos instrumentales básicos (saber leer, redactar, expresarse y reflexionar, y tener espíritu crítico), así como conocimientos sobre las distintas ramas del saber, para que puedan ser ciudadanos con mayúsculas: ilustrados, responsables y armados para ejercer como tales.

En cuarto lugar y a pesar de las explicaciones del ministro Wert, los másteres no serán, en realidad, facultativos sino obligatorios. Para las organizaciones estudiantiles, los grados de tres años son un “engaño” y una “estafa”, que cercenarán la formación que deberían recibir en la universidad y que, por lo tanto, les brindarán menos oportunidades laborales, en un mundo cada vez más competitivo. Y esto les obligará, si disponen de recursos, a hacer un costoso máster, para alcanzar una formación especializada, funcional y competitiva. Según las malas o las buenas lenguas, los recortes en la enseñanza universitaria y los problemas de financiación de la misma han estado en el origen no sólo de las subidas de tasas sino también en la implantación del modelo del 3+2, que es claramente una subida encubierta de nuevas tasas.

En quinto lugar, la pareja Wert-Gomendio, que “filent le parfait amour” en París, han repetido hasta la saciedad el mantra de que los nuevos grados serán más baratos. Es evidente que, un año menos de tasas, de transporte, de manutención y de gastos varios, hacen forzosamente más barato un grado de 3 años que uno de 4. Además, han tenido la desfachatez de afirmar que los graduados empezarán a trabajar un año antes, olvidándose de que la tasa de paro de los jóvenes supera el 50% y además no trabajan en los sectores para los que se han formado. Por cierto, los grados serían aún más baratos si se redujesen a dos años o a uno o a ninguno o si se distribuyesen, sin haber dado un palo al agua, unos “grados de Maestros Ciruela”. En un país como España, esto casa mal con la necesidad de crear una “sociedad del conocimiento”, de provocar un “cambio de modelo productivo” y de dotarse de los profesionales para hacer frente a las necesidades de una sociedad como la nuestra, cada vez más compleja y exigente.

En sexto lugar, según Wert-Gomendio, el 3+2 no es un modelo cerrado. Habrá flexibilidad no sólo en el calendario de su implantación, sino también en la duración y el contenido de los grados o de los másteres. Esto va contra el espíritu de la Declaración de Bolonia: crear un espacio común y homogéneo de enseñanza superior. Con esta libertad o discrecionalidad por parte de las universidades no sólo no se va a converger en el EEES, sino que van a divergir las distintas universidades españolas.

Todo esto parece indicar que, con el 3+2, se deteriorará aún más la formación universitaria y, como correlato, se fragilizará y se hipotecará el futuro universitario, laboral, social y económico de los jóvenes españoles, egresados de las clases populares. Ante esto y si el ascensor social deja de funcionar, no es descabellado esperar lo peor, como sucedió con los disturbios, hace algún tiempo, en las “banlieues”  de las ciudades más importantes de Francia. El 15M y la ocupación del espacio municipal, autonómico y nacional pueden ponernos también la mosca detrás de la oreja. Y como siempre, tanto los profesores universitarios (excepto algunos, que han puesto el dedo en algunas de las llagas del 4+1 o del 3+2) como los rectores, los decanos y la mayoría de los estudiantes no se han atrevido a decir, hasta ahora, esta boca es mía. Por eso, como en 2012, vuelvo a preguntar a la universidad española del s. XXI: Quo vadis, Hispana Universitas Bononiensis?

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abril 9th, 2016 by lasvoces

Redacción (Manuel I. Cabezas González: Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas; Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada; Departamento de Filología Francesa y Románica y Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)) – Según un refrán popular, “el mejor maestro es el tiempo; incluso sin que le hagas preguntas, te da las mejores respuestas”. En efecto, el tiempo da y quita razones, como reza otro aforismo popular. He citado estos adagios para traer a colación lo sucedido en Honestidad Radical (H. R.) y también en la academia de idiomas Meeting Point, así como en la revista Guía-te, después de la publicación aquí, el 7 de febrero, y en una quincena de periódicos digitales y en papel, del artículo titulado “Las maestras Ciruela”. Me explico. Barcelona, 9 de abril 2016. Fotografía: El Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas, Manuel I. Cabezas. Archivo Lasvocesdelpueblo.

Lo sucedido en H.R.

Colgado el texto precitado en H.R. y publicado también en otros medios, la Directora de la academia de idiomas Meeting Point, Cristina Cano, una de las tres maestras Ciruela citadas en mi texto, reaccionó al día siguiente (9 de febrero) con un comentario sin pies ni cabeza,  producto de la irracionalidad, de la visceralidad, de las prisas y de las pocas luces. Ahora bien, la Directora Cristina Cano, después de leer mi contestación-reacción a su comentario (cf. comentarios al artículo “Las maestras Ciruela”, en H. R.), se autocensuró y borró su despropósito.

Cuando me di cuenta de ello, gracias a un seguidor de Vigo, volví a colgar su comentario, para que quede, para la posteridad,  un ejemplo más de incongruencia, de mal hacer y de no querer asumir los errores y las limitaciones personales. Este comportamiento lingüístico de la empresaria Cristina Cano dice mucho de su catadura ética, profesional y deontológica. ¡Lamentable y censurable su reacción por falta de rigor lingüístico y argumentativo! ¡Qué sarta de mentiras en sólo 10 líneas!

