octubre 18th, 2015 by lasvoces

Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología; Autor de los libros: ‘La Ruta del Odio. 100 Respuestas claves sobre el terrorismo’ y ‘¿Populismo en España? Amenaza o Promesa de una Nueva Democracia. <Fotografía: Dirigentes de UPN en 1997>.

Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología

Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología

De cómo el navarrismo flojea o el cuarto pilar del separatismo panvasquista

Tras la debacle electoral de las fuerzas navarristas y constitucionalistas del pasado 24 de mayo, cuya consecuencia más evidente ha sido el apartamiento de UPN de la mayor parte de los centros políticos institucionales de la Comunidad Foral, poco a poco se han elaborado ciertos análisis explicativos de tamaño desastre.

Alguno de sus autores procuró quitar hierro al evento: únicamente se habrían desplazado unos escasos miles de votos; de modo que, en circunstancias futuras, las distorsiones provocadas por el leve engrosamiento de las fuerzas separatistas y la irrupción de Podemos se rectificarían previsiblemente, retornándose al statu quo presidido por UPN y PSN-PSOE y a una versión actualizada del “quesito foral”. Es el supuesto del análisis de urgencia firmado por Chon Latienda en ABC. Elaborado a los pocos días del terremoto político, tuvo el mérito de ser el primero en afrontar la nueva situación, a la par de tranquilizar a una masa social desasosegada.

Unos días después empezó a abrirse paso otra vía más ambiciosa. Así, Javier Lesaca Esquíroz en Navarra, mucho más que una batalla identitaria analizaba la dinámica activista de las fuerzas separatistas; fruto de un calculado diseño táctico-estratégico, desgranando para ello sus principales vectores. Así, unos potentes medios de comunicación afines, auténtica agit-prop de virtualidad revolucionaria, junto a la acción metapolítica desplegada por las ikastolas en su indisimulado papel en la “construcción nacional vasca” –el autor hablaba prudentemente de una “tupida red educativa”- serían punta de lanza del incansable y cargante activismo separatista. Complementariamente, la práctica terrorista de ETA y sus cómplices habría sido su tercer y decisivo vector de acción. Tratándose este autor de un antiguo alto cargo del Departamento de Educación del último Gobierno de UPN, su interpretación se presentaba mucho menos tranquilizadora que la de Chon Latienda; pues nos situaría ante un movimiento político-social -y en su día terrorista- aparentemente imparable.

Jesús Aizpún Tuero. Cofundador de UPN

Jesús Aizpún Tuero. Cofundador de UPN

Pese a semejante disparidad analítica, ambos intentos compartían un sesgo común: la ausencia de cualquier autocrítica. Entonces, los gobiernos de UPN, y el mismísimo partido, ¿todo lo hicieron bien? ¿Nada tuvo que ver la debacle electoral con la megalomanía del pabellón multiusos Reyno de Navarra-Arena? Análoga pregunta deberíamos hacernos ante la escandalosa liquidación de la CAN; las inadmisibles dietas de sus consejeros; el tratamiento fiscal discriminatorio de Osasuna; la tortuosa relación de los anteriores gobiernos con el PSN-PSOE; sus conflictos con el Partido Popular; los complejos de algunos Consejeros de aquellos gobiernos ante tanto técnico díscolo; la progresiva desconexión de UPN con sus bases, la sociedad y su incomparecencia en la calle y pueblos y el mundo del ocio y la cultura; el caso Cervera y los oscuros personajes e intereses allí convocados; el ataque a degüello contra Ciudadanos; el doble rasero de determinadas actuaciones políticas; la cobardía de no pocos responsables políticos ante la chulería y prepotencia de los separatistas; la dependencia informativa y de opinión pública de un “Diario de Navarra” tantas veces desconcertante. Una autocrítica inexistente, por otra parte, en los prolegómenos de la elección de la nueva presidencia de UPN. Y en jornadas posteriores.

No obstante, a pesar de estas carencias, el análisis de Javier Lesaca era muy pertinente; no en vano mostraba a la luz del día una realidad que, por lo general, políticos y formadores de opinión del área navarrista tienden a ignorar. Un comportamiento similar al de los niños: tapándose los ojos, todo aquello que no gusta o no se entiende, desaparecería de su campo de visión… y de la realidad. Pues va a ser que no.

Pero, a pesar de sus incuestionables méritos, este análisis no contemplaba un cuarto vector, tan decisivo, cuanto no más, que los ya mencionados, y que es su fruto más preciado. Nos referimos al tejido comunitario panvasquista: esa contra-sociedad edificada pacientemente por tan plurales fuerzas separatistas.

