agosto 21st, 2016 by lasvoces
Redacción (Ana Maria Torrijos; licenciada en Filología Clásica) – Se ha significado en negativo a la Derecha desde el inicio del sistema Parlamentario Liberal y se le han achacado todos los males, desastres y barbaridades posibles. Ella, según esos criterios, es la causante de las guerras, de la pobreza, de la desnutrición, de la desforestación y sobre todo de la proletarización o de la insolidaridad, el de no preocuparse de la gente, que es el término de moda al uso. Tampoco hay que obviar los planteamientos esgrimidos por los que ven con mente obtusa a la Izquierda en general de inepta, de demoniaca ya que los métodos son tan inmorales como los anteriores, aunque de este lado hay un elemento nuevo que son los medios de comunicación, mayoritariamente con visión pro Izquierda sin olvidar las cuñas nacionalistas en ciertas Autonomías. Barcelona (España), domingo 21 de agosto de 2016. Fotografía: Ana María Torrijos Hernández, licenciada en Filología Clásica. Foto archivo Joseph Azanméné N./lasvocesdelpueblo.
Se nace libre por encima de lo que restringe la herencia genética y la situación social de la familia. A partir de ese momento el individuo empieza a aprender y a recibir influencias desde el entorno. Todo lo que le rodea se conjuga con su Yo y de ahí surge su carácter. Los condicionantes son muchos -a veces orientan, en ocasiones modelan y en otras se imponen-.
Todos estamos llamados a intervenir en las actividades que la sociedad suele desarrollar. La pluralidad es la manifestación más espontánea de un colectivo, por eso es lógico que en el ámbito de la participación política las distintas sensibilidades se muestren sin coacción alguna. Los únicos excluidos de esta espontánea actividad son los que atropellan la ley, la garantía de la convivencia. La terminología propia en los usos de gobierno y de gestión está marcada por los vocablos Derecha e Izquierda -aunque dentro de esa escala se identifiquen conservadores, liberales, socialdemócratas, comunistas-. Los dos conceptos anteriores tienen la misma legitimidad de existir y de representar a los ciudadanos. El sistema democrático ha sido organizado tanto por los componentes de uno como por los del otro y además han participado ambos en los éxitos y fracasos que hayan podido surgir en ese proceso. España no es diferente a otros países europeos, la historia de todos se ha ido escribiendo de una forma paralela, salvando ciertas especificidades. Hace ya bastantes años iniciamos esa gran aventura después de los altibajos que se fueron sucediendo a lo largo del siglo XIX y parte del XX, pero lo que no hemos acabado de abandonar es la carga negativa de los términos de adscripción política, una carga arrastrada de épocas ya pasadas y no válida en la actualidad.
Democracia es disenso, transparencia, honestidad pero sobre todo respeto. Las dos opciones ideológicas tienen el mismo reconocimiento legal y de partida la misma capacidad de poder ofrecer a la sociedad las mejores cotas de bienestar, el mejor proyecto educativo, la más alta tasa laboral de puestos de trabajo, y así en las restantes áreas de acción. La práctica, según los medios empleados y la intensidad del esfuerzo para alcanzar las metas previstas, dará a un sector o al otro el reconocimiento del ciudadano.
