octubre 3rd, 2015 by lasvoces

Ana María Torrijos, licenciada en Filología Clásica. <Fotografía: El presidente de la Generalitat, Artur Mas, durante la primera reunión del gobierno catalán tras las vacaciones, agosto 2015. Foto/Efe>

Una burguesía oligárquica, caciquil, localista, acostumbrada a ejercer presión

Ana María Torrijos Hernández, licenciada en Filología Clásica. Foto Joseph Azanméné N./lasvocesdelpueblo

Ana María Torrijos, licenciada en Filología Clásica. Foto Joseph A. N./lasvocesdelpueblo

-¡Tierra!, La suerte está echada, Tanto monta, monta tanto, Sólo sé que no sé nada, Dejad que los niños se acerquen a mi -… palabras, frases, sentencias que han marcado un hito en el devenir histórico, que han intentado simplificar un hecho, un pensamiento, un anhelo; expresiones dichas, retenidas en la memoria y transmitidas para la posteridad; un recuerdo, esperanza y guía para todas las personas que quieren formar parte de su presente y facilitar la llegada de un futuro mejor. Pero hay otras que nacen vacías de contenido, frases huecas, coyunturales, que pasarán al olvido o que si se retienen serán para oprobio de los que las pronunciaron: “el Gobierno no os dejará solos”, ésta es una de ellas, la que el presidente del Ejecutivo ha emitido por compromiso ya varias veces, pero sin cumplimiento, y luego volvió a repetirla ante un nuevo acto en contra del Estado de derecho, el 27S como constancia de obligación debida o a lo mejor por tic paternalista y en caso extremo por hacer ver que ejerce sin hacerlo. Pero no ha quedado en ello, finalizado el recuento de votos de los comicios autonómicos, el portavoz del partido de la calle Génova, el señor Pablo Casado en ausencia ya prevista de Mariano Rajoy, manifestó otra frase que seguro , igual que las anteriores, pasará a la posteridad por vacua “el gobierno garantizará la legalidad”; al día siguiente, obligado por las críticas generalizadas a su escapada, se dignó el señor Presidente a convocar un encuentro con los periodistas para dar su valoración de lo ocurrido en las urnas… no quiso agotar la paciencia de los profesionales de la información ni la nuestra, de ahí que su exposición fuera breve; nada nuevo aportó, ya por no tener propuesta alguna o por no calibrar la grave situación que nos envuelve.

Toda una legislatura ha sido tiempo suficiente para que los ciudadanos hayan apreciado la acción del Gobierno, la intención de solucionar todos los problemas y sobre todo la presencia del Estado en cada Comunidad autónoma. No ha sido así, el Presidente, el señor Rajoy no ha apoyado a los ciudadanos catalanes a los que se les ha privado reiteradamente de derechos fundamentales y a través de ellos a todos los españoles y tampoco ha tomado medidas en su momento debido para impedir las ofensas continuas que se han dirigido a la Nación y al jefe del Estado.

Estas últimas elecciones, convocadas con antelación, a gusto de un proyecto secesionista, liderado por el señor Mas, representante del Estado en su comunidad autónoma, adelantado de una burguesía oligárquica, caciquil, localista, acostumbrada a ejercer presión , a imperar a la sombra del poder y estar en primera línea sea el sistema político que sea , se atrevió a decir a los cuatro vientos la intención de negarle a España el ser una Nación y hurtarle una parte importante de ella, sin que las instituciones aplicasen los resortes que la Constitución brinda ante tal reto prevaricador. El dirigente independentista se ha transformado en una estatua de sal de tanto mirar la historia y blandirla a modo de ariete, pero no la gran Historia que aporta experiencia e insta a emular grandes o pequeños hechos para bien de una sociedad viva y capaz sino que desde aquel pasado lejano la pervierte, la tergiversa , la ofrece como manzana de la discordia a una ciudadanía previamente adoctrinada.

Los nacionalistas se han prestado a lo largo de los años a tutelar a los Gobiernos de España en varias legislaturas, haciendo creer que lo hacían por lealtad institucional y éstos, inmersos en un plan cortoplacista, se han dejado rodear por el abrazo mortífero de la Mantis religiosa. Ahora al límite de la involución democrática se requiere una acción clara, firme y taxativa de las instituciones del Estado sin rodeos, sin comunicados suaves, sin abogar al tan manoseado consenso que las ha estado acunando.

La ciudadanía, única portadora del derecho a la soberanía, ha empezado a salir de su letargo y a ejercer sus obligaciones con el único propósito de salvar su bienestar, su dignidad y como es lógico su país de la misma manera que lo hace cualquier sociedad democrática. Y se conseguirá si se olvida el buenismo engañoso que han esgrimido muchos falsos profetas y si se exige a los políticos sentido de Estado.