En efecto, la empresaria Cristina Cano tilda al que suscribe de periodista o bloguero. Y lo acusa, por un lado, de “difamar” y de poner en entredicho la forma en que “se imparte clase en un centro de idiomas”; por otro, de “escribir” sin “informarse” y de “juzgar” sin “saber”; y, finalmente, de ser “indigno”, al “tirar por suelo (sic) en un minuto tantos años dw (sic) buen trabajo”. ¡Qué atrevida es la ignorancia o el/la ignorante! Sin embargo, bien mirado, en el país de los ciegos o ciegas, ya se sabe, el tuerto o la tuerta es el rey o  la reina. Y me expreso así para ahorrarme la acusación de “tufillo sexista”, con la que dispara tan alegremente una amiga-conocida parisina, Elisa Núñez Mateos.

Si la empresaria Cristina Cano hubiera sido objetiva, si se hubiera informado, haciendo una simple búsqueda con Google, no hubiera afirmado, a tontas y a locas, lo que he entrecomillado en el párrafo anterior. Ni soy periodista ni bloguero, ni quiero ser una cosa ni la otra. Ahora bien, cuando escribo, no lo hago al sabor de la boca, como decimos en El Bierzo, sino con conocimiento de causa y después de reposada reflexión, fruto de mi formación académica y de mi actividad profesional.

Lo sucedido en la academia de idiomas Meeting Point

Lo que acabo de exponer está en contradicción con lo que descubrí, el pasado 18 de febrero, en la academia de idiomas Meeting Point. Al regresar a casa, después de haberme metido entre pecho y espalda mis 8 Km. cotidianos de marcha a paso ligero, pasé por delante de la precitada academia, regentada por la empresaria Cristina Cano. Y me llevé una agradable sorpresa: el cristal-ventana —del que hablaba en mi artículo “Las maestras Ciruela” y sobre el que se habían grabado, en color azul, 12 palabras francesas— había sido reemplazado. En el nuevo, fueron corregidos casi todos los errores explicitados en el texto publicado en H. R., aunque aún quedan algunos. Espero que la empresaria Cristina Cano movilice sus meninges para descubrir los errores o, si quiere utilizar la solución más fácil, consulte a alguien que sepa de qué va la cosa o simplemente vuelva a leer el texto “Las maestras Ciruela”, donde enumero las incorrecciones (9 de las 12 palabras grabadas estaban mal escritas).

Además, seguramente después de informarse sobre el que suscribe y/o simplemente de entrar en razón, la empresaria Cristina Cano hizo un nuevo comentario en H. R., donde reconocía sus errores y donde afirmaba que es de sabios “aprender de las críticas”. Por eso, me anunciaba que el “lettering” (cristal-ventana-afiche o rótulo trufado de faltas) ya había sido reemplazado, al tiempo que me agradecía los servicios prestados y los futuros “feedback”, y me invitaba a visitar el centro de enseñanza. ¡Cuantos cambios y cuantas buenas palabras en sólo unos días! ¡Qué metamorfosis en tan corto espacio de tiempo!

Lo sucedido en la revista Guía-te

La directora de la revista Guía-te y autora de sucesivos editoriales plagados de faltas de todo tipo, Laura Serrano, respondió  a mis dos primeras misivas con un elocuente silencio. A la tercera misiva y en su nombre, me respondió la diseñadora-responsable de contenidos de la revista, Isa Barrio. Como no podía ser de otra forma ante mi corrección detallada y meticulosa del editorial del número de enero de 2016, la Sra. Barrio reconoció la existencia de numerosos errores ortográficos y gramaticales en los editoriales, y trató de justificarlos por la falta de “recursos” o de “tiempo”. Ahora bien, indirectamente, la Sra.

Barrio reconoció que la directora de la revista tiene, en su competencia lingüística y textual, más agujeros o lagunas que un queso gruyer. En efecto, en su misiva, me pedía ayuda para encontrar una solución a este problema, para encontrar a alguien que pudiera revisar cada número o alguna otra solución. Según me precisaba, estaban dispuestas a valorar mi propuesta y a incorporarla para, así, solucionar el problema.

Impelido por los principios evangélicos de “enseñar al que no sabe” y de “dar de comer o de beber al hambriento o al sediento” lingüístico, le propuse dos soluciones: una, a largo plazo (leer, leer, leer… mucho y rumiar lo leído); y otra,  a corto plazo (revisión de los textos por algún corrector competente, rara avis en los tiempos que corren). Ahora bien, la solución a largo plazo tardará todavía mucho para dar sus frutos, si es que se ha empezado a adoptar; y la solución a corto plazo no la han tomado en consideración. En efecto, los nuevos editoriales y textos de la revista Guía-te están aún plagados de faltas. Por eso, las buenas intenciones no son suficientes; hay que pasar a la acción.
Ergo

Lo sucedido con la academia de idiomas Meeting Point y con la revista Guía-te es la demostración fehaciente del poder del verbo y de la doctrina de la “honestidad radical”: las cosas pueden cambiar, si no se utiliza el verbo en vano y si el bisturí lingüístico diagnostica y localiza los problemas, siguiendo los dictados de la “honestidad radical”. Ahora bien, de la maestra Ciruela del bufete de abogados Bejarano i Cámara associats, Elisabeth García Bejarano, no he tenido ninguna reacción directa. Sin embargo, ante lo narrado en los textos “Iletrada, ella; tonto útil, él” y “Las maestras Ciruela”, sé que se puso como un basilisco. ¡Craso error por parte de la Sra. Bejarano! Cambiar y rectificar es de sabios y permanecer en el error es de necios. Dar coces contra el aguijón no es una sabia e inteligente decisión.

Todo lo expuesto parece indicar que el que suscribe, cuando toma la palabra, no predica en el desierto, como hacía Juan el Bautista. Y, por otro lado, ratifica lo que afirma, de forma lapidaria, Risto Mejide en su último libro: “Si hablas o escribes y nadie se molesta es que no has dicho nada”.

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