octubre 19th, 2017 by lasvoces

Redacción (Ana Maria Torrijos) – Pensábamos que la Constitución de 1978 nos permitiría convivir en paz y asegurar tanto nuestro presente como el futuro. No nos equivocábamos, han sido cuarenta años de convivencia. Los contratiempos no han estado ausentes, pero con el esfuerzo mesurado de todos se han sorteado. Supimos enfrentarnos al terrorismo que segó tantas vidas inocentes y dejó a su paso muchas familias destrozadas por el dolor; algo distinto y en ocasiones cuestionable fue la toma de decisión en el ámbito político. Barcelona (España), jueves 19 de octubre de 2017. Fotografía: CATALUÑA (ESPAÑA), Paseo de Gracia de Barcelona, 12.10.2017. Una familia catalana pierde el miedo al separatismo y muestra su orgullo español en las calles de Barcelona durante la manifestación con el motivo d ela Fiesta Nacional de España de 2017 en Cataluña. Lasvocesdelpueblo.

Llegó la crisis económica y con ella el paro, jóvenes sin saber dónde dirigir sus esperanzas profesionales, pero la frontera no fue un impedimento, Europa centró sus anhelos.

Durante todo ese tiempo que la sociedad trajinaba, descansaba y diseñaba sus proyectos con la convicción de que en un Estado de Derecho la ley la amparaba, con deslealtad al sistema autonómico se gestaba en su seno un virus letal, una carcoma lenta pero eficaz. Sus coletazos ya regaron de sangre las calles años atrás, pero creímos haberlo controlado. Nos engañamos. El nacionalismo siguió echando raíces y cada vez más profundas. Entró en las escuelas, en las casas, y fue abduciendo las mentes que no supieron o no quisieron librarse de él.

Podríamos buscar culpables y no costaría mucho encontrarlos, pero para poder empezar a poner remedio es imprescindible implicarnos todos. Son esperanzadoras las muchas manifestaciones que se han extendido por todas las ciudades. Barcelona vibró, dejó a un lado los miedos, sus renuncios. La lluvia, el 30 de septiembre y el sol, el 8 de octubre acompañaron a los miles de ciudadanos que recuperaron su autoestima, saltos, gritos, sonrisas, expresiones espontáneas. Ahí estaba el pueblo, el olvidado por los secesionistas y por las instituciones, el tachado de fascista por los adictos al independentismo, y el llamado sociedad silenciosa por los políticos con responsabilidad de gobierno, el pueblo que conjuga “ser español y ser catalán”.

La convivencia se ha roto pero muchos son los que lo han propiciado, profesores, periodistas, directores de programas audiovisuales, todos acompasados por la Generalidad. No queda aquí, los causantes de este desastre también hay que buscarlos en el ejecutivo nacional de las varias legislaturas que se han sucedido, al no saber estar y traspasar competencias clave para el Estado a las Comunidades autónomas. Viene de lejos. Los derechos individuales pisoteados en la escuela, no han querido verse como una pieza fundamental del entramado independentista. En ese espacio de formación se han inoculado a los sectores más débiles de la sociedad los instintos más bajos y ruines que el ser humano puede mostrar, y lo más desesperante es que se haya hecho con impunidad por desidia de la alta inspección y sin tener en cuenta las quejas de los padres que se atrevían a reclamar el cumplimiento de la ley.

Dos frentes, los anti españoles y los identificados con España y Cataluña, unos delirantes, en la ola de la histeria romántica de la nación catalana, otros con los ojos aún legañosos de tanto dormir la siesta, retomando lo que nunca deberían haber abandonado, el sentir patriótico.

Difícil será congeniar ambas tendencias si no se empieza a encauzar desde ahora los caminos que no son más que las aulas y los medios de comunicación, desde donde se ha sembrado el bulo del nacionalismo. Ideología que tenía que estar relegada a lo que siempre fue, un grupo de individuos, desquiciados, trasnochados, clasistas pero no tuvo enfrente a ninguna institución, a ningún político con poder, a ningún juez que denunciase tal montaje de engaños, de falsos agravios y de paso, la malversación constante del erario público. La ausencia de los representantes del Estado en las zonas dañadas por el planteamiento de esa falsa realidad, ha permitido el desarrollo continuado del ensueño nacionalista, capturando a todo el que pasaba por su lado.

Los ciudadanos desposeídos de su dignidad, han roto el implacable cerco que la administración autonómica les había impuesto, un peaje de catalanidad para cualquier actividad social o pública, pero no hay que olvidar el que al mismo tiempo les había impuesto los líderes nacionales, ignorarlos. La corrupción generalizada ha alentado a algunos a ocultarse en el independentismo y a la parte restante esconderse en el silencio.

Asociaciones formadas por personas de origen muy dispar, altruistas, plurales en tendencia política, entregadas al noble empeño de afirmar su presencia individual y la de su país, han estado en primera línea, sin más bagaje que la convicción de exigir la aplicación de la ley y el respeto a los derechos individuales; sin apoyo económico de ningún tipo cuando hay tal derroche en organismos públicos y privados para primar intereses espurios, personales y lo más grave, invertir en la voladura de nuestra nación.

La plaza de Cataluña, el día de la Hispanidad se ha ido transformando a lo largo de los años, al toque de una barita mágica, en un escenario festivo y reivindicativo con banderas de los colores nacionales y con las miradas, a modo de farolillos, de muchas personas deseosas de Estar. Personas que podían haber sido más si los organizadores hubieran tenido apoyos institucionales. Muchos tendrán que lamentar y sonrojarse ante la soledad en la que las han dejado. Por el contrario, en frente asociaciones subvencionadas, hinchadas para gozo y gloria de la clase oligarca de siempre, atizaban y atizan con la palabra diálogo que no es más que claudicación, debilitar el sistema político y los más radicales empeñados en destruir la libertad.

Esa sociedad, presente ya, tiene un largo camino por recorrer. No es otro que la defensa de la soberanía nacional, de cada uno de los ciudadanos y con ella la Constitución.

No caben más concesiones, ni engordar el concepto identitario, por esa deriva nos alejaríamos de lo que representa la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Ha llegado el momento de asumir por completo esa premisa y quien no sea capaz de hacerla cumplir, tiene que retirarse de primera línea tanto a nivel autonómico como a nivel nacional. Hay sectores sociales que no saben o que son incapaces de asumir la evolución de los criterios por los que se rige el hombre en su humanidad, de aceptar que la dignidad de la persona prima sobre conceptos de raza, casta, de clase, de territorialidad, de apellidos. Egoísmos que aíslan, que empequeñecen, que hacen al hombre enemigo del otro, malignos sentimientos, el nacionalismo. Un fantasma cuya sombra ha estado planeando sobre Cataluña y que ahora con la deslealtad a las reglas democráticas quiere asaltar el poder y hacernos esclavos de la hostilidad, es en ella en la que se fundamenta la ideología identitaria nacionalista.

Si no titubeamos, si nos amparamos en la Carta Magna, defenderemos la libertad y la igualdad, saldremos de este callejón al que nos han lanzado. Después con calma iniciaremos las reformas necesarias para afirmar la ley para todos.

Ana María Torrijos

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