Estamos en un impasse, diputados y senadores pero sin Presidente de Gobierno. A pesar de haber acudido dos veces a las urnas ha sido imposible constituir un Ejecutivo en la primera tentativa y en la segunda parece que se puede reproducir la frustración anterior. De pronto, el hastío reinante se ha visto alterado por la necesidad imperiosa de protagonismo del señor Albert Rivera; un paso adelante hacia un acuerdo con el candidato del Partido Popular, gesto muy parecido al que hizo en la anterior legislatura con el intento de investidura del candidato socialista, el señor Pedro Sánchez. Los protagonistas no alcanzan el nivel que requiere la tarea de gobernar. Muchas son las frases pronunciadas por los distintos líderes antes y después de las urnas, pero si las intentamos entender no contentan por su vaciedad. En vez de acometer los puntos programáticos y discutir sobre ellos y promover un acercamiento en vistas de facilitar el ritmo democrático, se dedican a esquivar todo lo que sea compromiso. El señor Pedro Sánchez con tono altivo subestima a la Derecha hasta extremos de insistir en que entre la Izquierda y la Derecha no hay nada en común que tratar y enfatiza en que él lidera la oposición para eliminar todo lo que ha hecho en la legislatura el Gobierno de Derechas. Por su parte el presidente de Ciudadanos se ha esforzado al máximo en alejarse de ese espacio de la Derecha para no ser identificado con el arquetipo endosado a esta denominación política. Con estos estilos de hacer estamos entrando otra vez en un terreno muy peligroso, un terreno de crispación, el de darle al otro, con el que se comparte el amplio espacio político, el estigma de ser el antihéroe cuyas características, signos distintivos son contrarios a los suyos o sea malos. Se ha significado en negativo a la Derecha desde el inicio del sistema Parlamentario Liberal y se le han achacado todos los males, desastres y barbaridades posibles. Ella, según esos criterios, es la causante de las guerras, de la pobreza, de la desnutrición, de la desforestación y sobre todo de la proletarización o de la insolidaridad, el de no preocuparse de la gente, que es el término de moda al uso.
No se conseguirá una vida social sana hasta que no empleemos los mismos parámetros al enjuiciar a un sector político igual que al otro. Utilizar en la dialéctica criterios estigmatizadores es envenenar a la sociedad, es no ofrecerle a los individuos la oportunidad de ser ellos los que den su veredicto final y apoyen a la ideología que crean que puede solucionar mejor sus problemas. Si volvemos al principio del escrito, cada persona es libre de ir formando su carácter de la manera que le sea posible o que quiera; si alguna limitación “fortuita” puede impedirlo es de lamentar y hay que procurar enmendarlo, pero lo que no se puede permitir es que esa limitación sea pensada, prefabricada y echada a andar cuanto más por una fuerza política, utilizando el escarnio al otro para magnificar sus propias propuestas. En la memoria está el uso sectario del dóberman, del cordón sanitario, de ir al notario para dejar constancia de rechazo, de lanzar el calificativo fascista. Las referencias son suficientes para dar firmeza a la reflexión expresada. Rehuir por salud democrática de esos procedimientos obscenos es lo más viable y conveniente.
Tampoco hay que obviar los planteamientos esgrimidos por los que ven con mente obtusa a la Izquierda en general de inepta, de demoniaca ya que los métodos son tan inmorales como los anteriores, aunque de este lado hay un elemento nuevo que son los medios de comunicación, mayoritariamente con visión pro Izquierda sin olvidar las cuñas nacionalistas en ciertas Autonomías. Imprescindible y complementaria al sistema democrático es la pluralidad informativa que ha sido sesgada por la intervención sectaria de los políticos. Las subvenciones a la prensa escrita, las concesiones arbitrarias de emisoras de radio y televisión, los monopolios provocados por el reparto de la propaganda ha incidido en negativo mermando la tan necesaria pluralidad y en gran medida la profesionalidad periodística. Una dificultad más es la fragmentación en “taifas” de las cadenas autonómicas que han alambicado todo el proceso informativo. Esta tendencia a opinar sin argumentos, con mente dogmática embrutece la trayectoria social. Ahora más que nunca necesitamos una ciudadanía capaz de superar los socavones que nos han colocado en el camino y que por displicencia los hemos sorteado dando un rodeo cuando lo correcto hubiera sido haberlos arreglado. En política nunca debe dejarse para otro momento lo que requiere enmienda inminente. Habrá que repetir infinidad de veces que los elegibles para el servicio público deben tener una firme preparación y una experiencia activa en el mundo socioeconómico, no vale cualquiera, todos tenemos derecho, pero se han de cumplir unos requisitos como en otra actividad humana.
Una más de las alteraciones democráticas ha sido introducir la mentira en el discurso. El engaño parece ser el salvoconducto preferido para embaucar a la sociedad, engaño con la difamación al contrincante político, engaño con las promesas en campaña, sabiendo que son imposibles de cumplir o que no está en los planes del partido cumplirlas, engaño por cobardía ante lo políticamente correcto. Si con cierta insistencia nos apabullan con los resultados de encuestas que esconden cierto deseo de influir en la predisposición del elector, sería más interesante saber el grado de valoración que los políticos tienen del ciudadano porque viendo la cínica manera de expresarse, la farsa que suelen montar para hacer creíble lo canallesco, nos permite comprender que somos muñecos en sus manos, que cuanto menos informados estemos y menos preparados, ellos podrán hacer creíble lo más inverosímil: el gasto público.