Ciertamente, esta experiencia comunitaria es una anomalía en Occidente; espacio político-geográfico en el que la globalización anglosajona, consumista e individualista, tiende a diluir todo tipo de lazos que vayan más allá del modelo humano propuesto como ideal: a decir de Eulogio López en Hispanidad.com, de mayores seremos “ricos y libertarios”.

Desde hace varias décadas, es posible “vivir en vasco” –proyección material, subjetiva y afectiva de la “construcción nacional”- las 24 horas del

Primer logotipo de UPN

Primer logotipo de UPN

día, los siete días de la semana, en cualquier espacio público y privado de Vascongadas y Navarra. Huelga decir que lo vasco es anterior al separatismo, inseparable de la Hispanidad y mucho más amplio de lo que sus secuestradores proponen. En todo caso, esa vivencia colectiva tiene un enorme atractivo, además de ser un peligroso instrumento totalitario de presión social. Para muchos, se alegará, no deja de ser una placentera comodidad, un dejarse llevar que evita interrogantes vitales. Pero esa supuesta y criticable debilidad de criterio de, acaso, no pocos de sus seguidores, le proporciona al separatismo una gran fortaleza. Frente a la globalización sin alma, diversas identidades nacionales y colectivas pugnan por sobrevivir y afirmarse en todo el mundo: antiguas unos y novedosas otras.

Responsabilizar únicamente al terrorismo de la consolidación de este anómalo fenómeno en Vascongadas y Navarra es una interpretación que prescinde de una parte notable de la realidad; pues ignora el sacrificio en tiempo, afectos y dinero de decenas de miles de convencidos. Cada día, todos los fines de semana, en las ikastolas públicas y privadas, en la euskaldunización de adultos, en el sindicalismo de clase panvasquista, en ciertos movimientos feministas, visitando a “sus presos”, en grupos culturales de todo tipo, en asambleas ad hoc de incontables causas comunitarias y ambientales, en variadísimas actividades de ocio, en el deporte, el mantenimiento y el rescate del folklore, en bares y tabernas, en numerosos circuitos musicales, en la solidaridad con inmigrantes y parados, en tantas y sucesivas expresiones de tan distintiva creatividad social…, miles de familias se movilizan con irritante arrogancia, con entusiasmo paramilitar; pero también con alegría, sin fisuras, disfrutando de los placeres del apoyo mutuo y la identidad común.

El navarrismo es, sin duda, la modalidad de pertenencia española más común en Navarra. Por supuesto que uno puede sentirse español desde otras perspectivas: la unitaria-jacobina (al modo de UPyD y tal vez Ciudadanos), la pretendidamente federalista (¿PSN-PSOE?), otra denominémosle como confederal (¿Podemos e I-E?), incluso la napartarra… por un tiempo.

En cualquier caso, el partido del navarrismo ha sido, y sigue siendo, especialmente tras la quiebra sufrida por un menguante PSN-PSOE en permanente crisis de liderazgo y proyecto, UPN. Guste o no.

Pero UPN, que siempre ha alardeado de ser un partido más democrático que ningún otro, ha perdido en esta última década a sus principales dirigentes, cierta base de afiliados, a sus juventudes (¿existen de verdad?), su relación con la sociedad y sus legítimos intereses. Realmente, ¿ha sido alguna vez un partido de masas, tal y como viene repitiendo últimamente Javier Marcotegui, o se ha convertido en un sindicato de intereses de clan al uso en el resto de España? En Europa apenas existen tales partidos, más propios de la tercera década del siglo pasado. De entrada, ya no hay “militantes”, salvo en los extremos del arco político: lo que cuenta, ante todo, es el número de votos; y lo de menos, la amorfa masa de afiliados generalmente en manos de una oligarquía de “cuadros” serviles a los jerarcas del momento. ¡El modesto afiliado! Ninguneado por sus jefes, despreciados por sus conciudadanos, poco más que un simple cotizante, siempre paciente, generalmente ignorado… Pero sin afiliados que coticen puntualmente, no es posible partido alguno; salvo que vivan del erario público: otra perversión ibérica. ¡Y qué decir de los meros votantes!

