febrero 8th, 2016 by lasvoces
Redacción [Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología; Autor de los libros: ‘La Ruta del Odio. 100 Respuestas claves sobre el terrorismo’ y ‘¿Populismo en España? Amenaza o Promesa de una Nueva Democracia]. La formación liderada por Pablo Iglesias se encuentra en una encrucijada formidable: no en vano, cualquier escenario le es favorable. Acaso participe en un gobierno “progresista y de reforma” presidido por el socialista Pedro Sánchez. Pero, de formarse cualquier otra fórmula de gobierno, Podemos estaría, ahí, en la oposición, dispuesta a recoger todos los réditos del desgaste de las demás formaciones. Y, de no forjarse tales, de celebrarse nuevas elecciones, a principios de verano tal vez, deglutiría Izquierda Unida y captaría nuevos votos socialistas, convirtiéndose en el segundo partido español; materializándose el temido sorpasso a un PSOE en declive como partido hegemónico de las izquierdas. No obstante, persiste sin ser elaborado todavía un diagnóstico compartido, y en todo caso decisivo, acerca de su naturaleza. Podemos, entonces: ¿es neocomunista?, ¿es populista?, ¿ambas cosas? ¿O estamos ante otra cosa? Fotografía: Una mujer muy furiosa con un billete del dolar americano en la cara. Foto attec tv.
¿Neocomunistas o populistas?
Es innegable que muchos de los líderes y de los activistas de Podemos proceden del marxismo-leninismo. Así, el propio Pablo Iglesias militó durante años en las Juventudes Comunistas (rama juvenil del Partido Comunista de España) al igual que la que fuera su pareja Tania Sánchez, la eficaz “submarino” de Podemos en Izquierda Unida. También estuvieron vinculados con ambas formaciones de izquierda, en diversos niveles y circunstancias, Juan Carlos Monedero y numerosos “cuadros medios” de Podemos. Íñigo Errejón, por su parte, se movió inicialmente en el entorno de los trotskistas de Izquierda Anticapitalista, ahora Anticapitalistas a secas; colectivo de larga trayectoria que ha generado no pocas tensiones en el seno de Podemos y que contribuyó, particularmente en sus inicios, a su lanzamiento, extensión y configuración.
El tercer ingrediente humano de Podemos es el de los procedentes de diversos colectivos asociados -de un modo a otro- al Movimiento del 15 M; es el supuesto de la cofundadora de la formación Carolina Bescansa. Cuestión aparte y más compleja es su relación con los agregados en algunas comunidades, por ejemplo las Mareas municipalistas gallegas. Por último, otras fuerzas se les han asociado electoralmente, caso de Compromís en Valencia; otra coalición de múltiples ingredientes a su vez.
En cualquier modo, pervive un razonable interrogante en torno a su verdadera naturaleza; no en vano ésta determinaría su programa político en toda su extensión, del que en realidad, se sabe muy poco. Por ello, es lícito preguntarse, ¿existe, tal vez, una agenda oculta?
Es incuestionable, antes que nada, que la figura de Lenin genera, entre la mayoría de líderes podemitas, un enorme atractivo. Es más, Pablo Iglesias, alardea de ello sin ningún recato. Pero, ¿qué significa ser leninista en pleno siglo XXI? Pues, ante todo, la conquista y el ejercicio del poder a cualquier precio. Y para conseguirlo, servirse de un tacticismo despiadado; lo que explica las contradicciones, lagunas, pronunciamientos demagógicos y oportunistas -también las mentiras más o menos veladas- de los líderes podemitas. Recordemos la polémica y comentarios que generó su invocación, en la asamblea fundacional de Podemos en octubre de 2014, al “asalto de los cielos”; como horizonte activista ideal. Una invocación al impulso revolucionario de los comunistas, desde la experiencia frustrada de la Comuna, según palabras de Karl Marx, hasta llegar a la mismísima Revolución rusa de 1917. Pero todo aquello hoy día parece muy lejano, carente de interés e incomprensible, salvo para iniciados.
Y, ciertamente, no nos encontramos en un contexto de guerra mundial con millones de movilizados, desplazados y víctimas. Ni sufrimos un régimen autocrático con millones de desposeídos al borde de la insurrección y espoleados por diversas fuerzas revolucionarias de naturaleza violenta. Tampoco existe un partido bolchevique o similar que maneje unos miles de militantes fanáticos, decididos y despiadados, dispuestos a jugárselo todo.