El gasto público es tan descomunal para un país de las dimensiones geográficas, demográficas y económicas de España que es imposible que lo superemos si no se toman medidas lo más pronto posible. Los impuestos de los ciudadanos deben de ir dirigidos con prioridad a las tres áreas que vertebran socialmente, Sanidad, Educación y Pensiones, y luego a lo que constituye la maquinaria necesaria del Estado. Cuando dirigimos la mirada a otra nación europea con la intención de comparar, se aprecia la cantidad de entidades y personal que sobra en nuestra Administración -amigos de políticos y de partidos-, cuyo único fin es vivir del erario público en detrimento del gasto social. Algunos de esos puestos prescindibles van acompañados de unos sueldos desmesurados y lo más inmoral es que a la mayoría de los que llegan a ocuparlos no les avala ni un Currículo ni una experiencia profesional. Los datos más recientes nos indican que las Comunidades Autónomas han aumentado el número del personal contratado contraviniendo lo marcado por la Comunidad Europea. La obsesión de las distintas administraciones de hacer creer que aumentar la inversión y engrosar el cuerpo de trabajadores públicos es la solución, carece de realidad, procedimientos que no generan riqueza para el país, todo lo contrario, gravan negativamente los presupuestos del Estado a costa de la carga impositiva sobre los ciudadanos. Basta recordar el “Plan E” del expresidente, señor Zapatero, una inversión fantasma en cuanto a eficacia, ya que se gastó en comparación más en carteles propagandísticos que en el objetivo de salida.
El peaje de seis puntos de obligado cumplimiento para el candidato al debate de investidura, noticia que llena las páginas de los rotativos, no tendría que centrar nuestra atención, lo trascendental sería buscar medidas legales y políticas, unidad constitucional, para impedir los graves sucesos que se avecinan en el País Vasco y en Cataluña.
Mientras no nos ofrezcan los políticos imágenes o manifestaciones más interesantes que las triviales caminatas del presidente en funciones, el señor Rajoy, las jornadas playeras del señor Sánchez, la presencia ante la prensa del señor Rivera con corbata o sin ella según el momento y el periodo emprendido de meditación del señor Iglesias, los ciudadanos por la experiencia vivida debemos aprender a saber exigir, saber votar y saber valorar lo que nos interesa por encima de las prevenciones que nos generan los interesados en manipular nuestra voluntad. No permitamos que nos quiten esta parcela de libertad, nuestro protagonismo en la Política desde la Izquierda o desde la Derecha.
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agosto 3rd, 2016 by lasvoces
Redacción (Ana Maria Torrijos; licenciada en Filología Clásica) – Un refrán avala tal reflexión «Con estos mimbres no se puede hacer más que este cesto» o también hay otro en lengua catalana «D’on no n’hi ha, no en pot rajar» –en español: «De donde no hay, no puede manar»–. La ciudadanía en su conjunto es responsable de la deriva del Estado: En estar callada ante los continuos desacatos a la Constitución; en aceptar diferentes interpretaciones de la ley por delitos iguales, en permitir la impunidad en el ámbito político (…). Cuesta poco decir en voz alta que la ciudadanía o el pueblo español da muestra de una valía que no alcanzan a tener los dirigentes políticos (…). La solución sería sencilla sustituir a los cabezas de lista. Barcelona (España), miércoles 3 de agosto de 2016. Fotografía: Los cuatro candidatos a la presidencia del Gobierno antes del único debate a cuatro entre los 4 candidatos de principales partidos en España al 26J español 2016. Archivo Efe.
Cuando por primera vez, estudiante de bachillerato, leí el Cantar del Mio Cid, uno de los pasajes que más me gustó por su profundo significado y aún hoy con posibilidades de interpretar, fue el que contiene la frase “Dios, qué buen vasallo, si hubiere buen señor”. Sin pretender incursiones académicas y con un interés simplista se pueden encontrar paralelismos con la actual situación política. Cuesta poco decir en voz alta que la ciudadanía o el pueblo español da muestra de una valía que no alcanzan a tener los dirigentes políticos, sean quienes sean; el tiempo transcurrido con gobierno provisional, la incertidumbre económica, el no acatamiento del orden establecido, son tensiones tan extremas que llevan a aceptar con mucha facilidad tal deducción y así descargar el sentimiento de culpa colectiva. La solución sería sencilla sustituir a los cabezas de lista.
