diciembre 17th, 2016 by lasvoces

Redacción (Ana Maria Torrijos; licenciada en Filología Clásica) – La Constitución resalta la dignidad de la persona, el respeto a la ley y a los derechos de los demás. Los nacionalistas agarrados a sus ancestros de historias edulcoradas, arrastran a los necesitados de fantasías; los populismos alentando el enfrentamiento, la búsqueda del culpable, la raíz de los enconos, pone a la persona al límite del paroxismo. Todos los ciudadanos privados de la voluntad son objeto de la despersonalización más absoluta. San Cugat del Vallés (Barcelona), sábado 17 de diciembre de 2016. Fotografía: Ana María Torrijos, licenciada en Filología Clásica. Foto Joseph Azanméné N./lasvocesdelpueblo

La Constitución de 1978, fue la base legal de la democracia que disfrutamos. Sólo por ese motivo merece valorarla, acatarla y hacerla cumplir.

Las sociedades primitivas aunque no se organizaban entorno a leyes escritas, estatutos, instituciones, sí se regían por rituales, por antepasados totémicos, por concepciones míticas, lo que no les hacía vivir en modo alguno en la anarquía y la confusión.

La racionalidad superó esa primera fase de organización ancestral y abrió poco a poco, con el curso de los siglos, la senda a una relativa estabilidad y seguridad, pero cualquier desequilibrio puede hacer resurgir nuevas hostilidades.

En un momento difícil, de crisis económica y de deterioro institucional, si se suma el empeño de reformar la Carta Magna, nos ponemos en el límite de la libertad personal. Su reforma implica un proceso lento y no es factible que los actuales políticos estén dispuestos a entrar en esa labor algo ardua, lo que sí pueden pretender es maquinar un cambio indirecto que no necesite la aprobación del pueblo en referendo.

La expresión libertad es una de las que más se ha usado y abusado. Muchos la han utilizado para sus intereses particulares, y después de asegurar que ellos la representaban en exclusividad, conseguido cierto poder, era y es una carga de la que se liberan pronto.

El discurso que se emplea está repleto de vocablos mágicos que golpean constantemente sin pretender describir lo que sucede, lo único que interesa es cambiar los hechos y las intenciones.

Las emociones, las pasiones, los sentimientos son estimulados a través de la transformación del lenguaje; la palabra ha perdido su verdadero significado y ha conseguido que la uniformidad colectiva supere la responsabilidad individual.

La estrategia de los que lideran las fuerzas políticas, ha dirigido el afán de alcanzar el poder por las sendas de inhibir en la vida social la participación directa de los ciudadanos. Los nacionalistas agarrados a sus ancestros de historias edulcoradas, arrastran a los necesitados de fantasías; la izquierda prometiendo las más inverosímiles conquistas sociales, se aprovecha de la difícil situación de los más maltratados por la crisis; la derecha por tacticismo y por complejos, renuncia a su ideario abandonando a muchos ciudadanos en el desespero, sin representación a pesar de haber emitido sus votos; los populismos alentando el enfrentamiento, la búsqueda del culpable, la raíz de los enconos, pone a la persona al límite del paroxismo.

Todos los ciudadanos privados de la voluntad son objeto de la despersonalización más absoluta.

El partido, la identidad, la tribu llama a la disciplina pero el hombre si respeta su libertad personal, tiene que ser capaz de resistir la presión que se ejerce sobre él. Hay que empezar a no depender de lo que diga el grupo, hay que empezar a creer en esa “carga” salvadora que es la libertad, hay que conquistarla desempolvando los valores, los ideales éticos, intelectuales, que de un tiempo para aquí la sociedad parece haber perdido.

La Constitución resalta la dignidad de la persona, el respeto a la ley, a los derechos de los demás; es el porqué de la democracia liberal, de la convivencia con los de distinto pensamiento, de distinta fe religiosa, de distintos modos de hacer, de aquellos, de los otros, de los demás.

Un compendio de artículos que aún no se han desarrollado en toda   su amplitud, que se han mal interpretado, que no se cumplen, que se orillan y que en gestos tragicómicos se han quemado entre burlas o aplausos, y que ahora en esta legislatura se han colocado en el centro de la controversia política.

La Ley de leyes, que rescata a la persona frente al poder omnímodo, se utiliza como salvavidas de los políticos mediocres, como diana contra la que lanzar los dardos de la crisis no sólo económica sino también institucional y social, como culpable del “eufemismo ” no encaje catalán.

Son muchos los calificativos sacados del diccionario para dañarla, cuando en realidad ni la conocen, mejor dicho ni la han leído los que con tanto ímpetu la intentan pulverizar. Argumentan su antigüedad para desautorizarla, 38 años de vida, e insisten en reformarla. Y lo dicen quienes están viviendo del erario público desde la transición democrática, ya entrados en años, o quienes obsesionados por llegar a la meta sin previa formación profesional, se creen por su juventud capaces de ocupar las más altas Instituciones del Estado.

