septiembre 8th, 2017 by lasvoces

Redacción (Ana Maria Torrijos) – España, la antigua Hispania se derrumba. Todos somos culpables, hemos contribuido con el silencio. Un silencio reiterado en muchos momentos de nuestra vida colectiva. Un silencio ausente al escuchar el himno nacional, un silencio trucado en la reciente manifestación contra el terrorismo. Un silencio institucional ante los atropellos políticos de los hostiles a la democracia. San Cugat Del valles (Barcelona) España, viernes 8 de septiembre de 2017. Fotografía: BARCELONA (CATALUÑA) España, 22.05.2017. En le primer plano d ela imagen, el presidente catalán, Carles Puigdemont (PDECAT) (c), junto al vicepresidente del Ejecutivo catalán, Oriol Junqueras (ERC) (i); y la presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell Lluís (d), en un acto secesionista en Barcelona. Archivo Efe.

Nos hemos olvidado del término ciudadano o puede ser que ni lo hayamos tenido en cuenta. Estamos en el rol de siervos, la historia ha quedado dormida en el pasado por no haber intentado estar presentes un día tras otro. Sólo queda la sonrisa helada en los labios de los “servidores” políticos que con insistencia machacona balbucean —diálogo, concesiones, identidad, nacionalidad— y los empresarios, intelectuales, juristas, pedagogos, trabajadores, todos ausentes. Esa ha sido la tónica que como bruma se ha extendido calle por calle, casa por casa.

El canto Els Segadors ha resonado en la Cámara autonómica catalana y las notas musicales se han oído desde Finisterre hasta cabo de Gata, desde los Pirineos hasta Gibraltar, Ceuta, Melilla y han alcanzado la cima del Teide. Allí las últimas ondas de esa melodía, usada con hostilidad para dividir, han hecho temblar la bandera roja y gualda que un mástil sostenía en el intento de mantenerla en su sitio. El pueblo, sin transcender por no intentar responder a tiempo, quiere estar en el limbo. Está sumido en ese no comprender qué se ha dejado hacer, mejor dicho qué no se ha hecho. Pero no por ese silencio generalizado ha faltado en las calles barcelonesas voces firmes gritando “Cataluña es España”, sin ser secundadas por la mayoría de los medios informativos; las cámaras de televisión o estaban ocupadas en programas banales o centraban sus objetivos en las Esteladas que se multiplicaban cual golondrinas ante esa catalana primavera, cuando en realidad entramos en un largo otoño español.

Leyes no faltan, tribunales tampoco y menos fiscales, en la espera sorprendente de que se despeje el ambiente político. Las acusaciones de delitos de malversación dirigidos a los aspirantes golpistas, han sido tachadas de los expedientes judiciales con fines algo confusos, la legalidad da miedo aplicarla y uno se pregunta ¿cuál será la causa ? Una comunicación del Ejecutivo ante los periodistas y ante el público en general a través de la pantalla, leída con solemnidad y con el mensaje intranquilizante de que se cumplirá la Constitución. Una Carta Magna asaltada desde hace casi treinta años mientras en todos los rincones del país se desparrama la presión de la doctrina nacionalista, acompañada con el temblor de las replicas del Gobierno. Muchas comunidades están en una carrera incansable de ser diferentes pero al mismo tiempo, en paralelo existe el afán de alguna de ellas de engullir una tras otra las de alrededor, porque argumenta sentirse más diferente. Una solitaria Cataluña a unos Paises Catalanes. El valenciano y las modalidades en lengua mallorquina, menorquina, ibicenca, anuladas por el imperio de la catalanización. Y el Estado ausente y la ley no se cumple.

La tensión se palpa. ¿Llegará el 1 de Octubre o a lo mejor al ser tan originales, se repetirá las veces que sea necesario para conseguir el Si absoluto? La oposición constitucionalista no prevé aplicar el 155. Muchos planes en el aire en espera de lo que acontecerá. La estulticia nos ha hecho perder tiempo tanto para progresar como para defender la legalidad. A pesar del desastre en puertas, convendría haber aprendido que ante el reto continuo, ante la ostentación de una superioridad insultante, no se puede ceder y si se hace te vuelves esclavo de ese carácter imperioso.

“Los españoles somos iguales ante la ley”, premisa obligada para todos desde 1978. En estos momentos emborronada esa afirmación, lo que nos queda en el escenario político es una oligarquia económica clasista, unos totalitarios progres disfrazados de demócratas y cerrando el círculo unos advenedizos al estilo de bandoleros. Los que restan en esas corporaciones públicas, sensatos, que los hay, están obligados a identificarse, a tomar la palabra y posicionarse en la defensa del Estado de Derecho. Su voz se ampliaría en cada uno de los españoles y se iniciaría la recuperación de la dignidad adormecida.

Siempre hay un segundo para reaccionar. Escrito el primer capítulo de la demolición del Estado, no hay que dejar que los siguientes los redacten los Golpistas, los Secesionistas, los Nacionalistas, los enemigos de las libertades.

 

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agosto 21st, 2017 by Ana Maria

Redacción (Ana Maria Torrijos)-. Un aire tóxico parece rodear nuestras ciudades, nuestras casas, hasta nuestras mentes. Nos ha incapacitado para ver con claridad lo que sucede más allá de nosotros. Manipulamos el móvil, el WhatsApp, el Twitter y rastreamos con mucha rapidez internet. San Cugat Del Valles (Barcelona), lunes 21 de agosto de 2017. Fotografía: El presidente del Gobierno regional de la Generalidad de Cataluña, Carles Puigdemont Casamajó, durante una sesión de control al Ejecutivo catalán en la cámara regional catalana. Archivo Efe.