El mundo se encuentra interrelacionado, globalizado, con una economía de alcance planetario. Ya no existen fuerzas insurreccionales, al menos en Europa, que aspiren a una transformación radical del capitalismo, hacia un renovado “socialismo real”, al precio del aniquilamiento de la burguesía y de todo opositor. Es más, lo que queda de proletariado aspira, más que a nada, a vivir como buenos burgueses. Y el modelo vital de gran parte de las izquierdas es el de la gauche-caviar.
Si el marxismo-leninismo “clásico” se sustentaba en el control de los medios de producción, en la eliminación de la propiedad privada, y el ejercicio terrorista de un poder político centralizado y omnipresente, los izquierdistas de hoy quieren vivir bien y sus modelos vitales están por completo alejados de aquellos militantes austeros, rudos y disciplinados, capaces de sacrificar todo confort y proyecto personal en aras de los intereses del partido. No existen, pues, “condiciones objetivas” para el despliegue fatal de un estallido revolucionario violento.
El socialismo del siglo XXI
Las diversas izquierdas, especialmente desde la caída del Muro de Berlín allá por 1989, se encuentran, sobre todo las del espectro “comunista” (ya pro-soviéticas, estalinistas, pro-maoístas, pro-albanesas, pro-yugoslavas, trotskistas o castristas), en un período de debate y remodelación.
Para ello vienen buscando nuevos instrumentos teóricos; de ahí la importancia del análisis gramsciano, de su interés por la conquista de la “hegemonía cultural” y su vocación de “intelectuales orgánicos” catalizadores de novedosos modelos de transformación social potencialmente revolucionarios. De ahí ese constructo denominado “socialismo del siglo XXI”, enunciado por primera vez por Heinz Dieterich Steffan, y al que se remitiera Hugo Chávez en el V Foro Social Mundial; de modo que la denominada “Revolución Bolivariana” era su criatura más desarrollada.
No es casualidad, pues, que algunos de los dirigentes de Podemos (y los de las CUP, ETA, etc.) hayan mantenido –o mantengan- estrechas relaciones con el régimen chavista. Y, en el caso de sus vínculos con el régimen iraní actual, no se trata tanto de abiertas simpatías políticas, como de mero oportunismo: soportes técnicos accesibles, financiación de laque beneficiarse, alianzas tácticas para poder avanzar, coincidencias revolucionarias en suma.
Una vinculación que escandaliza a tantos, dado el trato dispensado a la mujer en aquél país tan alejado en sus usos del modelo feminista implantado en nuestra decaída Europa; lo que se antoja como una alianza contra-natura que, sorprendentemente, desde las izquierdas se ignora por completo. Pero, ya dijimos, el leninismo es, ante todo, oportunismo y ausencia de escrúpulos; o si lo prefieren, puro y duro tacticismo.
El continuo reclamo de Podemos, entre otras, a nuevas fórmulas de democracia directa y representativa, les ha generado la acusación de “populista”; término empleado a modo de insulto, o descalificativo apriorístico, indiscriminadamente.
Y, es bien cierto, no pocas de las actuaciones de Podemos pueden calificarse inequívocamente como tales: sus discursos altaneros, sus propuestas de “empoderamiento” de determinados colectivos (especialmente “las mujeres”, lo que les hace abrazar la ideología de género), sus ataques sentimentales a “la vieja casta” y a “los poderes mediático-financieros” (de los que también se han beneficiado y mucho, caso de diversas televisiones privadas), su persistencia en la denuncia de hipotecas abusivas, sus continuas invocaciones al hambre y la supuesta degradación de amplios sectores populares, su denuncia de la expatriación de muchos de los integrantes de la “generación mejor formada de la historia”, etc., etc. Acaso la naturaleza última de Podemos no sea populista, pero muchas de sus tácticas sí lo son.
En todo caso, decíamos, el proletariado ya no es un actor revolucionario. Entonces, ¿qué sectores sociales son susceptibles de una acción transformadora? Hablemos, ya, del precariado.
Un nuevo actor en escena: el precariado
Este neologismo, que por su paralelismo al de proletariado suena un tanto mordaz, se viene empleando, desde hace una década, en diversos estudios políticos, económicos y sociológicos de las escuelas de izquierdas más vanguardistas. Pero el término empieza a ganar fortuna, también en otros medios ideológicos.
