septiembre 18th, 2018 by lasvoces
Redacción (Sylvain Pérignon, colaborador del «Cercle Aristote») – Cuando De Gaulle se marchó del poder en 1969, visitó a dos Jefes de Estado: al irlandés Eamon de Valera y al español Francisco Franco. Dos hombres que habían llegado al poder después de una guerra civil. Y que habían sabido traer la paz y trabajar por la reconciliación. Cuarenta años más tarde, el gobierno mundialista español quiere desenterrar los restos del General Franco y algunos en Francia piden que le sea retirada, a título póstumo, la Legión de Honor. Barcelona (España), martes 18 de septiembre de 2018. fotografía: MADRID (ESPAÑA), año 2018. El presidente de Gobierno de España, Pedro Sánchez, interviene en el Congreso de los Diputados. Efe
Colaborador del blog del «Cercle Aristote», el jurista y ensayista Sylvain Pérignon analiza la cuestión. Y denuncia los delirios memorialistas del campo de la corrección política.
La indecencia del campo de la corrección política
Las guerras memorialistas encabezadas por la corrección política no se preocupan ya ni por la verdad histórica, ni por la honestidad intelectual, ni por la decencia común.
Lo atestiguan los recientes episodios del incansable combate por imponer una visión cada vez más caricaturizada de la historia de España, no solo de la Guerra Civil, sino también de lo que se ha venido llamando la Transición a la democracia, después de la muerte de Franco en 1975.
Recordemos que Franco fue condecorado como Oficial de la Legión de Honor por decreto del 22 de febrero de 1928 y después como Comendador de la misma por decreto del 26 de octubre de 1930, a la vista de su acción decisiva en el desembarco de Alhucemas, operación combinada franco-española que puso fin en septiembre de 1925 a la guerra del Rif, y que le valió ser ascendido como el general más joven de Europa.
Ha tenido que aparecer un militante, hijo de un republicano español, para solicitar al Gran Canciller de la Legión de Honor la propuesta al Presidente de la República de retirar a Franco la distinción de la Legión de Honor, para después pedir al juez que pronuncie la decisión de la anulación por el Gran Canciller. Por resolución del 16 de febrero de 2018, el Tribunal Administrativo de París ha recordado que el artículo R.135-2 del código de la Legión de Honor establece que es posible quitar a un extranjero esta distinción “si la persona ha cometido actos o ha tenido un comportamiento susceptibles de ser declarados contrarios al honor o de naturaleza a perjudicar los intereses de Francia en el extranjero o a las causas que el país apoya en el mundo”. Pero, sin necesidad de pronunciarse sobre la aplicación de este artículo, el Tribunal ha recordado que, en cualquier circunstancia, la retirada post mortem de la condecoración no podría realizarse en ausencia de disposiciones expresas que lo establezcan. En efecto, le es difícil a un muerto presentar su defensa y hacer respetar el principio de contradicción…
El General De Gaulle, ¿apoyo de Franco?
Todos los intentos de satanización absoluta de Franco para reducirlo a una especie de Hitler ibérico se han topado con un obstáculo muy molesto: la visita que De Gaulle realizó al Caudillo el 8 de junio de 1970 y la carta que envió a este último agradeciéndole su acogida: “…el hombre que asume, en el plano más ilustre, la unidad, el progreso y la grandeza de España”. Se adivinan las reacciones a este gesto y a estas palabras. Había que vengar la afrenta. Claude Sérillon lo ha hecho recientemente en una novela corta titulada: “Un déjeuner à Madrid”, publicada en la editorial Cherche Midi.
Después de un prólogo relativo al viaje a España de De Gaulle, el autor inventa por completo un diálogo entre los dos hombres, del cual nunca se había sabido nada. Pero esta libertad del novelista esconde mal un verdadero panfleto que retoma sin matices toda la leyenda negra del franquismo, y que se termina con un violento ataque contra De Gaulle: “El héroe era pues falible. No guardó las distancias… De Gaulle se equivocó”. No se le ocurrió a Claude Sérillon que De Gaulle, al final de sus días, había querido ofrecer una mirada de hombre de Estado sobre el balance del franquismo y estimar que éste había sido globalmente positivo.
¿Exhumar a un muerto en nombre de la concordia nacional?
Pero todo esto no son más que minucias. El nuevo Presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, apparatchik socialista llegado al poder a las bravas y careciendo de una legitimidad incuestionable, proclamó de inmediato su voluntad de retirar sin demora los restos de Franco del templo donde descansa, y hacer del Valle de los Caídos* un memorial para las víctimas del fascismo. La iglesia española, responsable de la basílica donde está inhumado Franco, ha hecho saber con valentía que se lavaba las manos.
La izquierda española ha empujado a Pedro Sánchez a no quedarse corto y a incinerar los restos de Franco para dispersarlos en el mar, más allá de las aguas territoriales, ¡para no mancillar el suelo español!