Pero es obligado negarse a ser tan lineal si se acepta que el hombre es el ser racional por excelencia. Antes de que descubramos por esas galaxias, que se intentan desentrañar, algún ente que aventaje al descendiente de Adán o que en el laboratorio se destruya, después de mezclas y combinaciones múltiples, el cenit de la capacidad humana, todos los aspirantes a seguir estando en la racionalidad: enlazar ideas, seleccionar alternativas, valorar la bondad de lo elegible, deben meditar la sabia afirmación que se le otorgó al héroe histórico. Es oportuno alejar prejuicios obtenidos por legado familiar, por educación en la escuela, por influencias sociales para ver el otro aspecto de la frase incluida en los versos del poema; intentar cambiar el orden de lo establecido –el vasallo bueno frente al señor sin méritos– y en su lugar centrar la atención en otro posible supuesto de la frase. Los eruditos de todos los tiempos, o mejor dicho los filósofos fueron los adelantados en la sabiduría humana y fueron ellos los que descubrieron detrás de las palabras un sutil sentido que le permitió al hombre hacer pensamiento. Por eso, regresar al recitado juglaresco con el criterio mencionado, nos permite encontrar un innovador relevo a la anterior enseñanza –buen señor por haber buen vasallo–. Difícil es tener representantes públicos con adecuada preparación y capacidad de decisión si la sociedad que los gesta, no reúne las condiciones imprescindibles. Un refrán avala tal reflexión “Con estos mimbres no se puede hacer más que este cesto” o también hay otro en lengua catalana “D’on no n’hi ha, no en pot rajar” (de donde no hay, no puede manar).
La ciudadanía en su conjunto es responsable de la deriva del Estado: En estar callada ante los continuos desacatos a la Constitución; en aceptar diferentes interpretaciones de la ley por delitos iguales, en permitir la impunidad en el ámbito político; en no negarse al atropello de los derechos fundamentales de algunos ciudadanos, en no reaccionar ante ciertos indultos; en mirar hacia otro lado cuando los poderes públicos entorpecen la investigación de actos violentos de graves consecuencias; en no exigir aclaraciones cuando se introduce un cambio en la legislación y en gran medida cuando se ataca la división de poderes; en no denunciar el robo realizado por representantes políticos, en no quejarse al ver en aumento constante los organismos públicos, en someterse al nepotismo; a los actos de prevaricación por incumplimiento de los juramentos propios de cargos institucionales; en considerar anecdótico las múltiples subvenciones dadas a manos llenas, en no dar importancia al despilfarro del erario público en construcciones faraónicas innecesarias, en no inmutarse ante el deterioro de las instituciones; en no pedir explicaciones por el estancamiento de la retribución de las pensiones; en callar ante la incursión de los políticos en el ámbito destinado a los ciudadanos; en no alarmarse por el continuo recorte de libertades a través de cámaras de vigilancia en las calles, de Drones para descubrir desde el aire construcciones ilegales o cualquier cambio producido en tu domicilio, en no denunciar escuchas telefónicas, en acatar los horarios comerciales decididos por ideología; en someterse a un exceso de trámites burocráticos al emprender un negocio; en ajustarse a limitar el emplazamiento de ciertos locales dispensadores de productos farmacéuticos cuando en otros países europeos no existe esta prohibición. Muchos más ejemplos se podrían nombrar en los que la sociedad no ha reaccionado con firmeza y valentía. Es muy difícil ante esta realidad acusar únicamente a los políticos de la grave crisis que se cierne sobre la Nación. Un grado de humildad se requiere para aceptar que cuando se emitía el voto en la urna muy pocos valoraban los hechos sucedidos.