Así, el analista de Libertad Digital José García Domínguez aseguraba, el pasado 26 de enero, que es en relación a esta cuestión del precariado donde radicaría la principal contradicción de Podemos. Dirigiéndose a un “público” instalado en la precariedad, esta formación no estaría en condiciones de satisfacer sus necesidades, por lo que está garantizado su fracaso.
No en vano, difícilmente puede resolver «La contradicción que se deriva de querer ser, por una parte, el gran partido del precariado, la fuerza que represente a los excluidos del colchón de seguridad del Estado del Bienestar, ese que configuran los contratos laborales indefinidos, los salarios decentes auspiciados por el poder de negociación sindical y la estabilidad vital garantizada, y, por otro lado, vindicarse como un grupo progresista al uso que rechaza por retrógrada y reaccionaria cualquier limitación nacional a los movimientos migratorios».
De modo que «Expresado de forma sintética: los sueldos de su base electoral tenderán de modo crónico a mantenerse estancados en el nivel de subsistencia a causa de que, a su vez, la oferta de mano de obra tiende a hacerse infinita merced a los flujos migratorios». Si fuera realmente populista, Podemos adoptaría la posición del Frente Nacional francés ante la emigración; lo que dado su radicalismo izquierdista, es genéticamente imposible.
Para otros analistas no existe precariado, sino precariedad, todo hay que decirlo; incluso desde posiciones de izquierda. En cualquier caso, se trata de un concepto novedoso, en alza y progresivamente aceptado en las ciencias sociales y algunos analistas de los medios de comunicación.
Pero, ¿cómo surge este concepto de precariado? Luis González afirma que “precariado” «se usa desde hace al menos una década. Según la mayoría de las fuentes, este neologismo se forma a partir de los sustantivos “precariedad” y “proletariado”, aunque para el sociólogo [francés, ya fallecido] Robert Castel se trata de una contraction des mots précarité et salariat.
Entre los principales valedores y difusores de este neologismo tenemos representantes del mundo académico, como el propio Robert Castel, y activistas, como el italiano Alex Foti, uno de los promotores de las “celebraciones” de San Precario en Europa. Para Foti, el “precariado” de nuestra sociedad posindustrial vendría a ser lo que fue el proletariado de la sociedad industrial. Para aproximarnos a una definición del término podríamos proponer, como punto de partida: “clase de desempleados y trabajadores que se encuentran en situación de precariedad prolongada por su bajo nivel de ingresos y por la incertidumbre sobre su futuro laboral”».
Uno de los autores que más ha difundido este concepto, y lo que de él se deriva, es el británico Guy Standing, catedrático de la Universidad de Londres y cofundador de la Red Mundial de Renta Básica. En su libro Precariado.
Una carta de derechos (Capitán Swing, Madrid, 2014) entiende que la estructura de clases nacida en la Revolución Industrial está sufriendo profundos cambios. Así, hoy día, especialmente en países como España, Italia y Grecia, existirían a su juicio seis clases sociales, tal y como lo sintetiza el periodista de la revista izquierdista Alternativas Económicas J. P. Velázquez-Gaztelu.
1. Una minúscula plutocracia acaparadora de buena parte de los recursos.
2. La élite, también muy minoritaria, quien obtiene sus ingresos de las rentas del capital.
3. Una clase media, media-alta, bien formada, quien disfruta de un trabajo por cuenta ajena, bien remunerado y con gran seguridad económica.
4. El proletariado tradicional, con empleo a tiempo completo, pero sin posibilidades de ascenso social.
5. El nuevo precariado, predestinado a una inestabilidad laboral, con sueldos de supervivencia indefinidamente, y que en los tres países citados podría sumar al 40 % de la población.
6. El lumpen-precariado, al margen de cualquier actividad laboral y sin apenas prestaciones por parte del Estado.
¿Una nueva clase social en ciernes?
El precariado, según Guy Standing, sería la clase que más crece en número, siendo muy demandada por las grandes corporaciones transnacionales; al tratarse de mano de obra barata y de fácil despido, condenada a una “incertidumbre crónica” y en un “estado de frustración personal permanente”.