Nada parece frenarnos, creemos tener el mundo en nuestras manos. Pero en lo que se refiere a observar la realidad que nos rodea, decidir con tino lo que más no conviene, o simplemente decantarnos por la alternativa más segura, parece que hayamos perdido ese sentido común innato que todos llevamos dentro. Cuando la tecnología nos ofrece como mínimo el movimiento virtual, nosotros amortiguamos el natural ejercicio de pensar. No para recordar el día y la hora de la final de la Champions, no para elegir el país a visitar en vacaciones, no para comprar aquel u otro capricho, sino para valorar qué decisiones deberían tomarse en beneficio de todos los ciudadanos.

¿Para qué se concibió el Estado? La respuesta la podemos encontrar en la necesidad que tiene el hombre de organizar su vida social. Por naturaleza no vive solo ni aislado. Esta importante peculiaridad le empujó a diseñar una estructura que facilitase la convivencia y en paralelo a redactar las pautas complementarias para su funcionamiento, unas normas jurídicas. Los ciudadanos como ingrediente imprescindible en este acuerdo social han puesto su esperanza en la ley y su cumplimiento. De ahí se deduce que es muy difícil creer que un estado democrático no pueda activar las medidas legales para atajar cualquier acto delictivo y más aún una sedición institucional.

Reina confusión, no se sabe qué tiene pensado hacer el Gobierno, tan pronto califica los hechos de golpe de Estado como habla de diálogo y de concesiones. Los conflictos se suceden a lo largo del país y casi todos tienen un común apunte -el sortear la ley-. Si lo hacen quienes por imperativo legal deben cumplirla, no escandaliza si siguen su ejemplo los que tienen como proyecto destruir el sistema democrático. Hace tan sólo unos días el Presidente del Ejecutivo animó al sector social silencioso a movilizarse contra los independentistas. Este gesto muestra su ineficacia. Los valores que enmarcan el modelo vigente, entre los que se encuentran los derechos individuales, se han descartado de la vida pública, y esto se podrá demostrar si alcanzamos el disparate que maquinan unos aspirantes a dirigentes mesiánicos.

Son muchos los años en los que nuestra vida liberal parlamentaria se ha visto alterada por la acción desleal de un sector pequeño de la sociedad pero con no poco poder político. En vez de aplicar los resortes prescritos por la legislación, los altos cargos públicos han contemporizado con la entrega de parcelas de soberanía o con sentencias ambivalentes que han permitido a los liberticidas seguir desarrollando su plan de ruptura de la unidad nacional. Da la sensación de haber entregado un aval a las opciones regionalistas-independentistas en compensación a los años de gobierno autoritario franquista, como si los restantes ciudadanos no hubiéramos estado sujetos también a aquel régimen. Nos hemos olvidado que la democracia coloca a todos los ciudadanos por igual ante la ley.

La sociedad tiene derecho a exigir el funcionamiento de la administración y la aplicación de la ley si se la pretende sortear. La sedición, es uno de esos casos y el no ponerle correctores legales en el momento debido, acaba por asolar. Afirmaciones impecables pero no hay quién las defienda y las ponga en práctica, y por otra parte no hay un clamor popular masivo en defensa del marco de convivencia, que es simplemente el respeto a la ley. En este proceso de paulatino debilitamiento social, el terrorismo yihadista ha vuelto a herir al mundo occidental a través de España. Barcelona y sus Ramblas en unos terroríficos minutos han dejado de ser la imagen de la vida, paseos, sonrisas, turistas, flores, instantáneas fotográficas, y todo lo que es habitual en un día de calma, para convertirse ese tramo de viandantes en el camino de la muerte. La muerte pide respeto, llanto, silencio.

Muchas frases, opiniones vertidas, algunas inspiran afecto pero otras las más representativas repulsa. ¿En qué hemos contribuido? ¿Hemos hecho aflorar nuestros deseos? ¿Hemos participado a fondo en el diseño de nuestro modelo de vida en común? ¿Hemos sido valientes para decir Si o No a propuestas artificiales que sólo interesan a los que las inventan?

El hábito de plantar un árbol para que futuras generaciones lo disfruten en todo su esplendor, no les “mola”, ahora les “excita” el ser nombrados alcaldes, presidentes, unos minutos en las pantallas televisivas, una ráfaga de aplausos, pasquines con sus fotogénicos rostros, escucharse en sus discursos. Es insólito oir y hasta ver la manipulación, la osadía, el engaño, la ineptitud de quienes quieren montar una satrapía y no importa si para ello deben romper la convivencia.

“No tinc por” es una de las frases dirigidas desde el poder institucional catalán, una cortina de humo para esconder la falta de honestidad en la defensa de los catalanes, de los que dicen representar y por los que manifiestan trabajar. Miedo sí, miedo al arma que emplean los enemigos de la libertad, la muerte. Pero miedo también a los que con una mente cerrada, dogmática, llena de mitos oníricos nos venden, desvalijan nuestro país, se burlan de nuestra manera de hacer cultura, de entender la vida, de sentirnos de aquí o de allá, de ser nosotros, ciudadanos, que pedimos libertad y justicia.

 

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