Conviene tener humildad para comprender la estupidez mostrada por la ciudadanía al desentenderse de la agenda política y al no reflexionar sobre cada una de las propuestas. Si a lo largo de la trayectoria democrática no se ha inmutado por casos como el Gal, por el incumplimiento de las sentencias judiciales, por entregar la Educación de las nuevas generaciones a políticos sectarios y enemigos de la libertad de cátedra, que se puede esperar ahora cuando los oídos de los españoles sólo escuchan las palabras que rezuman buenismo y demagogia populista. Es notorio que la Administración en muchos aspectos es mejorable, si no fuera así no sería noticia que muchos españoles difuntos aún les ingresen su jubilación, que algunos sin asistir al trabajo cobren con puntualidad, que responsables públicos acumulen varias pagas por flexibilidad legal o por despiste al no notificarlo con prontitud. Se han multiplicado tanto los organismos públicos, sus correspondientes entidades y sus múltiples contratados, que han ocasionado la precariedad en su funcionamiento. No se ha priorizado buena preparación para cubrir esos puestos, y en su lugar el requisito único ha sido ser familiar, amigo, o compañero de partido mientras la sociedad callaba; muchos de los que tienen responsabilidades en los distintos consistorios muestran una formación muy precaria para el cargo y sus conciudadanos que los conocen no reaccionan y así han medrado los ineptos. Parte de la sociedad más insensible a lo religioso, ha cubierto ese espacio con el dios del partido, de la ideología y de la identidad. El perdón ya no gusta, ahora prima el odio al que difiere, al que triunfa, al que es mejor en esto o aquello. Lo dicho –un buen señor si hubiere un buen vasallo–.
El individuo necesita al grupo para existir y para mejorar, pero éste si quiere avanzar en todos los órdenes, le es imprescindible estar constituido por personas capaces de ingeniar, trabajar y mostrar honestidad. Un binomio social que si funciona, aporta prosperidad, pero si se ha corrompido, muestra los despojos de lo que fue y no fue capaz de desarrollar. ¿Investidura o terceras elecciones? Responder al interrogante no nos asegura resultados acertados. Los resultados serán atinados para nuestra democracia cuando se coloque en el lugar que les corresponde a los grupos secesionistas, aún no mayoritarios. Un primer paso ha sido el no dar grupo parlamentario a Democracia catalana en el Senado ni en el Congreso, pero no puede quedar ahí solamente, se han de introducir reformas imprescindibles en las leyes y sobre todo que las fuerzas políticas mayoritarias actúen sin tics ni grupos en su seno de tendencia nacionalista. Después de haber aplicado los correctores imprescindibles en la defensa de la integridad de la Nación, el gestionar el resto de necesidades de un país es más fácil; la contienda derecha e izquierda se agiliza con mayor rapidez en la seguridad de que no se pondrá en peligro la continuidad del Estado.
Esto es lo que debemos precisar a las fuerzas parlamentarias, pero también los ciudadanos debemos prestar atención a lo que se realiza en los espacios de gobierno. A cualquier desvío detectado con prontitud, podremos ponerle limite y obligar al que gobierna a rectificar ya que sabrá que puede ser no votado en las próximas elecciones o más grave aún, inhabilitado para siempre.
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julio 21st, 2016 by lasvoces
Redacción (Ana Maria Torrijos; licenciada en Filología Clásica) – A nivel institucional ha empezado el trámite de investidura, un periodo de contactos -¿qué te doy y qué me das tú?- proceso que si se ciñese a las variables posibles de gestión y a las grandes reformas que requiere el sistema, sería notable y correcto. Pero si entra en trapichear con valores fundamentales de la Constitución, será negativo por romper todos los esquemas de la legalidad (…). Seria dinamitar a España. Barcelona (España), jueves 21 de julio de 2016. Fotografía: Ana María Torrijos Hernández, licenciada en Filología Clásica. Archivo Lasvocesdelpueblo.
La corrupción está presente, nos acompaña a todas horas, la información periodística nos la sirve en exclusiva, supuestas filtraciones, como si los delitos no pudieran tramitarse por los cauces legales al uso y tuvieran que ir por los derroteros del que le interesa darlos a la carta y con eclosión mediática. La corrupción es en sí negativa, un daño profundo a la sociedad y sobre todo cuando se institucionaliza. Muchas denuncias publicadas en libros, en artículos, mencionadas en debates, en tertulias pero la única respuesta ha sido un silencio profundo o en todo caso se han abierto diligencias que han quedado en nada, impunidad absoluta, y de vez en cuando alguna condena que pronto encuentra su correspondiente indulto. El delito si no se ataja, no queda limitado a lo que le ha dado origen, en nuestro caso enriquecerse a través de la acción pública, sino que se extiende y daña los resortes morales de las personas, de los políticos, de los partidos, de la Administración y de las más altas instancias del Estado.