Si UPN pretende aproximarse, en lo más plausible, a lo que se entiende por un partido de masas, tendría que cambiar muchas cosas. De entrada la figura del afiliado debe ser revalorizada: formado e informado, consultado y promocionado. De ser súbdito de una oligarquía debe alcanzar la categoría de una ciudadanía democrática y responsable. A partir de ahí se podrían promover sucesivos cambios: un riguroso funcionamiento democrático; órganos de control independientes de los líderes del momento; unas organizaciones sectoriales vivas y no puramente nominales; un razonable régimen de incompatibilidades; una autonomía municipal; planes de formación; soportes de apoyo de los grupos locales o sectoriales más débiles; un buen apartado de propaganda; la elaboración de una liturgia y un calendario movilizadores. Desde esta perspectiva, el problema de UPN no es únicamente el del rostro de sus máximos líderes. Ni siquiera el de realizar una imprescindible autocrítica. Son necesarios buenos líderes; y si son carismáticos, mejor. Pero son imprescindibles valores, ideas, proyectos y engarces con la sociedad. Y si ésta reclama, de una u otra forma, tal y como lo está haciendo, una regeneración democrática, o UPN encarna esa demanda, o corre el riesgo de extinguirse.

Por otra parte, UPN no puede aspirar únicamente (lo que es una tarea formidable) a recuperar el poder, pues de alcanzarse éste, ¿para hacer qué? ¿Más años en permanente zozobra y con miedo ante lo irremediable?

UPN debe cambiar para poder revitalizar un navarrismo replegado y atemorizado; pues ambos se necesitan. Y, en no pocas cosas, para ello tendrán que mirar a la acción de los separatistas y extraer sus propias conclusiones operativas.

Navarra vive, a pesar del anestésico napartarra y del pragmatismo relativista de tantos paisanos, una situación de emergencia. Esperar que la movilización separatista se desinfle por sí misma, es una creencia mítica e infundada. Es más, cuanto más cerca de su objetivo se sienta, más empeño sumará. Ciertamente, el mero transcurso del tiempo contribuye a “poner las cosas en su sitio”. Además son muchas las fuerzas operativas en la Historia. Pero hace falta mucho más. Y ese plus: o lo pone UPN o no lo hará nadie ni nada.

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octubre 1st, 2015 by lasvoces

Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología; Autor de los libros: ‘La Ruta del Odio. 100 Respuestas claves sobre el terrorismo’ y ‘¿Populismo en España? Amenaza o Promesa de una Nueva Democracia. <Fotografía de la noticia: Gráfico napartarra contemporáneo>.

El oportunismo napartarra de Geroa Bai (y del PNV)

Las dos fuerzas separatistas panvasquistas que han copado el poder político navarro, tras la debacle electoral de PPN, UPN, Ciudadanos

Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología

Fernando José Vaquero Oroquieta es Licenciado en Derecho; Estudios de Criminología

y PSN-PSOE, acaecida el pasado 24 de mayo, vienen repartiéndose, conforme su propio temperamento táctico, el trabajo que precisa su rupturista e insolidario proyecto que denominan eufemísticamente “construcción nacional vasca”.

Geroa Bai, desde entonces, viene cumpliendo el rol del “poli bueno”: tranquiliza a los empresarios, trata de contemporizar con algunas víctimas del terrorismo, se empeña en mostrar un perfil supuestamente “profesional” de su gestión pública, y asegura que aplazará (de manera indeterminada en tiempos y modos) la inevitable confrontación que la intentona de unión de Navarra con Euskadi provocaría; fase inevitable en la edificación de la Euskal Herria de sus sueños y pesadillas.

EH Bildu, por su parte, se comporta con impaciencia y sin complejos: ikurriñas a la menor ocasión, palos en las ruedas de las entidades percibidas como enemigas (recuérdese la frustrada exposición en Pamplona de la Policía Nacional sobre su lucha contra el terrorismo), toques de atención al Gobierno central (por ejemplo, reclamando más competencias para la Policía Foral y la correspondiente disminución de efectivos de los otros contingentes de Fuerzas de Seguridad del Estado), politización de los Civivox (centro culturales de los barrios pamploneses), el Gara en las bibliotecas públicas, barra libre para los mal llamados “organismos populares” (véase el reciente desarrollo de San Fermín de Aldapa 2015), etc.

Pero, a pesar de este reparto de funciones, y al igual que en la vecina Comunidad Autónoma Vasca, ambas formaciones pugnarán de nuevo por el liderazgo del conjunto del separatismo panvasquista; por lo que en breve se conocerán otras iniciativas “a la catalana” en Vitoria y, ulteriormente, también en Pamplona.