El politólogo, cofundador e ideólogo de Podemos Juan Carlos Monedero, en su artículo ‘Precariado’, o la frustración en el capitalismo del deseo, de 13 de septiembre de 2013, se mostraba muy crítico con la consistencia y valores de esta “nueva clase”, que se estaría conformando, y que todavía carecería de una autoconciencia revolucionaria. Así, afirmaba que «Vivimos en un capitalismo del deseo, de la información, de las marcas, del diseño, del dinero las finanzas virtuales.
En este capitalismo de diseño el precariado es el pasmado que ha gastado sus ahorros en un publicitado perfume y el éxito social no llega. Es el invitado a una fiesta –no el excluido de siempre- donde todos los que son como él o ella están convocados pero a los que les dan con la puerta en las narices. La condición esencial del precariado es su frustración. ¿Puede convertirse en voluntad política de cambio?».
El precariado se caracterizaría, siempre según Monedero, por ser gente muy formada, urbanita, que se sostiene en buena medida al disfrutar de una red familiar, que vive en un entorno en el que la juventud se extiende a los 40 años y en que las mujeres disfrutan y luchan por la igualdad, que comparte la rebeldía e inconformismo heredado de mayo del 68. Pero, paradójicamente, se encuentran «profundamente conectados a las redes, al tiempo que desconectados del mundo real». Un juicio, en todo caso, muy sugerente.
Como buen marxista, Monedero no elude la pregunta inevitable: ¿acaso no son lo mismo precariado que proletariado? Respondiendo que «Standing insiste en que son realidades diferentes. En el fondo, lo que está diciendo es que el mundo del Estado social se está marchando. La diferencia entre el precariado y otras formas laborales subalternas no está tanto en su “descenso” laboral, sino en la lectura que construyen del lugar que merecen».
Existiría, a su juicio, un problema de “conciencia de clase”, pues el precariado todavía no se concibe ni como clase en sí, ni como proletariado. De ahí que José García Domínguez, coherentemente, entienda –según veíamos- que Podemos no puede llegar a satisfacer esas necesidades tan “pequeño-burguesas”, diríamos en un lenguaje un tanto arcaico, de esta nueva clase.
Ya en el plano estrictamente político, Standing asegura que el precariado no puede compartir, dado su estado, necesidades y desarrollo, las clásicas posiciones ofertadas desde el centro-izquierda y el centro-derecha; puesto que ni lo entienden ni contemplan en sus políticas reales. Así, el precariado se orientaría políticamente en tres direcciones, conforme su encuadramiento social:
1. Los procedentes de medios obreros “tradicionales”. En el caso francés, por ejemplo, achacarían sus males a los inmigrantes, por lo que se explicaría el desplazamiento de antiguos votantes de la izquierda, especialmente del PCF, al Frente Nacional.
2. Las minorías y los inmigrantes, quienes tratan de permanecer desapercibidos en un intento de evitar problemas y agresiones.
3. Los jóvenes con mejor formación, las mujeres, los ecologistas, los discapacitados. Todos aquéllos a quienes se ha prometido una carrera profesional al uso; lo que se ha incumplido al encontrar la precariedad, perdiendo derechos sociales y capacidad de consumo. Standing concibe este grupo, que califica como “ciudadanos de segunda”, como el electorado natural de Podemos, Syriza, etc.; no en vano los partidos tradicionales, así como los sindicatos “de clase”, no les representan. Pero, asegura Monedero, concurre la dificultad añadida de «Los golpeados históricos [el proletariado] que desprecian al precariado (siendo ellos mismos precarios) y el precariado despreciando a la capa inferior de la clase obrera. De lo que se trataría es de encontrar la ventana de oportunidad para unir fuerzas». Todo ello configura la crisis de la “izquierda tradicional” a la que, desde Podemos y sus cenáculos intelectuales, pretenden dar la respuesta que contemple una hipotética “alianza de progreso” entre ambas clases sociales por “conscientes” y “avanzadas”.
Proletariado y precariado: mismo combate
Vemos, pues, que los ideólogos de este “socialismo del siglo XXI” en permanente reelaboración entienden que, ante este nuevo escenario social de alcance internacional, las fórmulas tradicionales han fracasado; no en vano, la derecha habría impuesto su recetario neoliberal como un “nuevo sentido común”, y, según Juan Carlos Monedero en el artículo citado, «la izquierda socialdemócrata abrazó el neoliberalismo bajo el paraguas de la tercera vía.