Un ejercicio saludable para poner a punto la inteligencia y descubrir el verdadero plan de los peones de la desintegración de España, es derribar tabúes para que escape el miedo a opinar, a decir no al nacionalismo, a exigir los derechos que avala la legalidad constitucional, a identificarse con lo español, a hablar en castellano si es así como mejor te expresas, sin justificarte o pedir perdón por no conocer otra de nuestras lenguas. Con esta práctica se logrará recuperar la dignidad perdida de cada uno en particular y con ella la de todos. Ahora bien, en primera línea está obligado el Ejecutivo a posicionarse y detrás el resto de los organismos del Estado. No se debe otorgar premios nacionales a personas que les repugna no ya sentirse españolas sino serlo y que alardean de este rechazo después de muchos años de aceptar subvenciones públicas, pero aún es más degradante no inmutarse en el pleno del Congreso cuando un diputado rompe varias hojas de la Carta Magna : un representante político, ineficaz en la defensa de sus ciudadanos en libertad, no es digno del cargo ni de la responsabilidad que ocupa. Habría que plantearse qué nos ocurre, qué déficit mostramos en nuestro funcionamiento colectivo para no reaccionar al instante a los zarpazos destructivos del nacionalismo, y permitir que las instituciones y sus dirigentes se paralicen por no creer en la legitimidad que les ampara y hasta por alardear de ser comprensivos con los enemigos de la libertad.

Se han emitido pronunciamientos alertando de lo negativo que sería la secesión de Cataluña y es posible que se nos ofrecerán muchos más, firmados por empresarios, entidades bancarias, sindicatos, exministros… pero todos tardíos por el sufrimiento que el silencio cómplice ha ocasionado a muchas familias, y lo terrible es que esas entidades han convivido en un magma de chanchullos con los líderes de la ideología identitaria, y ahora ante la posibilidad de desequilibrios económicos, se revuelven en un escenario habilitado, ante las cámaras televisivas, con cierto aire de superioridad mientras que muchos ciudadanos en soledad han tenido que defenderse de la intransigencia, de la injusticia y han sido diana de insultos degradantes, lanzados por los instintos más bajos del ser humano, instintos manoseados desde estancias oficiales y mantenidos con dinero público.

Somos muchos más los que con sentido común, sabemos que todos, codo a codo hemos colocado a nuestro país en un digno lugar en el ranking internacional europeo y que no debemos permitir que se desintegre en mil pedazos en una noche de artificieros. España sin aspavientos, sin una palabra más alta que la otra, sin un desaire debe estar en nuestra vida pública y darnos seguridad como pueblo; meta posible si nos ponemos todos en la labor, políticos, intelectuales, dirigentes de empresas, profesionales de la comunicación y en primera línea profesores, aliento de las escuelas , de universidades, tutores de nuestros jóvenes con la noble tarea de explicarles las raíces de nuestro país, su andadura histórica, por cierto una de las más dignas , y sobre todo hemos de trazar un proyecto ilusionante que cale y nos facilite tener alicientes motivadores.

Lo más eminente es regirnos por las normas que marca el Estado democrático, el cumplimiento de la ley – la tarea principal de cualquier gobernante – y al que no lo haga, sea el dirigente que sea, sea de la autonomía que sea, de la institución que sea, debe aplicársele los correctores que marca la Constitución y el Código penal. No hay tiempo que perder, se han de bloquear los medios mediáticos que despliegan un control sobre la ciudadanía, soltar amarras para que nadie sea pusilánime ante los grandes valores que debe regir a una sociedad sana y dispuesta a actuar en beneficio de los otros, que no es nada más, ni nada menos que potenciar las cualidades que cada uno tiene, sin cortapisas, sólo con el límite de la Ley.

Emprendamos esa tarea con ilusión y por encima de todo, con mucha agudeza para desenmascarar a los que disfrazados de cordero, esconden sus garras y colmillos con la intención de sacar bocado o privilegio, haciéndonos creer que hay pueblos que por el sólo hecho de estar asentados en un territorio son mejores que otros, que tienen una singularidad con derecho a beneficios; afirmación incierta en una sociedad democrática, en la que rige únicamente la igualdad de todos ante la ley por muy diversos que seamos. De ahí partiremos, de los valores aportados por la primera Constitución liberal de 1812 -el criterio de nacimiento, basado en el origen familiar y en el territorio propio fue sustituido por el criterio del mérito personal- ciudadanos de pleno derecho, nadie abandonado injustamente al desprecio y olvido.

 

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septiembre 7th, 2015 by lasvoces

Ana María Torrijos Hernández, licenciada en Filología Clásica.