Geroa Bai ya está jugando, en Navarra, el mismo papel que el PNV en la comunidad vecina: moderación en las formas, magníficas relaciones con los “poderes fácticos”, modulación táctica, elaboración de un estudiado neolenguaje político (por ejemplo, el reciente concepto –desmontado por Ernesto Ladrón de Guevarra en esta publicación- acuñado por Urkullu de “Nación Foral”); un partido “de orden”, en suma. Pero existe una gran diferencia: Geroa Bai no es el PNV… de Euskadi. El PNV real de Navarra es minúsculo, aunque cuente con una personalidad de enorme relevancia táctica como es Manu Aierdi. De hecho, difícilmente superará un par de centenares de afiliados. Hoy, el peso de Geroa Bai recae en los llamados “independientes”, en su mayor parte viejos supervivientes de múltiples aventuras frustradas en la periferia de ETA: Euskadiko Ezkerra, su caricatura de Euskal Ezkerra, aquel amago tan lejano ya de Auzolan, sujetos descontentos con la deriva de Eusko Alkartasuna… Mucha autonomía, la de estos “independientes”, y muy marcados y peculiares sus temperamentos respectivos. Así, ¿qué une al ex-etarra Bixente Serrano Izko con el universitario Gregorio Monreal o el super-guay Koldo Martínez? Pues dos cosas: la ambición de poder y su panvasquismo irreductible. Pero con semejantes mimbres no se construye un partido: de ahí que esta estructura, más o menos formal de los “independientes”, sea una realidad a extinguir; por lo que Geroa Bai, en su actual configuración, es un instrumento con fecha de caducidad y, en cualquier caso, al servicio de la estrategia global de un PNV… casi inexistente en Navarra.

Pero el PNV siempre es mucho PNV, por lo que cuenta con una formidable experiencia sobre el terreno: extendiendo redes clientelares,

Logo de Libertad Navarra

Logo de Libertad Navarra

ganando voluntades, captando “moderados” en busca de resguardo, financiando medios de comunicación afines…; recuérdese el caso de su penetración en Álava, en que se empleó a fondo sin escatimar recursos de todo tipo.

El futuro de Geroa Bai pasa, inevitablemente, en el plano orgánico, por un discreto crecimiento cualitativo y cuantitativo del PNV navarro y su convergencia estratégica con el PNV de la comunidad vecina; de modo que el poder decisorio de sus “independientes” será laminado progresivamente. Por lo que se refiere a la imagen pública, su labor institucional, y propaganda política y mediática, ese futuro pasa por su “navarrización”.

De momento Uxue Barcos ha alejado el fantasma de una inmediata confrontación plebiscitaria o similar; insiste en que se distinguirá por una gestión transparente e inclusiva (¡y se esfuerza por creérselo!); asegura que exprimirá el Concierto Económico; quiere potenciar a la Policía Foral; ya ha estrechado lazos –normalizado, conforme su jerga propagandística- con la Comunidad Autónoma Vasca mediante la visita a Pamplona de Urkullu (no al revés, ojo al dato) y manifiesta querer hacerlo igualmente con Aquitania; y como elemento simbólico muy relevante, oficializará el Himno de Navarra (por medio de una Ley de Símbolos que introducirá de paso transcendentales cambios a corto plazo en el espacio público). Así, en una primera lectura, además de perseguir un efecto tranquilizador, se percibe en todo ello un cierto aroma casi navarrista. Más bien, aclaremos, que se trata de un viejo barniz napartarra. Un efluvio que, en el caso de los barnices, siempre es narcotizador… y peligroso.

Muchos años después de que con ese nombre viera la luz un semanario editado por el PNV a partir de 1911, recuérdese que el de napartarra es un descalificativo empleado en el entorno del centro-derecha contra actitudes o comportamientos acomplejados de personalidades navarristas cuyo horizonte político –ante un panvasquismo en continuo avance- se limitaría al territorio de la Comunidad Foral, despegándose afectivamente de lo que significó, significa y bien pudiera significar España. O las Españas, según se mire.

Pero la tentación napartarra, que ha revestido varias expresiones a lo largo de su peculiar historia, no es de hoy. Ya en el pasado siglo, hacia

Napartarra -semanario editado por el PNV de 1911 a 1918

Napartarra -semanario editado por el PNV de 1911 a 1918

1980, surgió un minúsculo Napartarra – Partido Nacionalista Navarro, siendo su principal inspirador intelectual el ilustre roncalés José Estornés Lasa, ex-militante del PNV. Su teoría era sencilla u sugestiva: Navarra, quien fuera Nación y Estado en tiempos de García V el de Nájera, tendría el derecho a reconstituirse; de modo que la dialéctica Navarra/Euskadi carecería de sentido alguno desde esta peculiar mirada historicista. En cualquier caso, aunque los ingredientes de la purrusalda se incorporen al guiso en orden diverso, el resultado suele ser más o menos parecido: que entren los navarros en Euskadi, o los vascos en Navarra, la suma es la misma.