La izquierda no socialdemócrata se socialdemocratizó». De modo que una nueva izquierda sería más necesaria que nunca para avanzar, desde una perspectiva de progreso, y responder adecuadamente a las “agresiones” del neoliberalismo. Y así concluía Monedero ese artículo de 2013: antaño «La clase obrera podía asaltar los cielos porque el grueso de la humanidad era trabajadora y el sistema capitalista es un modo de producción sostenido sobre el trabajo ajeno.
Pensar revolucionariamente al precariado sin cambiar el capitalismo es un exceso. Un precariado que, de momento, lo que quiere es mejorar sus condiciones de vida. La conciencia será el resultado de las luchas».
Para cualquier observador atento de la realidad sociopolítica actual, parece evidente que la agit-prop de Podemos está enfocada fundamentalmente hacia estos sectores sociales precariados emergentes; así como al proletariado “clásico” al que invoca bajo las fórmulas de “poder y unidad popular”, en la pretensión táctica de una “alianza de progreso”.
Si «la conciencia será el resultados de las luchas», Monedero dixit, la canalización política de las fuerzas eclosionadas en el entorno de los movimientos del 15 M, merced al impulso de las minorías dirigentes de Podemos y sus laboratorios de intelectuales, viene perfilando y acentuando el potencial revolucionario del precariado y su alianza táctica con el proletariado residual.
En esta labor, los dirigentes de Podemos, y sus cenáculos académicos y mediáticos, conforman el “intelectual orgánico” que elevaría y trasladaría la conciencia colectiva de ambas clases, de virtualidad revolucionaria, en una nueva mentalidad común hegemónica de indudable orientación radical-progresista.
En cualquier caso, el marxismo es una ideología elitista que desprecia al pueblo, por entenderlo inculto y alienado. De este modo, los dirigentes de Podemos, como buenos marxistas-leninistas que son, y encantados de conocerse, con toda seguridad contemplan una “agenda oculta”. La cuestión es: ¿Cuáles son sus líneas rojas y los límites de sus ambiciones?
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octubre 18th, 2015 by lasvoces
Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología; Autor de los libros: ‘La Ruta del Odio. 100 Respuestas claves sobre el terrorismo’ y ‘¿Populismo en España? Amenaza o Promesa de una Nueva Democracia. <Fotografía: Dirigentes de UPN en 1997>.
Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología
De cómo el navarrismo flojea o el cuarto pilar del separatismo panvasquista
Tras la debacle electoral de las fuerzas navarristas y constitucionalistas del pasado 24 de mayo, cuya consecuencia más evidente ha sido el apartamiento de UPN de la mayor parte de los centros políticos institucionales de la Comunidad Foral, poco a poco se han elaborado ciertos análisis explicativos de tamaño desastre.
Alguno de sus autores procuró quitar hierro al evento: únicamente se habrían desplazado unos escasos miles de votos; de modo que, en circunstancias futuras, las distorsiones provocadas por el leve engrosamiento de las fuerzas separatistas y la irrupción de Podemos se rectificarían previsiblemente, retornándose al statu quo presidido por UPN y PSN-PSOE y a una versión actualizada del “quesito foral”. Es el supuesto del análisis de urgencia firmado por Chon Latienda en ABC. Elaborado a los pocos días del terremoto político, tuvo el mérito de ser el primero en afrontar la nueva situación, a la par de tranquilizar a una masa social desasosegada.
Unos días después empezó a abrirse paso otra vía más ambiciosa. Así, Javier Lesaca Esquíroz en Navarra, mucho más que una batalla identitaria analizaba la dinámica activista de las fuerzas separatistas; fruto de un calculado diseño táctico-estratégico, desgranando para ello sus principales vectores. Así, unos potentes medios de comunicación afines, auténtica agit-prop de virtualidad revolucionaria, junto a la acción metapolítica desplegada por las ikastolas en su indisimulado papel en la “construcción nacional vasca” –el autor hablaba prudentemente de una “tupida red educativa”- serían punta de lanza del incansable y cargante activismo separatista. Complementariamente, la práctica terrorista de ETA y sus cómplices habría sido su tercer y decisivo vector de acción. Tratándose este autor de un antiguo alto cargo del Departamento de Educación del último Gobierno de UPN, su interpretación se presentaba mucho menos tranquilizadora que la de Chon Latienda; pues nos situaría ante un movimiento político-social -y en su día terrorista- aparentemente imparable.
