agosto 3rd, 2016 by lasvoces

Redacción (Ana Maria Torrijos; licenciada en Filología Clásica) – Un refrán avala tal reflexión «Con estos mimbres no se puede hacer más que este cesto» o también hay otro en lengua catalana «D’on no n’hi ha, no en pot rajar» –en español: «De donde no hay, no puede manar»–. La ciudadanía en su conjunto es responsable de la deriva del Estado: En estar callada ante los continuos desacatos a la Constitución; en aceptar diferentes interpretaciones de la ley por delitos iguales, en permitir la impunidad en el ámbito político (…). Cuesta poco decir en voz alta que la ciudadanía o el pueblo español da muestra de una valía que no alcanzan a tener los dirigentes políticos (…). La solución sería sencilla sustituir a los cabezas de lista. Barcelona (España), miércoles 3 de agosto de 2016. Fotografía: Los cuatro candidatos a la presidencia del Gobierno antes del único debate a cuatro entre los 4 candidatos de principales partidos en España al 26J español 2016. Archivo Efe.

Cuando por primera vez, estudiante de bachillerato, leí el Cantar del Mio Cid, uno de los pasajes que más me gustó por su profundo significado y aún hoy con posibilidades de interpretar, fue el que contiene la frase “Dios, qué buen vasallo, si hubiere buen señor”. Sin pretender incursiones académicas y con un interés simplista se pueden encontrar paralelismos con la actual situación política. Cuesta poco decir en voz alta que la ciudadanía o el pueblo español da muestra de una valía que no alcanzan a tener los dirigentes políticos, sean quienes sean; el tiempo transcurrido con gobierno provisional, la incertidumbre económica, el no acatamiento del orden establecido, son tensiones tan extremas que llevan a aceptar con mucha facilidad tal deducción y así descargar el sentimiento de culpa colectiva. La solución sería sencilla sustituir a los cabezas de lista.

Pero es obligado negarse a ser tan lineal si se acepta que el hombre es el ser racional por excelencia. Antes de que descubramos por esas galaxias, que se intentan desentrañar, algún ente que aventaje al descendiente de Adán o que en el laboratorio se destruya, después de mezclas y combinaciones múltiples, el cenit de la capacidad humana, todos los aspirantes a seguir estando en la racionalidad: enlazar ideas, seleccionar alternativas, valorar la bondad de lo elegible, deben meditar la sabia afirmación que se le otorgó al héroe histórico. Es oportuno alejar prejuicios obtenidos por legado familiar, por educación en la escuela, por influencias sociales para ver el otro aspecto de la frase incluida en los versos del poema; intentar cambiar el orden de lo establecido –el vasallo bueno frente al señor sin méritos– y en su lugar centrar la atención en otro posible supuesto de la frase. Los eruditos de todos los tiempos, o mejor dicho los filósofos fueron los adelantados en la sabiduría humana y fueron ellos los que descubrieron detrás de las palabras un sutil sentido que le permitió al hombre hacer pensamiento. Por eso, regresar al recitado juglaresco con el criterio mencionado, nos permite encontrar un innovador relevo a la anterior enseñanza –buen señor por haber buen vasallo–. Difícil es tener representantes públicos con adecuada preparación y capacidad de decisión si la sociedad que los gesta, no reúne las condiciones imprescindibles. Un refrán avala tal reflexión “Con estos mimbres no se puede hacer más que este cesto” o también hay otro en lengua catalana “D’on no n’hi ha, no en pot rajar” (de donde no hay, no puede manar).