Una Cámara legislativa “sui generis”, fracturada en un sin fin de partidos y partidillos, cuyos miembros infringen las normas parlamentarias, un hemiciclo que permite la charanga y pandereta, según decía el poeta, debe afrontar nuestra existencia en común, nuestro futuro y nuestra estabilidad.

El paro, las pensiones, las interferencias políticas en la justicia, la corrupción, el secesionismo, la violencia, la emigración, son algunos de los muchos problemas a solucionar. «La soberanía nacional reside en el pueblo español» (Artículo 1.2), «las Cortes Generales representan al pueblo español» (Artículo 66.1), «Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución» (Artículo 9.1 ). «Los españoles son iguales ante la ley sin que pueda prevalecer discriminación alguna» (Artículo 14); Artículos que hacen imperar nuestras necesidades por ser ciudadanos libres.

No pueden estar los intereses partidistas o de grupo por encima del interés general, de cada uno de los ciudadanos. El despacho en la Delegación del Gobierno en Barcelona para la vicepresidenta del Ejecutivo, señora Sáenz de Santamaría recuerda los salones del hotel Majestic en el inicio de la primera legislatura del señor Aznar, por cierto ambos lugares muy cercanos en el callejero de la ciudad.

Entonces se anularon los derechos de los españoles, de los que viven en Cataluña y en el resto de España, al permitir al nacionalismo imponer su doctrina lingüística totalitaria en la escuela pública y concertada; se privó a todos los españoles de la libertad de elección de lengua vehicular en la enseñanza, ya que la movilidad en todo el territorio nacional desde ese momento fue violentada por infringirse la cooficialidad de las dos lenguas habladas en la comunidad catalana.

Nos podemos plantear ¿Qué concesión tocará en esta ocasión? Los representantes del Estado están al servicio de todos, y con todos están obligados a hablar, a todos deben atender y prestar servicios según señala la legislación.

Durante muchos años el sector más amplio de la población catalana ha sido postergado, ninguneado y olvidado, sólo ha contado en el momento de tributar y de asumir obligaciones, pero nunca se han respetado sus derechos. Una de las funciones del Estado es asegurar el cumplimiento de la ley. Sin ese acatamiento es imposible la estabilidad social y por lo mismo el desarrollo cultural y económico de todos los ciudadanos.

Es el momento de una reacción de derecho, fijar los límites marcados por la ley y respetar la soberanía nacional.

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diciembre 3rd, 2016 by lasvoces

Redacción (Ana Maria Torrijos; licenciada en Filología Clásica) – Esto es lo que ocurre en Cataluña, una ideología totalitaria, con un bagaje más que negativo durante el siglo pasado, está siendo inoculada sin límite alguno desde el amparo de las Instituciones. Una oligarquía social, dispuesta a lo que interese en cada momento histórico, está impidiendo una convivencia pacífica dentro de la ley, primero con la presión por el simple hecho de mantener el poder e inventar una identidad distinta, totalmente engañosa, y luego con el único interés de ocultar todos sus desmanes económicos. San Cugat Del Vallés (Barcelona) España, sábado 3 de diciembre de 2016. Fotografía: Ana María Torrijos, licenciada en Filología Clásica. Foto Joseph Azanméné N./lasvocesdelpueblo

No prima la rectitud como norma de comportamiento, desde el albañil, el profesor, el funcionario, o simplemente seas hombre, mujer o niño

El inicio de la legislatura ha tenido su instantánea en el Congreso de los Diputados. Un acto solemne, símbolo de la Soberanía Nacional, un sistema parlamentario liberal, derechos y libertades. Pero la proyección, a la que están obligados todos los representantes de los ciudadanos, no ha sido la correcta.

Muchos medios de comunicación llenan nuestros oídos mañana y noche de hostilidad, halagan lo fácil, lo verbenero, el enfrentamiento dirigido siempre en una sóla dirección, dando la casualidad que no es la suya, es la del otro. El relativismo moral se ha impuesto en todos los ámbitos y se ha olvidado la tradición occidental, la que ha permitido llegar a las mayores cotas de libertad y respeto a las personas, dentro de un marco de desarrollo generalizado.

No prima la rectitud como norma de comportamiento, desde el albañil, el profesor, el funcionario, o simplemente seas hombre, mujer o niño. La desorientación nos invade, no se nos dan referencias loables, dignas de ser emuladas. Estamos inmersos en un magma de insensateces, de dislates y de pautas destructivas. Nadie es capaz de dirigirse a los ciudadanos y con datos veraces señalar la grave situación en la que se encuentra Europa y como miembro España.

En los poderes locales estamos gobernados por principiantes malcarados, capaces de las más notables insensateces, preocupados en dar la nota rompiendo las pautas establecidas en las fiestas tradicionales: con reinas grotescas, cabalgatas presididas por Reyes Magos al estilo arlequín, pesebres invernados en burbujas.