De aquel intento apenas pervive alguna recóndita reseña periodística, ciertos libros (caso de Navarra, lo que “no” nos enseñaron, de José Estornés, Universidad Popular Leire, Pamplona, 1981), y el sueño roto de una par de docenas de visionarios. Sin embargo, algún interés tendría esta perspectiva, hasta el punto de que en abril de 2007 un Alderdi Napartarra fue registrado legalmente por miembros de Aralar -la entidad fundada por Patxi Zabaleta hoy en HB Bildu- tanto en Navarra como en la Comunidad Autónoma Vasca. El último militante napartarra vivo, casualmente un octogenario afiliado a esa formación separatista, habría cedido la “marca”.

Recientemente se retomó esta aventura de la mano de otros protagonistas más jóvenes, con otros ropajes, y en una coyuntura muy distinta; pero, al igual que en el caso anterior, sin espacio político alguno: Libertad Navarra-Libertate Nafarra, candidatura encabezada por Mikel Iriarte Galán en las elecciones forales de 2015 que obtuvo 995 votos, inspirada por el autor Tomás Urzainqui. Sus propósitos: “recuperar el Estado navarro, superando la conquista, la polarización identitaria y las fronteras que nos dividen”. ¿A que suena bien?

En cualquier caso, la vía napartarra carece de futuro como partido político: eso ya está demostrado por la Historia. Pero otra cosa es que una vulgata doctrinaria-sentimental de la misma pueda ser esgrimida, como una opción táctica transitoria, por el PNV en su intento de atraer “moderados”, oportunistas… y algún que otro desengañado de un navarrismo “oficial” de UPN en plena retirada y desconcierto. Pues, presentándose como “partido de masas”, según viene afirmando Javier Marcotegui estos días en diversos medios de comunicación, ¿cómo explicar que de 3700 afiliados únicamente 1316 ejercieran su derecho al voto en la Asamblea del pasado 27 de septiembre? ¿Desmoralización?, ¿escaso espíritu militante?, ¿datos numéricos no actualizados?, ¿la convicción desmovilizadora de un próximo y más relevante congreso del partido?, ¿falta de tirón de los candidatos….? Seguramente, un poco –o mucho, según se mire- de todo ello.

Ciertamente, saltar del navarrismo al nacionalismo separatista no es fácil de explicar. No en vano, existe una línea roja que transgredir, una

Portada de Navarra. Lo que no nos enseñaron. José Estornés Lasa.

Portada de Navarra. Lo que no nos enseñaron. José Estornés Lasa.

barrera psicológica e ideológica que pasa por el apego a España. Pero, dado que, aparentemente, España no presenta “un proyecto sugestivo de vida en común”, al decir de Ortega, es natural que semejante carencia sea cubierta por otros –incluso- antagónicos: el de los Països Catalans, Euskal Herria, la confederación ibérica podemita…

Para cualquier constitucionalista que se precie –o españolista, unionista, patriota, o como se quiere denominar cada uno- romper con ese bagaje histórico, cultural, humano y moral, recalando en cualquier separatismo, no parece factible; según veíamos. No obstante, para acomodaticios, tibios y cuantos sitúan su patria en el dinero o, incluso, en el Reino de los Cielos, la vía napartarra proporciona un “relato”, una transición, un enganche a otro proyecto –la Euskal Herria del PNV- que, de momento, oferta la ilusión de un porvenir radiante… acorde además a sus personalísimos intereses. También a los oportunistas y cobardes.

Si España persiste en no presentar ningún reclamo ilusionante para las generaciones operativas hoy en la piel de toro, los separatistas de todos los colores y matices seguirán avanzando con vigor y audacia. Por sus propias capacidades, que son muchas y variadas, pero también por incomparecencia del adversario. Y si la navarridad españolista se achica, en cualesquiera de los sentidos del término (cuantitativa, cualitativa, moral y comunitariamente), el panvasquismo seguirá creciendo –entre quienes hayan borrado de sus almas la tradición y experiencia españolas- y el constructo napartarra posibilitará una vía transitable para el acomodo a “los nuevos tiempos” de temperamentos menos aguerridos a la par de templados por el supuesto pragmatismo navarro.

Y, ahora, seguro que se preguntará, amable lector: pero, todo lo anterior, ¿es un ejercicio de anticipación o de política-ficción? La respuesta la obtendremos, con toda seguridad, a lo largo de la actual legislatura. Y más pronto que tarde.

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