Este procedimiento ejemplar, exhumar a un muerto para asegurar la concordia nacional, seguramente inspirará otros procedimientos. ¿Qué hace el féretro de Napoleón, tirano y esclavista, bajo la cúpula del edificio de los Inválidos? Expulsarlo de ahí es el sueño de un grupúsculo que se llama con sobriedad “Consejo representativo de las asociaciones negras de Francia” (CRAN). Podríamos pensar también en las tumbas de los reyes de Francia, pero la exhumación ya tuvo lugar en octubre de 1793, en medio de manifestaciones populares particularmente festivas.
Pedro Sánchez prevé igualmente el mismo destino al cuerpo inhumado cerca del de Franco, el de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española**. Por lo visto, haberlo fusilado el 20 de noviembre de 1936 no sirve a la izquierda española para saldar las cuentas.
Hemos entrado en una fase de regresión intelectual
Imaginamos con facilidad lo que será el “memorial de las víctimas del fascismo” adonde se llevará a los alumnos de colegios e institutos para aprender lo que se habrá convertido en la historia oficial de la Guerra Civil. Franco será presentado como un tirano genocida, y no hay duda de que Paul Preston será la única fuente autorizada en la materia. Apreciamos la objetividad de este “historiador” cuando sabemos que su obra maestra, traducida recientemente al francés bajo el título “Une guerre de d’extermination” se titulaba, en su versión original en inglés “The Spanish Holocaust. Inquisition and extermination in Twentieth-Century Spain (HarperCollins, 2012)”. La indecencia del título nos aclara las intenciones.
Pero para qué sirve argumentar, recordar que la Historia escrita por los vencidos no es mejor que la escrita por los vencedores, evocar varias decenas de trabajos de historiadores preocupados por la imparcialidad y el rigor, entre los cuales Stanley Payne ha hecho una síntesis magistral (***). Nos encontramos ahora en una fase de regresión, que no conoce nada más que el exorcismo, la instrumentalización y la manipulación.
Esta fase de regresión ya fue fomentada con ímpetu por el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, con el que se aprobó en 2007 una “Ley de Memoria Histórica” que, bajo apariencia de motivos honorables, buscaba sobre todo desacreditar la Transición a la democracia de los años 70 y, particularmente, la Ley de Amnistía del 15 de octubre de 1977. Esta ley de perdón recíproco, aprobada por la casi totalidad de la clase política, y que no había sido cuestionada por los gobiernos socialistas de Felipe González ****, reflejaba el reparto de responsabilidades en cuanto a la Guerra Civil y sus horrores. Pero el objetivo verdadero era excluir del campo político toda instrumentalización del recuerdo y de las secuelas de la Guerra Civil que beneficiara a unos o a otros. Es esto lo que no ha podido soportar la generación de los actuales socialistas españoles, que quiere desenterrar el hacha de la Guerra Civil en nombre de la reconciliación nacional, evidentemente.
*Sobre la construcción de este imponente complejo monumental, de 1940 a 1959, la Tesis Doctoral del profesor Alberto Bárcena Pérez, “Los presos del Valle de los Caídos”, (Madrid, San Román, 2015), hace justicia definitivamente a las exageradas polémicas que describen un infierno de trabajos forzados para los prisioneros republicanos que estuvieron allí. Estos últimos, llegados como voluntarios a esta obra, disfrutaban de los mismos beneficios y trato que el resto de los trabajadores, y tenían reducciones de penas en proporciones particularmente ventajosas.
** [Precisión de Javier Portella tras la lectura de este artículo]: Esto sería lo lógico, pero ya tienen suficiente con los restos de Franco. Pedro Sánchez ha declarado, en efecto, que no iba a sacar los restos de José Antonio, por la sencilla razón de que él sí que es una “víctima de la guerra”. Solo ha amenazado con desplazarlo fuera del altar mayor donde se encuentra ahora mismo. Sin embargo, no tienen los medios jurídicos para hacerlo, ya que la disposición interior de la basílica es evidentemente competencia de los monjes benedictinos de la abadía, los cuales se oponen. Esa es también una de las razones que complica al Gobierno la exhumación de Franco.
*** Stanley Payne, “La guerre d’Espagne: l’histoire face à la confusion mémorielle”, con prefacio de Arnaud Imatz, Les éditions du Cerf, 2010, publicado en España en 2006 bajo el título original de “40 preguntas fundamentales sobre la Guerra Civil”.
**** Felipe González, entonces Presidente del Gobierno de España, declaraba en 1985: “Hay que asumir la propia Historia… Me siento personalmente capaz de afrontar la Historia de España… Franco… está ahí… Nunca se me ocurriría destruir una estatua de Franco. ¡Nunca! Pienso que es una estupidez salir a derribar las estatuas de Franco. Franco forma parte de la Historia de España. No podemos borrar la Historia… Siempre he pensado que si alguien creyera que fuera meritorio hacer caer a Franco de su caballo, debería haberlo hecho estando él vivo (Juan Luis Cebrián, “Entrevista con Felipe González”, El País, Madrid, 17 de noviembre de 1985). Después, manifestó su hostilidad hacia la “Ley de Memoria Histórica”, viendo en ella justamente el cuestionamiento de la Transición a la democracia de la que él había sido uno de los participantes.
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