A nivel institucional ha empezado el trámite de investidura, un periodo de contactos -¿qué te doy y qué me das tú?- proceso que si se ciñese a las variables posibles de gestión y a las grandes reformas que requiere el sistema, sería notable y correcto. Pero si entra en trapichear con valores fundamentales de la Constitución, será negativo por romper todos los esquemas de la legalidad. Ya no es un millón de euros, de tres, de cinco, sería la venta de los principios que dan sentido a la democracia, sería dinamitar a España. Y nadie se mueve, ni el fiscal general, ni el Tribunal Constitucional, ni el Superior de Justicia ante las continuas embestidas secesionistas. España no tiene en el Parlamento un partido que la respete tal cual reza la Carta Magna en el título preliminar pues algunos hacen cábalas sobre lo que ha sido, lo que es o lo que será como si tuvieran derecho a destruir el patrimonio heredado de muchas generaciones; otros dicen respetar su unidad pero cuesta entenderlo cuando no se defienden sus elementos identificativos entre los que está la lengua española, proscrita en amplias zonas del país desde que los nacionalistas alcanzaron el poder en algunas autonomías; escuelas, televisiones, radios, rotulación callejera, folletos oficiales, información hospitalaria, comunicados de distintos organismos, todo aquello que recibe subvención de la administración correspondiente deja de usar la lengua que nos une a todos, que nos permite comunicarnos y que a la vez nos hermana con muchos países del mundo. En bastantes ocasiones, desde la tribuna del Congreso de diputados se han jaleado frases despectivas contra la Nación y se ha alentado a su ruptura sin que los organismos competentes aplicasen la legalidad correctora.
De estos incumplimientos deriva el expolio a los ciudadanos de sus derechos fundamentales; muchos se ven obligados a sentirse marginados, en primeras instancias por la ley electoral, pero luego, a ello hay que sumar el olvido premeditado del poder, al no defenderlos, al considerarlos moneda de cambio para presidir el ejecutivo; barceloneses, mallorquines, valencianos, ejemplos de los muchos que son. Y en las entrevistas que requiere el posible apoyo al ejecutivo del señor Rajoy, ya se empiezan a barajar concesiones a los que su única preocupación es medrar a toda costa, prosperar social, laboral o económicamente al amparo de destruir la unidad nacional, sin tener en cuenta el candidato a la presidencia las consecuencias tan dañinas para la democracia, para los ciudadanos y para la paz social que han reportado estos oscuros manejos en anteriores legislaturas.
En un país normalizado no se cuestiona la estabilidad económica y social, mientras que aquí lo que le preocupa a los “servidores públicos” es su entorno personal y de grupo. Sería satisfactorio el apreciar que la toma de decisión de apoyo o no a la investidura fuera por el interés nacional, en cambio las señales muestran todo lo contrario y las razones que se dan rayan en el ridículo. El Parlamento es una palestra para dar puñetazos por doquier, en vez de un espacio adecuado a la gobernabilidad. Esta anomalía nos lleva a oir disparates tales “el PSOE y el PP son incompatibles como el aceite al agua”, frase que crea confusión en la ciudadanía, e impacta con efectos perniciosos en los que se mueven sólo por impulsos; dos partidos que han ostentado el gobierno, que saben de la responsabilidad de dirigir un país, siempre tienen un espacio de encuentro, el respeto a la legalidad vigente y la defensa de la nación española, aunque discrepen en los medios para conseguir el bienestar social. Cada vez son más las personas que excluyen de las conversaciones los temas políticos. Los arrinconan en el trastero con la intención de no provocar divisiones en la familia, tibieza en las amistades y encono entre los compañeros de trabajo. Situación fomentada por frases igual o parecidas a la expuesta más arriba.