A nivel autonómico gobernados por quienes lanzan soflamas dirigidas a descubrir naciones hasta en cualquier valle de la geografía, derrochando el dinero público en proyectos que sólo existen en su imaginario, haciendo rutas turísticas para conseguir apoyos internacionales a la causa del ” procés “.

A nivel nacional gobernados por quienes están faltos de sentido de Estado, capaces de doblegar el interés público al ideológico, partidista o personal, no siendo capaces de dejar el puesto a otro candidato con más predicamento. Con estas bridas resulta un Ejecutivo en franca minoría en los momentos que se requiere estabilidad, claridad y firmeza.

Es intolerable admitir que un Gobierno en lugar de utilizar la razón para tomar decisiones según la realidad social, pretenda alterarla según los planteamientos previamente forjados desde la atalaya del mesianismo.

El escenario es España, Europa, no la selva, no el ártico

Esto es lo que ocurre en Cataluña, una ideología totalitaria, con un bagaje más que negativo durante el siglo pasado, está siendo inoculada sin límite alguno desde el amparo de las Instituciones. Una oligarquía social, dispuesta a lo que interese en cada momento histórico, está impidiendo una convivencia pacífica dentro de la ley, primero con la presión por el simple hecho de mantener el poder e inventar una identidad distinta, totalmente engañosa, y luego con el único interés de ocultar todos sus desmanes económicos.

Nadie se inmuta, nadie aplica las leyes, nadie reivindica los derechos de los ciudadanos perjudicados, no importa el menosprecio al marco legal ni la mínima preocupación hacía las víctimas propiciatorias, unos niños, unos ciudadanos, silenciados, despojados de sus libertades en el trabajo, en las escuelas, en la vida social.

El escenario es España, Europa, no la selva, no el ártico. Los responsables públicos, los tribunales de justicia son inoperantes. Consta que estamos en un Estado de Derecho, pero en la práctica todo queda en un formato vacío de contenido.

El continuo deterioro va en aumento –perder las formas, no cumplir las sentencias, sacudir en el aire el chasquear del guerracivilismo, utilizar la mentira en foros institucionales, agredir de palabra, transmitir odio al adversario, al que piensa de otra manera–, nos puede llevar al caos.

Se ha de parar este encuadre si no queremos lamentar tristes sucesos de crispación. La persona humana se distingue de la fiera en su raciocinio, en el empleo de los medios que nos hemos dado para conseguir una convivencia en paz.

Se puede dialogar, consensuar aunque siempre dentro de un límite, el límite que marca la ley y esa ley es la Constitución

Por todo ello hay que recobrar la cordura perdida. La libertad dentro del marco de la ley, requiere no ser maximalista en los posicionamientos políticos, pero eso no quiere decir que se deba primar la ambigüedad, la incapacidad de defender con claridad los principios.

Se puede dialogar, consensuar aunque siempre dentro de un límite, el límite que marca la ley y esa ley es la Constitución. Fuera de ella no hay derechos, ni justicia, ni igualdad, ni libertad. Y esa Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española.

No queramos olvidar la concordia conseguida en la transición a la democracia, recuperemos su herencia y tracemos un proyecto común entre todos. Nadie sobra, todos somos necesarios. Nuestra Nación en la que participamos, merece alejar enconos, revanchas, falsas historias identitarias y sobre todo a los insidiosos predicadores de paraísos terrenales, subvencionados con dinero público desviado de fines sociales.

Para introducir de nuevo las buenas prácticas en el ámbito oficial hay un único camino, trazar profundas reformas en la Administración y renovar a los líderes políticos después de abrir la vida interna de los partidos al diálogo, a la militancia y hacer primar el interés de servicio frente al de lucrarse a costa de los impuestos de los ciudadanos.

Dos elementos que conjugados con inteligencia, nos pueden facilitar el encontrar salidas, la paz social

Soluciones posibles muchas, pero hasta que no se tomen, la manipulación va en aumento, los parlanchines de siempre alzan la voz y con cierto tono ácido se apuntan  a entregar en nombre del pueblo, sea el español, el catalán, el vasco, cesiones de la soberanía con referendos ilegales, reformas de la Carta Magna con el propósito de dinamitar el Estado, el marco legal que nos ampara.

Y mientras tanto sigue en peligro las pensiones de los trabajadores que han cotizado muchos de ellos más de cuarenta años, una cotización obligatoria para un fin: seguridad en la jubilación si se sortea la muerte, no un fraude económico consistente en multiplicar a todo ritmo el número de cargos políticos y anexos, entidades, consejos, subvenciones y aumento constante del gasto de las Comunidades Autónomas, que suelen ser por caprichos, viajes, planes secesionistas u otras zarandajas múltiples.

Un primer paso para enderezar la ruta de nuestra convivencia en común sería leer nuestra Ley de leyes, meditar los valores que enuncia, muchos y profundos. Creer en lo posible en nosotros, en cada uno individualmente y en la colaboración de unos con otros. Dos elementos que conjugados con inteligencia, nos pueden facilitar el encontrar salidas, la paz social.

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