Jesús Aizpún Tuero. Cofundador de UPN
Pese a semejante disparidad analítica, ambos intentos compartían un sesgo común: la ausencia de cualquier autocrítica. Entonces, los gobiernos de UPN, y el mismísimo partido, ¿todo lo hicieron bien? ¿Nada tuvo que ver la debacle electoral con la megalomanía del pabellón multiusos Reyno de Navarra-Arena? Análoga pregunta deberíamos hacernos ante la escandalosa liquidación de la CAN; las inadmisibles dietas de sus consejeros; el tratamiento fiscal discriminatorio de Osasuna; la tortuosa relación de los anteriores gobiernos con el PSN-PSOE; sus conflictos con el Partido Popular; los complejos de algunos Consejeros de aquellos gobiernos ante tanto técnico díscolo; la progresiva desconexión de UPN con sus bases, la sociedad y su incomparecencia en la calle y pueblos y el mundo del ocio y la cultura; el caso Cervera y los oscuros personajes e intereses allí convocados; el ataque a degüello contra Ciudadanos; el doble rasero de determinadas actuaciones políticas; la cobardía de no pocos responsables políticos ante la chulería y prepotencia de los separatistas; la dependencia informativa y de opinión pública de un “Diario de Navarra” tantas veces desconcertante. Una autocrítica inexistente, por otra parte, en los prolegómenos de la elección de la nueva presidencia de UPN. Y en jornadas posteriores.
No obstante, a pesar de estas carencias, el análisis de Javier Lesaca era muy pertinente; no en vano mostraba a la luz del día una realidad que, por lo general, políticos y formadores de opinión del área navarrista tienden a ignorar. Un comportamiento similar al de los niños: tapándose los ojos, todo aquello que no gusta o no se entiende, desaparecería de su campo de visión… y de la realidad. Pues va a ser que no.
Pero, a pesar de sus incuestionables méritos, este análisis no contemplaba un cuarto vector, tan decisivo, cuanto no más, que los ya mencionados, y que es su fruto más preciado. Nos referimos al tejido comunitario panvasquista: esa contra-sociedad edificada pacientemente por tan plurales fuerzas separatistas.
Ciertamente, esta experiencia comunitaria es una anomalía en Occidente; espacio político-geográfico en el que la globalización anglosajona, consumista e individualista, tiende a diluir todo tipo de lazos que vayan más allá del modelo humano propuesto como ideal: a decir de Eulogio López en Hispanidad.com, de mayores seremos “ricos y libertarios”.
Desde hace varias décadas, es posible “vivir en vasco” –proyección material, subjetiva y afectiva de la “construcción nacional”- las 24 horas del
Primer logotipo de UPN
día, los siete días de la semana, en cualquier espacio público y privado de Vascongadas y Navarra. Huelga decir que lo vasco es anterior al separatismo, inseparable de la Hispanidad y mucho más amplio de lo que sus secuestradores proponen. En todo caso, esa vivencia colectiva tiene un enorme atractivo, además de ser un peligroso instrumento totalitario de presión social. Para muchos, se alegará, no deja de ser una placentera comodidad, un dejarse llevar que evita interrogantes vitales. Pero esa supuesta y criticable debilidad de criterio de, acaso, no pocos de sus seguidores, le proporciona al separatismo una gran fortaleza. Frente a la globalización sin alma, diversas identidades nacionales y colectivas pugnan por sobrevivir y afirmarse en todo el mundo: antiguas unos y novedosas otras.
Responsabilizar únicamente al terrorismo de la consolidación de este anómalo fenómeno en Vascongadas y Navarra es una interpretación que prescinde de una parte notable de la realidad; pues ignora el sacrificio en tiempo, afectos y dinero de decenas de miles de convencidos. Cada día, todos los fines de semana, en las ikastolas públicas y privadas, en la euskaldunización de adultos, en el sindicalismo de clase panvasquista, en ciertos movimientos feministas, visitando a “sus presos”, en grupos culturales de todo tipo, en asambleas ad hoc de incontables causas comunitarias y ambientales, en variadísimas actividades de ocio, en el deporte, el mantenimiento y el rescate del folklore, en bares y tabernas, en numerosos circuitos musicales, en la solidaridad con inmigrantes y parados, en tantas y sucesivas expresiones de tan distintiva creatividad social…, miles de familias se movilizan con irritante arrogancia, con entusiasmo paramilitar; pero también con alegría, sin fisuras, disfrutando de los placeres del apoyo mutuo y la identidad común.