La sociedad si desea conseguir normalidad en el funcionamiento, encontrar soluciones posibles a los retos y por encima de todo crear espacios alternativos a la política oficial, ha de fomentar la libertad de las personas; ellas tienen que participar en la búsqueda de soluciones para que luego las fuerzas políticas las ajusten a las ideologías y con la ayuda de los técnicos las perfeccionen, les den viabilidad y rentabilidad. Es imperdonable consentir que el ciudadano sea un simple espectador y un consumidor a ciegas. Si eso es así, más cierto es que los mejores individuos de cada sector profesional deberían postularse para dirigir las instituciones, para representar en los foros internacionales al país. Conseguir las dos propuestas, implica poner los medios adecuados; por una parte incentivar al ciudadano a ser protagonista digno y por otra remunerar con holgura al que por un afán de servir se ofrezca a tal noble tarea. Estas son piezas fundamentales para recuperar España.
Basta con observar otros comportamientos en Europa para comprender la imperiosa necesidad de retomar la dinámica del nuestro. Por encima de la crisis que ha vivido el Reino Unido -un referéndum controvertido, la dimisión del presidente del gobierno, la rectificación de discursos de los más importantes defensores del no a la UE, la movilización de los ciudadanos que quieren seguir en la situación anterior- lo más importante ha sido la pronta elección de una sustituta para ocupar la sede del primer ministro. Seguir adelante y todo en pocas fechas.
Aquí nos lo tomamos con una parsimonia desesperante, no importa la pérdida de tiempo, la inmovilidad institucional, la falta de inversiones posibles, los gastos en sueldos sin trabajo realizado, el coste de la repetición de las elecciones, y todo ello con la irrisoria imagen de los diputados elegidos, en reuniones, en encuentros con el flash de las cámaras fotográficas, en ruedas de prensa, una plataforma propagandista de sus figuras y discursos engañosos. El acto cotidiano en política ha sido la hipócrita dialéctica, el uso de datos falsos y la ausencia de dimisiones; es de admirar que haya más allá de nuestras fronteras una predisposición a dejar los cargos a la mínima aparición de sospecha de corrupción y sobre todo al descubrir la mentira en labios de los que deben dar muestra de la ética más exquisita.
El dilema es estar a las puertas de una posible investidura en precario, sin programa de reformas aún y con comunicados a los medios, repletos de concesiones sociales pero sin explicar cómo las podrán llevar a término. La deuda es tan descomunal que requiere una pronta reducción de la estructura del Estado, en cambio los políticos siguen ocultando esas cifras y llenan sus arengas con las muchas partidas económicas que destinarán a esos delirios sociales.
Europa ha vuelto a sufrir el latigazo terrorista, muchas víctimas inocentes, entre ellas niños a los que no han sabido proteger los poderes públicos. Este grave problema, ya lleva meses mostrando su más terrible rostro, y poco se ha hecho o por lo menos no han calado hondo las medidas a tomar. Un modelo de convivencia que tiene como piedra angular la libertad y la ley, exige un instante para reflexionar: La libertad para pensar, valorar, decidir, para escuchar e intentar comprender, pero también para poner los medios que impidan la gestación de espacios de radicalismo, de violencia irracional y de odio a nuestra cultura, a nuestros valores; La ley para permitir la convivencia y la solidaridad, para garantizar la igualdad de todos sin exclusión alguna, siempre que la acaten.
Tampoco ha entrado este grave problema en el debate político, no conocemos los máximos y mínimos que defiende cada uno de los cuatro líderes con más opciones. Vamos a ciegas y luego surgen los desengaños y lo peor es que no hay en ocasiones remedio. Después, todos los aprendices a político han hecho acto de presencia en el minuto de silencio, han pronunciado palabras de repulsa al atentado, han ocupado su lugar ante las cámaras, hasta sus atuendos estaban ajustados al luto ambiental. Horas más tarde contradicción absoluta, se tilda a esas masacres de actos delictivos y en aras de la tolerancia se descarta tomar medidas para atajar la siembra de la barbarie.
En las circunstancias más fáciles y en las más tensas que son constantes en la sociedad, la política y los candidatos a ella han de estar a la altura exigida, y si se equivocan deben retirarse a tiempo, es la gallardía del responsable y la salvación de todos nosotros.
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