El uso perverso del lenguaje por la clase política

Sondeos, debates, ranking de candidatos, discursos, réplicas, promesas a cual más delirante, es y será el menú que nos servirán cada día, con la colaboración de los medios audiovisuales que por la puja en la audiencia, nos ofrecerán espacios políticos al estilo de festivales mediáticos, todo edulcorado o salpimentado en estos momentos con constantes referencias, a España o a lo español -vocablos considerados por los sesudos estrategas de marketing, una técnica de máxima rentabilidad, para conseguir “una cátedra política”-; esta avalancha arrasará ahora con furia no antes, a pesar de los constantes avisos que adelantaban la inestabilidad institucional.

Una de las múltiples causas que nos ha impedido protagonizar y defender con intensidad nuestro debilitado y enfermizo presente, es el uso perverso del lenguaje por parte de la clase política con el único propósito de ocupar parcelas de poder y rapiñar vilmente; una tergiversación de las palabras y sus significados se sembró desde los aledaños de la política, con insistencia metódica para que cuajase en un espacio social falto de ideario, ilusión, orgullo de pertenencia y sin legado para las próximas generaciones.

Desde el principio del proceso constitucional, la izquierda ha sido incapaz de pronunciar el nombre de esta vieja nación, España, una de las primeras que vió la luz en Europa, la que con todos sus fallos ha dado a la humanidad loables ejemplos de valor, generosidad y de ética, desgraciadamente no enseñados, defendidos ni potenciados por sus propios adelantados políticos, intelectuales, artistas, profesionales… y a esa entidad territorial en el extremo occidental del viejo continente europeo los socialistas y sus adláteres la empezaron a llamar País o en algunas circunstancias de lo más pintorescas, por ejemplo para ubicar en el espacio el informativo meteorológico, Estado. A todo ello hay que sumar la puntilla dada por los independentistas con el reiterado eslogan “España nos roba” ya que no hay acto más mezquino que -el usar su verdadero nombre para ofenderla- Así se inició el desmantelamiento de nuestro ser como nación y colectivo en el mundo; el siguiente paso fue el rechazo a la bandera, al suplirla en manifestaciones de toda índole por una variedad de insignias desde las republicanas, las de partido hasta las comunistas. A tal comportamiento de la izquierda se suman el de los más notorios nacionalistas, vascos y catalanes, sacando nuestro símbolo común de los lugares institucionales o quemándolo en sus aquelarres secesionistas. En la carrera de demolición se incorporó, para no ser menos, la derecha en detrimento de la legalidad, de su programa y sobre todo de los ciudadanos, y encontró muchos momentos propicios para demostrar su cobardía, el más simple fue el dar órdenes de sustituir la bandera española en sus congresos, asambleas, mítines por enseñas con el color y logotipo de la fuerza política.

El siguiente paso fue renunciar al gran legado lingüístico que representa la lengua española: los primeros indicios en esa andadura fue el incluir en la Carta Magna el concepto “nacionalidades históricas”, después se agregó la posterior concesión a las autonomías de ciertas competencias en educación, luego se vació a la Alta Inspección de sus obligaciones y se permitió que reglamentos de inferior categoría en materia de lengua, priorizasen ante las leyes que regulan el uso del idioma común y oficial en todo el territorio español; el reciente desaguisado ha sido la ley Wert que minimiza el gran problema que representa la inmersión lingüística obligatoria en catalán, por el sólo hecho de privar a todos los niños catalanes de un gran legado cultural a nivel mundial – el Español-, la primera lengua materna usada en más países-estado y la segunda hablada por mayor número de personas. Creer en la libertad y defenderla sería el inicio de la recuperación en este ámbito y por supuesto hacer cumplir el marco legal que sustenta el Estado de derecho.

En un actual ambiente de caos o por lo menos de desorientación, aparece en la prensa escrita una reflexión y aviso del expresidente del gobierno el señor Felipe González; ¡sea bienvenido!, pero hubiera hecho falta haber actuado en su momento, durante su largo mandato, el más largo de la etapa democrática, cuando ya se estaban dando las primeras irregularidades que no por ser las primeras eran las menos dañinas… no debemos estar obligados los ciudadanos a agradecerle, el que se haya dignado a hacer un lapsus en su dorado retiro, rédito de su paso por la política, y sobre todo por haber redactado un comunicado sin reconocer sus fallos ni señalar a su partido como uno de los artífices pioneros del marasmo en que se ha colocado a España. ¡Calle, señor González!, ¡no nos ofenda!, somos un pueblo que merece respeto, le rogamos que no vuelva a dar con ligereza el calificativo de nación. No podía faltar en este certamen de artículos, el firmado por el otro miembro de la famosa pareja socialista en la primera etapa democrática, Alfonso Guerra, con un lenguaje más directo y punzante para las conciencias pero después de haber ocupado durante muchos años, en un continuo sesteo, un escaño ignorado en el Congreso de los Diputados.