La ciudadanía en su conjunto es responsable de la deriva del Estado: En estar callada ante los continuos desacatos a la Constitución; en aceptar diferentes interpretaciones de la ley por delitos iguales, en permitir la impunidad en el ámbito político; en no negarse al atropello de los derechos fundamentales de algunos ciudadanos, en no reaccionar ante ciertos indultos; en mirar hacia otro lado cuando los poderes públicos entorpecen la investigación de actos violentos de graves consecuencias; en no exigir aclaraciones cuando se introduce un cambio en la legislación y en gran medida cuando se ataca la división de poderes; en no denunciar el robo realizado por representantes políticos, en no quejarse al ver en aumento constante los organismos públicos, en someterse al nepotismo; a los actos de prevaricación por incumplimiento de los juramentos propios de cargos institucionales; en considerar anecdótico las múltiples subvenciones dadas a manos llenas, en no dar importancia al despilfarro del erario público en construcciones faraónicas innecesarias, en no inmutarse ante el deterioro de las instituciones; en no pedir explicaciones por el estancamiento de la retribución de las pensiones; en callar ante la incursión de los políticos en el ámbito destinado a los ciudadanos; en no alarmarse por el continuo recorte de libertades a través de cámaras de vigilancia en las calles, de Drones para descubrir desde el aire construcciones ilegales o cualquier cambio producido en tu domicilio, en no denunciar escuchas telefónicas, en acatar los horarios comerciales decididos por ideología; en someterse a un exceso de trámites burocráticos al emprender un negocio; en ajustarse a limitar el emplazamiento de ciertos locales dispensadores de productos farmacéuticos cuando en otros países europeos no existe esta prohibición. Muchos más ejemplos se podrían nombrar en los que la sociedad no ha reaccionado con firmeza y valentía. Es muy difícil ante esta realidad acusar únicamente a los políticos de la grave crisis que se cierne sobre la Nación. Un grado de humildad se requiere para aceptar que cuando se emitía el voto en la urna muy pocos valoraban los hechos sucedidos.

Conviene tener humildad para comprender la estupidez mostrada por la ciudadanía al desentenderse de la agenda política y al no reflexionar sobre cada una de las propuestas. Si a lo largo de la trayectoria democrática no se ha inmutado por casos como el Gal, por el incumplimiento de las sentencias judiciales, por entregar la Educación de las nuevas generaciones a políticos sectarios y enemigos de la libertad de cátedra, que se puede esperar ahora cuando los oídos de los españoles sólo escuchan las palabras que rezuman buenismo y demagogia populista. Es notorio que la Administración en muchos aspectos es mejorable, si no fuera así no sería noticia que muchos españoles difuntos aún les ingresen su jubilación, que algunos sin asistir al trabajo cobren con puntualidad, que responsables públicos acumulen varias pagas por flexibilidad legal o por despiste al no notificarlo con prontitud. Se han multiplicado tanto los organismos públicos, sus correspondientes entidades y sus múltiples contratados, que han ocasionado la precariedad en su funcionamiento. No se ha priorizado buena preparación para cubrir esos puestos, y en su lugar el requisito único ha sido ser familiar, amigo, o compañero de partido mientras la sociedad callaba; muchos de los que tienen responsabilidades en los distintos consistorios muestran una formación muy precaria para el cargo y sus conciudadanos que los conocen no reaccionan y así han medrado los ineptos. Parte de la sociedad más insensible a lo religioso, ha cubierto ese espacio con el dios del partido, de la ideología y de la identidad. El perdón ya no gusta, ahora prima el odio al que difiere, al que triunfa, al que es mejor en esto o aquello. Lo dicho –un buen señor si hubiere un buen vasallo–.

El individuo necesita al grupo para existir y para mejorar, pero éste si quiere avanzar en todos los órdenes, le es imprescindible estar constituido por personas capaces de ingeniar, trabajar y mostrar honestidad. Un binomio social que si funciona, aporta prosperidad, pero si se ha corrompido, muestra los despojos de lo que fue y no fue capaz de desarrollar. ¿Investidura o terceras elecciones? Responder al interrogante no nos asegura resultados acertados. Los resultados serán atinados para nuestra democracia cuando se coloque en el lugar que les corresponde a los grupos secesionistas, aún no mayoritarios. Un primer paso ha sido el no dar grupo parlamentario a Democracia catalana en el Senado ni en el Congreso, pero no puede quedar ahí solamente, se han de introducir reformas imprescindibles en las leyes y sobre todo que las fuerzas políticas mayoritarias actúen sin tics ni grupos en su seno de tendencia nacionalista. Después de haber aplicado los correctores imprescindibles en la defensa de la integridad de la Nación, el gestionar el resto de necesidades de un país es más fácil; la contienda derecha e izquierda se agiliza con mayor rapidez en la seguridad de que no se pondrá en peligro la continuidad del Estado.

Esto es lo que debemos precisar a las fuerzas parlamentarias, pero también los ciudadanos debemos prestar atención a lo que se realiza en los espacios de gobierno. A cualquier desvío detectado con prontitud, podremos ponerle limite y obligar al que gobierna a rectificar ya que sabrá que puede ser no votado en las próximas elecciones o más grave aún, inhabilitado para siempre.

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