El navarrismo es, sin duda, la modalidad de pertenencia española más común en Navarra. Por supuesto que uno puede sentirse español desde otras perspectivas: la unitaria-jacobina (al modo de UPyD y tal vez Ciudadanos), la pretendidamente federalista (¿PSN-PSOE?), otra denominémosle como confederal (¿Podemos e I-E?), incluso la napartarra… por un tiempo.
En cualquier caso, el partido del navarrismo ha sido, y sigue siendo, especialmente tras la quiebra sufrida por un menguante PSN-PSOE en permanente crisis de liderazgo y proyecto, UPN. Guste o no.
Pero UPN, que siempre ha alardeado de ser un partido más democrático que ningún otro, ha perdido en esta última década a sus principales dirigentes, cierta base de afiliados, a sus juventudes (¿existen de verdad?), su relación con la sociedad y sus legítimos intereses. Realmente, ¿ha sido alguna vez un partido de masas, tal y como viene repitiendo últimamente Javier Marcotegui, o se ha convertido en un sindicato de intereses de clan al uso en el resto de España? En Europa apenas existen tales partidos, más propios de la tercera década del siglo pasado. De entrada, ya no hay “militantes”, salvo en los extremos del arco político: lo que cuenta, ante todo, es el número de votos; y lo de menos, la amorfa masa de afiliados generalmente en manos de una oligarquía de “cuadros” serviles a los jerarcas del momento. ¡El modesto afiliado! Ninguneado por sus jefes, despreciados por sus conciudadanos, poco más que un simple cotizante, siempre paciente, generalmente ignorado… Pero sin afiliados que coticen puntualmente, no es posible partido alguno; salvo que vivan del erario público: otra perversión ibérica. ¡Y qué decir de los meros votantes!
Si UPN pretende aproximarse, en lo más plausible, a lo que se entiende por un partido de masas, tendría que cambiar muchas cosas. De entrada la figura del afiliado debe ser revalorizada: formado e informado, consultado y promocionado. De ser súbdito de una oligarquía debe alcanzar la categoría de una ciudadanía democrática y responsable. A partir de ahí se podrían promover sucesivos cambios: un riguroso funcionamiento democrático; órganos de control independientes de los líderes del momento; unas organizaciones sectoriales vivas y no puramente nominales; un razonable régimen de incompatibilidades; una autonomía municipal; planes de formación; soportes de apoyo de los grupos locales o sectoriales más débiles; un buen apartado de propaganda; la elaboración de una liturgia y un calendario movilizadores. Desde esta perspectiva, el problema de UPN no es únicamente el del rostro de sus máximos líderes. Ni siquiera el de realizar una imprescindible autocrítica. Son necesarios buenos líderes; y si son carismáticos, mejor. Pero son imprescindibles valores, ideas, proyectos y engarces con la sociedad. Y si ésta reclama, de una u otra forma, tal y como lo está haciendo, una regeneración democrática, o UPN encarna esa demanda, o corre el riesgo de extinguirse.
Por otra parte, UPN no puede aspirar únicamente (lo que es una tarea formidable) a recuperar el poder, pues de alcanzarse éste, ¿para hacer qué? ¿Más años en permanente zozobra y con miedo ante lo irremediable?
UPN debe cambiar para poder revitalizar un navarrismo replegado y atemorizado; pues ambos se necesitan. Y, en no pocas cosas, para ello tendrán que mirar a la acción de los separatistas y extraer sus propias conclusiones operativas.
Navarra vive, a pesar del anestésico napartarra y del pragmatismo relativista de tantos paisanos, una situación de emergencia. Esperar que la movilización separatista se desinfle por sí misma, es una creencia mítica e infundada. Es más, cuanto más cerca de su objetivo se sienta, más empeño sumará. Ciertamente, el mero transcurso del tiempo contribuye a “poner las cosas en su sitio”. Además son muchas las fuerzas operativas en la Historia. Pero hace falta mucho más. Y ese plus: o lo pone UPN o no lo hará nadie ni nada.
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