Se diseñó el Estado autonómico sin contrapeso explicito de no rotura, se fracturó el partido socialista con el apéndice PSOE-PSC que tuvo consecuencias negativas para el socialismo español pero también por contagio para otras fuerzas políticas… de ahí surgió la primacía de la división frente a la unión, y se disgregarón las competencias fundamentales del Estado, los activos de nuestro patrimonio económico, cultural y de convivencia para mayor honra de politiquillos y mercaderes. Para ser atinados en esta dolorosa reflexión, hay que decir que Ustedes, señor González y señor Guerra, no fueron los únicos responsables ya que el expresidente señor Aznar, con el uso del catalán en familia, también ahondó en el daño institucional, primero alejando de la política nacional al único defensor de lo español y de las libertades ciudadanas en Cataluña, al diputado autonómico Alejo Vidal-Quadras y en segundo lugar mermando la presencia de las instituciones del Estado central en esta comunidad. El señor Zapatero, muy aficionado a los pactos, acabó de inmovilizarnos por medio de acuerdos con los amantes de la violencia y el apoyo a un nuevo Estatuto catalán, emulado pronto en alguno de sus puntos por otros dirigentes autonómicos. Por último en la escalada de dislates encontramos al señor Rajoy al haber estado ausente ante la opinión pública durante la mayor parte de su legislatura y no haber asumido las importantes obligaciones de Estado que le han dado los ciudadanos con el voto y además por no haber aplicado las leyes que le otorga el marco jurídico.

Todos a punto, unos para llegar a la tan ansiada Moncloa, otros para tener más representación, se esfuerzan en introducir retoques en los comportamientos, en las formas, en los candidatos y en la oratoria, cuando lo que cabría es un acuerdo nacional para emprender la reforma y la regeneración pertinente. La maquinaría de las encuestas echan humo semana tras semana, fijas las miradas en la subida o bajada de los índices, una verdadera farsa política pues llevamos ya muchos años de declive y nadie se inmutaba, no se quería ver el abismo al que nos acercábamos.

Estos ajustes forzados no pueden permitir que se olvide lo que de negativo se ha realizado o lo que no se ha hecho a su debido momento. La impunidad fomenta más impunidad, y el proceso de deterioro se debe abortar; es obligado repasar, todas las veces que sea, la trayectoria política realizada, valorarla, destacar lo desechable, cueste lo que cueste y tomar la solución que creamos más beneficiosa. No podemos volver a la tensión institucional vivida durante tantos años, a la falta de libertad y a la desigualdad de derechos de todos los españoles. No podemos poner en entredicho la existencia de nuestra nación. No podemos enfrentarnos al escuchar las consignas de ideologías disgregadoras o revanchistas. No podemos permanecer sin un modelo de convivencia común ilusionante. No podemos colaborar sin lealtad a las reglas democráticas.

El sistema rezuma leyes, normas, reglamentos… que ralentizan en ocasiones el ritmo diario, consecuencia del excesivo número de cámaras legislativas y de sus correspondientes legisladores. Con sorpresa nos insisten de palabra estar faltos de rapidez en el funcionamiento de la justicia, de capacidad para vetar acciones delictivas que dañen la vida pública y en especial nos hacen creer en un vacío legal para impedir un golpe directo a la soberanía nacional. Dos años de continuas presiones, retos constantes, manifestaciones disciplinadas en el odio, un sin fín de comunicados contra la unidad nacional, marchas nocturnas de antorchas por la independencia, todo dirigido o subvencionado por la Generalidad… y ahí está la sorpresa, sin intervención de la Fiscalía, sin que el Presidente del Gobierno haga ademán de cumplir sus funciones constitucionales a pesar de tener artículos disponibles en el marco legal. Y nos pretenden convencer en este instante que es necesario una reforma del funcionamiento del Tribunal Constitucional… un tribunal politizado, lento y poco dispuesto a tramitar según que recursos, una reforma, en vez de aplicar con firmeza todo lo que el Estado con su abundante normativa nos ofrece. Lo imprescindible es interpretar el motivo que ha inducido a los dirigentes de las fuerzas políticas más representativas a no querer ver, saber, señalar ni condenar los actos contrarios a las pautas ajustadas a la ley; si no lo hacemos estaríamos redactando el epitafio del proceso democrático.

La Constitución en los artículos 20, 21, 22, 23 protege las libertades públicas de expresión, de reunión, de asociación, de participación y nos anima a asumir esos derechos si antes por nuestra desidia o despreocupación no lo hemos hecho. Concluidos los últimos comicios, la situación es difícil y más difícil lo será entre el 27S y el posible 20D. Si no sabemos conjugar la cordura y a la vez la valentía en los días decisivos y aislarnos del poder mediático del entorno, sólo nos queda esperar que la bondad de la diosa Fortuna , según los clásicos, reparta suerte.

Ana Maria Torrijos

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